|
18 de abril del 2002
Una carta de Luciano Weinberger Weisz
Saramago y Auschwitz
Bitácora, Montevideo
En la primera hoja de mi álbum familiar tengo la foto de un anciano
de abundante barba blanca y sombrero oscuro. Bajo la foto he escrito: Joseph
Emanuel Weinberger. Nacido en Hungría en 1868. Murió en el campo
de concentración nazi de Auschwitz el 23 de febrero de 1944. Casado con
Bethy Roth. Era mi abuelo. Fue la única foto que pude lograr de ciento
cincuenta parientes: tíos, primos y mi otro abuelo, el materno.
Integraron los seis millones de judíos que los hitlerianos exterminaron
durante la segunda guerra mundial. Sólo dos de mis familiares sobrevivieron.
Y eso, porque los alemanes los habían obligado a trabajar en los hornos
crematorios de Auschwitz que funcionaron hasta el último momento; no
tuvieron tiempo de matarlos y fueron rescatados por los soldados soviéticos.
Así, de boca de ellos, pude tener el espantoso testimonio de cómo
y cuando fueron exterminados mis familiares. Cuando los nazis se retiraban ante
la ofensiva soviética, por pura maldad, se llevaron consigo a los seiscientos
mil judíos húngaros., directamente a las cámaras de gas
y los hornos crematorios.
Recomiendo a todos los uruguayos leer dos libros escritos por sobrevivientes
de los campos de muerte nazis. Ambos viven en Uruguay. Chil Rajchman tiene ahora
ochenta y ocho años y su libro. Un grito por la vida; relata el espantoso
infierno que padeció en Treblinka. Niusia Weingarten cuenta con setenta
y ocho y escribe sobre sus espantosas experiencias en Auschwitz y otras fábricas
de la muerte hitlerianas. Leer estos libros es algo doloroso: tan espeluznante
es lo que ambos vivieron y describen. Ni siquiera acuden a los adjetivos, ni
los necesitan. Aconsejo leer estos libros, porque hay muchos jóvenes
y no tan jóvenes, que ni siquiera tienen idea de lo sucedido. Y porque
hay por el mundo nostálgicos del nazismo que también escriben
libros, en los que hasta sostienen la tesis de que el holocausto ni siquiera
existió.
Y si ahora recuerdo a Auschwitz, es porque este siniestro lugar saltó
en los últimos días a las primeras planas de la prensa, con motivo
de recientes declaraciones del Premio Nóbel José Saramago. Dijo
que después de visitar ciudades palestinas sitiadas y bombardeadas por
los tanques y aviación israelíes, lo que padecen sus poblaciones,
le hace evocar aquel lugar de la muerte.
De inmediato, en Israel, voceros del gobierno de Ariel Sharon y de la oposición
laborista y de los partidarios de una solución final para los palestinos,
se lanzaron contra Saramago, acusándolo de exagerado, tendencioso, mentiroso
y, finalmente, de antisemita. Al mismo tiempo se instrumentó una campaña
de boicot contra los libros del autor de El Evangelio según Jesucristo.
Y hasta el editor de sus novelas en Israel, lamentó las declaraciones
del escritor hoy día más leído en ese país. En el
mismo escenario de sus declaraciones, varios periodistas le replicaron al Premio
Nóbel ¿Dónde están las cámaras de gas?; dónde
los seis millones de asesinados?
Evidentemente, muerto a muerto, Saramago exagera. Entre otras razones, por la
sencilla razón que todos los palestinos que viven en Tierra Santa, sumados
con los que están en el exilio, totalizan de cuatro a cinco millones
de almas. Tampoco Ariel Sharon ha instalado cámaras de gas ni hornos
crematorios en los territorios palestinos. Tal vez el autor portugués
tuvo en mente las fotografías que recorrieron el mundo, con dos mil hombres,
mujeres y niños cuyos cadáveres alfombraron los campos de refugiados
de Sabra y Shatila, tan similares a las fotos registradas cuando se liberó
Auschwitz. La investigación ordenada por el propio gobierno israelí
determinó la responsabilidad de Ariel Sharon en esas matanzas. Tal vez
las fotos de las viviendas, escuelas y hospitales de las ciudades palestinas,
destruidos por la maquinaria de guerra de Sharon, le evocaron las fotos de la
siniestra. Noche de los Cristales Rotos cuando Hitler aún no había
alcanzado a instalar cámaras de gas y hornos crematorios. Tal vez el
sitio de esas ciudades llenas de civiles, pudiera haberle recordado el sitio
del ghetto de Varsovia.
Hoy es 30 de marzo. Acabo de leer en el diario La Jornada que se edita aquí
en México, las declaraciones de un funcionario israelí al Maariv.
Si nuestro trabajo es apoderarnos de un campo de refugiados densamente poblado
o tomar la casbash de Nablus, y si se encarga esta tarea al oficial (israelí)
para que la lleve a cabo sin pérdidas para ambos lados, antes que nada
debe analizar y reunir las lecciones de las batallas pasadas, incluso, -por
más aterrador que esto pueda aparecer- analizar cómo el ejército
alemán actuó en el ghetto de Varsovia. Ayer, en el mismo periódico
mexicano se publica una aterradora foto, en la que se ve a un soldado israelí
apuntando con su fusil a una niña que está junto a otros niños
y mujeres. Al pie de la foto se lee: Soldados israelíes cierran el paso
a palestinos que pretendían salir de Ramallah por temor a la represalia
de Tel Aviv luego del atentado que provocó 21 muertos en Netanya.
Esta foto tiene una estremecedora similitud con otra, que en la segunda guerra
mundial recorrió el mundo, y que le fue capturada a un prisionero alemán.
En ella se ve a un niño con los brazos en alto, vestido con un abrigo
y gorra de visera, que es apuntado por un soldado nazi. Junto ha esta criatura,
vemos en la foto otros niños, mujeres, hombres, todos con los brazos
en alto. Se trata de judíos del ghetto de Varsovia rindiéndose
a los soldados alemanes, durante el sitio del año 1943. De los seiscientos
mil judíos allí confinados, solo sesenta mil lograron sobrevivir,
entre ellos, el mencionado niño. Los demás, murieron en el campo
de exterminio.
Repito: en una contabilidad de muerto a muerto (seis millones frente a varios
miles), Saramago no tiene razón. Pero reconozcamos, con la mano en el
corazón, que la sola mención de la espantosa palabra, Auschwitz,
nos pone a todos frente al terrible espejo de la verdad. De esta absurda verdad
de la interminable espiral de la sangre Palestina y judía derramada.
Y reconozcamos esta otra verdad y es que esta última vuelta de la siniestra
espiral, que ha arrancado de la vida a casi dos mil palestinos y judíos,
fue provocada por el propio Ariel Sharon en persona, cuando junto a un grupo
de sus secuaces, irrumpió en la explanada del Templo, con el objeto de
patear el complicado tablero de las negociaciones de paz que tan trabajosamente
se iban armando.
¿Cómo será posible terminar con estos atentados indiscriminados
de jóvenes suicidas que no dudan en inmolarse matando a hombres, mujeres
y niños, cuya única circunstancia era estar; como sucedió
esta semana- en una reunión festejando la Pascua judía el Pésaj-
que recuerda la salida del pueblo de Moisés de la esclavitud en Egipto?
¿Acaso con el repetido esquema de Ariel Sharon de atentado-represalia-atentado-represalia
y así hasta el infinito de sangre derramada? ¿Indica el camino correcto
Ariel Sharon, cuando el 5 de marzo declaró al diario Haeretz: La Autoridad
Palestina está detrás del terror, es todo terror. Arafat está
detrás de éste? Nuestra presión se encamina a detener ese
mal. No esperemos que Arafat actúe contra él. Tenemos que infligir
a los palestinos cuantiosas pérdidas para que sepan que no pueden seguir
recurriendo al terror y obtener logros políticos.
¿No ha llegado la hora de acabar con las causas de tanto horror, reconociendo,
de una vez por todas, que la solución, hoy por hoy, está en el
reconocimiento mutuo de dos estados soberanos, el judío y el palestino,
con fronteras seguras y pacíficas plenamente garantizadas por la comunidad
internacional?
Hace un par de años visité Israel, donde tengo enterrados a mis
padres y a un hermano, y en donde viven otro hermano y numerosos parientes míos.
La situación, entonces, parecía encaminarse, lenta y trabajosamente,
hacia una solución pacífica. En el kibutz de mi hermano, donde
me alojé y en el que recibí toda clase de atenciones, trabajaban
bastantes obreros palestinos.
Reinaba un clima de crecientes tranquilidad y esperanza. En un trailer del mismo
kibutz conducido por un vecino de mi hermano, atravesé el Neguev en distintas
direcciones y aproveché para flotar en las densas aguas saladas del Mar
Muerto y llegué hasta Masada, el último bastión de la resistencia
judía frente a los romanos; en Jerusalén caminé por los
mismos lugares que pisó Jesucristo, el Jesucristo humano que vive en
el libro de Saramago y por el cual le otorgaron el Nóbel y en cuyas páginas,
entre otras cosas, se destruye el mito de que a Jesús lo habían
matado los judíos, causa invocada por todos los antisemitas; me incliné
sobre el Muro de los Lamentos, último vestigio del grandioso Templo construido
por el Rey Salomón: visité el contiguo Templo de la Roca, santuario
musulmán; viví la magia de las piedras con las que edificaron
todo en la Ciudad Santa, iluminadas por la luz de luna llena; lloré sobre
la tumba de mis padres en Saad, a la que acudía por vez primera; medité
sobre el sepulcro del asesinado Rabin en Tel Aviv; hablé con judíos
y con árabes sobre sus anhelos de paz, hasta que tiempo después,
Sharon y sus seguidores provocaron lo que todo el mundo conoce.
(*) Periodista uruguayo. Vive en México.