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17 de abril del 2002
Lo que ha hecho Israel
Edward W. Said
La Jornada
Pese a los esfuerzos israelíes por restringir la cobertura en
los medios de su destructiva invasión de los pueblos y campos de refugiados
palestinos en la franja occidental, imágenes e información han
logrado filtrarse a la red electrónica; existen ahí cientos de
testimonios verbales y visuales de testigos presenciales. Esto ha sido posible
también gracias a la cobertura de las televisiones europea y árabe
-inaccesible, bloqueada o hecha a un lado por los principales medios estadunidenses.
Dicha evidencia proporciona pruebas contundentes de lo que es y siempre ha sido
la campaña israelí: el intento por conquistar irreversiblemente
el territorio y la sociedad palestinos.
La línea oficial (que tiene el respaldo de Washington y de prácticamente
todos los comentaristas de noticias estadunidenses) es que Israel se defiende
emprendiendo acciones de represalia por los bombazos suicidas que minan su seguridad,
y que incluso amenazan su existencia. Tal afirmación ha logrado un estatus
de verdad absoluta, y no la moderan ni lo que Israel emprende ni lo que en realidad
le ha ocurrido.
Se repite tan frecuentemente, y sin argumentos, que hay que arrancar la red
del terrorismo, destruir su infraestructura, atacar los nidos de terroristas
(nótese la total deshumanización que implica cada una de estas
frases) que se le ha otorgado a Israel el derecho de hacer lo que le place,
ocasionando enorme daño a la vida civil palestina, destrucción
desenfrenada y sin motivo, matanzas, humillación, vandalismo, violencia
muy tecnificada, sobrecogedora y sin razón. Ningún otro Estado
sobre la tierra hubiera podido hacer lo que Tel Aviv ha hecho, con tanta aprobación
y respaldo como le ha dispuesto Estados Unidos. Ninguno ha sido tan intransigente
y destructivo, tan fuera de sus propias realidades, como Israel.
Pero hay señales de que la sorprendente, por no decir grotesca, naturaleza
de sus reclamos (la "lucha por su existencia") se erosiona lentamente merced
a la burda y casi inimaginable devastación tendida por el Estado judío
y su homicida primer ministro, Ariel Sharon.
Echemos un vistazo al reportaje escrito por Serge Schmemann (quien no es un
propagandista pro palestino), aparecido en la primera plana del New York Times
el 11 de abril, cuyo encabezado reza: "Los ataques convierten los planes palestinos
en metales retorcidos y pilas de escombro.
"No hay forma de evaluar en toda su envergadura el daño a ciudades y
pueblos -Ramallah, Belén, Tulkarem, Qalqilya, Nablus y Jenin- que se
mantienen bajo un estrecho estado de sitio; las patrullas y los francotiradores
disparan en las calles. Pero es factible afirmar que se ha devastado la infraestructura
de la vida misma y de cualquier futuro Estado palestino -las carreteras, las
escuelas, las torres eléctricas, las bombas de agua y el cableado telefónico".
Qué cálculo inhumano llevó al ejército israelí
a lanzar 50 tanques, 250 ataques diarios con misiles y docenas de embestidas
con F-16 para sitiar el campo de refugiados de Jenin durante toda una semana.
Este sólo es un predio de un kilómetro cuadrado, tachonado de
barracas que alojan unos 15 mil refugiados y no más de una docena de
hombres armados con rifles automáticos, pero sin defensas mayores, ni
líderes; sin misiles ni tanques. Sin nada. ¿Cómo es que a esto
se le llama responder a la violencia terrorista que amenaza la supervivencia
de Israel? Los reportes hablan de cientos de enterrados por el escombro que
ahora los bulldozer tratan de amontonar sobre las ruinas del campamento. ¿Acaso
los hombres, las mujeres y los niños palestinos, todos ellos civiles,
son sólo ratas o cucarachas que pueden atacarse o asesinarse por miles
sin que se invoque palabra alguna de compasión o en su defensa? Y qué
de la captura de miles de hombres palestinos, desaparecidos por los soldados
israelíes sin rastro alguno; qué del desamparo y la falta de vivienda
de los tantos seres, comunes y corrientes, que intentan sobrevivir entre las
ruinas creadas por los bulldozer por toda la franja occidental, en un estado
de sitio que lleva ya meses y meses; qué de los cortes a la electricidad
y al agua en todos los poblados palestinos, de los largos días de toque
de queda total, de la escasez de alimentos y medicinas, de los heridos que se
desangran hasta la muerte, de los ataques sistemáticos a las ambulancias
o al personal de asistencia, que incluso de manera velada Kofi Annan ha decretado
como peligrosos. No podrán tirarse al agujero de la memoria todos estos
actos. Los amigos de Israel deberían preguntarle cómo es que tales
políticas suicidas podrán traerle paz, aceptación, seguridad.
La más formidable y temible maquinaria de propaganda ha logrado la monstruosa
transformación de un pueblo entero en poca cosa más que "militantes"
y "terroristas". Esto ha solapado que no sólo los soldados de Israel,
sino una flotilla de sus escritores y defensores borroneen la terrible historia
de sufrimiento y abuso con tal de destruir impunemente la existencia civil del
pueblo palestino.
Ha desaparecido de la memoria pública la destrucción de la sociedad
palestina en 1948, al igual que la fabricación de un pueblo desposeído;
la conquista de las franjas occidental y de Gaza, así como su ocupación
militar desde 1967; la invasión de 1982, junto con los 17 mil 500 libaneses
y palestinos muertos; las masacres de Sabra y Chatila; el continuado asalto
a escuelas, campos de refugiados, hospitales e instalaciones palestinas de todo
tipo. Qué objetivo antiterrorista se cumple destruyendo los edificios
del Ministerio de Educación, el cabildo de Ramallah, la Oficina Central
de Estadística, varios institutos especializados en derechos civiles,
salud y desarrollo económico, hospitales y estaciones de radio y televisión
para luego retirar los archivos de todos ellos. ¿No está claro que Sharon
se inclina no sólo a "quebrar" a los palestinos, sino a tratar de eliminarlos
como pueblo con instituciones nacionales?
En un contexto de tal disparidad y poder asimétrico, parece de locos
el seguir pidiendo a los palestinos -que no cuentan con ejército, fuerza
aérea, tanques, defensas de algún tipo o un liderazgo en funciones-
que "renuncien" a la violencia, sin exigir limitaciones comparables a los actos
de Israel. Incluso el asunto de los bombazos suicidas, algo a lo que siempre
me he opuesto, no puede examinarse desde un punto de vista que permita que el
racismo, oculto, sea el rasero por el que se valora más las vidas israelíes
que la de muchos más palestinos desaparecidos, baldados, distorsionados
y menospreciados de antemano por la larga ocupación militar israelí
y por la barbarie sistemática utilizada abiertamente por Sharon contra
ellos desde que iniciara su carrera en los años 50.
En mi opinión no puede concebirse paz alguna que no ataje el problema
real: que Israel, a ultranza, se rehúsa a aceptar la existencia soberana
del pueblo palestino, pese a que tiene derechos sobre lo que Sharon y muchos
de quienes lo apoyan consideran tierra exclusiva del Gran Israel, es decir,
la franjas occidental y de Gaza.
En los números del 6 y 7 de abril del Financial Times, un perfil sobre
Sharon concluía con este revelador pasaje de su autobiografía,
que el el diario introdujo con la frase: "ha escrito, con el orgullo que le
da estar convencido, como sus padres, que árabes y judíos pueden
vivir unos con otros". Entonces viene la relevante cita del libro de Sharon:
"Pero ellos creían, sin cuestionamiento alguno, que sólo ellos
tenían derechos sobre esta tierra. Y nadie los iba a echar de aquí,
pese al terrorismo y a todo lo demás. Cuando posees la tierra físicamente...
entonces tú tienes el poder, no sólo el poder físico, también
el poder espiritual".
En 1988 la OLP concedió que sería aceptable partir la Palestina
histórica en dos estados diferenciados. Esto se ha reafirmado en numerosas
ocasiones y, ciertamente, de nuevo, en los documentos de Oslo. Pero únicamente
los palestinos reconocieron explícitamente la noción de tal partición.
Israel nunca lo ha hecho. Esto explica por qué ahora hay más de
170 asentamientos israelíes en tierras palestinas, por qué existen
482 kilómetros de red carretera que conecta estas localidades e impide
los movimientos palestinos (de acuerdo a Jeff Halper, del Comité Israelí
contra la Demolición de Casas, ésta costó 3 mil millones
de dólares y la financió Estados Unidos). Por último, también
explica por qué ningún primer ministro israelí, de Rabin
para acá, ha concedido una soberanía real a los palestinos y por
qué los asentamientos crecen año con año. El simple atisbo
a un mapa reciente de estos territorios revela lo que ha estado haciendo Tel
Aviv durante los acuerdos de paz, y la discontinuidad y el achicamiento geográficos
de la vida palestina que resultaron de sus actos. En efecto, Israel se considera
a sí mismo y al pueblo judío como los poseedores del territorio
en su totalidad: en Israel hay leyes de tenencia de la tierra que lo garantizan,
pero en la franja occidental y en Gaza cumplen la misma función la red
de asentamientos y las carreteras, y no dan ningún derecho soberano sobre
la tierra a palestino alguno.
Lo que perturba la mente es que ningún funcionario -ni estadunidense
ni palestino ni árabe, ni de Naciones Unidas, ni de Europa o cualquier
otra parte- ha cuestionado a Israel en este punto, que se entretejió
en todos los documentos, procedimientos y acuerdos de Oslo. Lo que explica,
por supuesto, que después de casi 10 años de "negociaciones de
paz" siga controlando la franja occidental y Gaza. Estos territorios los controlan
más directamente (¿los poseen?) mediante más de mil tanques y
miles de soldados israelíes. El principio que subyace sigue siendo el
mismo. Ningún líder (ciertamente ni Sharon ni sus allegados pertenecientes
al movimiento Tierra de Israel, que son mayoría en su gobierno) ha reconocido
oficialmente los territorios ocupados como tales, o ha reconocido que los palestinos
podrían, por lo menos teóricamente, tener derechos soberanos,
es decir, sin que Israel controle las fronteras, el agua, el aire, la seguridad,
en el territorio que casi todo mundo considera tierra palestina. Así
que hablar de la "visión" de un Estado palestino, como hoy es la moda,
es, caray, una pura visión, a menos que el gobierno de Israel conceda
oficial y abiertamente el punto de la tenencia de la tierra y la soberanía.
Nadie lo ha hecho y, si no me equivoco, nadie lo hará en un futuro próximo.
Debe recordarse que Israel es el único Estado del mundo actual que nunca
ha tenido fronteras internacionales declaradas; el único país
que no es de sus ciudadanos, sino de todo el pueblo judío; el único
donde más de 90 por ciento de la tierra está destinada, bajo custodia,
al uso exclusivo del pueblo judío. Que sea también el único
Estado en el mundo que nunca ha reconocido ninguna de las previsiones principales
de las leyes internacionales (como lo argumentara recientemente Richard Falk)
sugiere la profundidad del enredijo estructural de rechazo absoluto que deben
afrontar los palestinos.
Es por estas razones que he sido escéptico de las discusiones y encuentros
por la paz, una palabra adorable que en el contexto presente significa llanamente
que los palestinos debieran dejar de resistir a los israelíes y perder
control sobre su tierra. Una de las muchas deficiencias del terrible liderazgo
de Arafat (por no hablar de los más lamentables de otros líderes
árabes en general) es que a lo largo de casi una década de negociaciones
en Oslo nunca enfocó siquiera la tenencia de la tierra, nunca emplazó
a Israel a que se declarara legalmente dispuesto a ceder ésta a los palestinos,
y nunca le exigió hacerse responsable por el sufrimiento de su pueblo.
Ahora me preocupa que esté simplemente tratando de salvarse a sí
mismo, de nuevo, cuando lo que en realidad necesitamos son monitores internacionales
que nos protejan, nuevas elecciones que aseguren un futuro político real
para el pueblo palestino.
La pregunta más profunda que encaran Israel y su pueblo es la siguiente:
¿están dispuestos jurídicamente a asumir los derechos y las obligaciones
que entraña ser un país como cualquier otro, y a abandonar los
imposibles reclamos de tenencia por los que Sharon, sus padres y sus soldados
han estado luchando desde el primer día? En 1948 los palestinos perdieron
78 por ciento de su territorio, y en 1967 se quedaron sin el 22 por ciento restante.
En ambas ocasiones en favor de Israel.
Hoy, la comunidad internacional debe fijar a Israel la obligación de
aceptar un principio de partición real, no uno ficticio; la obligación
de limitar sus insostenibles reclamos extraterritoriales, sus absurdas pretensiones
basadas en la Biblia, sus leyes que permiten avasallar a otro pueblo por completo.
¿Por qué se tolera, sin cuestionamiento, tal fundamentalismo?
Pero hasta ahora lo único que escuchamos es que los palestinos debemos
renunciar a la violencia y condenar el terror. ¿Acaso alguna vez se demandará
de Israel algo sustantivo, o seguirá actuando sin pensar por un momento
en las consecuencias? Este es el punto real de su existencia: ¿puede existir
como un Estado cualquiera o deberá estar siempre por encima de las restricciones
y responsabilidades de todos los otros estados del mundo? El recuento no da
confianza.
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera