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9 de abril del 2002
Sombras amenazantes sobre Venezuela
Atilio A. Borón
Venezuela parece encaminarse resueltamente hacia una crisis económica, política y social sin precedentes desde mediados del siglo XX. ¿Cómo caracterizar esta coyuntura?
En primer lugar, la crisis es producto del desenvolvimiento de las luchas de clases y de la inevitable polarización a la que conduce en América Latina cualquier programa de transformación social. En el continente donde se asienta el poder imperial de Estados Unidos, las reformas, por tímidas que sean, suelen ser ahogadas en la sangre de cruentos procesos contrarrevolucionarios. Y el gobierno de Chávez tiene el mérito de haber introducido en la vida pública venezolana una reforma de fundamental importancia y de perdurables efectos: después de largas décadas de hueca e inconsencuente retórica democrática, su gobierno le confirió un sentido de dignidad a las clases y capas populares de ese país. Después de Chávez, ser mulato, mestizo o negro deja de ser estigma, y esto explica tanto la intensa adhesión de los sectores más pobres y marginados hacia él, como el odio que su figura suscita entre los ricos que, no por casualidad, son casi todos güeros.
Pocas veces se ha visto una superposición tan diáfana entre clase y color, como la que afloró en Venezuela tras la caída del régimen surgido del Pacto de Punto Fijo. Los significativos avances sociales consagrados por la Constitución bolivariana, la módica reforma tributaria que afecta fundamentalmente a las petroleras extranjeras y la moderada reforma agraria impulsada el año pasado, unidas a la caída de los ingresos petroleros, la devaluación del bolívar y la fuga de divisas, pusieron el condimento económico necesario para tensar la cuerda de la lucha de clases. En ese marco, hay que reconocer que el gobierno de Chávez ha cometido algunos errores y ha incurrido en no pocas torpezas que alimentaron la fuerza de la oposición, al paso que desencantaba a sus seguidores. En este rubro, hay que anotar desde el exagerado personalismo de la gestión presidencial -que en condiciones de crisis como las actuales desgasta innecesariamente la imagen del mandatario- hasta las vacilaciones de la política económica, la persistencia de la pobreza y el desempleo, así como el deterioro de los servicios públicos. Maquiavelo recordaba que los reformadores irresolutos como Chávez conjuran contra sí el peor de los mundos: la parcial y desconfiada lealtad de los beneficiados por sus reformas y el total antagonismo de sus damnificados.
Pero el correcto descifrado de la coyuntura sería imposible, al margen de un análisis de la situación global de América Latina y el demencial belicismo desplegado por Washington después del 11 de septiembre. En este sentido, la temprana oposición de Chávez al Plan Colombia y a la militarización del conflicto que desgarra a ese país -manifestada no sólo en declaraciones, sino en negativas concretas a la utilización del territorio y del espacio aéreo venezolano para intervenir en la lucha antiguerrillera- ha suscitado la cólera de Washington, que si no dio lugar a mayores represalias fue sencillamente por la necesidad de preservar una fuente confiable y cercana de abastecimiento de petróleo (la otra es México), en momentos en que dos de los principales productores mundiales de crudo, Irán e Irak, están sindicados como posibles blancos de ataques nucleares estadunidenses, y un tercero, el Estado-cliente de Arabia Saudita ha entrado en un peligroso ciclo de creciente inestabilidad política y social. Chávez irritó también a Estados Unidos por su estratégico papel en la revitalización de la OPEP, su desafiante visita a países tales como Irak, Irán y Libia; su acercamiento al Mercosur, a través de su fluido diálogo con Fernando H. Cardoso, presidente de Brasil, y su rechazo al ALCA; su negativa a endosar la dizque "guerra al terrorismo", lanzada por Bush Jr. luego del 11 de septiembre, y su condena a las operaciones militares en Afganistán y, last but not least, por las buenas relaciones que ha establecido con La Habana, lo que ha permitido, entre otras cosas, introducir una promisoria novedad en el comercio internacional sur-sur, al concretar un programa de intercambio de petróleo, que a Venezuela le sobra, por atención médica, donde los cubanos sobresalen por su excelencia.
Es obvio que en un continente como éste el precio que se paga por seguir una política exterior así de independiente es muy elevado. De ahí el temporal retiro del embajador estadunidense de Caracas, las ofensivas declaraciones de Colin Powell, en relación con las actitudes de Chávez frente al "terrorismo", y la extraordinaria campaña propagandística destinada a satanizar a Chávez y a su gobierno, precisamente cuando en Argentina naufragaban trágicamente las políticas del FMI y del BM.
Eliminar al chavismo aparece ante los ojos de los estrategas de Washington como prerrequisito para "normalizar" la situación colombiana y para poner fin, con un castigo ejemplar, a un gobierno que ha desafiado las directivas del imperio en materia de política exterior y, en parte, interior. En todo caso, si alguien tiene dudas acerca de lo que Chávez significa para Venezuela y para la izquierda en general, una rápida ojeada al abanico de sus adversarios políticos las elimina por completo. En la vereda de enfrente se encuentran el gobierno estadunidense, los grandes grupos económicos y la banca extranjera, los tradicionales monopolios de la prensa y los medios de comunicación de masas; la dirigencia sindical más ligada a la corruptela de AD y Copei, todos bendecidos por el inédito fervor democrático de la jerarquía católica y alabados y ensalzados por los medios de comunicación estadunidenses y la Sociedad Interamericana de Prensa, la misma que jamás abrió la boca ante el centenar de periodistas desaparecidos en Argentina y que ahora se escandaliza ante los supuestos avances del chavismo sobre la prensa más libre de las Américas, y donde el nivel diario de insultos y calumnias, no sólo de críticas, a la figura presidencial no tiene parangón en ninguna otra parte. Esta es la formidable coalición que se le opone y que levanta, sin mayor convicción y con menor credibilidad, las banderas de la democracia y la justicia.
La combinación de presión externa y desestabilización interna suelen ser fatales para cualquier gobierno. Pero Chávez aún tiene una reserva de legitimidad que se deriva de su papel histórico y de las seis impecables elecciones ampliamente ganadas, algo que difícilmente pueda borrarse con un cuartelazo promovido por Washington y ejecutado por socios tan impresentables como los antes enumerados. Por otra parte, es ilusorio suponer que, con el importantísimo respaldo popular que aún cuenta -y que probablemente se acreciente en cuanto el pueblo vea en acción a sus rivales-, Chávez abandone el poder sin ofrecer batalla. Sería lamentable llegar a este violento desenlace, pero la historia enseña que las condiciones del conflicto las fijan los actores más irresponsables e inescrupulosos, y la oposición antichavista unida a los halcones de Washington parecen haber escogido la vía de la violencia y están procurando que Chávez acepte sus términos.