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Latinoamérica

El insuperado síndrome de Malvinas

Por Mempo Giardinelli

¿Qué significado tiene hoy la Guerra de Malvinas? Es una pregunta que nuestro pueblo no se hace porque es un trauma no resuelto. Pero no es asunto de poca importancia y en este 20º aniversario conviene retomarlo porque en nuestra vida cotidiana los argentinos hacemos como que lo hemos superado, pero eso es sólo una simulación.
La derrota fue seguida de un impresionante proceso de desmemoria forzada y por eso hoy, a 20 años de esa guerra, todavía no se sabe si celebrar o llorar. En todos estos años, uno por uno, esta nación no ha sabido qué hacer en cada aniversario de aquel estúpido 2 de abril. Con Alfonsín se recordó la derrota como un aniversario luctuoso, cada 10 de junio. Con Menem la fecha fue un feriado bastante anodino. Con De la Rúa los militares consiguieron que en lugar del 10 de junio (día de la pérdida de las islas en 1833) se recordara el 2 de abril (día del desembarco). Retroceso sutil que es más que un cambio de fecha: es renegar de la derrota, contribuir a la negación e impedir la síntesis. Es volver a falsificar, falsificando.
Por geografía, por historia y por derecho, las Islas Malvinas son argentinas y esto fue reconocido por todas las clases sociales, en todas las épocas. Si hubo una causa unificadora y un sentimiento unánime en nuestro país, durante un siglo y medio, fue la convicción de que esas islas son parte del territorio nacional. Por lo tanto, si había una causa capaz de unirnos era ésta y eso fue lo que explotaron Galtieri y su pandilla. Esa causa no podía sino ser bienvenida por el conjunto de la población, y además recibió la solidaridad continental porque tenía un claro contenido antiimperialista, y a comienzos de los ‘80 –cabe recordarlo– eso era fusionante en América Latina.
La Junta, imaginando un triunfo bélico imposible, pretendió tapar sus crímenes y de paso glorificar a unas fuerzas armadas que ya eran profundamente odiadas. Pero semejante aventura militar no tenía nada que ver con los verdaderos sentimientos del pueblo. El politólogo Adolfo Gilly, en el diario mexicano unomásuno del 10 de abril de ese 1982, comparó la ocupación militar de las Malvinas con la invasión norteamericana a México en abril de 1914, cuando en plena revolución tropas yanquis ocuparon el puerto de Veracruz; en aquel momento el dictador Victoriano Huerta llamó a toda la nación a unirse para la defensa, pero tanto el líder revolucionario Venustiano Carranza como el conjunto de las fuerzas insurgentes respondieron condenando sin reservas la invasión estadounidense pero negándose a suspender la lucha contra el dictador. Y de ninguna manera aceptaron la unión nacional que propuso Huerta. En cambio en la Argentina, según Gilly: "Que los partidos Justicialista, Radical, Conservador, Comunista y Montonero, además de la CGT, hayan resuelto apoyar la concentración convocada por el gobierno militar en Plaza de Mayo, nada tiene que ver con los reales intereses de los argentinos".
Si los recuerdos pueden ser insoportables, quizás éste sea un gran ejemplo de por qué la mayoría de los argentinos prefiere no recordar esta guerra... La imposibilidad de digerir el trauma me parece que no se debe sólo a la derrota sino a un sentimiento muy sutil: la vergüenza de haber aceptado un engaño tan doloroso. Porque si bien prácticamente todos los argentinos compartíamos la reivindicación de las islas y la condena a la centenaria usurpación británica, no fueron muchos los que advirtieron y condenaron al mismo tiempo la jugada política de la dictadura. Tanto en el exilio como dentro del país fueron, fuimos muy pocos los que no nos prestamos a la unión nacional mentirosa que proponían Galtieri y casi todos los partidos políticos. Esa guerra no tenía coherencia y todavía llama la atención que hayan sido tan pocos los que advirtieron la trampa.Casi no hubo quienes dijeran que después de la ocupación y antes de la recuperación británica había que retirarse unilateralmente, dejando la huella del hecho pero salvando las vidas de nuestros soldados, que de lo contrario, y como en efecto sucedió, quedarían entrampados en una carnicería. Había que retirarse y aplicar medidas antiimperialistas reales y efectivas, y no sangrientas, como por ejemplo la expropiación de todas las propiedades y capitales ingleses como medida compensatoria de guerra y hasta tanto la corona británica aceptase devolver las islas, o al menos discutir seriamente la cuestión de la soberanía y el traspaso. Pero eso no se hizo (el ministro de Economía era Roberto Alemann) y así nos costó.
Esa guerra fue una aventura irresponsable, lanzada sin medir consecuencias, con un infantilismo asombroso y una desaprensión que, luego se vio, arrojaría un resultado espantoso: la muerte de centenares de muchachos inexpertos, mal alimentados y peor vestidos, dirigidos por una oficialidad envanecida, soberbia y mayoritariamente cobarde. El hundimiento del crucero General Belgrano, que provocó casi 400 muertos, no funcionó como aviso de que los ingleses se tomaban las cosas en serio y no permitirían el dislate. Al contrario, Galtieri y sus socios redoblaron la apuesta fortificando las islas e instalando miles de soldados mientras confiaban –vaya estupidez– en que Estados Unidos traicionaría a su principal aliado de la OTAN.
Pero lo asombroso es que esa misma actitud infantil se contagió a la gran mayoría de la población, que olvidando que las Juntas ya habían estado a punto de meternos en otra guerra con nuestros hermanos chilenos, ahora creía, verdadera y honradamente creía que porque la causa era justa se podría vencer a una potencia imperial como Inglaterra, aliada de la mayor potencia planetaria. Y así consintió esta guerra inútil y desastrosa.
Fue por todo eso, también, que la derrota dolió tanto. Al despertar a la realidad, el pueblo argentino vio que todo había sido mentira, menos la solidaridad internacional. Y entonces fue la vergüenza. Y la negación.
Por eso, aunque duela, es indispensable sincerar ese comportamiento de la mayoría que aceptó la manipulación y apoyó la aventura, y luego se negó a la autocrítica y se pasó los últimos 20 años sin resolver la cuestión. Malvinas fue una causa justa en manos bastardas, como dijo Gabriel García Márquez en pleno abril de 1982. Hoy sigue siendo algo de lo que no se habla, una guerra que todavía muchos no saben si recordar con orgullo o con dolor.