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5 de abril del 2002
Pensar en el futuro
Edward W. Said
La Jornada
Cualquiera que tenga alguna conexión con Palestina, por mínima que sea, se halla hoy en un estado de indignación, aturdimiento y pasmo. Siendo casi una repetición de lo ocurrido en 1982, el nuevo y extremo asalto colonial israelí al pueblo palestino (con el respaldo grotesco y sorprendentemente ignorante de George Bush) es mucho peor que las dos previas incursiones masivas emprendidas por Sharon en 1971 y 1982 en contra de los palestinos.
El clima moral y político de ahora es bastante más crudo y reduccionista; el papel destructivo de los medios (que han tenido a su cargo resaltar casi exclusivamente los ataques suicidas palestinos, aislándolos del contexto de 35 años de ilegal ocupación israelí) favorece en gran medida el punto de vista de Tel Aviv; hay menos gente que desafíe el poder estadunidense; la guerra contra el terrorismo tiene secuestrada casi por completo la agenda global, y en lo tocante al ambiente en el mundo árabe, hay mayor incoherencia y fragmentación que nunca antes.
Los instintos homicidas de Sharon se han vuelto más intensos (¿será ese el término correcto?), pero por todo lo anterior se han magnificado en extremo. En efecto, esto significa que puede hacer más daño, que actúa con mayor impunidad, aunque también está mucho más minado que antes, por todos los esfuerzos y toda la secuela de fracasos que surgen de su necia negación y odio, algo que a fin de cuentas no alimenta éxito político alguno, ni siquiera militar. Conflictos entre pueblos, como éste, contienen muchos elementos que ni aviones ni tanques pueden eliminar, y una guerra contra civiles desarmados nunca podrá alcanzar los resultados políticos reales y duraderos que le anuncian los sueños a Sharon -por más que en su insensatez y terquedad remache con fanfarrias sus estúpidos mantras contra el terror.
Los palestinos no se van a ir. Además, es muy probable que Sharon acabe desacreditado y rechazado por su pueblo. No tiene ningún plan, excepto destruir todo lo referente a los palestinos y a Palestina. Incluso, en su fijación iracunda contra Arafat y el terror, lo único que está logrando es aumentar el prestigio del líder palestino, y de paso llamar la atención hacia la monomanía ciega de su propia postura.
A fin de cuentas, Sharon es problema de Israel. Para nosotros la principal consideración ahora es hacer todo lo que moralmente esté a nuestro alcance para que, pese al enorme sufrimiento y la destrucción que nos impone esta guerra criminal, sigamos adelante. Cuando un político retirado, respetado y con renombre como Zbigniew Brzezinski afirma explícitamente por la televisión nacional que Israel se comporta como el régimen supremacista blanco de Sudáfrica, uno puede estar seguro de que este señor no está solo en su visión. Un número creciente de estadunidenses, y otros muchos, se desencantan poco a poco e intensifican su repulsión hacia Israel, ese distrito tan engorroso y desgastante de Estados Unidos, que cuesta ya mucho, que aumenta el aislamiento estadunidense y que está dañando seriamente la reputación de este país entre sus aliados y sus ciudadanos. La pregunta entonces sería: ¿podemos, en este, el más difícil de los momentos, aprender algo que arroje luz sobre la presente crisis, algo que nos sirva para planear el futuro?
Lo que tengo que decir ahora es muy selectivo, pero es el fruto modesto de tantos años de trabajo en favor de la causa palestina y surge de alguien inmerso en ambos mundos, el occidental y el árabe. Ni sé todo ni puedo decirlo todo, pero he aquí un puñado de razonamientos, en mi afán por contribuir en algo a remontar esta muy difícil hora. Cada uno de los cuatro puntos siguientes se relaciona con los demás.
1. Para bien o para mal, Palestina no es únicamente una causa árabe o islámica; es importante para muchos mundos diferentes, contradictorios, que no obstante se intersectan. Para trabajar por Palestina uno debe, necesariamente, estar consciente de estas muchas dimensiones y abrevar constantemente de cada una de ellas. Por eso, necesitamos un liderazgo muy cultivado, sofisticado y vigilante que posea respaldo democrático. Sobre todo, como Mandela nunca se cansó de reiterar hablando de su propia lucha, debemos estar conscientes de que Palestina es una de las grandes causas morales de nuestro tiempo. Es así que debemos tratarla como tal. No es un asunto de regateos ni de negociaciones de trueque, o de forjar carrera. Es una causa justa que debiera permitir a los palestinos una altura moral que habría que mantener.
2. Hay diferentes clases de poder. Por supuesto, el militar es el más obvio. Lo que ha permitido que Israel haga lo que ha hecho durante 54 años al pueblo palestino es resultado de una campaña planeada científicamente para validar las acciones israelíes mientras, simultáneamente, se desacreditan y se borronean los actos palestinos. No es tan sólo el mantenimiento de un poderoso ejército, sino de organizar a la opinión pública, especialmente en Estados Unidos y en Europa occidental. Es un poder que se deriva de un metódico y lento trabajo para hacer que la posición israelí sea una con la que fácilmente haya identificación, y en la que los palestinos son vistos como los enemigos de Tel Aviv, y como tales, repugnantes y peligrosos para "nosotros".
Desde el final de la guerra fría, Europa se ha desvanecido hasta ser casi insignificante en cuanto al manejo de sus opiniones, su imagen y sus razonamientos. Fuera de Palestina, Estados Unidos es el campo de batalla más importante. Simplemente, nunca aprendimos la importancia de organizar de manera sistemática nuestro trabajo en este país a nivel masivo, de tal suerte que el estadunidense promedio no pensara inmediatamente en "terrorismo" cuando se invoca la palabra "palestino". Un trabajo así protegería cualquier logro que hubiéramos obtenido mediante una resistencia a la ocupación israelí en el terreno.
Tel Aviv actúa hacia nosotros impunemente porque estamos desprotegidos por las entidades de opinión que podrían frenar los crímenes de guerra de Sharon y disuadirlo de afirmar que lucha contra el terrorismo. Ante el inmenso alcance del insistente poder repetitivo de las imágenes difundidas por CNN, en las que la frase "bombazo suicida" se remacha cientos de veces por hora al consumidor o al contribuyente estadunidense, hasta aturdirlo, es una negligencia enorme que no contemos en Washington con un equipo de personas, como Hanan Ashrawi, Leila Shahid, Ghassan Khatib, Afif Safie -por mencionar unas cuantas-, listo para aparecer en CNN o en cualquiera de los otros canales para contar la versión palestina, proporcionar contexto y entendimiento, y conferirle al momento una presencia narrativa y moral cargada de valores positivos y no meramente negativos. Necesitamos un liderazgo futuro que entienda que, en la era de la comunicación electrónica, esta es una de las lecciones básicas de la política moderna. No haberla comprendido es parte de la tragedia actual.
3. Simplemente no es posible operar, política y de manera responsable, en un mundo dominado por una superpotencia: Estados Unidos, sin familiarizarnos profundamente con ella, con su historia, sus instituciones, sus corrientes y contracorrientes; con su cultura y su política. Sobre todo, deberíamos manejar su lenguaje a la perfección, con un nivel profesional. Escuchar a nuestros voceros, así como a otros árabes, decir las cosas más ridículas en torno a Estados Unidos, poniéndose a su merced -lo maldicen en un lance y claman por su ayuda en el siguiente, y todo en un inglés tan fragmentado y tan miserablemente inadecuado-, muestra un estado de tan primitiva incompetencia que es como para llorar. Washington no es monolítico. Contamos con amigos y con posibles amigos. Podemos cultivar, movilizar y apelar a nuestras comunidades y a sus comunidades afiliadas en territorio estadunidense como parte integral de nuestra política de liberación, del mismo modo que lo hicieron los sudafricanos, o los argelinos en Francia durante su lucha de liberación.
Planeación, disciplina, coordinación. No hemos entendido para nada la política de la no violencia. Es más, tampoco hemos entendido la fuerza de dirigirnos a Israel directamente, del modo en que lo hizo la ANC a los sudafricanos blancos, como parte de una política de inclusión y respeto mutuos. La coexistencia es nuestra respuesta ante la beligerancia y el exclusivismo de Israel. No se trata de conceder: es crear solidaridad y, como tal, aislar a los exclusivistas, a los racistas, a los fundamentalistas.
4. La lección más importante de todas las que tenemos que entender acerca de nosotros mismos se manifiesta en las terribles tragedias que Israel está causando en los territorios ocupados. Somos un pueblo y una sociedad, y pese al feroz ataque israelí contra la Autoridad Nacional Palestina, nuestra sociedad sigue funcionando. Somos un pueblo porque mantenemos funcionando una sociedad -y lo hemos logrado durante 54 años- a contrapelo de toda clase de abusos, de los crueles giros de la historia, de cada infortunio padecido, de las tragedias que hemos atravesado como pueblo. Nuestra victoria más grande sobre Israel es que gente como Sharon y su calaña no tienen la capacidad de darse cuenta de lo anterior, y es por eso que están condenados al fracaso, pese a su gran poderío y a su horrible e inhumana crueldad. Hemos remontado los horrores y el recuerdo de nuestro pasado, mientras que israelíes como Sharon no han podido: irá a la tumba como un asesino de árabes, como un político fracasado que no trajo sino desasosiego e inseguridad para su pueblo.
Es innegable que el legado de un líder es algo que a su retiro permita a las futuras generaciones construir. Sharon, Mofaz y todos los otros asociados con ellos en esta campaña sádica e insidiosa de muerte y carnicería no dejarán otra cosa que tumbas. La negación engendra negación.
Como palestinos, pienso que podemos decir que dejamos una visión y una sociedad que ha sobrevivido a todo intento por aniquilarla. Y eso es algo. A la generación de mis hijos y los suyos les toca seguir de ahí, crítica, racionalmente, con esperanza y entereza.
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera