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16 de abril del 2002
Nicaragua: Millones de árboles en el suelo
Carlos Powell 
  
  "El que a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija" 
  
  Como una tortura china, el norte de la región pacífica 
  de Nicaragua, en las últimas décadas, ha sufrido una verdadera 
  lluvia intermitente, pero implacablemente puntual, de tragedias de toda índole: 
  bélicas, humanas, climáticas, económicas, y en muchos casos 
  combinadas unas a otras. Y ahora, si no se interviene eficazmente, a esta sórdida 
  lista podría agregarse una catástrofe más en los próximos 
  meses: en la zona limítrofe con Honduras, en Nueva Segovia, podría 
  producirse un vasto incendio forestal, consumiendo miles de hectáreas 
  de bosques de coníferas. Pero para poder contextualizar la dimensión 
  humana -además de la ecológica y económica- de esta incendiaria 
  espada de Damocles que pende sobre el departamento más norteño 
  de Nicaragua y sus alrededores, hagamos un rapidísimo vuelo histórico 
  sobre esta región, que nada tiene que envidiarle al desolado Job, si 
  no es la gracia de su Dios y el fin de los tormentos. 
  Para comenzar, el norte de Nicaragua ha sido la zona de los más intensos 
  y masivos combates armados entre el Ejército Sandinista y la Resistencia 
  Nicaragüense, durante una guerra sin cuartel de casi 10 años. Si 
  la guerra es insoportable en sí misma, la más insoportable de 
  todas es la guerra civil, donde un hijo puede llegar a tirar sobre su padre, 
  el tío sobre el sobrino, un hermano sobre otro. El desplazamiento de 
  poblaciones, el abandono forzado de las tierras de cultivo, y todos los trastornos 
  familiares, descalabros culturales y económicos inherentes, fue severo, 
  cruel y con secuelas profundas que hoy todavía son llagas sociales que 
  no acaban de cerrarse. La guerra civil española remueve todavía 
  pasiones fratricidas. 
  El advenimiento del gobierno de Violeta Chamorro no produjo como por arte de 
  magia el cese de las hostilidades entre un bando y otro. Entre recontras y recompas, 
  el proceso de desmovilización culminó muy entrado el período 
  de este gobierno. Y al terminar su festín de carne joven, los frentes 
  dejaron tras su paso una intolerable estela letal: campos, caminos, montañas, 
  haciendas, bosques, riveras de arroyos, inmediaciones de pueblos...sembrados 
  de miles de minas antipersonales. Durante muchos años más la sociedad 
  seguirá reviviendo cotidianamente la guerra, en la imagen apabullante 
  de ese niño que, a la vuelta de una esquina, aparece titubeando por las 
  polvorientas y pedregosas calles de su vida, con muletas, prótesis, o 
  sillita de ruedas. Al saltar por el aire, destrozado en un segundo, le queda 
  el resto de sus días - cuando sobrevive- para preguntarse en qué 
  guerra le tocó participar, él que no pudo leer - si sabía 
  leer- un oxidado cartelito medio cubierto por las ramas o destruido por 
  el ganado que decía "No pasar, zona minada". Esto es, cuando existe un 
  cartel. Mientras redacto estas líneas, viene a mí, como una amarga 
  figura de estilo, el título de la obra de Eduardo Galeano, "Patas arriba". 
  En qué mundo vivimos, me digo, que está tan patas arriba para 
  que algunos empiecen la vida perdiendo las suyas mucho tiempo después 
  de terminada una guerra, sin tener arte ni parte en ella. 
  Después de esta hecatombe bélica, hubo que reconstruir materialmente 
  y socialmente. Los famosos recursos financieros prometidos por la administración 
  de la banca internacional manejada por Estados Unidos, llegaron a regañadientes 
  y en menos cantidades que las que se requerían. En todo caso, infinitamente 
  por debajo de lo que Estados Unidos invirtió para desalojar al gobierno 
  sandinista. Violeta Chamorro, que tanto había confiado en los vecinos 
  del norte, navegó en un mar lleno de sorpresas y desilusiones ideológicas. 
  Financiamientos para la pacificación y rehabilitación de desmovilizados 
  nunca llegaron. Así, temerarias y sangrientas incursiones como la del 
  celebérrimo guerrillero "Pedrito el Hondureño", que con sus hombres 
  asaltó todos los bancos de Estelí en un solo día, fueron 
  las respuestas a la esperanza negada. También empezaron los secuestros. 
  En ese momento, Nicaragua estuvo a punto de "colombianizarse". 
  Cuando estos procesos por fin se consideraron medianamente controlados, hacia 
  1996, vinieron años de inestabilidad climática relacionados con 
  el fenómeno meteorológico de El Niño, que diezmaron con 
  la sequía los incipientes campos de cultivo que renacían, logrados 
  con mucho esfuerzo y métodos artesanales, por la escasísima infraestructura 
  y tecnología con que cuentan allí los campesinos. En 1997, el 
  informe de Naciones Unidas sobre desarrollo humano, dice que en Nicaragua había 
  un tractor por hectárea de tierra cultivable, contra casi 8 en el resto 
  de Centroamérica. 
  Cuando por fin, en 1998, llegó la tan esperada lluvia, fue criminal: 
  el huracán Mitch, con aguas torrenciales y vientos enfurecidos arrasó 
  con casas, caminos, puentes, animales, lomas...y se llevó a miles de 
  personas con los aludes. Los campos sedientos esperaban el agua, pero ésta 
  vino a llevarse todo por delante: levantó la cubierta fértil de 
  las tierras de cultivo preservadas con mil atenciones, destruyó capas 
  acuíferas, las desplazó o las contaminó. Todavía 
  en 2002 se están terminando de construir algunos puentes y carreteras. 
  Y para colmo de males, otra vorágine hizo desaparecer una buena parte 
  de la ayuda internacional que llegó al país para hacerle frente 
  al drama: la mano corrupta del gobernante. 
  La destrucción de infraestructura provocada por el huracán Mitch 
  (sin precedentes similares en toda la historia nicaragüense registrada) 
  supone enormes dificultades para toda actividad humana y especialmente para 
  las actividades agrícolas. Y Nicaragua es todavía un país 
  agro- exportador. 
  En los años posteriores al huracán Mitch, años de lenta 
  reparación, volvió la sequía: tres años con bajísimas 
  precipitaciones han provocado enormes pérdidas de cosechas de maíz, 
  frijol, y han diezmado el ganado, la fauna y la flora en general, en las zonas 
  más bajas. En el momento más álgido de la sequía 
  el año pasado, se calculó que la vida de cerca de un millón 
  de personas estaba amenazada por el hambre entre Honduras y el norte de Nicaragua. 
  Cuando el anuncio fue hecho, la muerte por inanición ya había 
  cobrado miles de vidas, que suelen esquivar las estadísticas al registrarse 
  oficialmente como "carencias", o como "enfermedad contraída". 
  Y qué pasa ahora. De las 500.000 hectáreas de bosques nicaragüenses 
  que representan el límite sur de las coníferas que bajan desde 
  el norte de América, 130.000 están en Nueva Segovia (el departamento 
  más norteño) y departamentos vecinos. De éstas, 63.000 
  hectáreas fueron afectadas por un fagocitador maderero, que seca al árbol 
  en pie. Como único remedio para detener el avance del "gorgojo descortezador" 
  (Dendroctonus frontalis), cerca de dos millones de árboles ya 
  han sido abatidos y están en proceso de ser retirados de la zona. Se 
  calculan las pérdidas comerciales (inmediatas y futuras) en cientos de 
  millones de dólares, sin contar los daños sociales por pérdida 
  de empleos, y los trastornos ecológicos colaterales. Entre estos últimos, 
  el más grave de todos, la desaparición de las -ya escasas- fuentes 
  de agua, que el manto forestal administra y protege. La sequía ha obligado 
  a muchas comunidades a declarar el estado de emergencia antes incluso que comience 
  el ciclo calendario del verano. 
  Pero esto no acaba ahí. El control de la plaga -que oficialmente ya habría 
  sido alcanzado- no es el fin de los tormentos: si las predicciones de la llegada 
  funesta de un nuevo fenómeno de El Niño se confirman (como lo 
  indica actualmente la tendencia al calentamiento de la superficie oceánica) 
  un incendio de proporciones nunca vistas en esta región podría 
  producirse en un abrir y cerrar de ojos. ¿Por qué? En medio de la sequía 
  declarada y ayudada por la imprudencia de las quemas tradicionales que hacen 
  los campesinos en zonas cercanas para "limpiar" los campos (o cualquier otro 
  accidente o acto deliberado), los millones de metros cúbicos de madera 
  seca en el suelo (o en pie), ramas y hojarasca, podrían encenderse como 
  una pira funeraria de proporciones gigantescas. Las autoridades calculan que 
  un incendio de estas proporciones afectaría casi inmediatamente a unas 
  100 mil personas. Hasta los departamentos vecinos, como Madriz, Estelí 
  y Jinotega se verían afectados ecológicamente y, en función 
  de la violencia de los vientos que puedan soplar en ese momento, las repercusiones 
  podrían extenderse incluso hasta zonas de la Costa Atlántica, 
  indican los expertos ambientalistas y bomberos especializados que llegaron a 
  la zona. El plan preventivo que se ha elaborado supone 4 millones de dólares, 
  de los cuales las autoridades locales han recibido 500 mil por el momento... 
  
  Esta plaga fue detectada en el año 1999. En ese momento estaban afectadas 
  sólo 30 hectáreas. Ahora nos encontramos a las puertas 
  de los meses más cálidos en la región y donde mayor cantidad 
  de incendios por quemas agrícolas se producen habitualmente en las zonas 
  rurales. Y menos del 1 % del volumen de la madera seca ha sido extraído 
  de las zonas de riesgo (por falta de interés comercial de los intermediarios). 
  Ciertos sectores todavía no han sido completamente limpiados de minas 
  antipersonales. La llegada de El Niño ya está prácticamente 
  confirmada, y en Nicaragua -contrariamente a otras regiones- este fenómeno 
  se traduce por mayor sequía. Todo está listo para un drama sin 
  precedentes, en una región donde es frecuente que los padres tengan que 
  caminar varias horas para traer un niño a un centro de salud. ¿Por qué 
  se ha llegado a esta situación tan potencialmente extrema? ¿Por qué 
  el gorgojo descortezador pudo devorar tantos miles de hectáreas entre 
  1999 y 2002? Quizá los asuntos del medio ambiente sólo atraen 
  la atención de los políticos cuando adquieren perfiles de catástrofe. 
  Quizá hay en todo esto alguna información clave que no se da a 
  conocer. Quizá los medios de comunicación social también 
  deban incorporar en sus agendas los temas ecológicos preventivos, dándoles 
  carácter de "cobertura de actualidad", porque silenciosamente es allí 
  donde está comprometido nuestro futuro. Esto lo saben perfectamente desde 
  ahora todos los habitantes de Jalapa, uno de los municipios de Nueva Segovia, 
  donde las pérdidas del bosque llegan casi al 100 %. Claramente lo expresó 
  un productor de la zona: "De hoy en adelante vamos a tener que trabajar todos 
  juntos para no dejarles a nuestros hijos un desierto." 
  Todos juntos. 
  Carlos Powell, periodista radicado en Estelí, Nicaragua