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17 de abril del 2002
Si el país no cede su soberanía por unos años, habrá ruina y caos: Dornbusch y Caballero vuelven con su propuesta de una invasión tecnocrática
Julio Nudler
Página 12
"Puede ser la única opción para Eduardo Duhalde si no quiere
caer, y también la única oportunidad de una transición
democrática y ordenada." ¿Es una opinión o una amenaza? ¿Y cuál
es esa alternativa? Entregarle por varios años a un equipo de tecnócratas
del Primer Mundo el manejo del Banco Central, de Hacienda y de Ingresos Públicos,
"y quizás hasta la libranza y el cobro de los cheques grandes". Estos
enviados traerían bajo el brazo un fuerte préstamo multilateral,
porque la seriedad sin dólares no resulta tan seria. Rudiger Dornbusch
y Ricardo Caballero, dos prominentes economistas del Massachussetts Institute
of Technology (MIT), han vuelto a la carga con su propuesta de que la Argentina
alquile afuera la credibilidad que no tienen sus dirigentes. Los envalentonaron
algunos sondeos de opinión, que mostraron una aceptación sorprendentemente
alta para una idea que mella la soberanía nacional. Cuando Página/12
reveló la proposición del dúo DyC, el 2 de marzo, ella
parecía aún una boutade, una provocación, pero entretanto
se multiplicaron planteos más o menos similares en círculos económicos,
políticos y académicos anglosajones, y Anoop Singh, encargado
de Asuntos Especiales del FMI, empezó a comportarse aquí como
un poder paralelo o hasta sobrepuesto al constitucional.
Refiriéndose precisamente al Fondo, DyC dicen que está ante un
gran dilema. No puede darse el lujo de ser intransigente hasta el extremo de
tumbar a Duhalde, pero, después de tantos acuerdos fracasados, tampoco
puede cerrar los ojos y poner el dinero sobre el tafilete. Para no exponerse
a este peligro, el FMI termina exigiendo "un feroz recorte fiscal en medio de
una depresión. Si esta estrategia se impone –advierten–, la economía
capotará, volviéndose ingobernable." Si en cambio gana la estrategia
de mínima, nada habrá cambiado, perdiéndose otra esperanza.
DyC resaltan, como elemento crítico, que la plata del Fondo y las reformas
necesarias para conseguirla no son un fin en sí mismas sino una palanca
para lograr que vuelvan los capitales argentinos, y también extranjeros.
La salvación está en el capital privado. Esta es una variante
de la familiar teoría de la confianza. No se trata de acordar algunas
metas presupuestarias de corto plazo y firmar compromisos que serán abandonados
en medio de la lucha preelectoral de 2003. La fórmula es que la Argentina
acepte e incluso pida el envío de un equipo estabilizador extranjero
para ejercer la política monetaria, fiscal e impositiva. "No sustituirán
a Duhalde ni a su sucesor", tranquilizan, aunque es evidente que el morador
de la Rosada ya no podrá sentirse el dueño de casa.
El estadounidense y el chileno afirman que la actual crisis argentina es la
mayor que ninguna economía emergente haya sufrido en décadas,
y que "están siendo destruidos los cimientos mismos de una sociedad moderna".
Dicen que quienes rechazan la renuncia a la soberanía financiera y económica
de la Argentina por algunos años ven en esa propuesta un ataque contra
el orgullo nacional. "Esta percepción es equivocada –replican DyC–, porque
un país es mucho más que un conjunto de normas monetarias, financieras
y fiscales. (Falta que digan que la patria es un sentimiento.) No se renuncia
a la identidad y el orgullo nacional –prosiguen– al aceptar que unos extranjeros
controlen la implementación de un conjunto de normas cuidadosamente diseñadas
para no interferir con la soberanía política, y aprobadas por
el Congreso argentino. Dejemos la retórica y el orgullo de lado –aconsejan–.
La situación es demasiado grave." Por las dudas, piden disculpas "a quienes
hayamos ofendido". Todavía queda gente educada.
Estos economistas ven que el problema argentino va mucho más allá
de una común crisis de liquidez, y que por tanto la solución no
puede consistir en una inyección temporaria de recursos: hay que tener
una visión clara decómo arreglar lo que viene después,
el mediano y largo plazo. La dupla ve que hay considerable acuerdo (en los círculos
que ellos toman en cuenta, se entiende) respecto de algunos de los ingredientes
clave de una reforma estructural, y gran parte de ellos pueden encararse sin
demora: una campaña contra la corrupción, sin piedad para jueces,
parlamentarios, funcionarios públicos y otros; una reforma impositiva
y de la coparticipación, mucho más allá de la discusión
pequeña de estos días; protección de los derechos de propiedad
y estabilización definitiva de las reglas de juego; la remoción
de las conocidas rigideces estructurales de la Argentina (entiéndase
más flexibilización laboral). "Empiecen ya mismo –aconsejan–,
y elijan en 2003 al candidato que haga de esta propuesta su bandera." De esta
forma, DyC ordenan a quién votar.
Resaltador en mano, sobresalen estos otros conceptos:
- No hay dinero del FMI que pueda compensar la fuga de capitales. Hace falta
restablecer la confianza para que regresen.
- Para recuperarla no bastará con el mero anuncio de una sólida
estrategia de largo plazo: ésta tiene que ser creíble. Lograrlo
es difícil para cualquiera que tenga los clásicos antecedentes
de cualquier argentino, y más aún para un gobierno de transición.
- La Argentina está ya demasiado enferma como para tomar la medicina
de un ajuste brutal. Este provocaría una explosión social. Toda
promesa de un torniquete presupuestario es sencillamente poco creíble.
La transa propuesta suena así: cuanta más confianza, menos ajuste.