17 de noviembre del 2002
Bin Laden está vivo. No cabe duda. Pero hay que preguntarse:
¿dónde diablos está, y por qué resurge ahora?
Robert Fisk
The Independent
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Es él. El hombre de la cinta es Bin Laden. Está vivo. Bastó
con una breve serie de llamados telefónicos al Oriente Medio y al sudoeste
asiático para que las fuentes más impecables confirmaran que Osama
Bin Laden está vivo y que es su bronca voz la que amenaza a Occidente
en el breve monólogo transmitido primero por la cadena televisiva árabe
Al-Yazira.
Así que el multimillonario saudí, el hombre en la cueva, el "malo",
el hombre barbudo, ascético, al que el mayor ejército del mundo
buscó en vano, sigue entre nosotros. El auténtico.
Como de costumbre, la "inteligencia de EE.UU." –los héroes del 11 de
septiembre que sabían que había árabes aprendiendo a volar,
pero que de alguna manera no lograron decírnoslo a tiempo—presentaron
sus chorradas a los medios estadounidenses. Puede ser él. Probablemente
sea él. La voz áspera puede significar que ha sido herido.
Habla rápido porque podría haber sido herido por los estadounidenses.
Falso.
EE.UU. fue finalmente obligado a reconocer ayer que el hombre que algunos de
sus representantes habían pretendido que estaba muerto, sigue muy presente
en el mundo de los vivos –y pronunciando la clase de amenazas que coincide con
las peores pesadillas de los dirigentes occidentales. "Igual como ustedes nos
matan, nosotros vamos a matarlos a ustedes," dijo.
Cuando grabaron sus palabras, Bin Laden no estaba hablando frente a una grabadora.
Estaba hablando por teléfono. El hombre al otro lado de la línea
–probablemente en Pakistán—tenía la grabadora. Bin Laden puede
no haber estado en la misma ciudad que el hombre con la grabadora. Puede no
haber estado en el mismo país.
Osama Bin Laden siempre habla lento. Su voz es veloz, y la razón es probablemente
bastante simple: la pila de la grabadora estaba gastada. Cuando Al-Yazira la
reprodujo a la velocidad correcta, la voz subió una octava.
Conozco a Bin Laden y, aunque no lo he visto después del 11 de septiembre,
llegué a comprenderlo con el pasar de los años. Pero escribir
ahora a su respecto es una de las tareas periodísticas más difíciles
que pueda haber. Hay que decir lo que uno sabe. Hay que decir lo que uno piensa
que debe corresponder a la verdad. Hay que preguntarse por qué hizo esa
cinta. El asunto provoca preguntas más profundas. ¿Por qué? ¿Para
qué? Requiere una manera nueva, dura, de escribir para expresar la verdad,
el uso de paréntesis y de dos puntos.
El conocimiento, la sospecha, la probabilidad y la especulación siguen
enfrentándose mutuamente. Bin Laden sobrevivió el bombardeo de
Tora Bora. Es un hecho. Bin Laden escapó por Pakistán. Es probable.
Bin Laden está en Arabia Saudí. Es una convicción que se
refuerza.
Así que diré, con todas sus imperfecciones y oraciones condicionales,
lo que sospecho que significa la grabación de esta cinta.
El asunto es profundamente inquietante para Occidente. Es algo sobre lo que
no es fácil escribir. Las implicaciones de la cinta me asustan. Uno de
sus mensajes a Gran Bretaña –más que todos los demás después
del destinado a Estados Unidos—es:
tengan cuidado. Tony Blair tuvo razón (por una vez) al advertir sobre
nuevos ataques, aunque el llamado telefónico de Bin Laden no fue (lo
sospecho) escuchado. Pero se trataba de Bin Laden.
Deberíamos comenzar por Tora Bora en otoño de 2001. Bajo un fuerte
bombardeo de la Fuerza Aérea de EE.UU., los combatientes de Al-Qaeda
de Bin Laden comprendieron que no podían resistir indefinidamente en
el complejo de cuevas de las Montañas Blancas sobre Jalalabad. Bin Laden
estaba con ellos. Los hombres de Al-Qaeda se ofrecieron para combatir hasta
una muerte segura contra los señores de la guerra pagados por los estadounidenses,
y Bin Laden primero se negó a abandonarlos. Argumentó que quería
morir con ellos. Sus guardaespaldas y sus consejeros principales más
leales insistieron en que debía partir. Al fin, abandonó Tora
Bora en un estado de cierta angustia, sus protectores se lo llevaron precipitadamente
en medio del mismo pánico con el que los hombres de la seguridad de Dick
Cheney llevaron al Vicepresidente de EE.UU. al sótano de la Casa Blanca
cuando los secuestradores asesinos de Al-Qaeda se acercaron a Washington el
11 de septiembre. Todo eso nos alcanza con la etiqueta de "fuente impecable".
Huyó en un caballo blanco –una historia que proviene originalmente de
uno de los pistoleros de la corrupta Alianza del Norte de Jalalabad— Bin Laden
no debe haber estado en sus cabales. Sabe cabalgar, pero ir a caballo bajo el
fuego sólo aumenta el peligro. Y un caballo blanco, ¡por favor! ¿Un caballo
que puede ser visto de noche?
Bin Laden fue a Cachemira (posible, pero improbable) o a Karachi (muy probable).
Lo digo porque Bin Laden se jactó una vez conmigo de los numerosos admiradores
que tenía entre los clérigos sunitas de esa inmensa, calurosa
y peligrosa ciudad paquistaní. Siempre habló de ellos como sus
"hermanos". Una vez me dio carteles en urdu que esos clérigos habían
producido y pegado en los muros de Karachi. Le gustaba citarme sus sermones.
Así que yo escojo Karachi. Puede ser que me equivoque.
En los meses que siguieron, hubo pequeños, ínfimos indicios de
que seguía en vida, como sucede con el olor a tabaco en una habitación
después de que un fumador se ha ido. Un admirador del hombre me insistió
que estaba vivo (es así, pero no es una fuente impecable). Estaba tratando
de encontrar una manera de comunicarse con el mundo exterior sin reunirse con
un occidental. Seguridad total. Su vídeo más reciente –que fue
descartado como viejo por esas famosas "fuentes de inteligencia de EE.UU." porque
no mencionó ningún evento posterior a noviembre de 2001—era nuevo.
(Muy posible; respetable, de una buena fuente –aunque no impecable.)
¿Así que por qué ahora? El Oriente Próximo está
entrando a una nueva y aún más trágica fase de su historia,
desgarrado por la guerra entre israelíes y palestinos y confrontando
los efectos incendiarios de una posible invasión anglo-estadounidense
de Irak. Bin Laden debe haber comprendido que era necesario que se dirigiera
una vez más al mundo árabe –y su cinta de audio, a pesar de las
amenazas directas a Gran Bretaña y a otros países occidentales,
está fundamentalmente dirigida a su público más importante,
los árabes musulmanes. Desde el punto de vista de Bin Laden, su silencio
en este momento de la historia del Oriente Próximo hubiera sido inexcusable.
Y precisamente para contrarrestar las predecibles afirmaciones contrarias de
que su cinta podría ser vieja, enumeró con energía los
golpes a las potencias occidentales desde su supuesta "muerte". Los ataques
con bombas contra los técnicos en submarinos franceses en Karachi, la
sinagoga en Túnez, Bali, la ocupación del teatro por los chechenos
en Moscú,, incluso el asesinato del diplomático de EE.UU. en Jordania.
Sí, dice, sé de todas esas cosas. Dice que las aprueba. Dice que
sigue presente. Los árabes podrán deplorar esta violencia, pero
pocos dejarán de sentir alguna emoción. Ante la brutalidad de
Israel contra los palestinos y las amenazas de EE.UU. contra Irak, hay por lo
menos un árabe que está dispuesto a devolver el golpe. Es su mensaje
a los árabes.
Bin Laden siempre detestó a Sadam Husein. Odiaba la conducta poco islámica
del líder iraquí, su secularismo, su uso de la religión
para promover la lealtad a un partido Baath que fue co-fundado por un cristiano.
El intento de EE.UU. de relacionar Al-Qaeda con el régimen de Bagdad
ha sido siempre una de las afirmaciones más ridículas de Washington.
Bin Laden solía decirme cuánto odiaba a Sadam. Así que
sus dos referencias a "los hijos de Irak" son enigmáticas. No menciona
al gobierno de Bagdad o a Sadam. Pero ante sanciones de la ONU que siguen matando
a miles de niños –y ante un Irak que es el objetivo de una probable invasión
de EE.UU. –no le es posible ignorar el tema. Así que habla de los "niños
de Irak" y de "nuestros hijos en Irak", refiriéndose a hombres árabes
musulmanes que son iraquíes, no simplemente iraquíes. Pero no
a Sadam. No cuesta mucho imaginar cómo la administración de EE.UU.
puede tratar de utilizar esas dos referencias para fabricar otro falso vínculo
entre Bagdad y Al-Qaeda.
14 de noviembre de 2002