Medio Oriente
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26 de mayo del 2002
żUn nuevo eje?
Marta Tawil
La Jornada
En el marco de la agudización del conflicto entre palestinos e israelíes y a raíz de los ataques del 11 de septiembre, ha sido notable el activismo internacional y regional que Egipto, Siria y Arabia Saudita han adoptado conjuntamente. Las actividades de los tres países reflejan la intención de unir esfuerzos para coordinar posturas e impulsar acuerdos en la región.
Después de la Guerra del Golfo de 1991 y en el contexto del fin de la guerra fría, Egipto, Siria y los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (entre ellos Arabia Saudita) lanzaron conjuntamente la llamada Declaración de Damasco (marzo de 1991), cuyos estatutos proveían las bases para un mecanismo institucional de seguridad árabe. Uno de los principales logros que la prensa y académicos señalaban recurrentemente en esos años era que la declaración venía a consolidar un eje estratégico entre Riad, Damasco y El Cairo.
Estos países pueden considerarse como tres polos históricos alrededor de los cuales el equilibrio de poder y la dinámica de seguridad en Medio Oriente ha evolucionado tradicionalmente, en especial desde que se aisló a Irak. Los tres países están condicionados en diferentes grados por su dependencia y compromisos con Israel (Egipto), Estados Unidos (Arabia Saudita, Egipto y Siria) o con ambos (Egipto). Los regímenes políticos de los tres estados en-frentan amenazas internas a su estabilidad, y los tres han utilizado la carta palestina para evitar el aislamiento y la exclusión del juego regional.
Ahora bien, el activismo de Siria, Egipto y Arabia Saudita es reflejo de la dinámica regional y de su interacción con el sistema internacional y el contexto local. En el ám-bito internacional es evidente que aspectos generales como la hegemonía mundial de Estados Unidos, la guerra mundial contra el terrorismo que encabeza desde el 11 de septiembre, así como el apoyo incondicional a Israel, influyen en el papel de estos tres países. Desde una perspectiva similar, el nivel regional se ve condicionado por el conflicto con Israel, que ofrecen el contexto y marco donde acontecimientos como la iniciativa de paz saudita adquiere significado. Sirios e israelíes mantienen una situación de guerra no declarada, tanto por la situación que se vive en Líbano como por la ocupación israelí del Golán. Arabia Saudita mantiene la apuesta del doble lenguaje y la unión de la retórica antisraelí con la alianza vital con Estados Unidos, mientras Egipto, junto con Jordania, es el país de la zona que ha firmado la paz con Israel.
Por último, una mirada hacia el contexto interno permite constatar las amenazas a la seguridad de los regímenes políticos. En particular el escenario interno adquiere es-pecial relevancia en momentos como el actual en que se ha agudizado el conflicto palestino-israelí. A raíz del recrudecimiento de la política de represión y ocupación israelí en los territorios ocupados, la solidaridad con el pueblo palestino adquiere dimensión política que se expresa en las calles, que han vuelto a transformarse en escenario de expresión de un nacionalismo árabe que pareciera volver a emerger, luego de su desvanecimiento con la derrota en la guerra de 1967. En las escenas de manifestaciones de protesta masivas en estos países (sobre todo en Egipto y en Siria) los participantes buscan ejercer un aspecto de sus derechos como ciudadanos, al pedir a sus líderes que actúen como tales, tomen posturas y apliquen políticas decisivas frente a Israel y a Estados Unidos. Tal como afirmó Azmi Bishara en el diario Al Ahram, Palestina ha fungido siempre como "sinónimo del sufrimiento de los pueblos árabes", esto es, como el lenguaje al que se traduce la desesperación de los que viven en la pobreza o de los que permanecen excluidos del proceso de toma de decisiones en los países de la región.
Las motivaciones detrás del activismo diplomático ciertamente no son iguales en los tres casos. Las nuevas iniciativas en política exterior y el peso internacional de Siria en el marco de su presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU van de la mano con las amenazas a la seguridad que percibe de actores regionales como Israel y Turquía, así como del cambio político interno ocurrido con la sucesión presidencial. En el caso saudita es innegable que son en gran parte resultado de las contradicciones de su política exterior y de pugnas internas entre miembros de la familia real. Egipto busca conservar su larga tradición de "defensor" de la causa palestina y la solidaridad árabe, al mismo tiempo que asume compromisos con Israel y depende económicamente de Estados Unidos.
Así, pues, los dilemas internos y externos de los tres países son comparables en la medida que reflejan su situación: estar entre la espada y la pared, aunque en grados diferentes. En el caso saudita el descontento actual contra el régimen y el au-mento de la retórica antiestadunidense y antisraelí no sólo van en aumento, sino que los reclamos han sido formulados por los ulemas mismos, de quienes ha dependido la legitimidad política y religiosa del régimen wahabita. Siria enfrenta una situación económica crítica y de pronto se ha colocado en la mira de los estadunidenses por violaciones de derechos humanos, sus supuestos arsenales de armas de destrucción masiva, su apoyo a movimientos de resistencia islámica palestinos, sus relaciones con Irán y la importación que realiza de petróleo iraquí al margen del programa de sanciones decretado por la ONU. De acuerdo con el Middle East Economic Survey y el Centre for Global Energy Studies, Siria estaría recibiendo actualmente entre 150 mil y 200 mil barriles de petróleo diariamente a través de un oleoducto que conecta a Irak con el puerto mediterráneo sirio de la ciudad de Banias (oleoducto que Siria cerró durante la guerra Irán-Irak y que reabrió en 2000), pagando a Irak cerca de mil millones anuales. A Egipto se le siguen otorgando más préstamos financieros y transferencia armamentista a cambio de que el régimen autoritario de Hosni Mubarak siga reprimiendo el islamismo en auge (el cual se sabe que ha contribuido a engrandecer la nebulosa internacional del integrismo islámico) y continúe aplicando medidas económicas neoliberales (que no hacen más que agudizar las alarmantes ci-fras de pobreza).
A pesar de todo esto, e independientemente de su éxito, los tres países siguen esforzándose en mantener una posición común alrededor de la cual se adhieran los demás países árabes. Así, pues, si bien los principios contenidos en la declaración de 1991 nunca se concretaron, se registran diversos momentos de coordinación de posturas entre los tres países, como sucedió después de la masacre que tropas israelíes cometieron en el campo de refugiados de la ciudad libanesa de Cana, en 1996, o las protestas y amenazas a Turquía durante la crisis con Siria por la distribución de las aguas del Eufrates (1996). Esfuerzos más recientes incluyen los llamados a boicotear productos israelíes y el pasado encuentro entre los tres en la ciudad de Sharm el Sheik (11 de mayo), donde hicieron una declaración conjunta en la cual descartan la celebración de una conferencia de paz en los términos planteados por Ariel Sharon, y reiteran el compromiso de la iniciativa de paz saudita.
Por lo tanto, a pesar de la ausencia de un mecanismo concreto de seguridad regional árabe, y no obstante que persisten rivalidades, sus encuentros y declaraciones revelan que los tres actores se perciben a sí mismos como fieles de la balanza geoestratégica de la región. Básicamente buscan recuperar el esquema multilateral de las negociaciones de Madrid, permanecer dentro del juego político regional y, en consecuencia, aminorar el descontento popular dentro de sus territorios. De fortalecerse, esta relación triangular seguramente tendrá implicaciones importantes para el equilibrio de poder en Medio Oriente y el golfo Pérsico en la medida en que se capitalice la situación de violencia actual para impulsar la homogeneización de posturas, el diseño de estrategias conjuntas y, en última instancia, la apertura de espacios dentro de sus sistemas políticos. Incluso es de esperarse que de ella sigan dependiendo fuertemente las acciones y reformas de organismos como la Liga Árabe.