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9 de abril del 2002
Palestina: como los nazis, como en Vietnam
Carlos Aznárez
Esta no es una nota de análisis. Realmente estoy convencido de
que hay momentos en que las elucubraciones analíticas y las teorizaciones
sirven de poco. Están matando al pueblo palestino y de nada sirve que
digamos que esto era previsible. O que históricamente, la violencia terrorista
con que el invasor israelí se adueñó de ese territorio
(ayudado por todas las potencias internacionales, con yanquis y rusos a la cabeza)
podía hacer imaginar esta tragedia que ya dura más de medio siglo
y que ahora nos estalla en más horror y muerte. No nos ayuda en nada
elucubrar sobre qué o cuánto puede hacer la "comunidad internacional",
la ONU, el Papa, los gobiernos o los diplomáticos bien pagados, mejor
comidos y casi siempre insensibles al dolor ajeno, porque sabemos muy bien que
todos estos estamentos son cómplices de los asesinos sionistas y, sobre
todo, del mayor enemigo de esta humanidad que gobierna a sus títeres
desde Washington.
Poco y nada nos puede significar –a pesar de que seguramente, por inercia, lo
seguiremos haciendo- exigirle a los gobiernos locales, a los Parlamentos, y
a todo Dios que se nos cruce en el camino, que hagan algo para detener el genocidio
israelí. Bien conocemos las patrañas de las que se valen los poderosos
para amparar, congraciarse y darle palmaditas en la espalda a los carniceros
judíos –igual hicieron con los criminales norteamericanos que machacaban
Irak, los Balcanes o Afganistán- que les compran armas, festejan los
acuerdos económicos y en el caso de esta sufrida Euskal Herria nos envían
a sus peores bulldogs del Mosad (el Servicio de Inteligencia judío) para
entrenar a los mastines locales para torturar, golpear sin dejar rastros o aplicar
técnicas sofisticadas en los interrogatorios de disidentes.
"Están asesinando a la paloma", diría el poeta y cuando eso ocurre
todo lo demás parece frívolo, hasta las risas extemporáneas,
los comentarios lógicos pero chocantes sobre las vacaciones de Semana
Santa o los éxitos y padecimientos de tal o cual equipo de fútbol.
Están sacrificando la cultura, las tradiciones, la vida laboral y social
de un pueblo. "Entran casa por casa -nos cuentan nuestros amigos de Jenin, Ramalá
o Nablus, territorios en el que alguna vez estuvimos llevando nuestr mensaje
de apoyo a la Intifada- y arrasan con todo, queman las alfombras, destruyen
los techos y paredes buscando zulos inexistentes, arrancan las tuberías
del agua, y por último, festejan histéricamente el final de la
cacería humana, llevándose a los adolescentes y adultos a golpes
y empellones. Les vendan los ojos como hacían los nazis, les marcan en
los brazos como hacían los nazis, les uniforman –de verde, en este caso-
como hacían los nazis y luego les envían a inmensos campos de
concentración – en Tel Aviv y otras ciudades israelíes- para torturarles
o directamente asesinarles. Y todo ello lo hacen apoyados en una ventaja que
los seguidores de Hitler no tuvieron para su Holocausto: la impunidad del injustificable
silencio de casi todos los gobiernos de este planeta, incluidos la mayoría
de los mandatarios árabes en cuyas manos y, en una actitud dispuesta
a pararle realmente los pies al agresor sionista, estaría la llave de
la solución inmediata de este conflicto.
Nos dicen los compañeros internacionalistas que aguantan en Ramalá
al pie del cañón -esos que como Paul Nicholson, Fermín
Muguruza y otros más anónimos han vuelto a darle sentido a la
palabra solidaridad que algunos habían conseguido bastardear o minimizar-
que la Gestapo israelí disfruta humillando al pueblo palestino: que destruyen
sus sembrados y campos, que entran en sus comercios y roban o arruinan sus alimentos,
orinando o defecando sobre los mismos, que arrasan sus centros de culto, que
trasmiten cantos obscenos por sus radios e imágenes pornográficas
por sus cadenas televisivas, hoy ocupadas por la barbarie. Pero, no se conforman
con eso: en uno de los campamentos de refugiados a los que han llegado en una
de estas terribles noches, la soldadesca israelí hizo desnudar a decenas
de mujeres, jóvenes o ancianas, daba igual, y entre gritos y risotadas
de burla, las hicieron pasear delante de sus hijos, hermanos y esposos.
No, no se trata solamente de una guerra desigual, de una invasión reiterada,
de un castigo inmerecido. Es algo más, es la peor excrecencia de la naturaleza
humana, su costado más sádico y deplorable que se ha encarnado
en estos uniformados que hoy arrasan la nación Palestina. No importa
que se llamen Sharon, Peres, Bush, Blair o Aznar. Todos ellos coinciden en lo
mismo: intentar borrar de la faz de la tierra a quienes no se someten a su modelo
de dominación colonial e imperial.
Frente a semejante demencia represiva, los palestinos resisten de mil maneras.
Unos, poniendo su cuerpo pacíficamente, defendiendo sus hogares y familias
a base de una dignidad y un orgullo que conmueve hasta las lágrimas.
Otros, con las armas en la mano o lanzándose al "martirio". Cuando un
pueblo no tiene tanques, ni aviones, ni helicópteros, ni misiles, ni
siquiera infantería, y es agredido de esta manera, suple toda esa maquinaria
de guerra con lo único que tienen a mano, sus propios cuerpos. En esa
rebeldía maravillosa reside la clave del triunfo que inexorablemente
sucederá.
Por otra parte, está lo que podamos hacer todas y todos los que reclamamos
paz e independencia para Palestina y que no creemos en los fariseos institucionales.
En ese sentido, toda movilización es poca. Así como, al genocida
yanqui que asoló de bombas al Vietnam, no sólo lo vencieron los
milicianos vietnamitas, sino también el repudio de las multitudinarias
manifestaciones en todo el mundo, igualmente debemos hacer hoy con Palestina.
Ganar las calles una y otra vez, denunciar a las empresas que comercian con
la tragedia vendiendo armamentos al agresor sionista, boicotear los productos
israelíes y a las marcas comerciales que sostienen esa maquinaria bélica
(por Internet circulan listas que harían asombrar al más enterado,
entre ellas Nestlé, Coca Cola, Disney...), denunciar la complicidad de
los grandes medios de comunicación ligados, no por casualidad, al lobby
sionista norteamericano. Y sobre todo, concienciar a la población de
que los Sharon no son una casualidad del destino, sino una respuesta planificada
del capitalismo más salvaje para asegurar su control y dominio sobre
una región que resulta estratégica para que Estados Unidos siga
consolidando su dictadura universal y los ricos de Europa continúen beneficiándose
de sus fuentes energéticas.
(*) Director de "Resumen Latinoamericano"