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28 de abril del 2002
Condena a Cuba en Ginebra
Hipocresía
Angel Guerra Cabrera
La Jornada
El único país no democrático de este hemisferio, según la sesuda definición de George W. Bush en la cumbre de Monterrey, fue señalado con el dedo acusatorio en la reciente sesión de la Comisión de Derechos Humanos (CDH) de la ONU. Los argumentos de quienes en América Latina endosaron la resolución contra Cuba para justificarla son un modelo de cinismo e hipocresía, difundidos a bombo y platillo por los medios de (in)comunicación monopólicos con que los dueños del mundo intoxican diariamente a la muchedumbre. Aquellos la presentaron como una iniciativa noble y altruista de sus demócratas hermanos latinoamericanos hacia la isla, que "no es una condena" y "ayudará" a la mejoría de los derechos humanos de sus habitantes, para lo cual se enviará un inspector que certifique in situ su cumplimiento. Generosa oferta que dará al gobierno cubano la oportunidad de demostrar que no es una "dictadura de izquierda". Llegaron a decir, condescendientes, que la propuesta ¡condenaba el bloqueo!, entendiendo por tal un candoroso eufemismo referido al "entorno internacional adverso" en que se desenvuelve Cuba. ¡Oh audacia a la que se atrevieron!
Hoja de parra con que los autorizó a cubrirse el genuino autor de la iniciativa. Atribuida a la administración del uruguayo Jorge Batlle, es un secreto a voces que no se gestó en la orilla del río de la Plata, sino del Potomac. Otra cosa es que Batlle, santo varón de la oligarquía, cruzado de la democracia y el libre mercado y encubridor de asesinos de la Operación Cóndor, haya cumplido con la mayor diligencia la encomienda imperial, completada más tarde con la sumisa ruptura de relaciones con La Habana. El proyecto uruguayo se presentó en la secretaría de la CDH media hora antes de que venciera el plazo establecido por el reglamento, después de que la diplomacia de Estados Unidos dedicara extenuantes jornadas a buscar a un gobernante latinoamericano dispuesto a hacerle ese servicio y a pagar el precio ante una opinión pública cada vez más díscola y demandante. Parecían haberlo conseguido en el obsequioso ex funcionario del Banco Mundial que dizque gobierna Perú, pero una exigencia en contrario del Congreso de ese país, con el respaldo de demostraciones populares en las calles, lo forzó a desistir de la idea. De modo que Batlle pudo adjudicarse el honor de suplir el vacío dejado por Lima y previamente por la renuencia de la República Checa a continuar figurando, año tras año en Ginebra, como amanuense de Washington. Ningún otro de los probables candidatos del Departamento de Estado se atrevía a llenarlo. Al cargar Montevideo con el pesado fardo ya le fue más fácil a Estados Unidos conseguirle una comparsa que lo ayudara a sostenerlo.
El tema de la ritual condena a Cuba en la CDH es coto privado de la superpotencia, cuyo manejo se resiste a compartir. Explicable porque es lo único en que puede escudarse para mantener un bloqueo censurado por una abrumadora mayoría de países en la propia ONU, y también porque permite asegurar al inquilino en turno de la Casa Blanca el apoyo de los turbios manejos electorales y los generosos fondos procedentes del lavado de dinero, que aportó la contrarrevolución cubana de Florida. La condena de la isla rebelde es un ejercicio discriminatorio y politizado que nada tiene que ver con una auténtica preocupación por los derechos humanos. Inspectores como el que se acordó enviarle están reservados por las normas de la CDH para situaciones de genocidio y violación flagrante, masiva y generalizada de los derechos humanos. Han sido los casos de Ruanda y Burundi, en Africa; en América Latina sólo de Guatemala y El Salvador, donde son conocidas las masacres llevadas a cabo con la asesoría de la CIA durante la guerra sucia, organizada por ésta contra sus pueblos.
El inspector acordado ahora en Ginebra iría al lugar menos indicado para cumplir su misión. Mejor va a los países que actuaron como valedores de la resolución contra Cuba y a aquél que es su autor intelectual. Allí sí encontrará a los responsables de "flagrantes, masivas y generalizadas violaciones a los derechos humanos". Qué, si no, es la aplicación despiadada de las políticas neoliberales, sin que fueran consultadas, por cierto, sus víctimas:
una gran mayoría de latinoamericanos. Qué, si no, la carnicería de civiles inocentes en Afganistán y la que con la venia de Bush lleva a cabo Ariel Sharon, su afecto "hombre de paz".
guca@laneta.apc.org