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24 de abril del 2002
El imperio contra la agricultura
Víctor Quintana
La Jornada
Se realiza en Quito, Ecuador, el foro andino Las organizaciones del campo
ante el Area de Libre Comercio de las Américas. Presentes, las organizaciones
campesino-indígenas más importantes de la región: la CCP
de Perú, Fensuagro de Colombia, Conaie y Fenocin de Ecuador, y CIOEC
de Bolivia. No asisten las venezolanas por el intento golpista en su patria.
Para fijar su postura ente el ALCA, proyecto comercial estrella de George W.
Bush, las organizaciones campesinas y de la sociedad civil del área parten
del análisis de otras experiencias y de la propia en dos aspectos: libre
comercio y planes bilaterales de algunos países con Estados Unidos.
Las organizaciones de México exponen su experiencia luego de ocho años
del TLCAN: desde 1997 el país ha importado más de 50 millones
de toneladas de granos básicos. En 2001 importamos más de 6 millones
de toneladas de maíz, un tercio de las cuales fue transgénico.
Nuestra dependencia alimentaria del extranjero se eleva a 95 por ciento en semillas
oleaginosas, 50 por ciento en arroz, 40 por ciento en carne, 25 por ciento en
maíz y 20 por ciento en leche. Hasta los empresarios del Consejo Nacional
Agropecuario reconocen los terribles resultados del tratado para productores
de granos, oleaginosas y cárnicos. En los últimos tres años,
el precio de los granos básicos ha bajado 50 por ciento y el de insumos
para la agricultura se ha incrementado entre 40 y 50 por ciento. ¿Resultados?,
mayor empobrecimiento en el campo: dos tercios de los 25 millones de habitantes
del agro y migración de 500 mil personas al año.
Se podría pensar que en el Mercosur, por no estar presente Estados Unidos,
las cosas marchan mejor. No es así. La mayor parte de los agricultores
de las feracísimas y bien irrigadas pampas uruguayas no son viables,
así como 80 por ciento de los productores de los países mercosurianos.
A pesar de contar con un hato de 50 millones de ovinos y 10 millones de bovinos,
Uruguay importa ahora más de la mitad de sus alimentos. Las trasnacionales
brasileñas están haciendo su agosto. Señala el representante
de los agricultores familiares organizados: "Por buscar el mercado internacional,
terminamos perdiendo el interno". Y como para subrayar lo anterior, al día
siguiente de la exposición, una manifestación de 100 mil personas,
la mayoría agricultores, estremece Montevideo protestando contra la política
económica del gobierno de Batlle.
En Argentina, antiguo "granero del mundo", había un modelo que funcionaba:
se integraban agricultura y ganadería, sin necesidad de agroquímicos
agresivos para el fértil suelo de la pampa húmeda. Por todas partes
había pequeñas empresas locales que daban valor agregado a los
productos agrícolas.
Pero desde los años 80 las trasnacionales promueven el cultivo de soya,
hasta llegar a producir 10 millones de toneladas anuales. Se introduce un paquete
agroquímico con alto contenido de glifosato que contamina suelos, corrientes,
espejos de agua, ganado y personas. Se rompe el modelo de integración,
quiebran las empresas agroindustriales. Es el fin de la soberanía alimentaria
argentina. Se abandonan 114 mil explotaciones con una superficie que puede llegar
hasta 10 millones de hectáreas. Esta crisis agroalimentaria es un factor
importantísimo de la crisis económica que estalla en diciembre
pasado.
Los campesinos bolivianos exponen su experiencia con el Plan Dignidad, negociado
por Estados Unidos con los países andinos. Agobiados por el consumo de
cocaína, los estadunidenses proponen sustituir la siembra de la coca
-cultivo tradicional- por otros como mango, café y yuca,para combatir
el narcotráfico. Fracaso total: ninguna rentabilidad de los cultivos
alternativos. Corrupción gubernamental en el manejo de los subsidios.
Hambruna de los agricultores.
El Plan Colombia, impuesto por el gobierno de Clinton a ese país, ha
significado la militarización de ese territorio y el establecimiento
de la base estadunidense en Manta. La devastación de los cultivos y de
la masa vegetal de muchas zonas con agroquímicos defoliadores, con el
pretexto de desterrar la coca. Mayor empobrecimiento y más violencia
en el campo colombiano.
Con estos antecedentes, nadie quiere el ALCA. No es la vía para la vida
digna de las familias campesinas, la soberanía alimentaria, la independencia
política ni para la conservación del medio ambiente. Es necesario
promover otro modelo agrícola basado en la potenciación de los
aportes de las agriculturas campesinas y familiares. De un lado a otro de los
Andes, por acá se clama: "No queremos el ALCA, otra agricultura es posible".