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19 de abril del 2002
La fuerza de la inercia y la fuerza de la revolución
Luis Bilbao
Corriente Izquierda Socialista
No hay una palabra más precisa que inercia para describir la situación
política nacional. En su origen latino, inertia, significa incapacidad,
falta de pericia o de habilidad, inacción. De allí viene también
inerte. Expresa igualmente la tendencia a seguir en estado de reposo -si el
objeto está quieto- o de seguir en movimiento en línea recta,
si el objeto está en movimiento.
El gobierno PJ-UCR está inerte. Porque es incapaz, carece de pericia
y habilidad para resolver la descomunal crisis que azota al país. Y porque
sigue en línea recta el movimiento en el que están involucradas
las clases dominantes desde hace más de un cuarto de siglo, cuando comenzó
a gravitar de manera decisiva sobre ellas, sin que lo comprendieran, la crisis
del capitalismo mundial.
Por las mismas razones, las cúpulas sindicales están inertes.
(Hubo 65 mil despidos durante marzo, 140 mil desde enero, una brutal caída
del salario real por efecto de la inflación de precios, y las tres pseudo
centrales sindicales han sido incapaces de emitir siquiera un gemido).
Con apenas mínimas excepciones, las izquierdas no escapan del cuadro:
también están atrapadas por la inercia, sea paralizadas, sea caminando
en línea recta, a impulso de una fuerza anterior a la que no pueden contrarrestar
(no importa si la consigna es Huelga General, Asamblea Constituyente, Elecciones
ya: es el movimiento en línea recta, inconsciente de sí mismo).
Esto no sería grave si no fuese porque su accionar automático
choca de frente con la única fuerza contraria a la inercia que se manifiesta
con grandes altibajos, con más o menos potencia pero aún confusa,
que ha tomado cuerpo en las Asambleas y en formidables luchas obreras como las
de Zanon en Neuquén y Brukman en Capital.
Frente a ese panorama político, se yergue sin embargo una realidad social
que, acuciada por la aceleración de la opresión económica,
amenaza con estallar en cualquier momento. Y es esta contradicción dominante
en la coyuntura entre la fuerza inercial del espectro político-partidario
y la fuerza que presiona y emerge desde la profundidad de las clases explotadas
y oprimidas, la que debemos afrontar los revolucionarios marxistas para contribuir
a la resolución de las dos claves sin las cuales la eclosión de
la crisis no puede tener salida positiva: la unidad de las grandes masas tras
un proyecto común y la recomposición de las fuerzas revolucionarias
marxistas.
Urgencia impostergable: un programa y una herramienta política de
masas
Imposible saber hoy si el gobierno Duhalde-Alfonsín podrá sostenerse.
Carece de otra fuerza aparte la que le da el vacío. Pero dados los peligros
que para el imperialismo y el gran capital plantea cualquier fórmula
para cambiarlo, dada su probada voluntad de someterse a las peores humillaciones
(las afrentas del FMI, la exigencia de actuar contra la Revolución Cubana),
no es improbable que los amos decidan otorgarle el oxígeno mínimo
que requieren para ensayar el plan de rearmar el espectro partidario (ver Eslabón
anterior). Si una explosión lo derrumba, el capital tiene preparada una
salida de emergencia: una instancia de transición breve -muy breve- basada
en la violencia pura a gran escala con discurso democrático y elecciones
anticipadas. En caso contrario, violencia medida, replanteo partidario y marcha
hacia una elección en la que deberá ganar el "centro izquierda",
conducida por personas de confianza para el Norte, suficientemente "sensatas"
para excluir medidas extremas y suficientemente "populares y democráticas"
para convencer a las masas de la necesidad de grandes sacrificios.
Si el imperialismo tuviese un jefe inapelable y la burguesía local no
estuviese trizada; y si, enfrente, no reinara la ausencia de organismos propios
y la confusión en la masa trabajadora y popular, estos planes no plantearían
grandes problemas para definir una línea de acción revolucionaria.
Pero la ahora patente confrontación interimperialista en nuestro propio
territorio, la extrema fragmentación del capital y el estado del movimiento
obrero, el movimiento estudiantil y otras franjas sociales potencialmente aliadas
de los trabajadores, exige a la vez el máximo de osadía y de prudencia,
en combinaciones que no deben ser planteadas de antemano pero que deben tener
como punto de partida el rechazo frontal a la inercia. La consigna de hoy es
la de Dantón: "¡¡Audacia, audacia y más audacia!!". Para que la
osadía no se confunda con la desesperación o la ceguera, la brújula
ha de ser el programa de acción.
Hay que partir del hecho de que para quienes luchamos por la revolución
social el programa no es una consigna, sino un concepto. Por eso Marx decía
que vale más un paso en la vida real que cien programas. Más que
un paso hoy debemos dar un salto en la vida política real. Y eso lo haremos
con conceptos firmes, inamovibles, y consignas ajustadas día por día
a la relación de fuerzas y la realidad política. Nuestros conceptos
estratégicos resumen hoy en la urgencia impostergable de lograr la unidad
social y política de 35 de los 37 millones de habitantes de un país
en estado de catástrofe. Unidad social y política significa un
objetivo común para la clase trabajadora en su conjunto- incluyendo por
cierto a los millones de desocupados- y todos los sectores explotados y oprimidos
de la sociedad. Un objetivo no puede ir separado de una instancia práctica
en la cual se encuentran quienes lo comparten, es decir, una herramienta política
capaz de incorporar los sueños y la fuerza de millones de personas de
los más diversos orígenes ideológicos y políticos,
reencontrados tras esa bandera a la que reconocen como propia y levantan en
común. En nuestra realidad de hoy, no es tras un líder que se
construirá esa herramienta política de masas, sino que en la edificación
de ese instrumento esencial aparecerán los líderes, genuinos,
reconocidos, probados y controlados por las masas en movimiento.
Las consignas, hoy, son pocas y simples: quienes sufren la crisis, con plena
participación democrática, deben tomar las riendas del poder político.
El enemigo es el imperialismo y quienes lo representan fronteras adentro; los
símbolos de sus componentes son los yanquis, el FMI, la banca, los partidos
e instituciones del sistema. La victoria sólo puede lograrse sobre la
base de la unidad de las grandes masas, no sólo en territorio argentino
sino en toda América Latina y el Caribe. Cuba, Venezuela, deben ser defendidas
del ataque imperialista como partes de nuestro propio cuerpo. Los planes de
lucha y las propuestas económicas, políticas, militares, ecológicas,
deben hacerse a escala latinoamericana.
Frente antimperialista
El imperialismo en crisis expande la miseria y la violencia. La lucha contra
la guerra es una bandera común que a cada instancia tendrá más
vigencia: la noción de frente antimperialista es hoy un frente contra
la deuda externa, contra el Plan Colombia y contra las guerras de Oriente y
Medio Oriente. Días atrás, en Monterrey, Fidel Castro expuso ante
el mundo la crisis sin salida del capitalismo mundial. Y Hugo Chávez
opuso al Fondo Monetario Internacional un Fondo Humanitario Internacional con
consignas precisas para la acción. Los trabajadores, las juventudes,
el conjunto del pueblo, tenemos objetivos y consignas unificadoras. Los revolucionarios
debemos enarbolarlas con determinación. Llamar a todos, incluso a los
vacilantes y los sectarios. Que sean ellos, en todo caso, quienes quedan atrapados
por la inercia del orden capitalista que se derrumba.