10 de diciembre del 2002
Ese infame portavoz de la Casa Blanca
Higinio Polo
Rebelión
"El gobierno saudí es un buen socio", declaraba recientemente
el increíble Ari Fleischer, portavoz de la Casa Blanca. Eran unas relevantes
declaraciones, realizadas en las frenéticas semanas de preparación
de la guerra contra Irak. El portavoz del presidente norteamericano Bush -un
alto funcionario que tiene a gala destacar ante la prensa internacional que
su país se esfuerza por que prospere la libertad en todos los rincones
del planeta- no hizo referencias a la situación política en Arabia.
Tal vez lo consideraba una precisión innecesaria, cuando -según
él- el mundo debe estar preocupado por los incumplimientos de las resoluciones
de Naciones Unidas por parte de Irak. Es probable también que, para hacer
esas declaraciones, Ari Fleischer se descubriese fortalecido por los resultados
de las elecciones norteamericanas, que fueron presentadas como un sólido
aval a la política del gobierno Bush. Aunque los servicios de propaganda
de la Casa Blanca ocultasen que apenas había votado el 35 por ciento
de la población norteamericana, y que el partido republicano de Bush
apenas había conseguido el 19 por ciento de los votos posibles.
No era la primera vez que Ari Fleischer hacía afirmaciones arriesgadas.
Hace unos meses hizo otras declaraciones oficiales sobre la situación
en Nepal. En ellas, denunciaba que Nepal hacía frente a una rebelión
comunista, y que esa era la razón por la que Estados Unidos prometía
ayuda militar a la monarquía nepalí. Hay que reconocer que Ari
Fleischer se arriesga en su función: llegó a destacar ante los
periodistas que "Nepal es un ejemplo de democracia". Mentía a conciencia,
y lo sabía, como también lo sabían los periodistas presentes
en la Casa Blanca. Por esas fechas, el primer ministro del rey nepalí,
en visita a Washington, llegaba a acuerdos de ayuda militar con el gobierno
de Bush y, ahora, los asesores norteamericanos se están empleando a fondo
para combatir a la insurrección. Sin embargo, pese a las palabras de
Fleischer sobre la bondad democrática del Nepal, lo cierto es que el
nuevo rey Gyanedra continúa manteniendo una monarquía feudal,
en un empobrecido país que soporta una corrupta y represiva administración,
y cuyo gobierno ha impulsado en los últimos meses una feroz represión
que ha causado el asesinato de centenares de opositores políticos y la
detención de miles de personas en todo el país. Ninguno de esos
extremos ha sido citado posteriormente por Ari Fleischer, un hombre bien informado,
que debe pensar que esos asesinatos están justificados: después
de todo, los opositores del rey Gyanedra son comunistas.
Ari Fleischer ha adquirido una gran soltura para mentir ante los medios de comunicación,
cosa que no siempre es sencilla. En septiembre pasado, cuando se iniciaba la
ofensiva diplomática e informativa contra Bagdad, el gobierno norteamericano
afirmaba que Irak disponía de una flota de aviones teledirigidos con
los que podía atacar el territorio de los Estados Unidos. Era toda una
revelación, aunque difícil de creer. Por las mismas fechas, el
secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, afirmaba que disponían
de pruebas sobre la relación entre Ben Laden e Irak: las supuestas pruebas
fueron mostradas por un alto cargo de la CIA en una reunión de la OTAN
en Varsovia. Pero las pruebas no han sido hechas públicas, en ninguno
de los dos casos, con la vergüenza añadida para Rumsfeld de que
responsables de Defensa europeos presentes en la conferencia de Varsovia, como
el ministro británico o la ministra francesa, admitieron después
que las supuestas pruebas presentadas no eran ninguna novedad. De hecho, no
existían. Pero Ari Fleischer no se inmutó ante esos detalles menores
y siguió combatiendo por la libertad desde su puesto de portavoz de la
Casa Blanca.
Poco después, el 7 de septiembre, el presidente Bush afirmaba, junto
con el británico Tony Blair, que Irak estaba en condiciones de conseguir
el arma nuclear "en seis meses". Era una noticia sensacional, realizada basándose
en un informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica cuyo
contenido no afirmaba tal extremo. Aquel informe esgrimido por Bush, elaborado
en 1998, sancionaba por el contrario que no se habían encontrado indicios
de que Irak tuviera capacidad para iniciar programas nucleares. Contumaz, ese
mismo día Bush aseguraba ante la prensa que su gobierno disponía
de fotografías tomadas por satélites que demostraban la existencia
de material nuclear en Irak. Los periódicos norteamericanos publicaron
las imágenes, que, sin embargo, fueron consideradas por Mark Gwozdecky
-portavoz de la Organización Internacional de Energía Atómica,
agencia dependiente de la ONU- como fotografías que habían sido
examinadas por su organización y no habían despertado ninguna
sospecha. Enfrentado a la evidencia, Fleischer liquidó el expediente
afirmando que Bush, simplemente, había llegado a unas "conclusiones personales".
No dejaba al presidente a cubierto de las acusaciones de mentir, pero mostraba
al menos que Ari Fleischer tiene respuestas para todo. Pese a ello, un mes después,
el 7 de noviembre pasado, Bush declaraba, en un encuentro con la prensa en la
Casa Blanca, que no le gustaba un Sadam Hussein "con armas nucleares al alcance
de la mano". Ari Fleischer asentía, seguro de que el mundo civilizado
compartía esa preocupación.
Sin duda, Ari Fleischer es un hombre competente, constante: en los últimos
días, con ocasión del nombramiento de Elliott Abrams como director
de la sección de Oriente Próximo y del Magreb del Consejo de Seguridad
Nacional norteamericano, organismo que dirige la inquietante Condoleezza Rice,
Fleischer se ha deshecho en elogios sobre la capacidad política del viejo
plenipotenciario. Ha dicho que Abrams es "un diplomático sobresaliente"
y, sin duda, lo es: fue capaz de participar -no en primera línea, claro:
es un hombre distinguido- en la matanza de El Mozote, en El Salvador de 1981,
donde fueron asesinados miles de campesinos, y salir indemne del asunto. Es
cierto que después fue condenado, y Fleischer lo sabe, pero lo fue sólo
por mentir al Congreso, y el resto del mundo sabe que es mucho peor mentir al
Congreso norteamericano que participar en matanzas en la periferia del imperio.
En Washington, hombres como Ari Fleischer comprenden que en ocasiones se recurra
a métodos sucios que es conveniente no airear demasiado, pero les cuesta
más comprender que se mienta a los poderes de la nación. ¿Quién,
sino los necios, pueden comparar la dignidad de los representantes de la gran
democracia americana con las vidas prescindibles de algunos campesinos salvadoreños?
Es cierto que el bueno de Ari Fleischer olvidó citar en su elogio del
diplomático que las actividades de Abrams en América Latina, por
ejemplo en El Salvador, comportaron la muerte de miles de personas, asesinadas
por tropas adiestradas por los militares norteamericanos. Pero era lógico
que lo hiciese así. Después de todo, como nos ha dicho el portavoz
de la Casa Blanca, esas cosas son "un asunto del pasado"
De manera que, con esos antecedentes, a nadie podía sorprender que Fleischer
dijese que el gobierno saudí es un buen socio. Así, en su comparecencia
ante la prensa, Ari Fleischer no reparó en cuestiones menores. No dijo,
por ejemplo, que en Arabia los partidos políticos están prohibidos,
que la represión contra cualquier manifestación opositora es contundente
e inmediata; que la situación en que se encuentra la mujer árabe
es indigna de los inicios del siglo XXI; que la policía religiosa persigue
la menor falta, llegando a azotar a mujeres en plena calle, ni dijo tampoco
que la aplicación de inhumanas leyes contra el delito -como amputaciones
de miembros a los supuestos delincuentes- o la frecuente aplicación de
la pena de muerte desmiente cada día la supuesta bondad del rey Fahd.
De hecho, Ari Fleischer sabe que Arabia padece una feroz dictadura, pero sigue
creyendo que es un buen socio: surte de petróleo a los Estados Unidos,
acepta bases militares norteamericanas y es un buen aliado en la zona, tan imprescindible
como Turquía. Por eso, no podemos reprocharle que, puntilloso funcionario
como es con otros asuntos, al bueno de Ari Fleischer le fallase la memoria -y
los servicios de documentación- para recordar ante la prensa, por ejemplo,
la matanza de agosto de 1987, en la que la policía del rey Fahd disparó
contra miles de peregrinos en La Meca, causando centenares de muertos.
Ese hombre es Ari Fleischer. Llamarle infame no es realizar un abusivo ejercicio
de crítica, puesto que las dos acepciones que habitualmente se dan a
la infamia pueden aplicarse al desenvuelto Ari. Infame, como equivalente a vil.
Infame, por desacreditado, por deshonrado, por embustero. Alguien debería
hacerle llegar a Ari que ese empleo temporal del que dispone en la Casa Blanca
no le evitará la vergüenza, el repudio de las víctimas, en
Nepal o en Arabia, en El Salvador o en Irak, ese territorio al que quiere ahora
liberar, tal vez aprovechando el aniversario de la operación Zorro
del Desierto, los cuatro días de masivos bombardeos sobre Irak que
llevó a cabo el gobierno de Clinton entre el 16 y el 19 de diciembre
de 1998. Aunque es probable que Ari Fleischer sea un sujeto con un duro caparazón,
al que no preocupan las palabras de censura, capaz de soportar todas las miradas,
y que nunca se digna escuchar a los que critican a su país. Ha debido
aprender de Elliott Abrams, que, ante las denuncias sobre su complicidad en
las matanzas en El Salvador, respondía negando las evidencias y achacando
el escándalo a la acción de la "propaganda comunista".
De cualquier forma, sabemos también que Ari es un tipo de gran corazón,
que no guarda rencor, que alberga una enorme capacidad para comprender las debilidades
del prójimo, aunque sean de tipos tan siniestros y tan poco recomendables
como Elliott Abrams o como el rey Fahd de Arabia. Ari es un hombre disciplinado,
capaz de trabajar con asesinos, de soportar el apestoso aliento a petróleo
de algunos colegas, convencido de que hay que dar una nueva oportunidad a todos:
por eso nos dice que el gobierno saudí es un buen socio. El bueno de
Ari dice lo mismo que el viejo Meyer Lansky. Cuando manejaba los hilos de la
Cuba de Batista, Meyer Lansky -el financiero de la mafia norteamericana,
el compadre de Lucky Luciano- tenía la misma opinión de otro relevante
mafioso, un asesino sin escrúpulos llamado Santos Traficante. Lansky,
al igual que ahora Ari Fleischer con el gobierno saudí, también
opinaba que Santos Traficante era un buen socio.