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16 de abril del 2002
Medialunas
Osvaldo Bayer
Página 12
Dan el film Bolivia. Yo lo hubiera llamado "Buenos Aires". Porque la
agudeza del director nos lleva a un boliche –churrasquería, bar, café–
de cualquier barrio de Buenos Aires, que pinta tal cual es nuestra sociedad
hoy, nuestra ciudad, su pasar, su idiosincrasia. Una pintura fiel, con un boliviano,
por supuesto, que cumple y trabaja, pero ojo con él, no es un esclavo;
y una paraguaya que atiende a los parroquianos y se calla la boca, mientras
los argentinos, bien argentinos, son los que hablan. En su idioma. Una pintura
exacta de lo diario, de lo que ha hecho el argentino de la Argentina.
Mientras en la churrasquería del film Bolivia se sustenta el drama de
los días inhumanos de nuestras calles y nuestros interiores, pasemos
a ver ahora el otro film diario de la realidad argentina. Pudimos ver por televisión
cómo la Policía Federal, en un banco extranjero, daba la paliza
merecida a los ahorristas a quienes, desde el poder oficial, se les habían
incautado sus ahorros.
Aquí ya tenemos otro film para el director Caetano: la historia de Argelia,
una gorda tucumana que fue a reclamar sus 1200 dólares que necesita para
el dentista. La tiraron al suelo, la dieron vuelta y le pusieron las esposas
por la espalda mientras el valiente policía federal le tiraba de los
cabellos, todo en la forma más violenta, mientras los golpes oficiales
la llenaban de magulladuras. Una estampa como aquellas que nos relataban de
los días anteriores a la Revolución Francesa, cuando las cohortes
de los poderosos apaleaban a los niños hambrientos de antemano para que
ya no tuvieran ganas de pedir pan. Esta vez no es cine, sino pantalla de televisión:
dar su merecido a quien es pobre. Los rostros de los uniformados tirando gases
en los ojos. Una escena para un cuadro de época. Y después, presa.
La suerte de Argelia, la tucumana que en vez de recibir el dinero para el dentista
recibió un puñetazo federal en la boca que le rompió el
colmillo. Mi país argentino.
Fui al velorio del custodia de Ruckauf para comprender bien la época,
el escenario, los actores. Impresionante: cien, doscientos comisarios vestidos
de gala, con condecoraciones, breeches y botas, algunos con cascos imponentes,
todos gordos con rostros relevantes del gozo óptimo de la vida; no nos
explicamos cómo entraron en sus uniformes, nos imaginamos que entre dos
o tres los ayudaron a ceñirse las prendas del azul distintivo. Nadie
lloró. La cara desencajada de Ruckauf, con su risa chacalina helada,
gritando a algunos desaforados: "Vayan a gritarles a los jueces". Vayan a gritarles
a los jueces. La justicia. Pienso entre admirado y sorprendido: ¿Ruckauf, la
justicia? ¿El, que fue miembro del gobierno de las Tres A, pidiendo justicia?
¿Por qué no pidió justicia aquel 7 de setiembre de 1974 cuando
fue asesinado por subversivo el bebé de cinco meses Pablo Gustavo Laguzzi,
hijo del rector de la Universidad de Buenos Aires de ese entonces? Los autores
de este horrible crimen fueron las Tres A del gobierno peronista de Isabel,
López Rega y Ruckauf. "Vayan a gritarles a los jueces", se oyó
la voz ya casi descompuesta de Ruckauf en el velorio del policía en el
cual nadie lloró. Mientras el presidente Duhalde pedía más
penas para los delincuentes que atacan a la policía de los argentinos.
Pero no para los policías argentinos del gatillo fácil que matan
a adolescentes. Yo me ofrezco para llevar al señor presidente de la mano
hasta su barrio, Lomas de Zamora, y mostrarle cómo lo dejaron él
y sus intendentes de la patota a su barrio. ¿Y este señor quiere llevar
a cabo la gran cruzada de salvar a la Argentina? Sería muy bueno invitar
a los corresponsales extranjeros a pasear por Lomas de Zamora y decirles: "Este
es el futuro del país argentino". Nos duelen todos los palos a la tucumana
Argelia, que quería su plata ahorrada. Vaya ingenuidad. No, no, la clave
está en la "más justicia" que pide Ruckauf, en el más castigo
para los delincuentes de villas, que son causantes del gran drama argentino.
Idea profunda del estadista que supimos conseguir, marca Tres A en el orillo.
Duhalde habla a todo quien lo quiera escuchar de "prisión perpetua" para
todos los matadores de policías.
Recomendamos a esos dos estadistas que lean el excelente estudio que realizó
el Colectivo de Organizaciones No Gubernamentales Argentinas sobre la aplicación
de la Convención sobre los Derechos del Niño. Un estudio que sin
ninguna duda adoptará en breve Naciones Unidas. Se trata de especialistas
y científicos sociales que se basan principalmente en estadísticas
oficiales. Uno queda atónito cómo el Estado mismo reconoce lo
bajo que hemos caído.
Tomemos, por ejemplo, un párrafo de ese estudio que nos habla del período
de Ruckauf como gobernantes del territorio bonaerense. El capítulo se
titula: "Los años recientes. El caso de la Provincia de Buenos Aires".
Y dice: "Los efectos del discurso y de las prácticas sustentadas por
el Estado provincial de Buenos Aires se manifiestan claramente en los hechos
acaecidos durante los años 2000 y 2001. De acuerdo con las denuncias
o por el estado público que han tomado ciertos casos, se han registrado
61 casos de gatillo fácil en dichos años. De ellos, 25 corresponden
a menores de 18 años. Es decir, un 41 por ciento de las víctimas
son menores de 18 años". "Resulta pertinente –continúa– presentar
un análisis de lo sucedido durante los últimos años en
un área de la denominada Zona Norte de esa provincia. Las víctimas
allí registradas componen un grupo heterogéneo en su procedencia.
Sin embargo, se puede efectuar una primera categorización: entre las
víctimas se encuentran quienes se quedaron en el medio de un tiroteo
porque estaban en la zona en el momento del mismo, y quienes eran "sospechosos"
de estar involucrados en un hecho delictivo y fueron ajusticiados por las fuerzas
de seguridad. Estos últimos componen el grupo con mayor cantidad de víctimas.
Algunos de ellos son asesinados por no querer aceptar delinquir para la policía
o pagar el "peaje" impuesto por miembros de la fuerza para mantenerse activos
en el delito. Esta situación revela la existencia de un sistema de convivencia
de las instituciones policiales con el 'mundo del delito'; evidencia procedimientos
ilegales y paralelos de represión y da cuenta de la incapacidad del Estado
para depurar sus instituciones represivas y los efectos que estas producen sobre
el delito". Estos datos se completan con las comprobaciones que sólo
9 de los policías muertos en este año estaban en servicio de un
total de 49.
Por más que nuestros estadistas Duhalde y Ruckauf soliciten más
castigo como solución para parar a la delincuencia, estas cifras lo dicen
todo. Cualquier persona honesta se da cuenta de que por aquí empieza
el drama argentino y no en la supuesta maldad pecaminosa de quienes se apartan
de las normas de la sociedad: "En octubre de 2001 –nos dice el informe citado–
la población por debajo de la línea de pobreza es de 41,4 por
ciento, es decir, 14.961.914 argentinos. La incidencia de la pobreza en los
menores de 18 años es del 58,6 por ciento, es decir, 6.939.527 niños
y adolescentes (casi 530.000 más que en mayo del mismo año). En
el grupo de 6 a 12 años la incidencia es aún mayor, del 60,8 por
ciento. De aquí la posibilidad de afirmar que la incidencia de la pobreza
entre los menores de 18 años es mucho mayor que en el resto de la población".
Bien, ¿qué significan estos millones de niños pobres dentro de
diez años? ¿Se corregirán con las nuevas leyes de penalidades
de Duhalde o los gritos contra la justicia de Ruckauf?
Si seguimos esa línea de pensamiento, ante el agravamiento de los delitos
podría aplicarse el método Tres A, del que sabe mucho Ruckauf
o directamente proceder al desalojo de las villas miseria para proteger así
a nuestra Policía Federal. Cuando el único razonamiento exacto
es:
todo gobierno en el cual han crecido las villas miseria es un mal gobierno.
Y si vemos las estadísticas: desde la dictadura siguen creciendo sin
pausa y con prisa.
Vivo desde 1933 en Belgrano. La primera vez que he visto dormir chicos en las
veredas y en los umbrales es ahora. Ni siquiera se ponen un diario debajo. A
veces duermen durante todo el día. Tal vez han llegado hasta aquí
huyendo del gatillo fácil. Todos tienen el hermoso color de la tierra
y ojos grandes. Salgo a caminar temprano. Diviso una mujer más bien pequeña.
Sale de la panadería. Lleva paquetitos envueltos en papel de estraza.
Despierta uno a uno a los chicos de la calle dormidos y le da un paquetito.
Los chicos se despiertan, abren los envoltorios: son medialunas. Se ponen a
comer sin dar las gracias ni saludar.
Me da curiosidad y le pregunto a la mujer:
–¿Por qué les da medialunas y no pan, que es más barato? –le digo.
–Para que ellos vayan aprendiendo que también tienen el derecho a gozar
de otras cosas –me dice, dura, como si yo fuera un entrometido.
La veo alejarse. Es pequeña, tiene la misma estatura que la frágil
Rosa Luxemburgo, la bella alma, la revolucionaria eterna, con su cráneo
destrozado por los esbirros uniformados.
–Tal vez Rosa –pienso– hubiera procedido igual que esta mujer.
Se da vuelta, me mira, cree que soy un policía. Y no, la sigo observando
porque he empezado a admirar a esa sencilla mujer de mi barrio.
Por eso, señores Duhalde y Ruckauf: ni subir las penas de prisión,
ni meterles gatillo fácil. Medialunas.