José Saramago
El Universal Viaje a Palestina del Parlamento de escritores
Afirman algunas autoridades en temas bíblicos que el Primer Libro de Samuel
se escribió en la época de Salomón o inmediatamente después;
en cualquier caso, antes del cautiverio en Babilonia. Otros estudiosos no menos
competentes afirman que no sólo el Primero sino también el Segundo
Libro de Samuel se redactaron después del exilio de Babilonia, y que su
composición obedece a lo que la estructura histórico-político-religiosa
denomina esquema deuteronomista, es decir, sucesivamente, la alianza de Dios con
su pueblo, la infidelidad de ese pueblo, el castigo de Dios, la súplica
del pueblo, el perdón de Dios.
Si el venerable texto procede de la época de Salomón, podemos decir
que sobre él han pasado hasta hoy, en números redondos, unos 3 mil
años. Si los redactores llevaron a cabo su trabajo después de que
los judíos regresaran del exilio, entonces hay que restar a ese número
unos 500 años, mes más, mes menos.
Esta preocupación por el rigor temporal tiene como único propósito
proponer a la comprensión del lector la idea de que la famosa leyenda bíblica
del combate entre el pequeño pastor David y el gigante filisteo Goliat
(que no llegó a producirse) se cuenta equivocadamente a los niños,
por lo menos, desde hace 25 o 30 siglos. A lo largo del tiempo, las diversas partes
interesadas en el asunto han ido elaborando, con la conformidad acrítica
de más de 100 generaciones de creyentes, tanto hebreos como cristianos,
toda una engañosa mistificación sobre la desigualdad de fuerzas
que había entre los brutales cuatro metros de altura de Goliat y la frágil
complexión física del rubio y delicado David.
Dicha desigualdad, enorme según todas las apariencias, quedaba compensada
e invertida a favor del israelita gracias a que David era un muchacho astuto,
y Goliat, una estúpida masa de carne; tan astuto era el primero que, antes
de ir a enfrentarse al filisteo, encontró en la orilla de un riachuelo
que había por allí cerca cinco piedras lisas, que metió en
la alforja; tan estúpido el otro, que no se dio cuenta de que David llegaba
armado con una pistola. Que no era una pistola, protestarán, indignados,
los amantes de las verdades míticas soberanas, que era simplemente una
honda, una humildísima honda de pastor, como las que habían utilizado
en tiempos inmemoriales los criados que tenía Abraham para cuidar el ganado.
Es verdad, no parecía una pistola, no tenía cañón,
no tenía culata, no tenía gatillo, no tenía cartuchos; lo
que tenía eran dos cuerdas finas y resistentes, atadas por los extremos
a un pequeño pedazo de cuero flexible, en cuyo hueco la mano experta de
David colocó la piedra que, desde lejos, partió veloz y poderosa
como una bala contra la cabeza de Goliat, le derribó y le dejó a
merced del filo de su propia espada, que ya empuñaba el diestro tirador.
Si el israelita consiguió matar al filisteo y dar la victoria al Ejército
de Dios vivo y de Samuel, no fue por ser más astuto, sino simplemente porque
llevaba consigo un arma de largo alcance y sabía manejarla. La verdad histórica,
modesta y nada imaginativa, se conforma con enseñarnos que Goliat no tuvo
ni siquiera la posibilidad de poner las manos encima de David; la verdad mítica,
insigne fabricante de fantasías, nos embaucó hace 30 siglos con
el maravilloso cuento del triunfo de un pequeño pastor sobre la brutalidad
de un guerrero gigantesco al que, al final, de nada sirvió el pesado bronce
del casco, la coraza, las espinilleras y el escudo. Sea cual sea la conclusión
que podamos sacar del desarrollo de este edificante episodio, David, en las numerosas
batallas que le convirtieron en rey de Judá y Jerusalén y extendieron
su poder hasta la margen derecha del Eufrates, no volvió a usar la honda
ni las piedras.
Tampoco las usa ahora. En los últimos 50 años han crecido hasta
tal punto las fuerzas y la dimensión de David, que ya no es posible ver
y reconocer diferencias entre él y el altivo gigante; incluso puede decirse,
sin ofender la deslumbrante claridad de los hechos, que se ha convertido en un
nuevo Goliat. David, hoy, es Goliat, pero un Goliat que ya no carga con armas
de bronce inútiles y pesadas.
Aquel rubio David de antaño, sobrevuela en helicóptero las tierras
palestinas ocupadas y dispara misiles contra inocentes desarmados, aquel delicado
David de otrora tripula los tanques más poderosos del mundo y aplasta y
revienta todo lo que encuentra a su paso, aquel David lírico que cantaba
loas a Betsabé, encarnado ahora en la figura gargantuesca de un criminal
de guerra llamado Ariel Sharon, lanza el "poético" mensaje de que primero
es preciso acabar con los palestinos para después negociar con los que
queden.
En pocas palabras, en esto es en lo que, con ligeras variaciones tácticas,
consiste desde 1948 la estrategia política israelí. Intoxicados
mentalmente por la idea mesiánica de un Gran Israel que fin realidad los
sueños expansionistas del sionismo más radical, contaminados por
la monstruosa y arraigada "certeza" de que en este mundo catastrófico y
absurdo existe un pueblo elegido de Dios y que, por tanto, están automáticamente
justificadas y autorizadas, en nombre de los horrores del pasado y de los miedos
de hoy, las acciones nacidas de un racismo obsesivo, psicológica y patológicamente
exclusivista, educados y formados en la idea de que cualquier sufrimiento que
hayan infligido, inflijan o vayan a infligir a los demás, especialmente
a los palestinos, siempre será inferior a los que ellos padecieron en el
Holocausto, los judíos arañan sin cesar su herida para que no deje
de sangrar, para hacerla incurable, y la muestran al mundo como una bandera.
Israel se adueña de las terribles palabras de Dios en el Deuteronomio:
"Míos son la venganza y el pago". Israel quiere que todos nosotros nos
sintamos culpables, directa o indirectamente, de los horrores del Holocausto;
Israel quiere que renunciemos al más elemental juicio crítico y
nos transformemos en un eco dócil de su voluntad; Israel quiere que reconozcamos
de iure lo que, para ellos, es ya un ejercicio de facto: la impunidad absoluta.
Desde el punto de vista de los judíos, Israel no podrá ser sometido
a juicio, porque fue torturado, gaseado e incinerado en Auschwitz. Me pregunto
si aquellos judíos que murieron en los campos de concentración nazis,
los que fueron perseguidos a lo largo de la historia, los que murieron en los
pogromos, los que quedaron olvidados en los guetos, me pregunto si esa inmensa
multitud de desgraciados no sentiría vergüenza al ver los actos infames
que cometen sus descendientes. Me pregunto si el haber sufrido tanto no sería
el mejor motivo para no hacer sufrir a los demás.
Las piedras de David han cambiado de manos, ahora son los palestinos los que las
arrojan. Goliat está al otro lado, armado y equipado como nunca lo ha estado
soldado alguno en la historia de las guerras, aparte, claro está, del amigo
estadounidense. Ah, sí, las horrendas matanzas de civiles causadas por
los llamados terroristas suicidas... Horrendas, sí, sin duda; condenables,
sí, sin duda, pero a Israel le queda aún mucho que aprender si no
es capaz de entender las razones que pueden llevar a un ser humano a transformarse
en una bomba.
José Saramago es escritor portugués, premio Nobel de Literatura
de 1998.
Parlamento Internacional de Escritores.
Israel quiere que reconozcamos de iure lo que, para ellos, es un ejercicio de
facto: la impunidad absoluta