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El fin de la no intervención
Hace 15 años hubiera sido imposible hablar siquiera de 
  este tema, subrayó uno de los participantes 
  
  Betty Brannan Jaén 
  laprensadc@aol.com 
  Durante décadas, el principio de la "no intervención" ha sido 
  doctrina sagrada en la América Latina, pero eso está cambiando. 
  Hace dos semanas, en Washington, 30 intelectuales latinoamericanos revelaron 
  que hay un creciente consenso en la región sobre el imperativo moral 
  de permitir intervenciones militares para fines humanitarios. 
  
  "La intervención militar, aunque la mayoría lo considere raro 
  y excepcional, no puede ser excluido del panorama de posibles reacciones regionales 
  a las crisis humanitarias causadas por guerra civil, estados en colapso, o gobiernos 
  que no pueden o quieren proteger a sus ciudadanos, o que estén violando 
  masivamente los derechos de sus ciudadanos", afirmó el comunicado emitido 
  a la conclusión de una conferencia organizada por la Fundación 
  para la Paz de la Corporación Carnegie. 
  
  Me detengo a explicar el motivo de la conferencia. Desde 1999, en reacción 
  a la masacre de un millón de personas en Ruanda, el secretario general 
  de las Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, ha venido gestionando que esa organización 
  desarrolle criterios para definir cuándo debe intervenir en la situación 
  interna de algún país miembro. Viendo que los esfuerzos de Annan 
  no han surtido efecto, la Fundación Carnegie dispuso celebrar una serie 
  de conferencias regionales sobre el tema. La primera conferencia sobre "Perspectivas 
  en torno a la Intervención Militar" se refirió a Africa y se celebró 
  el año pasado; la segunda (a principios de mes, aquí en Washington) 
  fue sobre las Américas. Reunieron a 30 figuras prominentes del hemisferio, 
  de las cuales -lamento informarles- ni una era panameña. Otros países 
  americanos que han sufrido intervenciones de memoria reciente -como Chile, Haití 
  y Guatemala- estuvieron representados, pero no así Panamá. En 
  la rueda de prensa al concluirse la conferencia (que fue a puerta cerrada), 
  no pude resistir la tentación de alzar la mano para opinar que era lamentable 
  que no se hubieran incluido voces panameñas en el examen de una experiencia 
  que nosotros sufrimos en carne viva. Mi comentario obviamente le cayó 
  mal a los organizadores del evento, quienes me contestaron con frialdad que 
  las lecciones del caso panameño ya han sido incorporadas al sistema interamericano 
  con el fortalecimiento de mecanismos para proteger la democracia. 
  
  Sin embargo, lo importante es que la conferencia reveló que aunque todavía 
  existe gran resistencia en la América Latina a la idea de reformar la 
  doctrina de la no intervención, poco a poco se están haciendo 
  algunos avances. 
  
  Hace 15 años hubiera sido imposible hablar siquiera de este tema, subrayó 
  uno de los participantes. El académico argentino Fernando Tesón 
  agregó que uno de los avances importantes es precisamente la creciente 
  aceptación de la idea de que la soberanía existe para "servir 
  a los pueblos, no a los gobiernos". 
  
  La conferencia, repito, se celebró a puerta cerrada, pero produjo un 
  comunicado que subraya la responsabilidad colectiva de proteger a los pueblos 
  civiles de los países vecinos, aunque la prevención es preferible 
  a la intervención. Al considerarse una intervención, lo ideal 
  es que sea autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU; una segunda opción 
  es que lo autorice la Organización de Estados Americanos (OEA). Si los 
  organismos multilaterales no responden a la crisis, hubo desacuerdo entre los 
  conferencistas sobre la legitimidad de que una coalición de países 
  decida actuar. Algunos insistieron en que semejante intervención -por 
  el motivo que sea- es siempre una violación de derecho internacional, 
  pero otros opinaron que la intervención podría ser aceptable si 
  cumple con criterios de legitimidad. 
  
  Esos criterios, se acordó, incluyen la multilateralidad como requisito 
  indispensable. También se requiere que la intervención tenga un 
  genuino propósito humanitario y que sea en escala proporcional a los 
  objetivos. 
  
  Sobre estos puntos hubo consenso en la conferencia, pero hubo desacuerdo en 
  cuanto a preguntas más amplias del "quién", el "cuándo" 
  y el "cómo" de una intervención justificable. Una cosa es hablar 
  de que la ONU o la OEA actúen y otra cosa es sentarse a esperar que semejante 
  milagro ocurra. El genocidio de Ruanda (donde nadie hizo nada) no es igual al 
  caso panameño (donde Estados Unidos, para bien o mal, dispuso actuar 
  unilateralmente). Y mirar al toro desde la barrera es mas cómodo que 
  estar en el fuego cruzado de un conflicto interminable. En Colombia, observó 
  una de las conferencistas, las encuestas muestran que un 70 por ciento de los 
  ciudadanos quiere que Estados Unidos intervenga militarmente. Yo presumo que 
  les importa poco si la intervención es unilateral o no. 
  
  
  La autora es corresponsalde La Prensa