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25 de abril del 2002
¿Cuánta brutalidad deben padecer los palestinos antes de heredar su Estado?
Robert Fisk
La Jornada
El primer cuerpo colgaba de cabeza; el pie izquierdo, grisáceo,
estaba atado con alambre a una torre de alta tensión: la pierna derecha
colgaba en forma grotesca y la cabeza se bamboleaba bajo de los restos de la
camisa negra.
Este era Moussa Arjoub, del poblado de Doura. El segundo cuerpo tenía
un aspecto infinitamente más terrible; era un despojo de carnicería.
También colgaba de la pierna izquierda, pero en este caso el torso casi
desnudo se veía hendido por la cantidad de heridas de cuchillo y quemaduras
provocadas por niños palestinos de 10 o 12 años que con estremecedora
alegría se pusieron a apagar cigarrillos en la piel. Este era Zuheir
Al Mukhtaseb. La cabeza, que había sido casi cercenada del cuerpo, se
movía con el viento. Era barbado y la cara se veía aún
desfigurada por el pánico.
Me recordó, extrañamente, el aterrador retrato del martirio de
San Sebastián. Todo flechas y heridas abiertas. Pero Zuheir Al Mukhtaseb
fue envilecido, no honrado, los niños gritaban y palestinos maduros rugían
con deleite cuando las piedras se estrellaban en el cuerpo ensangrentado del
colaborador.
"Esto es una lección para todos los que estamos aquí". Al dar
la vuelta encontré al hombre de mediana edad, gallardo y de una gran
barba castaña que decía esto, y que señalaba a un tercer
espeluznante saco de carne que colgaba a mis espaldas. "Este era Mohamed Debebsi.
Esta es una lección para el pueblo. Todos deberían ver esto."
Entonces vi cómo un grupo de jóvenes sonrientes arrojaban el cadáver
a un camión de basura.
¿Qué se hace cuando la gente enloquece de alegría ante esta salvajada?
Al principio, me fue imposible describir lo que estaba viendo, y me puse a dibujar
bocetos en mi libreta, que me servirían de recordatorio de todo esto
que estaba atestiguando.
"Allahu Akbar" -Dios es lo más grande-, gritaba la horrible multitud.
Había niñas en los tejados, hombres jóvenes vestidos de
traje y corbata que miraban los cadáveres a sólo tres metros de
distancia; había niños que les arrojaban piedras, tratando de
acabar de desprender la cabeza del cuerpo de Auheir Al Mukhtaseb.
¿Y cuál es el nombre de la calle donde tuvo lugar esta -llamémosla
por su nombre- esta pornografía?: Sharia Salam. La calle de la Paz.
Los tres hombres habían sido encarcelados en una prisión local,
y sentenciados por haber colaborado con las fuerzas de ocupación israelíes
hace ya tanto tiempo que la mayoría de los presentes no recordaban la
fecha. ¿Se habrán imaginado estos prisioneros unas horas antes el fin
que les esperaba cuando escucharon que los helicópteros israelíes
Apache disparaban cuatro misiles, cuyas explosiones seguramente se escucharon
en la prisión de la Autoridad Nacional Palestina donde se encontraban,
a media milla de distancia?
Israel envió escuadrones de la muerte a bordo de helicópteros
a eliminar a Marwan Zalum, uno de los dirigentes de las Brigadas de los Mártires
de Al Aqsa en Hebrón; los cuatro misiles (fabricados por la empresa Lockheed
Martin de Florida, según datos que encontré), convirtieron el
auto Mitsubishi del líder en una bola de fuego. Zalum tenía 43
años, era casado y tenía una pequeña hija de nombre Saja;
su muerte instantánea arrancó un alarido de júbilo en el
ejército israelí.
El dirigente, decían los israelíes, era "equivalente a una milicia
armada entera", en una ridícula exageración que aludía
a atentados suicidas preparados por sus hombres, quienes también perpetraron
"cientos de ataques con disparos" cuyas víctimas mortales incluyen a
Shalhevat Pas, el bebé judío asesinado por un francotirador palestino
en marzo del año pasado, y a un civil israelí (un colono) muerto
tres meses después.
En tres ocasiones el escuadrón de la muerte del ejército israelí
habló de los ataques de Zalum contra "comunidades judías", cuando
en realidad hablaba de asentamientos judíos construidos ilegalmente en
tierras árabes. Y de acuerdo con la moral de tales afirmaciones, no se
mencionó el hecho de que Samir Abu Rajab, amigo de Zalum, murió
junto con el dirigente, víctima de los misiles de Israel.
Independientemente de esto, a las 9:30 de la mañana del martes las Brigadas
de los Mártires de Al Aqsa, probablemente Hamas, y sin duda el numeroso
grupo de jóvenes palestinos, ya habían decidido vengarse de los
israelíes asesinando a tres de sus colaboracionistas palestinos que estaban
indefensos en una prisión de la Autoridad Nacional Palestina.
Un ingeniero civil que presenció todo me contó que la muchedumbre
sacó a los hombres de la cárcel y los llevó a rastras hasta
donde el auto de Zalum había explotado: los golpearon hasta dejarlos
inconscientes y después fueron tiroteados por pistoleros.
Luego, la gente del suburbio de Ein Sara de Hebrón se reunió para
celebrar esta escena repugnante. Algunos tocaron los cadáveres, otros
se formaron a lo largo del camino para arrojarles piedras. Era una carnicería;
hubo niños que treparon a las torres de electricidad para posar junto
al resultado de esta labor de destazamiento para sus amigos, que grababan todo
con cámaras de video. Y cómo ovacionaron cuando un camión
de basura, seguido por un camión de bomberos donado por Alemania, se
abrió paso entre la multitud.
Después de que los restos sanguinolentos de Debebsi fueron arrojados
a la parte trasera del camión, el vehículo se colocó debajo
del cuerpo colgante de Mukhtaseb. La cabeza casi se separó del cuerpo
al caer sobre el vehículo gris, lo cual fue recibido con otro rugido
de júbilo por la multitud.
Así fue como los ciudadanos de la nación palestina naciente se
comportaron el martes: con enojo, con furia y con un terrible regocijo por su
venganza contra Israel por el asesinato de Zakum y Abu Rajab. De vuelta en Jerusalén,
desde luego, uno podría imaginarse cómo reaccionarían ante
esto los habitantes de los ilegales asentamientos judíos de Efrat, Neve
Daniel y Gush Etzion, con sus limpios tejados rojos y jardines regados con sistemas
de aspersión. Salvajes, bárbaros. Bestias comportándose
como bestias, exclamarían.
Y por supuesto, uno sabe lo que pensaban los palestinos. Estos tres hombres
trabajaron para Israel, para el país que ha ocupado su tierra por 35
años. "Probablemente lo hicieron por dinero", masculló un chofer
palestino. Los tres colaboracionistas eran casados. En Hebrón se decía
que no recibirán sepultura musulmana. Y uno se pregunta, claro, cuánta
brutalidad deben padecer todavía los palestinos antes de heredar un Estado.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca