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21 de mayo del 2002
Israel es una pantalla ideal para EE.UU
Robert Jensen y Rahul Majan
CommonDreams.org
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
A pesar de todo lo que hablan de una "relación especial" entre Estados
Unidos e Israel, está bien claro que para los que deciden la política
estadounidense no hay nada de especial en su apoyo a Israel o en su rechazo
de los derechos palestinos.
A pesar de lo que se habla en Washington sobre la paz en el Oriente
Próximo, está bien claro que a los que deciden la política
estadounidense no les preocupa mucho la paz.
En su lugar, el objetivo principal de la política de EE.UU. en el Oriente
Próximo es la dominación de EE.UU. sobre la región y sus
recursos petrolíferos, a través del apoyo a regímenes que
nos hacen juego y a través de una presencia militar en constante aumento.
El apoyo a Israel continuará mientras los que deciden la política
de EE.UU. crean que el apoyo a la conquista y agresión de Israel en Palestina
contribuye a los intereses empresariales a largo plazo de EE.UU.. La paz es
aceptable si ayuda a solidificar el control por EE.UU.
Pero la política de EE.UU. no es motivada ni por el apoyo indiscutido
a Israel ni por la preocupación por los sufrimientos de la gente en los
conflictos. Cualquier esperanza de una paz auténtica requiere ir más
allá de esa retórica y llegar a la realidad de la política
de EE.UU.
Esa realidad su política es clara. El principio central de toda administración
de EE.UU. desde el fin de la II Guerra Mundial ha sido que los recursos de la
región no pertenecen realmente a sus pueblos, sino que existen en beneficio
de los estadounidenses.
No es simplemente un asunto de quién es el dueño del petróleo,
sino de quién controla el flujo del petróleo y los beneficios
del petróleo. Incluso si EE.UU. fueran autárquicos en el campo
energético, las elites estadounidenses tratarían de dominar el
Oriente Próximo por la influencia que conlleva en los asuntos mundiales,
especialmente sobre las economías de nuestros principales competidores
(Europa y Japón), que dependen más del petróleo del Oriente
Próximo.
Un componente de esta política es el apoyo a los países ricos
en petróleo, como Arabia Saudita. Los gobernantes saudíes reciben
su parte de los beneficios, encaminando lo que queda hacia inversiones en Occidente
y a la compra de armas estadounidenses. Por su parte, Arabia Saudita –una monarquía
que no podría existir independientemente –recibe protección de
EE.UU.
En este sistema, Israel es un pilar fundamental de la estrategia de EE.UU. Especialmente
después de su impresionante victoria militar sobre los estados árabes
en 1967, Israel ha sido un mazo utilizado para aplastar el nacionalismo árabe,
que podría haber afectado el sistema de regímenes clientes débiles
y fragmentados que EE.UU. prefiere. Israel sirve como el policía local
de ronda, en la terminología de la Doctrina Nixon, y forma parte integral
del complejo militar y de la inteligencia de EE.UU. en esa parte del mundo.
Esos papeles se hicieron especialmente importantes después de la revolución
iraní en 1979, cuando EE.UU. perdió su otra principal base en
la región.
Israel también sirve como una conveniente pantalla para Estados Unidos.
A pesar de que Estados Unidos ha ejercido un tremendo control represivo sobre
la región, hasta hace poco el embate de la cólera árabe
siempre recaía sobre Israel, y Estados Unidos se presentaba como amigo.
Los regímenes árabes respaldados por EE.UU. también utilizan
dicha pantalla, desviando la ira de la así llamada "calle árabe"
de la corrupción y del despotismo de estos estados, hacia Israel.
Este análisis es a menudo rechazado apuntando a las frecuentes tensiones
entre EE.UU. y los países de la región, incluyendo a sus aliados.
¿Cómo es posible que esas naciones parezcan tan revoltosas si son nuestros
clientes?
Esto refleja simplemente la complejidad del mantenimiento del control en una
región tan volátil. Es práctica común que los imperios
establezcan regímenes clientes en una región y luego los jueguen
los unos contra los otros, y no es sorprendente que esto produzca tensión,
sobre todo si los gobiernos no son representativos de sus pueblos. Para eso
pagan a los diplomáticos y los militares de EE.UU., –para que administren
las tensiones, manteniendo siempre la vista sobre el objetivo final.
El control por EE.UU. –no la paz– es el objetivo. Es por eso que nuestros políticos
estuvieron felices cuando vieron a Irán e Irak en guerra durante los
años 80 y dieron varios tipos de apoyo clandestino a ambos lados. No
importa los millones de muertos –la guerra mantuvo a los dos poderes regionales
como el perro y el gato, y por lo tanto los debilitó.
En Palestina, si Estados Unidos quisiera seriamente promover la paz, se hubiera
unido hace tiempo al consenso internacional por una solución política
basada en un estado viable para los palestinos y la seguridad para Israel. En
lugar de hacerlo, ha bloqueado desde hace tiempo ese consenso, como en 1976,
cuando vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU
que ofrecía algo similar al plan saudí que está siendo
ofrecido ahora como una solución.
A los dirigentes de EE.UU. no les molesta la paz, mientras sea dentro de un
sistema que no amenace el control por EE.UU. Sí, un Oriente Próximo
en un estado constante de tensión –involucrado en una guerra o al borde
de la guerra– ha sido peligroso. Pero es un precio que Estados Unidos ha estado
dispuesto a pagar.
Estos puntos son cruciales para responder a la afirmación de que los
dirigentes de EE.UU. simplemente hacen el juego de Israel. Por cierto hay grupos
bien organizados y bien financiados en Estados Unidos que hacen presión
muy efectivamente a favor de Israel. Y por cierto los políticos de EE.UU.
sienten la presión de electorados que se hacen oír y que apoyan
a Israel. Pero por sí solas esas realidades políticas interiores
no impulsan el apoyo financiero y diplomático que permite que Israel
continúe desafiando el derecho internacional en sus 35 años de
ocupación militar de Cisjordania y Gaza. El Primer Ministro israelí
Ariel Sharon ha utilizado hábilmente la pancarta de la "guerra contra
el terrorismo" para expandir más todavía el nivel de violencia
contra los palestinos que Estados Unidos acepta, y las expresiones de apoyo
reflexivo del Congreso a Israel nunca han sido más fuertes.
Pero, en última instancia, los que deciden la política de EE.UU.
modelarán la política exterior para que beneficie los intereses
económicos de la elite de EE.UU. no los de otro país.
La conclusión inevitable que hay que sacar es que Estados Unidos no puede
ser una fuerza positiva en el Oriente Próximo sin un cambio fundamental
en los objetivos: Estados Unidos tiene que reemplazar su afán de control
por un compromiso hacia la paz Y la justicia, según el derecho internacional.
Nunca ha sido más crucial que los estadounidenses lo comprendan. Mientras
Israel aumenta la violencia en Palestina, la administración Bush trama
una guerra contra Irak. Los funcionarios de EE.UU. nos dicen que Irak presenta
una grave amenaza para el mundo, aunque otros países (incluyendo a Kuwait)
no se sienten amenazados y todo el mundo (con la excepción de Israel
y del siempre leal Tony Blair) rechaza los planes de EE.UU.
No es que otros países apoyen el brutal régimen de Hasam Husein,
sino que ven que una guerra contra Irak profundizará el control de EE.UU.
sobre la región a costa del pueblo iraquí. MIentras los funcionarios
de EE.UU. hablan de llevar la democracia y la libertad a Irak, buscan a un general
iraquí en el que se pueda confiar para que siga las órdenes de
EE.UU. si lo ponen a cargo. Todo esto, después de más de una década
de sanciones económicas –exigidas por EE.UU., sobre todo para romper
el control iraquí sobre su propio petróleo– que han asesinado
a medio millón de niños iraquíes (según un exhaustivo
estudio de UNICEF).
Mientras más se la pasa la mano a Estados Unidos en el Oriente Próximo,
más claramente ve el resto del mundo las intenciones de EE.UU. La pregunta
es, somos capaces nosotros los estadounidenses, de ver lo mismo, y de exigir
a nuestro gobierno una política orientada hacia la justicia y no la dominación.
13 de mayo de 2002
Robert Jensen es profesor de periodismo en la Universidad de Texas y autor de
Writing Dissent: Taking Radical Ideas from the Margins to the Mainstream [Escribiendo
el disenso, conduciendo las ideas radicales de los márgenes a los medios
principales]. Rahul Mahajan forma parte del National Board of Peace Action [Consejo
Nacional de Acción por la Paz] y es autor de The New Crusade: America's
War on Terrorism [La nueva cruzada: la guerra de EE.UU. contra el terrorismo].
Ambos son miembros de Nowar Collective (www.nowarcollective.com). Su correo:
rjensen@uts.cc.utexas.edu