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19 de abril del 2002
Movilización popular, silencio sindical
Daniel Campione
La sociedad argentina de los últimos tiempos, ha estado atravesada
por irrupciones novedosas: a) Los 'piquetes' cada vez más frecuentes,
desarrollándose con mayor fuerza sobre el Gran Buenos Aires, luego de
haber aparecido en las provincias 'periféricas', b) la formidable irrupción
callejera del 19 y el 20 de diciembre, con sus diversas extracciones y modalidades
de acción, c) las asambleas de vecinos que se multiplicaron hasta ser
hoy centenares, poniendo en escena una modalidad de organización horizontal
y democrática como pocas... Pero esas irrupciones fueron acompañadas
por una virtual 'desaparición', la de las centrales sindicales, y los
trabajadores asalariados han tomado parte como individuos, o en pequeños
grupos, pero no como fuerza organizada.
Entiéndase bien, las confederaciones gremiales estuvieron presentes en
los sucesos del mes de diciembre, declararon un paro general unos días
antes, y otro en vísperas de la caída de de la Rúa, pasando
inadvertido este último por el desencadenamiento de los disturbios. Pero
una vez producida la renuncia del presidente radical, y desatado el proceso
de movilización que, en forma de cacerolazos y escraches multiplicados,
asambleas y cortes de ruta, siguió a esa dimisión e influyó
en la posterior de Rodríguez Saa, la dirigencia gremial prácticamente
salió de la escena, en un 'desensillar hasta que aclare' que lleva cuatro
meses, que se hacen largos no tanto por el tiempo calendario, como por constituir
la oscura contracara de una efervescencia popular no vista desde hace años.
Las dos alas de la CGT han sido las de retraimiento más pronunciado.
La CGT de los 'gordos' es el reservorio del sindicalismo 'de negocios', volcado
a la prestación de servicios y a los negocios de todo tipo, muchos de
ellos ligados a las privatizaciones. La finalización de la presidencia
Menem los ha dejado sin un juego político propio desde entonces, y la
salida de la convertibilidad los pone en el trance de volver con fuerza a lo
reivindicativo, saliendo a defender salarios, pero su propensión a la
negociación permanente, matizada con un paro general cada tanto, es ya
una tendencia 'estructural', y un ciclo de movilización y generalización
de las luchas le resulta más que incómodo.
Menos obvio ha sido el mutis por el foro en el caso de la CGT 'Moyano'. La defensa
de los salarios y los puestos de trabajo ocupa un lugar en su 'hoja de ruta',
y conservan cierto apoyo entre los trabajadores de sus gremios, y no sólo
el 'clientelismo' de quiénes cobran de sus estructuras. El transporte
terrestre, cuyos gremios predominan en ella, es una rama que ha tendido a crecer
en los últimos años, con base en el achicamiento del ferrocarril
y los intercambios del Mercosur. Eso les da el sustento para seguir practicando
cierto 'combativismo', organizar periódicas movilizaciones callejeras,
jugar políticamente a un peronismo 'antimenemista' o incluso coquetear
con el apoyo al Frepaso, en su momento. Pero su parálisis no ha sido
menor que la de sus colegas, las últimas movilizaciones convocadas por
esta central fueron menos que escuálidas, y Moyano fue víctima
directa de la ola de 'escraches' de los últimos meses.
Hundidos en el repudio social, con la articulación con el PJ muy debilitada,
los sindicalistas de las dos CGT ensayan ahora, inflación desatada mediante,
la reivindicación salarial, y pese a todo, siguen sin estar seriamente
amenazados en la conducción de sus gremios.
La CTA por su parte, ha apostado durante años a fortalecerse como núcleo
de un sindicalismo 'alternativo'. Puede considerarse que acertó desde
el punto de vista de su planteo de la organización sindical: Advirtió
la dispersión de los sectores obreros, la descomposición del modo
de organización fordista, la crisis política, organizacional y
cultural del modelo sindical anterior, y propuso un nuevo tipo de central, basada
en sindicatos que rompieran los límites tradicionales (trabajadores formalizados,
con contratos por tiempo indeterminado y salario establecido por convenio),
para pasar a una tentativa de incluir a nuevos sectores sociales, incluyendo
desocupados, cuentapropistas, actividades marginales, impulsando organizaciones
de base territorial y no laboral, etc. Y también decidió pasar
por encima de la tradición de 'sindicato único'. Y así
dio cabida a sindicatos 'paralelos', agrupaciones opositoras de alcance nacional
o local, comisiones internas autonomizadas, incluso afiliados sueltos.
Pero falla, a nuestro juicio, la concepción programática y las
modalidades de acción política que predominan en su seno. La CTA
no pudo despegar de la tentación de apostar una y otra vez a la vía
parlamentaria, y a través de partidos del 'sistema' o sus desprendimientos
(antes el Frepaso, últimamente el Ari o el Polo Social). No la central
como tal, pero sí buena parte de sus dirigentes se comprometieron con
el Frepaso y la Alianza, cuando ya ésta apuntaba con claridad a ser una
reedición de las políticas de Menem.
Viene además el grueso de la dirigencia de la CTA de una tradición
(peronista, social cristiana) que cultiva la idea de una construcción
política 'nacional', policlasista, a través de visualizar como
'contradicción principal' la existente con el capital extranjero y no
con el local. Esta visión que se niega a situar a la burguesía
como adversario, repercute de modo inexorable sobre el modo de encarar el Estado
y el sistema político. Lo considera susceptible de ser convertido en
un organismo orientado por ideas de 'bien público', siempre que lo ocupe
la alianza de clases 'correcta', con una orientación política
'nacional' y 'popular' que favorezca a las clases subalternas sin confrontar
con los capitalistas. Allí se detienen las expectativas en cuánto
a un cambio de 'modelo' (siempre se anatematiza al 'modelo' y no al ordenamiento
social en su totalidad).
Por lo demás, pese a sus esfuerzos para 'ampliar' el arco de su representatividad,
la central ha quedado hasta el momento en una posición minoritaria, cuyos
únicos sindicatos de 'masas' son los de trabajadores estatales.
En las vísperas del 20 de diciembre, la CTA queda desfasada del proceso
social y político real, ya que su apuesta a un mecanismo de tipo parlamentario,
la 'consulta popular' se ve superada en esos momentos por el ascenso de la movilización.
Producidos los hechos del 20 de diciembre, no cambia su política, asistiendo
más bien pasivamente a que los resultados del 'plebiscito' se opacan
ante la nueva situación, y las asambleas populares y otras iniciativas
aparecen como un elemento superador, que cuestiona al propio parlamento. Y si
bien la rama 'piquetera' de la CTA, la FTV mantiene protagonismo, aunque sufriendo
renovados cuestionamientos, los sindicatos de la central se remiten hasta ahora
a un papel secundario, no se convocan medidas de fuerza de importancia, ni movilizaciones
que los tengan en su centro.
En suma, con gradaciones y modalidades diferentes, las tres confederaciones
sindicales han entrado en una cierta 'hibernación'. Se arguye habitualmente
que la alta desocupación, los fenómenos de fragmentación
de la clase obrera, tienden a licuar el 'poder sindical'. Esto juega un papel,
pero no hay que volver absolutos sus efectos, en una época en que nuevos
sectores sociales de trabajadores, desde profesionales y técnicos hasta
recicladores o vendedores ambulantes, se organizan sindicalmente. Sobre todo
para el caso de la CTA, que toma un empeño consciente en reflejar los
cambios en la estructura social de la clase trabajadora. El problema es también
político, ideológico y cultural. La CGT (en sus dos versiones)
sufre una larga decadencia, resultado de tender a adaptarse más o menos
plenamente a las reformas neoliberales, sabiendo que una política de
confrontación incitaría la radicalización de sus bases
y amenazaría desplazarlos. Pero el curso de las políticas estatales
(no sólo económicas) tiende a debilitarlos en términos
de representatividad social, aunque logren compensaciones financieras nacidas
de esas mismas reformas (las diversas privatizaciones, en primer lugar). Esa
contradicción los atrapa en un 'tacticismo' que los preserva al frente
de sus gremios, pero los debilita ante el conjunto de los trabajadores.
La CTA por su parte, también arrostra contradicciones profundas, que
pueden resumirse en la tentativa de actuar ante una realidad nueva, sin desprenderse
del todo de la nostalgia del Estado Benefactor y el pacto interclasista inaugurado
por el peronismo, que tiñe su visión estratégica y su política
de alianzas.
La izquierda no parece tener tampoco en claro su papel en el movimiento obrero.
Por comenzar, distintas agrupaciones tienen políticas divergentes. Unos
siguen apostando a recuperar la CGT, otros 'ponen sus fichas' en la CTA buscando
generar corrientes críticas en su seno, mas allá se fantasea con
una central 'clasista' de nuevo cuño. En la organización política,
la idea de 'un gran partido de trabajadores', sigue en el estadio de la fantasía
compensatoria. Los militantes de orientación clasista siguen siendo una
minoría, activa y perseverante, presente en las luchas, pero eso no alcanza,
por lo general, para convertirlos en mayoritarios. No faltan aquí o allá
ejemplos de conflictos dirigidos por delegados clasistas, o de elecciones sindicales
ganadas por listas de izquierda. Pero son 'islas' en un 'mar' de viejos dirigentes.
La profundidad de la crisis (y el aplastamiento creciente del salario real,
devaluación mediante), y sobre todo la respuesta masiva de movilización,
nuevas formas organizativas y radicalización de los últimos meses,
constituyen una oportunidad para las fuerzas de izquierda si no se dejan ganar
por el triunfalismo y el vanguardismo alucinado que suele acompañarlo.
Y pueden serlo también para encauzar a la CTA en dirección a alcanzar
autonomía frente a las fuerzas sociales y políticas que agotan
su horizonte en un capitalismo 'honesto' y 'civilizado'.
Que las luchas de los trabajadores asalariados retomen un lugar protagónico,
podría ser un golpe decisivo para los intentos de 'recomponer' el capitalismo
argentino mediante una nueva 'ronda' de expropiación a las clases subalternas
a favor del gran capital. Y un paso cualitativo en cuánto a dar mayor
espesor social al ascenso de la movilización que alcanzó su máximo
pico en la estela del 20 de diciembre.