25 de octubre del 2002
Valencia: noticias del reino de Uganda
Santiago Alba Rico
Rebelión
El pasado martes día 15 en Kigas, al sudeste de Uganda, una nutrida
dotación policial, asistida desde el aire por un helicóptero y
desde tierra por somatenes pro-gubernamentales, derribó la puerta de
un local abandonado que algunos jóvenes, sensibles a las presiones sociales
y políticas del país, habían convertido en un centro de
reunión, esparcimiento y difusión cultural. Sin orden judicial,
procedieron a desalojar violentamente el local, filmaron y tomaron fotografías
en su interior y requisaron parte del material del centro. Al día siguiente,
cuatro de estos jóvenes fueron detenidos por la temible policía
secreta ugandesa, incomunicados en calabozos durante 72 horas (en aplicación
de las Leyes de Excepción tantas veces denunciadas por Amnistía
Internacional), vejados y amenazados de muerte, y puestos finalmente, tres días
después, a disposición judicial. El juez Brambisco Gorgo Mases,
tras reunirse con el jefe de la Brigada de Información de la provincia,
ha decidido juzgarlos por "asociación ilícita" y "lesiones terroristas",
cargos castigados con una condena de hasta quince años de prisión,
según el código penal de la República de Uganda. Desde
entonces se encuentran en la cárcel de Bucasem.
Leyendo las cosas que pasan por el mundo, en salvajes y remotas regiones huérfanas
de ley, uno experimenta con alivio todas las ventajas de vivir en un país
donde la arbitrariedad policial, la represión de los jóvenes,
la prevaricación, la fabricación de pruebas y la persecución
política no existen.
Pero, ¿qué diríamos, cómo reaccionaríamos, qué
medidas tomarían nuestros políticos, qué noticias darían
nuestros periódicos, cuántos manifiestos escribirían nuestros
intelectuales si esto hubiese ocurrido, no en Kigas, sino en Valencia? Pues
bien, esto ocurrió en Valencia. El centro social ocupado se llama Malas
Pulgas, del barrio del Cabanyal. Los somatenes fascistas estaban dirigidos por
Jose Luis Roberto Navarro, cabecilla de Plataforma España 2000 y dueño
de la empresa de seguridad Levantina. Los jóvenes tienen nombres españoles
y valencianos: Pasquí, Iván, Jordi e Isaac (entre 20 y 26 años).
El garzón de provincias también, y algo pomposo por cierto: Luis
Francisco de Jorge Mesas. La cárcel es la de Picassent.
Terrible, ¿no? Mientras nuestro gobierno, nuestros políticos y nuestros
torneros de la opinión pública se alarman, chillan y patalean
ante la posibilidad de que Euzkadi se independice de la patria, resulta que
Valencia ya se ha separado de España y ahora forma parte, como Kigas,
de Uganda.
Para medir toda la importancia de los hechos ocurridos en Valencia esta última
semana es necesario relatarlos como si se hubiesen producido en Uganda. O como
si, ocurridos en España, los leyésemos en las páginas en
lengua kiswahili del periódico La Nación de Kigas: "En
Valencia, ciudad del sudeste de España, policías y jueces se ponen
de acuerdo para criminalizar la juventud y perseguir la democracia: cuatro jóvenes
encarcelados se enfrentan a quince años de prisión por defender
las libertades". Ya sabemos cuánto exageran los periódicos extranjeros.
Pero dejémonos de bromas. Valencia no está en Uganda. Valencia
tampoco está en Euzkadi. Valencia está en España. Allí,
en Valencia, no hay movimientos separatistas ni un nacionalismo "obligatorio"
ni "limpieza de sangre" ni un grupo armado cuyas acciones sacudan y aturdan
los pilares del Estado. ¿Pueden ocurrir estas cosas? ¿Está "justificado"
que ocurran allí? Euzkadi extiende su sombra aceitosa a los últimos
rincones de la península... En algún sentido es así. Como
laboratorio y como pantalla: donde se ensayan los últimos procedimientos
policíaco-legaloides contra la disidencia y desde donde se encubre su
sigilosa aplicación a otros colectivos un poco por todas partes (desde
Finisterre al Golfo de Cádiz). El gobierno de Aznar, lo sabemos, se sirve
de Euzkadi, como de la ganzúa de un carcelero, para ir cerrando todas
las puertas abiertas o entornadas que encuentra en su camino; y quiere hacer
creer que hay vascos camuflados o cripto-vascos detrás de los manifestantes
de Barcelona y de Sevilla, de los antifascistas de Valencia, de todos esos okupas
de Galicia o de Madrid que convierten el escándalo de una ruina en un
pequeño Gugenheim de barrio, democrático y libertario, donde se
concentra más ética, más alegría y más santidad
que en todas las misas de nuestros ministros del Opus Dei. Pero quizás
al revés se entienden mejor las cosas; quizás hay que contemplar,
no los acontecimientos de la Valencia de Uganda a la luz de la situación
en Euzkadi sino, al contrario, la situación en Euzkadi a la sombra de
los acontecimientos de la Valencia de Uganda. No se persigue a los okupas y
antifascistas valencianos porque sean cripto-vascos; se persigue a los vascos
soberanistas porque, en realidad, son antifascistas (o porque, cualquiera que
sea su proyecto, obstaculizan volens nolens la reconfiguración
totalitaria del Reino). Lo que preocupa a la bífida alianza PP-PSOE,
a sus muñidores de los periódicos y a los intelectuales abducidos
de las tertulias no es el "nacionalismo"; lo que les preocupa es la democracia.
Lo que les preocupa -valga decir- es que haya cada vez más gente en el
mundo que quiere una verdadera democracia.
Jóvenes españoles detenidos en las protestas contra la Ley del
Botellón, durante la huelga general de abril, en las manifestaciones
antiglobalización, se enfrentan hoy a juicios por delitos de ciencia-
ficción castigados con penas ugandesas sin que nadie recuse a un juez
ni se rasgue las vestiduras; jóvenes de Madrid, de Valencia, de Sevilla,
del Norte y del Sur, del Este y del Oeste, aporreados, apalizados, torturados,
están hoy a la espera de ser juzgados -¡ellos!- por "agresiónes"
sin que ningún juez investigue los hechos y ningún periódico
le dedique un editorial. Deslumbrados por Euzkadi, dejamos que en Castilla,
en Andalucía, en Extremadura, la misma política se empiece a aplicar
con más impunidad y frente a una menor y peor organizada resistencia.
Ojalá la Valencia de Uganda estuviese en Euzkadi. Pero la Valencia de
Uganda, como Avila, Albacete, Almendralejo, Badajoz, Cáceres, Cercedilla,
Cadiz, y así hasta la "z" de Zaragoza, tienen la desgracia de estar en
España. Como Kigas tiene la desgracia de estar en Uganda. España
y Uganda son dos países muy bonitos, pero hay mucha gente que querría
cambiarle, si no el nombre, al menos las entrañas.
En esta España insonorizada no se oirá quizás el grito
de los que reclamamos la inmediata puesta en libertad de los detenidos de Valencia.
El oído va perdiendo sensibilidad, interesadamente, a medida que aumenta
el volumen de las voces de dolor o de protesta. Pero una advertencia a los que
no han hecho nada, a los que nunca han hecho nada: se empieza encarcelando arbitrariamente
al vasco de Gestoras, al militante del centro social, al okupa que levanta su
Gugenheim de barrio, al joven que defiende su derecho a la ciudad y, como la
arbitrariedad es arbitraria, al final nadie está a salvo. Al tío
del cuñado del novio de ese okupa peludo que bebía cerveza, que
soñaba un mundo sin dinero y hablaba de Palestina, ¿por qué le
ha llamado la policía si él no había hecho nada? Porque
allí donde un solo hombre puede ser tratado arbitrariamente como un criminal,
todos nos convertimos en potenciales criminales. Euzkadi y Valencia forman parte
- tiene razón nuestro gobierno- del mismo problema: nuestro gobierno.