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10 de abril del 2002
La 
  dimension cultural de la crisis de Corrientes 
Rosana Guber 
  
  (*) Trabajo realizado en colaboración con Germán Soprano (UnaM)  
  "Corrientes es uno de los pueblos que más honor hace a sus orígenes hispánicos, 
  por el acendrado individualismo de sus habitantes, puesto de manifiesto en la 
  defensa constante de sus derechos y libertades, como los antiguos comuneros 
  castellanos; por su conservadurismo casi excluyente, patrimonio no sólo de las 
  clases acomodadas y patricias sino también de los sectores campesinos más humildes, 
  traducido esto muchas veces en relaciones entre aquéllas y éstas de tipo semifeudal, 
  en una economía basada en su mayor parte en la ganadería practicada en grandes 
  estancias; y por su profunda fe religiosa, el respeto reverencial a sus ancestros 
  y el culto de las tradiciones familiares e históricas, que se sintetiza muchas 
  veces en el machazo sapukay, lanzado cuando los sones de un chamamé hacen vibrar 
  las fibras más íntimas del correntino /.../  
  En la defensa de este ideal de vida los correntinos invirtieron gran parte de 
  sus energías a lo largo de cuatro siglos de existencia preñados de luchas, ora 
  violentas, ora en el terreno puramente ideológico, pero siempre, de una u otra 
  forma, marcando de manera indeleble el camino por seguir en cada circunstancia, 
  trascendiendo al plano nacional en momentos cruciales de nuestra historia" 
  (Castello1996:620)  
  Preguntarse por qué fue "correntina" la crisis institucional 
  que se desató a comienzos de 1999 y concluyó con una nueva intervención federal 
  a la provincia, la número 17, en diciembre de ese año, implica aventurarse por 
  un camino de doble dirección: averiguar qué tuvo de "correntino" esta 
  crisis, y qué estuvo en crisis de "lo correntino" o, como algunos 
  suelen proclamar, de la "correntinidad". Ambas direcciones comparten 
  el supuesto de que existe una matriz básica desde la cual los habitantes del 
  territorio provincial conciben, interpretan y actúan los procesos sociales. 
  Esta matriz presenta una apariencia ciertamente semejante a lo que suele calificarse 
  como "identidad" y "cultura", y por eso vale aquí una aclaración. 
  En vez de apelar a la cultura o la identidad como un equipaje de rasgos inherentes 
  a un pueblo, preferimos por varias razones de tipo teórico, empírico y, también, 
  político, concebirlas como una trama siempre abierta desde donde se significa 
  el mundo y la historia. Lo cultural, entonces, no sería una "superestructura" 
  ni un dominio nítido de la realidad, sino una fuerza constitutiva de las formas 
  de existencia sociales. Así, trataremos de que nuestra aproximación sea lo más 
  dinámica posible, para reconocer aquellos elementos con que los correntinos 
  y los residentes en la provincia trazan su pertenencia en contextos concretos, 
  explican los acontecimientos de los que son contemporáneos, y toman posición 
  en ellos. Aspiramos así a presentar los resultados preliminares de una primera 
  etapa de investigación, en la cual comenzamos a reconstruir esa trama por demás 
  compleja que hace posible significar, particularmente, a las coyunturas novedosas 
  por lo críticas e inesperadas.  
  Para ello hemos tenido cuidado en apoyarnos en la perspectiva de diversos actores 
  y de reconocer la diversidad de sus voces. De estas perspectivas resultarán 
  distintas posibles articulaciones entre la crisis y la correntinidad. Y 
  como crisis parece referirse a ruptura y quiebre, y correntinidad a la permanencia 
  de una identidad que supuestamente la hace igual a sí misma, estas articulaciones 
  pondrán en juego distintas combinaciones de sentido de continuidad y discontinuidad 
  con que los correntinos de la Ciudad Capital de Corrientes vivieron los acontecimientos 
  institucionales, políticos y sociales de 1999. Nuestro objetivo será entonces 
  establecer de qué modos estos sucesos se constituyeron en un hito de cambio 
  y permanencia en la subjetividad de los integrantes de la sociedad política 
  y civil de la provincia.  
  I. Valores fundantes de la correntinidad  
  Los elementos diacríticos con que intelectuales(1) de la academia, las letras, 
  las artes y la política suelen caracterizar al correntino, presentan un notable 
  consenso: la matriz guaranítica, la escasa inmigración ultramarina, el coraje, 
  la cristiandad católica, el patronazgo semi-feudal, el tradicionalismo y el 
  folklore musical y culinario. A través suyo el correntino común y el correntino 
  intelectual, el político y el trabajador, el hombre de campo y el residente 
  de pueblos y ciudades, se concebirían de un modo distintivo al que contrastan 
  con las provincias vecinas—Chaco, Misiones, Entre Ríos y Santa Fe—y con la gran 
  metrópoli, el puerto de Buenos Aires. Estos aspectos habrían resultado de procesos 
  socio-históricos específicos según la aproximación que ensayamos en esta sección, 
  pero habrían mantenido su vigencia y cobrado nuevas significaciones, tal como 
  veremos en las secciones siguientes correspondientes a 1999.  
  "Corrientes" es el nombre de una de las "provincias viejas" 
  de la Argentina, pero también de la primera fundación en el actual territorio 
  provincial. Datada en el 3 de abril de 1588 y fundada por Juan Torre de Vera 
  y Aragón(2), el último Adelantado del Río de la Plata. Se asentaron en el nuevo 
  poblado españoles americanos, indígenas guaraníes encomendados, y mestizos procedentes 
  de Asunción, fundada en 1537. Los historiadores destacan el particular sincretismo 
  entre las dos culturas, basado en la "amistad hispano-guaraní". Por 
  ella, los guaraníes ofrecían a sus mujeres engendrando una nutrida progenie 
  mestiza (Vara 1985:26). Sin embargo, la "cooperación" inicial fue 
  dando lugar a la explotación de los aborígenes, provocando repetidas sublevaciones 
  que fueron sucesivamente diezmadas. Lo que las armas no pudieron contener fue 
  la herencia de ese contacto pues  
  "las viejas creencias animistas guaraníes persistieron en el corazón de 
  las madres, que eran las que criaban y alimentaban a sus hijos, les enseñaban 
  a hablar y caminar, a temer y a amar. La vida cotidiana de aquellos primitivos 
  ´mancebos de la tierra´ se vio así, inundada por un animismo ancestral y por 
  una multitud de tabúes y vivencias íntimamente conectadas a la naturaleza /…/" 
  (Ibid.:28).  
  Los autores de la historia y el carácter correntinos no discuten la presencia 
  guaranítica en la religión, la lengua y las costumbres, sino su sentido. Algunos 
  se refieren a los guaraníes como "el pueblo más importante cultural y económicamente" 
  cuya "lengua fue una de las más usadas por los españoles, llegando con 
  toda su riqueza a nuestros días", "un rasgo de su cultura superior 
  a la de otros pueblos de la región era el gusto por la música, el canto y el 
  baile" y "su gusto por la elocuencia, contribuyendo para ello su rica 
  lengua, pintoresca, expresiva como pocas" (Castello 1996:16-17,19). Para 
  el influyente historiador Mantilla, los guaraníes y los misioneros jesuitas 
  provocaron recurrentes conflictos con el Cabildo de Corrientes por el control 
  de las tierras, el ganado y los indios que caían bajo su 'legítima jurisdicción'" 
  (Mantilla 1928). Para otro historiador, Labougle, "los indios misioneros 
  guaraníes, notoriamente cobardes, no eran capaces de contener a los mamelucos 
  que constantemente atacaban a esos pueblos /.../ Eran dichos indios—y lo fueron 
  siempre—afeminados, de notable bajeza de ánimo, traicioneros, asesinos, perezosos 
  en extremo, y sin la menor idea de lo que es honra" (Labougle1978)(3). 
  Según Pedro Ferré, tras su libertad, para "los naturales de Misiones" 
  "El peso de las cadenas que habían arrastrado por más de dos siglos los 
  había reducido a tal extremo de degradación que cuando se vieron libres de ellas 
  pasaron al exceso de una licencia sin límites. Entregados a la disolución anárquica 
  no perdonaron crimen que no cometiesen: violencias, robos, asesinatos y estupros, 
  he aquí las acciones que han marcado su conducta pública" (Ferré [1827] 
  en Gómez 1929:253-255). Según el historiador Hernán Félix Gómez, la raíz guaranítica 
  anticipa "el régimen de terror y de vergüenza que se abrió en la provincia. 
  La figura del caudillo guaraní afirmada por las hordas semidisciplinadas que 
  le obedecen, es en la tradición popular de la provincia como la encarnación 
  de la perversidad y del latrocinio" (Ibid).  
  Esta imagen sobre los orígenes del poblamiento correntino explicaría los aspectos 
  distintivos de la cultura provincial y la división de la provincia en dos subregiones. 
  Hasta principios de siglo XVIII, el hinterland que dominaba la ciudad de Corrientes 
  efectivamente no excedía, al este, los límites de los Esteros del Iberá, y al 
  sur el río Santa Lucía. La historia económica del siglo XVIII y XIX en Corrientes 
  es la de la expansión de la frontera de tierras destinadas a la explotación 
  ganadera; primero hasta las márgenes del río Corrientes, y después de la expulsión 
  de la Compañía de Jesús, hasta el Uruguay. El territorio, entonces, dibujaba 
  un triángulo cuyos lados norte y oeste eran el río Paraná, y cuya hipotenusa 
  se extendía, dependiendo del período, por el río Santa Lucía o el río Corrientes. 
  En esta porción se emplaza lo que diversos autores llaman "el triángulo 
  conservador". Un intelectual señalaba al respecto:  
  "El triángulo norte es el más atrasado, feudal, con los componentes más 
  reaccionarios de lo guaranítico... porque ese sentimiento de integración a una 
  comunidad de los guaraníes, también legitima la dominación feudal de los patrones. 
  Las propiedades son grandes, pero no muy productivas. A ese triángulo pertenecen 
  las tierras de los Romero Feris, por ejemplo.  
  /.../ [en el triángulo norte] el patrón tiene derecho a tratar como esclavo 
  al peón, tenerlo en una tapera mísera, sin pagarle más que unos pesos, cobrándose 
  el derecho de pernada con las mujeres e hijas de sus dependientes /.../ El peón 
  piensa que así es bien tratado y que le debe lealtad a su patrón. El patrón 
  habla de su peonada como su tropa de hombres que están dispuestos a dejar la 
  vida por él. Cuando hay elecciones, el patrón, ya sea liberal o autonomista, 
  hace la campaña en el pueblo de a caballo con su peonada; con los caballos bien 
  engalanados y llevando banderas coloradas o celestes. Porque los peones gastan 
  la plata que no tienen en los aperos de plata para su caballo o su cinto. Y 
  van con sus pañuelos, bombachas y banderas rojas o celestes, según sean autonomistas 
  o liberales. El patrón también los convoca para las fiestas patronales (San 
  Luis, San Roque...); ahí también, todos bien empilchados, cabalgan como tropa 
  junto al patrón /.../ Los liberales dicen que el color celeste les viene por 
  la Virgen de Itatí... traicionar al partido es traicionar a la virgen...Y, lo 
  mismo hacen los autonomistas con el colorado... del Gauchito Gil /.../  
  El triángulo sur es el más moderno. Los campos tienen una producción más diversificada. 
  Hay sociedades anónimas, así que los patrones no son una figura tan importante 
  como en el triángulo norte. Por ejemplo, los terratenientes de Mercedes viven 
  en Barrio Norte en la Capital [Buenos Aires], mandan a sus hijos a estudiar 
  el secundario y la universidad en Buenos Aires... Por eso a Mercedes le dicen 
  la capital de los mayordomos ... Igual, cuando las figuras de los patrones están 
  presentes en el campo también arman su tropa con la peonada. Eso sería igual 
  que en el norte... pero la gente de la costa del Uruguay, de Mercedes, de Curuzú 
  Cuatiá, e incluso de Goya tienen la mirada vuelta hacia el sur, hacia Paraná 
  o Buenos Aires Tienen más en común con los entrerrianos y brasileros que con 
  los correntinos del triángulo norte.  
  Ocurre, también, que el triángulo norte y la capital tienen cuatrocientos años 
  de historia y el sur no más de ciento cincuenta".  
  Política, patronazgo y estancia aparecen asociados a los dos partidos provinciales 
  más antiguos de la Argentina que, sin embargo, enlazan su existencia en los 
  dos partidos porteños, el Liberal de Bartolomé Mitre, y el Autonomismo de Alsina, 
  devenido en el Roquismo (Balestra y Ossona 1983). La persistencia de estas dos 
  entidades se atribuye, por un lado, a la heredabilidad de lealtades y puestos 
  dentro de las elites, y por el otro, a la consagración de seguidores o clientelas 
  provenientes del campo y la ciudad. "El color" se asigna al recién 
  nacido quien se convierte, así, en nuevo miembro de la familia, del partido, 
  y de la peonada del patrón. La oposición política de celestes y colorados, que 
  durante el siglo XIX tomó ribetes sanguinarios, se convirtió a comienzos del 
  siglo XX en intentos de coalición que culminarían en el Pacto Autonomista-Liberal 
  motorizado por la presión que al nivel provincial ejercían los partidos políticos 
  nacionales: Unión Cívica Radical y Partido Justicialista.  
  Esta historia de confrontaciones internas sumada a otros episodios habría derivado 
  en un carácter marcado por el honor, la valentía y el coraje, que suele atribuirse 
  a su participación en la gesta nacional. Su fama de buen soldado, forjada desde 
  las primeras luchas contra los indígenas que asolaban Corrientes (Castello,1996:31; 
  García Enciso 1999, clase 2), y contra los portugueses en sus incursiones sobre 
  las misiones jesuíticas, se habría consolidado en las guerras de la independencia 
  a las que Corrientes habría aportado al Sargento Cabral, de Saladas, quien salvó 
  la vida del máximo prócer de los argentinos, el General José de San Martín, 
  él también un nativo del suelo correntino. A ello sucederían las luchas contra 
  el centralismo porteño de Juan M. de Rosas (especialmente en Pago Largo, 1839) 
  y en la Guerra contra el Paraguay, país que llegó a ocupar el territorio y la 
  capital provinciales por un breve lapso. A este denodado esfuerzo la Nación, 
  emblematizada por Buenos Aires, no habría correspondido, resolviendo diversos 
  asuntos según su conveniencia, pese a la sangre correntina derramada.  
  "Aunque la falta de riquezas y las continuas luchas contra los díscolos 
  aborígenes lo llevaron a formarse en un ambiente austero y militar, fue sufrido 
  y perseverante, imponiéndose finalmente al medio hostil que lo rodeaba" 
  (Castello 1996:62).  
  "… lo que surge a la vista es que el gobierno central no puso demasiado 
  interés en ayudar a la ciudad de Corrientes, acordándose sólo de ella cuando 
  precisaba sus hombres, muy bien conceptuados, para campañas militares" 
  (Ibid.:45).  
  Labougle atribuye el arrojo de los correntinos a su "orgullo", "intemperancia", 
  "excesivo localismo a que les condujo la circunstancia de vivir en frontera 
  de guerra, acostumbrados a la lucha, librados a su propia fuerza, de donde les 
  vino ese sentido caballeresco de la vida, ese culto de la honra, que les hizo 
  preferir por sobre todas las cosas, al solar nativo" (Labougle,1978).  
  Templado al calor de la participación de ejércitos locales y nacionales, en 
  gestas concebidas como "patrióticas", el coraje de los correntinos 
  aparece generalmente enmarcado en relaciones jerárquicas bajo la dirección de 
  los jefes(4). En este sentido, el correntino es considerado obediente de la 
  autoridad, sumiso y, también, pacífico, lo cual quedaría ratificado por su espíritu 
  religioso.  
  La omnipresente cristiandad de la vida social correntina se atribuye al momento 
  seminal de la fundación de Corrientes, cuando la cruz emplazada por los nuevos 
  pobladores los habría protegido de un ataque indígena. Esta cruz, la de los 
  Milagros, y diversas imágenes de Vírgenes, como la del Rosario, la de las Mercedes, 
  y la de Itatí, merecen especial devoción de capitalinos y provincianos. Sin 
  embargo, como ya vimos en citas anteriores, Cristo tiene en Corrientes otros 
  mediadores, "santos paganos" o "populares" como el Gauchito 
  Antonio Gil y la Degolladita, figuras de humildes muertos en situaciones violentas 
  y arbitrarias, inocentes o solidarios con los pobres. Además, "San Son", 
  dador de la fuerza, Santa Librada, de los prófugos de la justicia, el Pombero, 
  San La Muerte y los embrujos o "payé" para obtener diversos beneficios, 
  complementan un panorama específico y complejo de creencias donde, nuevamente, 
  lo popular y lo oficial se funden en una intensa devoción.  
  Esta devoción permea la cotidianeidad del campo y la ciudad, a través de promesas 
  y ofrendas, magia y padrinazgos, peregrinaciones y oficios. Y pese a que la 
  jerarquía católica de la diócesis correntina ha luchado a veces denodadamente, 
  contra sus contra-imágenes, finalmente debió aceptarlas atribuyéndolas a la 
  matriz guaranítica subyacente en la provincia.  
  Herencia guaranítica, semi-feudalismo y conservadorismo afectan a elites y a 
  clases populares por igual, debido a que Corrientes es una provincia de criollos, 
  es decir, sin inmigrantes.  
  "El peón rural no estaba habituado a una disciplina laboral estable. Sólo 
  la radicación de colonos extranjeros podría sentar las bases de semejante expansión 
  económica. Los primeros planes de colonización se realizaron en 1853. Se procuró 
  traer familias de agricultores franceses para establecer centros agrícolas en 
  las costas de los ríos Paraná y Uruguay. Los primeros contingentes arribaron 
  en los primeros meses de 1855. Pero los planes de colonización no tuvieron éxito. 
  Sin el suficiente apoyo del Estado, padecieron necesidades. Sin mercados para 
  la colocación de su producción, los colonos no pudieron constituir una clase 
  media agrícola, que era lo pretendido por la nueva elite liberal" (Balestra 
  y Ossona 1983:20).  
  Este factor presenta, ora como causa, ora como un hecho, uno de los aspectos 
  que distinguen de manera más concluyente a Corrientes de sus vecinas. El Chaco, 
  p.e., es una provincia nueva que ingresó a la historia nacional recién a fines 
  del siglo XIX, con la derrota de los aborígenes; a cambio, esta fue una provincia 
  colonizada por pequeños productores gringos. Es habitual leer en los análisis 
  de la idiosincracia correntina su contraposición al ethos chaqueño: estancia 
  vs. pequeña producción; paternalismo estanciero vs. autodeterminación y auto-organización 
  del colono; conservadorismo vs. progresismo; tradicionalismo vs. modernidad; 
  criollo vs. gringo; catolicismo monolítico vs. pluralismo religioso. Un informante 
  de clase media explicaba algunas cuestiones económicas en estos términos:  
  "En el triángulo norte como en el sur no hay cooperativas. Esto es muy 
  diferente si comparamos la situación con el Chaco y Misiones. Esa ausencia puede 
  atribuirse a dos factores. Por un lado, debido a los latifundios. Pero también 
  faltó el espíritu solidario, asociativo de los extranjeros, de los gringos. 
  Eso sí se dio en Chaco y Misiones".  
  En suma, los elementos diacríticos de la correntinidad más recurrentes son el 
  origen hispano-guaranítico, el feudalismo y la sumisión, el coraje y la antigüedad, 
  el criollismo y el catolicismo. Su invocación es habitual en el sentido común 
  de los correntinos pero es reelaborada como una doctrina por parte de los intelectuales 
  correntinos incluyendo a políticos, historiadores, escritores y periodistas, 
  quienes recurren a ella para dar cuenta del devenir social, político y económico 
  de la provincia. Sin embargo, los hechos de 1999 no se le acomodaron fácilmente. 
  En las próximas secciones nos detendremos en esta conflictiva articulación, 
  previo algunas aclaraciones.  
  II. Desencadenante y polarización Algunas precisiones metodológicas.  
  La crisis de 1999 es, según algunos, la continuación de un proceso de quiebra 
  del sistema político que data, al menos, desde la intervención anterior—la número 
  16—de 1992-1993. Sin embargo, para muchos informantes los hechos iniciados con 
  la protesta de los alumnos del Colegio Nacional en diciembre de 1998, y con 
  el comienzo del ciclo lectivo de 1999, significaron una polarización del espectro 
  político provincial en torno a la quiebra de las arcas provinciales y municipales. 
  Esta polarización, que habría venido a reorganizar la intervención federal en 
  diciembre de 1999, tenía por protagonistas, de un lado, a la mayoría de las 
  fuerzas políticas y amplios sectores de la sociedad civil nucleada en organizaciones, 
  particularmente los gremios, y por el otro, a Raúl "Tato" Romero Feris 
  y su Partido Nuevo (PANU). Cuando realizamos nuestro trabajo de campo, en la 
  primera mitad del 2000, esta dualidad se leía en distintas claves, y sólo a 
  veces se invocaban los rasgos diacríticos de la "correntinidad", cuyo 
  signo variaba según los sectores sociales y políticos, y también según el contexto. 
  Esto es: los actores explicaban la "crisis" de 1999 en términos que 
  les eran familiares pero sólo algunos atribuían los "eternos males" 
  de la provincia a las "características esenciales" de los correntinos. 
   
  Desde nuestra perspectiva analítica, examinaremos estas explicaciones frecuentemente 
  expuestas en meros relatos de lo ocurrido, como parámetros de interpretación, 
  más que como criterios fundados en una realidad primordial. Así, la articulación 
  entre rasgos de la correntinidad e interpretaciones de la crisis es más estratégica 
  y situacional que natural e inherente, y por lo tanto depende más de su plausibilidad 
  social—lo que la gente cree que es factible—que de su ocurrencia fáctica.  
  Si quienes produjeron esta plausibilidad del pasado y los criterios de interpretación 
  son actores sociales concretos en determinados contextos, conviene aclarar que 
  nuestro material es parcial, en tanto pudimos acceder sólo limitada y preliminarmente 
  a los sectores del "Nuevismo". En vez, contamos con abundante material 
  de los sectores disidentes que se pronunciaron en marchas, manifestaciones, 
  peregrinaciones, y en los campamentos de la Plaza 25 de Mayo y las tomas del 
  Puente General Belgrano. Las razones para este desarrollo desigual residen en 
  que el trabajo de campo se realizó bajo la intervención federal, y particularmente 
  cuando el interventor Ramón Mestre evaluaba la reestructuracion del estado correntino 
  y, sobre todo, su numeroso plantel. En este sentido, presentarse como miembro 
  de un equipo de investigación de la Universidad Nacional del Nordeste, fue una 
  ventaja y también un obstáculo; de todos los sectores, la Universidad como institución 
  y también sus docentes personal y alumnos podían ser visualizados como los menos 
  comprometidos con el régimen caído pero, por la misma razón, podían ser identificados 
  con los sectores que apoyaban la intervención en contra del ex-intendente y 
  "hombre fuerte" de la provincia. La polarización de este tipo de coyuntura 
  facilitó este clima de sospechas que, sin embargo, empezó a sortearse con el 
  progreso de la investigación y la permanencia de los investigadores en el campo. 
  Pero este proceso es largo y demandará una profundización que, recién ahora, 
  estaríamos en condiciones de abordar, aún bajo el clima enrarecido de la intervención, 
  las elecciones pendientes, y la "limpieza" del aparato estatal. De 
  todos modos, presentamos a continuación lo que creemos fue el eje de nuestra 
  primera aproximación a "los factores intervinientes en la crisis del estado 
  correntino" dejando para instancias ulteriores otras cuestiones que también 
  fueron relevadas pero que merecen mayor trabajo y más datos(5).  
  III. Continuidades y discontinuidades del "Nuevismo" correntino. 
   
  Que en una provincia calificada como tradicionalista, políticamente conservadora, 
  fundada en antiguas genealogías familiares que se reproducen a través del patrimonio 
  y la política, haya surgido un partido cuyo nombre apela a una identidad "nueva" 
  como escisión de uno de los dos partidos "viejos" provinciales, el 
  autonomismo, fruto de la decisión de uno de los miembros de su familia rectora, 
  "los Romero Feris", no deja de resultar un tanto paradójico. Y lo 
  es más aún si se tiene en cuenta que esta escisión se habría nutrido de bases 
  y dirigentes de los demás partidos, incluyendo al Liberal y al Justicialista. 
  Sólo este traslado de fuerzas, variablemente leído como "traición" 
  o como "lealtad", explica que para las elecciones municipales de 1997, 
  en la sede política y económica del "triángulo conservador", casi 
  el 70 % de los habitantes haya optado por una alternativa nueva, esto es, 
  fuera de la oferta tradicional, y cuyo leit motif no parecía demasiado comprometido 
  con acuerdos ideológicos sino con la ruptura de la continuidad política provincial. 
  Su imagen se fundaba, más bien, en cierta forma de acción política basada en 
  la relación no mediada entre la dirigencia y la población, y en la resolución 
  inmediata de sus necesidades, ya fueran materiales—vivienda, materiales, abrigo, 
  comida—, de ingresos—la obtención de una jubilación, un puesto en la administración 
  pública—o de deudas—el "arreglo" impositivo, el pago de patentes, 
  etc. En ese elevado porcentaje de votantes, que superaba con creces al que obtuvo 
  el Pacto Autonomista-Liberal en 1992, habían participado los más humildes pero 
  también sectores nada desdeñables de las "clases medias", comprendiendo 
  en el sentido nativo del término a docentes, trabajadores estatales, profesionales, 
  comerciantes, etc.(6).  
  La perplejidad primera resulta, entonces, en el supuesto de que el fenómeno 
  de Tato Romero Feris y el Nuevismo gozó de cierto consenso desde el cual se 
  construyó como una ruptura de los actores y el sistema político correntino. 
  Y, repitámoslo, ese consenso, que no es sinónimo de acuerdo ni de aprobación, 
  provenía de los humildes, pero también de los sectores medios, de los intelectuales 
  posicionados como "analistas" de la crisis, y de los miembros más 
  activos del sistema político.  
  Con respecto a lo que se atribuye como clásica clientela del PANU, la valoración 
  de Raúl Romero Feris circula en torno a la devoción y entrega por los humildes, 
  la distribución de recursos materiales y de puestos en el Estado. Pero el hecho 
  emblemático de la práctica política de Tato es su cooperación ante las inundaciones 
  de 1997 que asolaron distintas áreas de la provincia. La imagen del máximo dirigente 
  accediendo a los sitios más castigados "embarrándose" con los damnificados, 
  permea los discursos tanto de simpatizantes como de antagonistas, y persiste 
  hasta la actualidad.  
  Ello condice con la perspectiva crítica de quienes se encuadran en los sectores 
  medios. Por ejemplo, un matrimonio de comerciantes condenaba moralmente a Tato 
  por corrupto, autoritario y clientelista, todas éstas categorías supuestamente 
  ajenas a los valores y prácticas de la clase media, y más próximas a la imagen 
  que estos sectores detentan sobre el accionar político de las clases populares 
  ("A la gente marginal de los barrios y los que traen del interior los arreglan 
  con chapas, remedios o $200 de un [plan] Trabajar. Pensá, si le dan $400 a una 
  familia pobre, les alcanza un montón, pensá en lo que ellos comen"). Sin 
  embargo, en sus comentarios se evidenciaba la admiración por la habilidad de 
  Tato y sus seguidores de presionar y negociar por sus intereses, trabajar incansablemente 
  por los pobres en una atención personalizada tendiente a resolver sus problemas. 
  Al antiburocratismo se sumaba la valoración del juego político.  
  Así, Camilo(7), el hombre de este matrimonio, había organizado una asociación 
  civil sin fines de lucro, que requiere de auspiciantes que publiciten sus actividades. 
  El Estado municipal podía realizar un aporte indispensable, pero él se resistía 
  a demandar su auxilio por sus cuestionamientos al régimen. En un principio, 
  entonces, pretendió mantener su independencia económica para asegurar su libre 
  determinación en asuntos políticos. Sin embargo, esta autonomía cesó cuando 
  el gobierno—"la gente de Tato"—descubrió una deuda impositiva de la 
  asociación.  
  "Entonces fui a hablar con un funcionario de Tato y le conté lo que pasaba. 
  Me dijo que iba a hablar con Tato. Después me citó nuevamente y me dijo que 
  todo estaba arreglado, que me daban publicidad por $25 mil. Así que puse en 
  orden las cuentas de la asociación, las mías, y la de la familia y amigos. Porque 
  como no te dan plata, lo que tenés que hacer es juntar impuestos o lo que debas 
  y así lo liquidás. Eso es lo bueno que tiene Tato, que sabe negociar". 
   
  Contrariamente al supuesto de que los sectores medios no forman parte de las 
  redes clientelares debido a su autonomía económica, social y política, los vínculos 
  siquiera circunstanciales de este matrimonio con funcionarios del régimen nuevista 
  sugieren una integración sui géneris a dichas redes, distinta de la que opera 
  con los trabajadores estatales, los pobres urbanos y rurales, los empresarios 
  contratistas y proveedores del Estado.  
  Esta perspectiva difiere sólo en parte de la lectura de un intelectual de la 
  "correntinidad" que, también, intentaba explicar el fenómeno del Nuevismo 
  como una ruptura. En su opinión, la creación del Partido Nuevo y la Plaza de 
  la Dignidad constituyen dos manifestaciones privilegiadas de la "crisis 
  de representatividad" por la que atraviesa la sociedad correntina. Según 
  él, cuando Tato decidió romper con el Pacto, y particularmente con el Partido 
  Autonomista, no sólo obedecía a sus ambiciones personalistas sino también a 
  la percepción de la debilidad interna y la falta de cohesión de la clase política 
  correntina, por un lado, y a la demanda de amplios sectores de la sociedad correntina 
  de una renovación de la dirigencia política. Y si bien la "renovación nuevista" 
  también manifestaba importantes continuidades con el estilo tradicional de la 
  política en Corrientes, no podía dejar de reconocer que Tato surgía en un espacio 
  que otros actores políticos habían labrado con el tiempo.  
  Ese espacio corría en dos direcciones paralelas y complementarias: por un lado, 
  hacia la clientela política, el objeto de dádivas y servicios; por el otro, 
  hacia la acción política misma, esto es, hacia el sector de los políticos. Su 
  red clientelar le proveía no sólo una extensa base al nuevo partido sino de 
  dirigentes que no hubieran ascendido en el sistema tradicional de reclutamiento 
  principalmente familiar o de los círculos de allegados a la elite política. 
  En el sistema político "genealógico" provincial, el PANU promovía 
  hacia la alta política a sectores "plebeyos" postergados fuera y dentro 
  de los partidos establecidos. El caso paradigmático es el del asistente de Tato, 
  apodado como el "Vasco" Schaerer, a quien se le endilga un pasado 
  gangsteril y prácticas delictivas en torno a la política, al desfalco bancario 
  y a la presión sobre adversarios de Tato. Algunos lugareños reconstruían su 
  historia como la de un forastero o "advenedizo" que se habría afincado 
  en San Luis del Palmar, tierra natal de los Romero Feris, empezando como empleado 
  en la mueblería de su tío. Después fue chapista, vendedor de quiniela, "No 
  tenía un mango, era un seco". Pero el surgimiento político del Vasco se 
  atribuye a las reuniones que Tato realizaba en su cabaña Caá-Cupé. En una de 
  esas reuniones, en las que solía invitar a gran cantidad de lugareños, organizar 
  partidos de voley, hacer asados, Tato dio a entender que incrementaría su carrera 
  política.  
  "Y el Vasco estaba como uno más del montón ahí. Y entonces cuando estaban 
  preparando las cosas para el sonido y demás, él [el Vasco] se ofrece para ser 
  de locutor. Tato ni sabía de la existencia de Vasco. Entonces cuando él agarra 
  la posta y empieza, bueno: 'Y acá va a hablar el fulano', le llenó de alabanzas, 
  como que era EL hombre, el salvador el que iba a hablar. Tato queda impresionado 
  por esa presentación y empieza a preguntar quién es. Le dan los datos, y cuando 
  organiza su primer reunión política, que hace acá en el teatro, pide que lo 
  ubiquen al Vasco y que él sea el organizador, el maestro de ceremonias. Y ahí 
  comienza el Vasco.  
  Tato, el "hombre fuerte", el "intendente de la provincia", 
  como algunos lo llamaban laudativa, y otros irónicamente, "pateaba el tablero" 
  de un sistema de consenso, donde sólo tenían lugar los partidos reconocidos 
  que formaban parte de dicho consenso, fundamentalmente el Pacto Liberal- Autonomista 
  y el Justicialismo. Tato aparecía, entonces, como un individuo cuyo poder político 
  se asentaba en su contacto directo con las masas, asistido por sus hombres de 
  confianza y sin la mediación de aparato partidario. En su construcción de la 
  propia imagen, Tato aparecía cortando los lazos con cualquier representación 
  de continuidad política que invocara a otros actores políticos provinciales. 
  No casualmente, sus apelaciones históricas se dirigían a personalidades fundacionales 
  y no comprometidas, en los inicios de sus carreras políticas, con los poderes 
  establecidos, como cuando, ya preso, proclamó que daría un paso al costado de 
  su candidatura, como Eva Perón, si con ello se aplacaban los ánimos en la provincia. 
  En estos mismos términos sus discursos apuntaban a interpretar su caída y posterior 
  reclusión, como un acto de injusticia cometido por los poderosos contra los 
  justicieros populares y el pueblo.  
  Esta misma ruptura era confirmada con la lectura opositora de su gestión de 
  "despilfarro" y "clientelismo" irresponsable, y de propaganda 
  desvergonzada y personalista, como un Hitler o un Mussolini, o como uno de los 
  hombres fuertes argentinos que intentaron avasallar la autonomía de Corrientes: 
  Perón y Juan Manuel de Rosas. Esta encarnación, suponían sus detractores, estaba 
  avalada por el "pase" de peronistas a las filas del Nuevismo, y por 
  el modo de "hacer política" apelando a la acción directa de sus seguidores. 
  La "patota" y el atropello de los laderos de Tato, hombres presentados 
  por la prensa y los correntinos opositores como de turbio pasado y dudosa fortuna, 
  pero "leales" a muerte de su jefe, no hacía más que nutrir el imaginario 
  populista con que los argentinos, y también los correntinos, vivieron la polarización 
  entre el omnímodo y ensoberbecido poder popular, y las buenas maneras de la 
  "democracia" liberal.  
  En suma, Tato encarna, para propios y extraños, la figura de la renovación de 
  actores y modalidad política, basada en el antiburocratismo, el personalismo, 
  y el desafío al sistema político supuestamente más tradicional y conservador 
  del país. Sin embargo, esa misma renovación está pautada por una interpretación 
  que reúne al "hombre fuerte" en la política y en el campo, al "patrón 
  de estancia", y a la inmoralidad como instrumento de la política para alcanzar 
  el estado y servirse de él para fines nobles o deleznables. Tato encarna, entonces, 
  un mestizaje controversial entre Nuevismo y Conservadorismo provincial.  
  IV. Sumisos o Autoconvocados?  
  Como vimos en la primera sección, los correntinos suelen recurrir a un esquema 
  de interpretación sobre sus males afirmando que son sumisos a la autoridad y 
  la arbitrariedad del patrón. Juzgan esa "pasividad" como "típica 
  del pueblo correntino", en supuesto contraste con el "carácter político" 
  de las provincias vecinas, particularmente del Chaco donde, mientras hacíamos 
  nuestra investigación, los empleados estatales de la ciudad capital, 
  Resistencia, "salen a reclamar con sólo un mes de atraso de sueldos", 
  y los desocupados se movilizan demandando fuentes de trabajo y asistencia social 
  del Estado. Los "poriajhú" correntinos, en cambio, reaccionaban cuando 
  ya se les debían tres sueldos y el aguinaldo. De todos modos, esa reacción en 
  pleno "triángulo conservador" asombraba a sus mismos participantes, 
  quienes no terminaban de maravillarse ante ese "pueblo" manifestándose 
  en la calle contra sus gobernantes y sus arbitrariedades. Y, sin embargo, esta 
  nueva ruptura, ahora de la sumisión, no dejaba de presentar continuidades con 
  los rasgos atribuídos a la correntinidad, sólo que su interpretación podía ser 
  diversa, pues podía encuadrarse lisa y llanamente en aquel marco interpretativo 
  de la "correntinidad", o en una épica popular cuya lógica devenía 
  de la práctica. Estos sentidos se fueron construyendo en discursos y, fundamentalmente, 
  en hechos que nosotros recibimos a través de narraciones orales y escritas, 
  dado que la investigación no fue contemporánea a las protestas de 1999.  
  Estos sentidos, entonces, fueron producidos por la confluencia de actores sociales 
  politizados, la emergencia de un nuevo actor político social, y la lógica de 
  una práctica del tiempo y el espacio en la que todos participaban en alguna 
  medida. Sectores movilizados, "autoconvocados", la "Plaza del 
  Aguante" primero, y "de la Dignidad" después, y el Puente General 
  Belgrano, fueron los agentes y los lugares donde se recreó la "correntinidad" 
  de la crisis de 1999, esto es, donde se re-articularon distintos elementos, 
  algunos conocidos como la matriz guaranítica, el coraje, la devoción católica, 
  y el tradicionalismo folklórico, y otros nuevos. En las páginas siguientes no 
  pretendemos reconstruir los eventos e hitos de la crisis tal como sucedieron 
  en la ciudad de Corrientes, sino dar cuenta de la novedosa lógica con que estos 
  correntinos participantes recreaban su matriz tradicional.  
  Aníbal, docente de aproximadamente 30 años, fue empleado público y participó 
  desde el comienzo en las protestas. Su recuerdo sobre la génesis de la ocupación 
  de la Plaza 25 de Mayo es significativa porque recupera aspectos que serían 
  relevantes tanto en la construcción de la protesta como experiencia colectiva 
  de los correntinos, hayan o no participado directamente de ella, como del surgimiento 
  de nuevas identidades socio- políticas:  
  "Durante el mes de mayo [1999] se discutía en la legislatura provincial 
  hacerle juicio a Braillard Poccard. ATE llamó a una protesta en la Plaza 25 
  de Mayo y asistieron unas 300 personas. Decidieron quedarse en calle Salta entre 
  Quintana y [25 de] Mayo, interrumpiendo el tránsito, y para demostrarle a los 
  legisladores que estaban a favor del juicio a Braillard Poccard. Al caer la 
  noche quedaron sólo unas 38 personas. Hicieron una asamblea y votaron 22 a favor 
  de una moción por quedarse en estado de vigilia allí mismo. Al día siguiente 
  los trabajadores de la salud instalaron allí una carpa con médicos, como protesta 
  y para dar auxilio a los manifestantes.  
  El 7 de junio se realizó una marcha donde, se calcula, participaron unos 17 
  mil correntinos. Se cortó el puente General Belgrano por un breve tiempo. Volvimos 
  a la plaza, donde había sólo unas pocas carpas de los manifestantes que iniciaron 
  la protesta en mayo. Esa movilización, allí mismo, decidió sumarse a la plaza. 
  A la mañana siguiente estaba toda la plaza casi cubierta de carpas improvisadas. 
  Llegó a haber hasta 216 carpas. Fueron instalando sus carpas los sindicatos 
  docentes, el SITRAJ [Trabajadores Judiciales] y un montón de representantes 
  o delegados de las escuelas de la ciudad y el interior. También sumaron sus 
  carpas artistas, e incluso había gente particular que levantaba su carpa junto 
  a la familia. Como no todos tenían carpas propias, algunas veces se armaban 
  carpas mixtas. Por ejemplo, nuestra carpa era de un colegio de adultos en el 
  que estaba trabajando, también participaba el director del colegio de la carpa; 
  pero se sumaron maestras y profesores de otros establecimientos donde trabajaba 
  [Aníbal]. Algunas carpas eran sólo de nylon negro y lonas atadas y superpuestas. 
  Eran muy precarias. Se llovían, se pudrían y se rasgaban con el viento. Pasando 
  los meses comenzaron a levantarse casillas de madera. Algunos, incluso, hicimos 
  un pozo y compramos una casilla de madera; cuando terminó el conflicto la donamos 
  a un comedor escolar. Fue un invierno muy cruento, así que pasamos mucho frío 
  en la plaza.  
  Hubo que organizar la comida de todos. Todo el mundo no cobraba desde hacía 
  cuatro meses. No había dinero. Comenzaron los pedidos de alimentos a la comunidad 
  a través de los medios de comunicación y el aviso de boca en boca. Inmediatamente 
  comenzó a llegar gente a la plaza con mercadería. Alguno traía un paquete de 
  yerba, otros bolsas de arroz, verduras. Gente humilde y también comerciantes. 
  Todos colaboraban de buena gana. Un viejito traía siempre bolsas de pan; era 
  español, anarquista, decía, y venía a solidarizarse con su pan y unos volantes 
  caseros con textos que escribía incitando a la lucha. Se organizaron almacenes 
  de la plaza en la Escuela Sarmiento [frente a la Plaza, por calle Buenos Aires]. 
  Ahí se concentraban todos los alimentos que donaba toda la comunidad. Se confeccionó 
  un listado de carpas que había en la plaza, porque había que elegir un responsable 
  por carpa y determinar qué número de personas había en cada una. Entonces, se 
  entregaba una credencial por carpa para que pudieran ir al almacén general a 
  buscar los alimentos que necesitaran. Así, cada carpa o grupo de carpas armaba 
  una olla popular para que comieran sus integrantes. Pero muchas veces se confraternizaba 
  con las carpas vecinas y se decidía cocinar juntos. Los sindicatos tenían grandes 
  ollas o paelleras para cocinar; a veces se comía la vez que tal carpa estaba 
  haciendo arroz con pollo y se armaba unas colas grandes para comer ahí. Nunca 
  hubo conflicto por la comida o el manejo del almacén. En la plaza también comían 
  indigentes, familias pobres que venían de los barrios sabiendo que ahí se comía, 
  ex-empleados del plan POSOCO y TRABAJAR, chicos de la calle y hasta perros. 
  Todos tenían su plato de comida.  
  Cuando se hacían marchas y durante la toma del puente, chicos y perros se venían 
  con los manifestantes. Algunos pusieron unos carteles al cuello de los perros 
  que decían: 'Perro autoconvocado ¡Basta de huesos pelados!'. Cuando se levantó 
  la plaza en diciembre [de 1999] quedaron rondando familias de pobres que hasta 
  el día de hoy viven en las casillas y carpas de los autoconvocados; y hubo que 
  relocalizar a los perros en casa de familia.  
  Las primeras noches, los dos primeros meses, casi no se podía dormir en la plaza, 
  porque las conversaciones seguían casi hasta la madrugada; también las guitarreadas. 
  Fueron siete meses en los que la vida de la gente cambió completamente. Dormí 
  en la plaza cuatro meses seguidos; mis hijos y mi esposa dormían conmigo sólo 
  cuando se quedaban a dormir en la carpa. Eso nos creó no pocos conflictos de 
  pareja. En la plaza hubo romances, noviazgos y hasta divorcios y nuevas parejas. 
  Mujeres que dejaron a su marido por un autoconvocado. Había un montón de chicos 
  pequeños, hijos de los autoconvocados, que estaban todo el día dando vueltas 
  por la plaza. Los chicos del Colegio Nacional se ofrecieron para cuidarlos y 
  entretenerlos. Así que a las dos de la tarde se los llevaban y regresaban a 
  las seis de la tarde.  
  Los más aguerridos y luchadores autoconvocados eran las maestras. Muchos artistas 
  vinieron a presentarse a la plaza. Se contaba con equipos electrógeneos propios, 
  porque en algunas oportunidades se cortaron las luces.  
  Los baños funcionaban en la sede del PJ [Salta entre 25 de Mayo y C. Pellegrini], 
  y había un baño de mujeres en la Escuela Sarmiento [Buenos Aires entre Quintana 
  y 25 de Mayo]. En la sede del PJ también funcionaba, durante las 24 horas, una 
  cocina que servía cocido y chipá cuerito para todo el mundo. Esta cocina fue 
  importante cuando empezó a escasear el alimento en la plaza.  
  A lo largo del día pasaban unas 15 ó 20 mil personas por la plaza.  
  Los empleados públicos no hacían huelga, sino retención de tareas; es decir, 
  fichaban en sus lugares de trabajo y luego se iban para la plaza. En una oportunidad 
  hubo problemas con el director de Rentas que no permitía la entrada a los empleados 
  a fichar la salida. Terminaron echándole la puerta abajo y ficharon la salida. 
   
  En la plaza se llegaron a editar varios pequeños periódicos: "Aguante", 
  "El aguante al rojo vivo" y otro más ... Incluso una revista de humor 
  gráfico. El primero era escrito por el psiquiatra e historiador Alfredo Vara; 
  el segundo por una agrupación de izquierda que formó el "Movimiento de 
  Autoconvocados 7 de Junio". Pero muchas personas escribían algo y lo llevaban 
  para distribuirlo. Volantes, denuncias, poemas o cualquier otra cosa. Muchos 
  empleados públicos se dedicaron a rastrear documentación en sus lugares de trabajo 
  que demostrara fraudes o situaciones irregulares del régimen. El material se 
  llevaba a la plaza, se fotocopiaba, generalmente en algún ministerio, y se socializaba 
  la información para multiplicar las denuncias. A veces no se sabía de donde 
  venía la información.  
  Hubo momentos de mucha tensión en la plaza. Por ejemplo cuando una manifestación 
  nuevista ocupó la legislatura y una esquina de la plaza [la de Quintana y Salta] 
  para impedir el acceso a los legisladores que impulsaban el juicio político 
  a Braillard y a Tato. La policía consiguió que ingresen los legisladores y estableció 
  una cadena humana que separaba a los nuevistas de los autoconvocados. Se insultaban 
  y hasta se arrojaron piedras. Hubo una sesión escandalosa en la legislatura 
  en la que los nuevistas insultaron a los legisladores, les tiraron huevos y 
  basura en la sala de sesiones. Las punteras de Tato eran las más agresivas. 
  Prefiero que me agarren 18 patoteros a una de esas mujeres. Finalmente, un día 
  de mucha tensión corrimos a piedrazos a los nuevistas de la esquina. Hubo tiros 
  pero ningún herido. Había gente armada en los dos lados.  
  Los políticos opositores a Tato estaban todos los días en la plaza, aunque no 
  se quedaban a dormir. Pero cuando se formó el gobierno de coalición desaparecieron. 
   
  La formación del gobierno de coalición dividió al movimiento de autoconvocados. 
  El movimiento ya venía dividido por la presencia de los sindicatos. Pero cuando 
  surgió el nuevo gobierno hubo gente de la plaza que decidió que había que esperar, 
  darle tiempo, y se fueron de la plaza. Algunos porque eran liberales, autonomistas 
  o peronistas. Otros, aunque tenían expectativas en el gobierno de coalición, 
  decidieron que había que controlarlo desde la plaza. Finalmente, otros, desconfiábamos 
  del nuevo gobierno y sólo confiábamos en la fuerza del movimiento de autoconvocados 
  para imponer sus reivindicaciones a quien fuera. No se hizo sentir la ausencia 
  numérica de algunos que abandonaron la plaza, allá por principios de agosto; 
  pero sí se sintió que el movimiento perdía fuerza, confianza. Además, no hay 
  que olvidar que en la toma del puente de fines de julio la gendarmería reprimió 
  y terminó hiriendo gravemente a varias personas /.../  
  Otro hecho difícil que se vivió en la plaza fue la muerte de Gustavo Gómez. 
  Fue velado en una carpa de la plaza. Fue muy duro y triste. Un asesinato, porque 
  el padre de Gustavo es un dirigente rural, que el viernes anterior a la muerte 
  de Gustavo denunció por radio, junto con su hijo, que el gobierno de Tato había 
  arreglado la venta de tierras del fisco (unas 150 mil Has. o más) a los tres 
  hermanos Romero Feris, Leconte y Martínez Llano. Dos días después, Gustavo apareció 
  muerto. Desde entonces, todos los martes se hace una marcha por la justicia. 
  Ahora es muy poca gente, pero cuando estaba la plaza todos los autoconvocados 
  se sumaban".  
  Esta larga cita tiene la virtud de mostrar los andariveles por donde cobraba 
  sentido la experiencia, en este caso, una experiencia por demás novedosa que 
  incluyó a diversos sectores no habituados ni involucrados directamente en el 
  "quehacer político", sí sus beneficiarios o víctimas. Por ello no 
  debe buscarse aquí un relato exhaustivo de "la Plaza" ni de las formas 
  de protesta, ni tampoco un caso "representativo" de la memoria de 
  aquellos días. Congruentemente con los fines de este capítulo sobre "la 
  correntinidad de la crisis" y "la crisis de la correntinidad", 
  examinaremos con cierto detalle dos aspectos: la homologación de la Plaza con 
  la categoría socio-política de los "autoconvocados" y con el espíritu 
  de communitas correntino.  
  En primer lugar, Aníbal se refiere, frecuentemente en primera persona del plural, 
  a la categoría de "autoconvocados" como abarcando al cuerpo principal 
  de quienes se constituyeron en la Plaza. Esta "autoconvocatoria" emerge, 
  sin ser dicha, en el modo en que los manifestantes fueron ocupando un territorio 
  céntrico y central de la ciudad capital provincial. Flanqueada por los poderes 
  públicos, fundamentalmente por el Poder Ejecutivo Provincial y Municipal, la 
  Legislatura con sus diputados y senadores, y la Policía Provincial, además de 
  la Universidad del Nordeste, a la que se agregaban algunos edificios de instituciones 
  educativas connotadas como el Colegio Nacional, la Plaza con denominación de 
  fecha patria encarna la centralidad política, jurídica y coactiva de la provincia 
  y la ciudad, y la evocación de sus lazos con la Nación Argentina.  
  En este marco, y aunque de noche, ante los ojos de sus edificaciones circundantes, 
  la Plaza se poblaba en forma espontánea por los distintos sectores que manifestaban 
  su protesta o que pretendían apoyar a esos mismos manifestantes, como los médicos. 
  Esa espontaneidad se ponía en evidencia en la disposición y surgimiento de las 
  carpas, al modo en que los pobres sin tierra ni vivienda ocupan sorpresivamente 
  y por la noche terrenos vacantes de los cuales pueden ser expulsados por pertenecer 
  al estado o a un propietario ausentista, y también en el tipo de materiales 
  con que se radicaba la ocupación. Igual que "la carpa docente" instalada 
  frente al Congreso de la Nación Argentina en 1997, los ocupantes de la Plaza 
  correntina se radicaban en un espacio público de fuertes connotaciones políticas 
  y de extrema proximidad a los poderes públicos; asimismo, la ocupación se realizaba 
  a través de una vivienda temporaria y extremadamente precaria, la "carpa" 
  o "tienda de campaña", tan distinta de la sólida vivienda urbana donde 
  muchos ocupantes residían. En este sentido, las tiendas correntinas se diferenciaban 
  de la carpa porteña por sus materiales más rústicos rememorando en algunos casos 
  al rancho rural que evocaba una correntinidad de tierra adentro alimentada por 
  las comidas y músicas típicas de la tierra provincial.  
  Esta instalación "de la noche a la mañana" era protagonizada por grupos 
  de asociación heterogénea: miembros troncales o disidentes de algunos sindicatos, 
  miembros de una institución (p.ej., una escuela), personas relacionadas con 
  algún elemento en común, como la jubilación, sobre la cual edificaban la identidad 
  de la carpa, o simplemente unidades domésticas relocalizadas de sus casas particulares. 
  La denominación de "autoconvocados" empezó a propagarse para designar 
  a un grupo de gente diversa unida por un espacio y por una misma actitud de 
  protesta. Pero es conveniente saber quiénes eran en realidad con el fin de establecer 
  qué sectores decidieron efectivamente sentirse representados sólo por sí mismos, 
  ante esta coyuntura crítica.  
  Los "autoconvocados" comprendían, en su abrumadora mayoría, a los 
  docentes y tutores que son, en el lenguaje burocrático y cotidiano de Corrientes, 
  los padres de los alumnos, de una escuela o colegio particular, que podía ser 
  un establecimientos de gestión estatal o privada religiosa. Pero también se 
  definían como autoconvocados los jubilados, los trabajadores estatales del Instituto 
  de Obra Social de Corrientes (IOSCOR), del Instituto de la Vivienda de Corrientes 
  (INVICO) y profesionales médicos, abogados, etc. Los autoconvocados eran quienes 
  no se identificaban con una dirección sindical o política y decidían participar 
  en el movimiento social por propia iniciativa o libre determinación, en pos 
  de un objetivo determinado, el cobro de los haberes atrasados o el reclamo de 
  juicio político a los representantes del régimen nuevista, y esto tanto por 
  motivos ideológicos como por ser víctimas personales de los funcionarios del 
  régimen del PANU. Apelando a un criterio de clasificación un tanto extremo y 
  no-nativo, podríamos definirlos como "autoconvocados puros".  
  Pero estos autoconvocados podían estar afiliados a un sindicato (docente o estatal, 
  por ejemplo), e incluso reconocerse como adscriptos a un partido político, sin 
  sentirse representados por sus dirigentes, al menos durante la crisis. Al denominarse 
  "autoconvocados" estos individuos y grupos generalmente asociados 
  a listas sindicales opositoras a las dirigencias establecidas, como algunos 
  afiliados a los gremios docentes y estatales, denunciaban la inercia, burocratización 
  y hasta complicidad de sus respectivas conducciones con el régimen. De igual 
  forma, entre los jubilados que participaron del movimiento de protesta hubo 
  quienes, al calor de las luchas, crearon un grupo o asociación de "jubilados 
  autoconvocados" con el fin de disputarle la dirección al Centro de Jubilados 
  por su actitud prescindente o de bajo perfil durante toda la crisis. Por otra 
  parte, con el correr de las protestas algunos autoconvocados terminaron incorporándose 
  a grupos más o menos orgánicos—sindicatos o grupos de autoconvocados con orientación 
  política, como Cabildo Abierto—que no se definían sectorialmente sino por su 
  posición ideológica con respecto a cómo debía orientarse la participación popular. 
   
  Por último, participaban en las marchas y asambleas públicas nuevos agrupamientos 
  de "autoconvocados" que no se definían por su común pertenencia a 
  un ámbito laboral (ej. docentes del colegio X) o sector social (ej. jubilados), 
  sino que procuraban destacar una determinada comunidad de ideas y/o coincidencias 
  en las acciones políticas a desarrollar. Así surgieron los autoconvocados de 
  Cabildo Abierto, del Movimiento de Base 17 de Diciembre, de la Coordinadora 
  de Autoconvocados 7 de Junio; todos ellos estaban asociados u orientados por 
  distintas agrupaciones de izquierda que entraban, así, al primer plano de la 
  política de una provincia con escasa presencia pública y política de estos sectores. 
   
  Además de los "autoconvocados" algunas organizaciones sindicales participaron 
  del proceso de protestas y de la Plaza de la Dignidad, como los docentes—SUTECO, 
  AMET, ACDP, MUD—, estatales de ATE, judiciales de SITRAJ. La CTA regional y 
  nacional dio su apoyo efectivo al movimiento a lo largo de todo el año 1999. 
  Las organizaciones de izquierda que se presentaban como tales—Patria Libre/Frente 
  de la Resistencia; MST/Izquierda Unida—se sumaron al proceso bajo dos modalidades. 
  Sus militantes participaban en el movimiento social como trabajadores (docentes, 
  estatales), definiéndose como "autoconvocados", disidentes de la dirección 
  gremial y como orientadores de las luchas sociales en términos políticos e ideológicos. 
  En tales casos, hacían manifiesta su adscripción a sus respectivos partidos 
  políticos, definiendo la primer instancia de lucha como "acciones reivindicativas" 
  en el "frente de masas", y la segunda como labor de "propaganda". 
  Buscando establecer un nivel de organización intermedio entre ambas modalidades, 
  impulsaban a grupos de "autoconvocados" como Cabildo Abierto, una 
  agrupación de base en la cual participaban militantes de distintas organizaciones 
  de izquierda y gente sin previa militancia sindical o política reconocida.  
  En suma, la categoría de "autoconvocados" era empleada por actores 
  sociales que no se percibían como comprendidos ni representados por los partidos 
  políticos y las organizaciones sindicales o sectoriales, particularmente por 
  sus dirigencias. Los autoconvocados eran, por definición, actores sociales no 
  institucionalizados, pero lo sorprendente es que en el curso del año la categoría 
  sumó prestigio y legitimidad. Por eso puede suponerse que el rótulo de "autoconvocado" 
  implicaba una falta de representatividad con respecto a las dirigencias, como 
  advertían nuestros informantes, pero también implicaba dos cuestiones más: por 
  un lado, constituía una réplica preventiva ante los patronazgos políticos por 
  los cuales una fuerza o un dirigente obliga a su clientela a manifestarse en 
  su favor. Estos eran "autoconvocados", es decir, "convocados 
  por sí mismos", por su necesidad y conciencia, individual y/o sectorial. 
  Este sentido fue prontamente advertido e invocado por el mismo Tato quien desde 
  la cárcel afirmó que las marchas en su apoyo estaban integradas por "autoconvocados", 
  contrarrestando la extendida presunción de que sus defensores habían sido "llevados", 
  "arrastrados" y "comprados" por comida y vino. Por otro 
  lado, la categoría de "autoconvocado" implicaba una oposición activa 
  y tajante, moralmente adjetivada, entre dirigencia y bases. Esta oposición se 
  pronunciaba con respecto a la corrupción de los jefes y a sus estructuras de 
  jefatura, dirigiendo la atención hacia dos cuestiones: la burocratización de 
  la representatividad y el incumplimiento del contrato laboral y ciudadano.  
  Con respecto a la burocratización, los autoconvocados enarbolaban su bandera 
  de inorganicidad igualitaria y solidaria. Este aspecto marcó la memoria que 
  los ocupantes, e incluso otros ajenos, elaboraron de la Plaza y de los acontecimientos 
  de protesta. La "crisis" se construía como una respuesta que, en su 
  decurso, forjaba imaginariamente una sociedad de iguales solidarios en la pobreza 
  que se vertía en episodios tales como los aportes de víveres, abrigo y medicamentos 
  para los ocupantes, o en el préstamo de bienes propios (una lona, frazadas, 
  sillas, mesas, etc.) a otros ocupantes hasta entonces desconocidos. Todo esto 
  sucedía en el corazón de una sociedad reconocidamente jerárquica, regida por 
  apellidos ilustres, y "donde manda el patrón" sobre su peonada sumisa. 
   
  Con respecto a la segunda—incumplimiento del contrato—los autoconvocados llamaban 
  contra la indiferencia evidente en el incumplimiento del contrato laboral—obtener 
  retribución por lo trabajado—lo cual, en este contexto correntino, tomaba una 
  envergadura descomunal ante el mayor empleador de la provincia, el Estado, que 
  era el mismo que debía garantizar la igualdad de sus sujetos, los ciudadanos. 
  Por eso, el incumplimiento de tres meses de sueldo y aguinaldo—la obligación 
  estatal—vulneraba la ciudadanía de los correntinos que lo eran, tanto más, por 
  ser trabajadores en relación de dependencia del Estado provincial y municipal. 
  En este sentido, la ocupación de la "Plaza 25 de Mayo" recibió el 
  nombre de "Plaza del Aguante", primero, y "de la Dignidad" 
  después. El primer término designaba la irrupción de un hecho excepcional, de 
  un estado de confrontación al filo de un desenlace que merecía "aguantar" 
  hasta obtener lo reclamado (aquí el énfasis cae no en el objetivo final sino 
  en las maneras del "aguante"); el segundo, en vez, apelaba a un nuevo 
  orden y a una nueva integración de la persona humana en la ciudadanía que no 
  debía ser vandalizada por el poder.  
  Ahora bien. Esta postura que aquí intentamos reconstruir, se expresaba menos 
  en discursos filosóficos y doctrinarios que en narraciones de vida. Esto obedece, 
  en parte, a que en las sociedades democráticas modernas, la política constituye 
  una experiencia extra-cotidiana para la mayor parte de los actores sociales 
  pues, para ellos, la política sólo permea la vida diaria en el "tiempo 
  de la política", p.e., en períodos electorales. Ello contrasta con el sentido 
  que tiene "la política" en los políticos profesionales, para quienes 
  la política es "la vida" y la cotidianeidad, dominando aspectos de 
  las relaciones sociales, su subsistencia económica ("trabajan" de 
  políticos), y también el tiempo del ocio (p.e., en fiestas, comidas, recepciones, 
  encuentros deportivos, etc.).  
  En 1999 los sectores de clases medias de Corrientes que se involucraron en el 
  proceso de protesta, particularmente en la Plaza de la Dignidad, vieron transformar 
  su existencia cotidiana, hasta entonces edificada sobre el espacio laboral (reparticiones 
  públicas, establecimientos educativos, hospitales, etc.), el espacio familiar 
  y de amistad, y el ámbito recreativo. Su participación en asambleas y marchas, 
  y en la ocupación de la Plaza 25 de Mayo, se expresó, primero, como una realidad 
  extraordinaria, pero la continuidad temporal y la intensidad relacional y dramática 
  de su decurso produjo una cotidianeidad alternativa, esta vez indisolublemente 
  ligada a la política. La narración de Aníbal expresa claramente esta gradual 
  transformación. Por su parte, una jubilada recordaba que  
  "Nos organizábamos para cocinar, para ir a buscar la comida al almacén 
  colectivo en la escuela. Se hacían tortas fritas y chipá cuerito todos los días. 
  Pero a veces había asado y, entonces, se invitaba a la gente de otras carpas 
  amigas. Ahí cocinábamos entre todos. Se festejaban cumpleaños, el día del padre 
  y el día del niño hubo torta para todos los chicos. Hubo guitarreadas y luego 
  vinieron grupos profesionales a dar recitales en solidaridad con la plaza. Bailábamos 
  chamamé mientras los policías y gendarmes nos miraban duros desde la calle. 
  También se hacían locros para todo el mundo".  
  Se amanecía, se desayunaba y se almorzaba; se dormía la siesta, se tomaban mate 
  por la tarde, se cenaba y se conversaba; día tras día, durante siete meses, 
  compañeros de trabajo, vecinos de carpa, y desconocidos que pronto eran frecuentados 
  más tiempo que a la propia familia, intercambiaban bienes, servicios y pasión. 
  Los padres y madres de los alumnos de los establecimientos convivían en el calor 
  y en el frío, bajo el mismo techo raído y maltrecho, con los docentes de sus 
  hijos. Las familias de los autoconvocados se conocían cuando visitaban a sus 
  padres, madres, hijos o hermanos que ahora "vivían en la Plaza". Nuevas 
  amistades, nuevas parejas, "oficiales" y "clandestinas" 
  se nutrían de un sentido político que inundaba la vida de la gente. La observación 
  "dejar al marido por un autoconvocado" evoca, al menos, una comparación 
  donde la opción por el amor libre de trinchera y compromiso con una causa política, 
  se contrapone al matrimonio oficial como emblema de lo establecido. Ese sentido 
  político se realizaba desde un espacio privilegiado donde vida cotidiana y política 
  convergían ardientemente.  
  De esta cotidianeidad, sin embargo, y como advertía Aníbal, estaban excluídos 
  los políticos, del sector que fueran. La Plaza era un territorio de la sociedad 
  civil, no del sistema político correntino, y en este sentido constituía un portal 
  de confrontación, cuidado y supervisión de lo que se hacía y decidía en los 
  edificios vecinos—la gobernación, la legislatura, etc. Esta posición es clara 
  en las primeras observaciones de Aníbal cuando "se arma la Plaza". 
  Ya transcurrido algún tiempo una jubilada recordaba que  
  "Desde la plaza controlábamos todo lo que los políticos hacían. Primero 
  lo que hacía el PANU y después al gobierno de coalición, porque ahí también 
  había chorros y corruptos. Sentados en las carpas mirábamos quiénes entraban 
  y quiénes salían de la legislatura o la gobernación. También ocupábamos las 
  escalinatas [de esos dos edificios públicos], pero dejábamos libre circulación. 
  A veces íbamos al baño o a buscar agua ahí. Pero también a controlar las sesiones 
  de los legisladores para que no hicieran nada a espaldas del pueblo. Los legisladores 
  se resistían a sesionar delante nuestro y prorrogaban las reuniones. Nosotros 
  denunciábamos a gritos, en el recinto de la cámara, a los legisladores peronistas 
  que se pasaban al nuevismo /…/ Esos que fueron elegidos con el voto del pueblo 
  peronista...."  
  Otra jubilada recordaba que en plena sesión a un peronista devenido en Nuevista 
  se le cayó la dentadura postiza al piso y alguien le gritó que estaba, por fin, 
  devolviendo el dinero robado al pueblo. "Los legisladores nos tenían miedo", 
  dice. "Cuando Tomasella arregló con el PANU para ser gobernador lo corrimos 
  por la calle a la salida de la legislatura y sólo lo salvó el gordo que está 
  en la puerta".  
  Dada la confrontación y desconfianza hacia las dirigencias, sólo dos poderes 
  aparecían como instancias indiscutidas de legitimidad: la nación (no el estado 
  nacional) y la iglesia. Desde los mismos comienzos de la ocupación de la Plaza 
  se instituyó el ritual del izamiento y arreo de la bandera argentina entonando 
  el himno a la bandera. Y dado que la ocupación comenzó en mayo, el ciclo litúrgico 
  anual de la Patria quedaba por delante como una oportunidad para exaltar la 
  justicia de sus demandas de la mano del Cabildo Abierto del 25 de Mayo, la muerte 
  de Juan Manuel Belgrano, la declaración de la Independencia, la muerte del Libertador 
  General nativo de Yapeyú, y la del estadista y docente Domingo Faustino Sarmiento. 
  La celebración de la fecha era fomentada y coordinada por los contingentes de 
  maestros que desplazaban a la Plaza de fecha histórica el habitual escenario 
  de los actos escolares, el patio de escuela. Pero su sentido excedía el formato 
  de estos "hábitus" en sentido bourdieuano, para resignificar en el 
  nuevo contexto a las fechas patrias como clamores de la libertad soberana y 
  la ciudadanía nacional. Una ocupante contaba que en la Plaza "pudo entender 
  el verdadero sentido patriótico" de la oración a la bandera que había aprendido 
  en la escuela primaria.  
  Por su parte, el santoral y las fechas de conmemoración de la Iglesia Católica, 
  muchas de ellas feriados provinciales, dieron igual oportunidad para afirmar 
  la tan mentada devoción católica del pueblo correntino. Ello se ratificaba, 
  además de las peregrinaciones, las visitas de imágenes peregrinas a la Plaza, 
  el emplazamiento de pequeños altares en algunas carpas, en la presencia y decidida 
  participación en la protesta de los primeros meses por parte de la máxima jerarquía 
  eclesiástica de la provincia, el arzobispo de Corrientes, Monseñor Castagna, 
  y su activísimo lugarteniente suyo denostado por las huestes del PANU, el cura 
  Scaramellini, además de numerosos párrocos y monjas que conducían los colegios 
  religiosos que participaron desde un principio de la protesta, en las asambleas 
  realizadas en colegios de gestión católica, en las marchas y en la Plaza, donde 
  oficiaban misa y rezaban diariamente el Santo Rosario. Esta presencia tuvo como 
  efecto reforzar la imagen de un pueblo unido por la espiritualidad cristiana 
  que no sólo perseguía el interés material del sueldo atrasado. Además, la cotidiana 
  ritualización terminó por incorporar a muchos que desde su infancia no "practicaban" 
  y a otros que se consideraban "no creyentes" y descubrían un nuevo 
  sentido de la fe. Así, una ocupante contaba cómo había aprendido a rezar durante 
  aquellos días. Este espacio, sin embargo, estaba dominado por la ortodoxia católica, 
  por lo cual otras creencias y prácticas populares como el culto al Gauchito 
  Antonio Gil, a San LaMuerte, etc. no se hicieron visibles o no fueron representadas 
  públicamente. Por último, apelar al sentimiento religioso católico y patriótico 
  se tornó hasta tal punto un instrumento de legitimidad social que durante las 
  protestas sociales contra el ajuste de la intervención federal durante el primer 
  semestre del año 2000, los "autoconvocados de Cabildo Abierto", tendencia 
  con no pocos militantes marxistas, invitaron al arzobispo de Corrientes como 
  orador de apertura en las conmemoraciones de las luchas del año anterior.  
  En suma, la Plaza de la Dignidad constituía la dramatización de una sociedad 
  entregada a la confraternidad y la solidaridad de los humildes de bienes y ricos 
  de espíritu. Como las pobres tropas de San Martín antes de cruzar los Andes, 
  como una pueblada de frente al autoritarismo de los poderes establecidos—"el 
  pueblo quiere saber de qué se trata"—, como una silenciosa grey de iguales 
  ante Dios que marcha con devoción y la seguridad de su victoria contra los fariseos, 
  los ocupantes de la Plaza encarnaban diversas secuencias míticas, todas ellas 
  inherentemente poderosas por su poder trágico y evocativo, pero también extremadamente 
  potentes porque en su articulación lograban la convergencia de amplísimos sectores 
  de la sociedad correntina. De este communitas estaban ausentes los políticos, 
  los que no dormían en la Plaza, los que sólo aparecían por conveniencia y según 
  soplaran los vientos de la coyuntura y el arreglo de cúpulas. Ahora bien: así 
  como en el relato de Aníbal y de tantos otros el nuevo cotidiano tomaba la apariencia 
  de la continuidad en la excepcionalidad de la anti-estructura, su vistosidad 
  radicaba precisamente en el riesgo permanente de la ruptura.  
  V. El Puente roto  
  Las escaramuzas relatadas por Aníbal, las dos jubiladas y tantos otros, 
  que tuvieron lugar en la Plaza, servían para demarcar una frontera que permitía 
  distinguir, por un lado, entre "autoconvocados" y seguidores del PANU, 
  y por el otro, ocupantes de la Plaza y miembros del sistema político establecido. 
  Pero esos intercambios, aún cuando fueran armados, no amenazaban la certeza 
  de la ocupación ni la continuidad de la nueva rutina. La Plaza, en este sentido, 
  era un espacio interno y relativamente cobijado al cual recurrían desde los 
  indigentes habituales y perros hasta los militantes, los trabajadores impagos 
  y quienes no tenían nada que hacer o buscaban compañía pues allí "estaba 
  todo el mundo". La Plaza encarnaba, por esto, una sociedad correntina distinta 
  pero integrada, relativamente previsible—por eso la liturgia y las distintas 
  ritualizaciones (en las comidas, los espectáculos)—y protegida. Pero éste no 
  fue el único espacio urbano donde se desarrolló la protesta durante 1999. Fue, 
  sí, la contracara de otro signado por la exterioridad, la exposición y la ruptura: 
  el magnífico Puente General Belgrano que cruza el Río Paraná uniendo a dos capitales 
  provinciales, Corrientes y Resistencia.  
  El Puente no difería de la Plaza por los actores locales: sindicatos, autoconvocados, 
  humildes, población en general, sino precisamente, porque pese a los intentos 
  de los movilizados y de la misma prensa ["La vida en el puente. 
  Asambleas a la mañana y a la tarde, además de la cocción de tortas fritas, fueron 
  las actividades centrales de los autoconvocados y de las distintas organizaciones 
  gremiales y sociales" (El Litoral 14 de diciembre, 2000)], el Puente no 
  podía constituir una nueva cotidianeidad; si se recurría a su interrupción como 
  una medida eficaz, era por resultar en extremo perjudicial al tránsito regional 
  e internacional, y a que se extendía sobre un espacio nacional: un río, una 
  ruta y un límite interprovincial. Quienes custodiarían sus confines ya no dependerían 
  de los poderes provinciales sino nacionales. Danilo, un "autoconvocado" 
  de la Plaza lo expresaba claramente  
  "Después vino la toma del puente, la de julio. El primer día del corte 
  fui con mi mujer y mis hijas. Al día siguiente fui sólo y estuve en las asambleas 
  que se hacían cada una hora. Me sumé. Como había muy pocos que querían ir a 
  cubrir el piquete que estaba más cercano al lado chaqueño, porque había que 
  caminar mucho, acepté ir allá.. /…/ En una de las asambleas de los autoconvocados 
  oí decir a uno de los dirigentes de Cabildo Abierto que había que resistir en 
  el puente hasta las últimas consecuencias, y todos los presentes aclamaron la 
  idea. Yo le pregunté qué quería decir con 'hasta las últimas consecuencias'. 
  Se quedaron callados unos segundos, entonces aproveché para decir que estaba 
  a favor de la toma del puente, pero que cuando viniera la gendarmería nos teníamos 
  que ir. /…/. Después la gendarmería avanzó y comenzó la represión".  
  Para principios de diciembre, estando en la Plaza, me sumé a una asamblea en 
  la que se discutía si se iba a tomar el puente de nuevo para presionar al gobierno 
  nacional a que mande fondos para la provincia. Yo estaba de acuerdo con un nuevo 
  corte. En julio la ocupación sirvió para que el gobierno nacional entregara 
  30 millones de los 60 prometidos. El gobierno de coalición no podía negociar 
  sólo con la Nación. No es que el gobierno de coalición fuera deshonesto, pero 
  hacía falta la presión del pueblo en las calles. /…/ si se iba a actuar así 
  había que organizar una estrategia de resistencia, porque en julio, cuando avanzó 
  la gendarmería, todo el mundo corrió a las disparadas /.../ Además había que 
  producir un efecto mediático con la toma del puente, hacer que se conozca en 
  todo el país y afuera. Había que comunicarse con los medios nacionales, instalar 
  una carpa en el puente con computadoras ligadas a internet y hacer una página 
  web. La propuesta fue aceptada.  
  No era éste un lugar para mujeres y niños, como sí lo era la Plaza. El Puente 
  era un frente de lucha, el lugar de la épica guerrera, precisamente por su posición 
  liminal—ni aquí ni allá—en el país y en el poder político. Era la medida de 
  "las últimas consecuencias", la última instancia, que ameritaba salir 
  al mundo.  
  "Lo extremo" era la razón y, a la vez, la amenaza de la ocupación, 
  y en ese límite se actuaban dramáticamente los rasgos considerados inherentes 
  de "la pueblada" de los "autoconvocados". Por ejemplo, su 
  inorganicidad, lejos de ser un mero rasgo pintoresco, tenía efectos muy concretos 
  en el proceso de la lucha misma. El mismo 10 de diciembre de 1999, cuando asumió 
  Fernando de la Rúa como nuevo Presidente de la Nación Argentina, numerosos sindicatos 
  y, fundamentalmente, los "autoconvocados" partieron encolumnados desde 
  la "Plaza de la Dignidad" decididos a ocupar, una vez más pero en 
  otro contexto político nacional y con otras consecuencias, el estratégico puente. 
  Corría el cuarto día de ocupación cuando, según relata la crónica de El Litoral, 
  el periódico por entonces opositor al PANU, se produjo lo siguiente:  
  "El debate más trascendente ocurrió la tarde del 14 de diciembre cuando 
  los manifestantes rechazaron la propuesta que había llegado de Nación, según 
  la cual debían confeccionar un marco de organicidad para el movimiento de autoconvocados 
  que englobe a todos los trabajadores no vinculados a una organización con personería 
  jurídica, en caso de una invitación al diálogo por parte del Ministerio del 
  Interior; pero la gente se negó a firmar el acta de acuerdo en ese sentido, 
  cuyo boceto fue confeccionado por Cabildo Abierto. Alguien dijo: ´Cuando vinimos 
  acá y a la plaza nadie nos pidió que firmáramos nada para ser autoconvocados. 
  Entonces, ahora, si quieren hablar con nosotros que vengan acá, al puente y 
  nos traigan una solución´".  
  Y la solución no se hizo esperar, aunque no provino del diálogo; las bases de 
  la protesta devenían rápidamente en contendientes y hasta enemigos. El 16 de 
  diciembre el presidente de la Rúa designó a Ramón Mestre, dirigente radical 
  cordobés y ex–gobernador de su provincia a quien la prensa local calificaba 
  como "un duro administrador con poca cintura política", como interventor 
  de la provincia. Al día siguiente, lejos de que la medida hubiera calmado los 
  ánimos de los manifestantes decididos a desafiar a la autoridad, ahora nacional, 
  con la ratificación de la ocupación del Puente, sobrevino el desastre; la gendarmería 
  reprimió brutalmente con un saldo de dos muertos y numerosos heridos, algunos 
  de extrema gravedad.  
  Debido a la magnitud de lo que se convirtió en el desenlace del drama correntino 
  de 1999, las voces de ciertos sectores propagadas a través de ciertos canales, 
  cobraron una saliencia mayor que la de quienes sólo podían comunicar sus pareceres 
  de boca a boca. El periodismo, la jerarquía eclesiástica, algunos analistas, 
  y las agrupaciones de izquierda, podrían ser calificados como intelectuales 
  cuyas palabras alcanzaban extensas audiencias a través de radios, canales de 
  televisión nacionales y provinciales, y los diarios. Allí se entreveraban las 
  crónicas generales con las entrevistas a protagonistas y expertos, y si bien 
  algunos individuos eran reporteados en "el lugar de los hechos", sus 
  versiones quedaban desmembradas en un sinnúmero de impresiones o en el lugar 
  de un cronista de terreno. En vez, las versiones que elaboraron los diarios, 
  los periodistas radiales y televisivos, y la diócesis de Corrientes, e incluso 
  a título individual algunos autores de ensayo y artistas, podían reconocerse 
  con una mayor vertebralidad, sea porque podían atribuirse a instituciones connotadas 
  del panorama provincial y nacional, sea porque su coherencia interna ofrecía 
  una lógica contundente y persuasiva. Veamos sumariamente estas versiones.  
  La edición especial de El Litoral del día siguiente a la sangrienta represión, 
  llevaba como titular de tapa la frase atribuída a Monseñor Castagna, "¡Paren, 
  por Cristo!", acompañada de una fotografía que daba cuenta del "desigual 
  combate" librado entre la gendarmería nacional y el "pueblo de Corrientes" 
  sobre la avenida 3 de Abril. La crónica periodística—que detallamos a continuación 
  por su valor narrativo—destacaba el episodio en sus rasgos más anárquicos, pero 
  connotándolo como una "pueblada" asimilable a previas irrupciones 
  populares en otras provincias contra la injusticia y la arbitrariedad de los 
  malos gobernantes. De todos modos el "correntinazo", en esta perspectiva, 
  se montaba en una especificidad local con el fin de anclar el relato de una 
  serie tumultuosa de episodios que difícilmente pudieran domesticarse en un único 
  sentido:  
  "Coraje y valentía sin igual demostraron los correntinos que resistieron 
  a la represión, más violenta y cruda que nunca, llevada a cabo por la gendarmería 
  desde esta madrugada para desalojar el puente Gral. Belgrano, coronada por un 
  saldo lamentable de dos jóvenes muertos y más de 50 heridos. Los métodos de 
  los civiles no fueron los más ortodoxos, pero las fuerzas federales dispararon 
  a mansalva con armas de fuego de uso civil, ya que por lo menos diez manifestantes 
  autoconvocados resultaron heridos con balas de calibre 22 /.../ La gente se 
  apostó en la esquina de la calle Chaco y la Avenida 3 de Abril y desde allí 
  rechazó con su arsenal de piedras y gomeras /.../ Las balas provenían—hay que 
  decirlo—de los dos bandos. Algunos piqueteros radicalizados descargaban sus 
  pistolas 9 milímetros y calibre 11,25 hacia la escuadra de uniformados. Varios 
  gendarmes también cayeron heridos /.../ A las 10 de la mañana el enfrentamiento 
  entre gendarmes y civiles ya tenía categoría de levantamiento popular. El correntinazo 
  tantas veces pintado en los muros se había convertido en pura realidad, porque 
  si bien estaban al frente de la batalla los sectores de izquierda como el Frente 
  de la Resistencia, también había jubilados, docentes, colectiveros, desocupados, 
  remiseros y amas de casa. Más de 3000 personas apostadas detrás de muros, autos 
  y árboles para protegerse de la balacera, que era cruzada. Los gases lacrimógenos 
  y vomitivos lograban momentáneos repliegues, pero la gente se reagrupaba y atacaba 
  imitando la estrategia militar de los operativos cerrojo. /…/ la lucha se recrudecía 
  hasta transformarse en una cuestión de honor y orgullo /.../ El diálogo quedó 
  de lado y la gente se armó para defender su derecho a la justicia, a cobrar 
  sus sueldos, a la salud y a la educación de sus hijos. Hubo entre medio algunos 
  activistas y desequilibrados que recurrieron a las armas de fuego. En parte, 
  empañaron la pueblada de muchísimas otras personas que acudieron a la 3 de Abril 
  con la única finalidad de defender su dignidad de trabajadores honestos [...]. 
  Un cordón humano integrado por agentes de la fuerza provincial se colocó, sin 
  armas, entre los dos bandos en pugna. Era tarde, habían muerto dos jóvenes y 
  uno más de alrededor de 18 años agonizaba en el Hospital Vidal /.../ Los saqueos 
  volvieron como a fines de los años 80 /.../ sedientos y sofocados por el calor 
  y los gases lacrimógenos, los manifestantes más radicalizados coparon el supermercado 
  ´Sus compras diarias´ ubicado frente a la estación de servicio Shell que está 
  en la bajada del puente; de donde retiraron gaseosas, bebidas alcohólicas, cigarrillos. 
  Fue durante 15 minutos. Un grupo de manifestantes intentaba parar a los saqueadores 
  diciendo que esta acción arruinaba la lucha. Otros locales también sufrieron 
  agresiones /.../ Los habitantes más humildes del barrio Arazatí y otros 
  más cercanos, en su mayoría desocupados, tomaron como suyo el desafío y no abandonaron 
  el lugar /.../ El resto de la ciudad, salvo la Plaza 25 de Mayo y sus alrededores, 
  mostraba su rostro totalmente normal. En la peatonal el movimiento era incesante 
  /.../ Era casi como si nada estuviera pasando" (El Litoral 17 de diciembre, 
  1999).  
  Coraje por el honor y la dignidad habría sido el rasgo saliente de esta pueblada 
  correntina, pese a la presencia de la izquierda, los desequilibrados, los saqueadores 
  (como en 1989), y hasta la impávida rutina del resto de la ciudad que no acusaba 
  recibo de la pueblada de sus coterráneos.  
  La Iglesia se pronunciaba, ahora, como lo había hecho durante buena parte del 
  año, en especial hasta la destitución del intendente Raúl Romero Feris, por 
  la reconciliación. Monseñor Castagna llamaba a detener los enfrentamientos invocando 
  a las máximas, y a esa altura, únicas autoridades celestiales y genealógicas 
  que podían reconocerse como legítimas: "¡Qué el Señor intervenga con su 
  inspiración y ternura de Padre! ¡Qué María de Itatí calme tantos dolores y los 
  abrevie con su presencia de Madre de Corrientes!" (El Litoral 17 
  de diciembre, 1999). Desde esta invocación, los correntinos recibían una atención 
  especial a través de una figura católica de nacimiento y residencia correntina, 
  la Virgen de Itatí. Pero su alejamiento del campo de la protesta, particularmente 
  con el ascenso del gobierno de coalición, quedó sin explicar para la mayoría 
  de los movilizados, como advertía Aníbal también sobre los políticos.  
  Los intelectuales que se pronunciaron en aquel tiempo sobre lo sucedido también 
  exaltaban la especificidad de esta "república aparte". Para bien y 
  para mal, Corrientes había sido presa del aislamiento y el tradicionalismo (Andrés 
  Salas), o había reaccionado desatando la fuerza de su matriz guaranítica 
  (Bosquín Ortega), o iniciaba una Revolución Cultural que emulaba a la Revolución 
  de los Comuneros de 1764, inscribiendo las protestas de 1999 en una larga tradición 
  democrática y libertaria, procurando la defensa de los intereses locales y su 
  autodeterminación frente la autoridad colonial (González Azcoaga).  
  Por su parte, los partidos y agrupaciones de izquierda, que ocuparon un sitio 
  relevante en algunos hitos del conflicto y, particularmente, durante el corte 
  del Puente, buscaron imponer una significación "revolucionaria" o 
  "potencialmente revolucionaria" a los acontecimientos. Para ellos 
  el corte del Puente y la resistencia a la represión debía ser leída en la misma 
  clave del "Cordobazo" de 1969 o, incluso, del nativo "Correntinazo" 
  del mismo año cuando el estudiante Cabral fuera asesinado.  
  Por su parte, los "autoconvocados" ejemplificados aquí por Aníbal, 
  las dos jubiladas y por Danilo, conceptualizaban lo ocurrido en términos individuales 
  y de sus relaciones familiares y de amistad, y a veces como miembros de sectores 
  castigados por la crisis. Para ellos Plaza y Puente también habían sido una 
  pueblada, una sucesión de hechos inéditos en la pacífica y previsible vida correntina, 
  pero este sentido épico se asociaba más a la experiencia política personal y 
  colectiva de los autoconvocados, que a una historia de tradiciones esenciales 
  que sólo puntualmente venían a nutrir los relatos, tal como la pueblada del 
  25 de mayo que se ocuparon de instruir los numerosos docentes ocupando la Plaza. 
   
  La ruptura se había producido, y desde su misma ocurrencia todos, viejos (autoconvocados, 
  sindicatos, políticos locales, partidarios del intendente depuesto, la Iglesia 
  y los intelectuales) y nuevos protagonistas (principalmente la intervención 
  y por ella el flamante gobierno nacional), deberían forjar el sentido de los 
  acontecimientos, para reposicionarse en la nueva coyuntura y ante un futuro 
  incierto. Qué habían significado la Plaza y el Puente en la vida de la gente, 
  y en la vida política provincial, fue el interrogante que desde entonces comenzaría 
  a ser respondido, una y otra vez, a la luz de los nuevos acontecimientos.  
  VI. El sentido (correntino) de los hechos  
  Hemos comenzado este capítulo sobre la dimensión cultural de la crisis del 
  Estado de la Provincia de Corrientes preguntándonos por su especificidad provincial. 
  Y hemos anunciado que trataríamos de introducirnos en los modos en que los sucesos 
  de la crisis se constituyeron en hitos de cambio y permanencia en la subjetividad 
  de la sociedad política y civil que participara en ella. Para ello dimos prioridad 
  a las narraciones de los ocupantes de la Plaza y de los protagonistas de los 
  episodios del Puente General Belgrano, aunque también revisamos algunas referencias 
  al sentido del Nuevismo en esta vieja provincia. Todos estos relatos no narran 
  el pasado tal cual fue sino que contribuyen a la construcción del sentido que 
  el pasado cobró en el presente de la investigación.  
  En la era de la caída de los "grandes relatos" o perspectivas teóricas 
  unificadoras sobre el mundo, la historia y la política, es difícil sostener 
  fundadamente que los sentidos sean inherentes a los hechos. Con respecto al 
  caso específico que hemos analizado aquí, esto es, los episodios que desencadenó 
  la crisis financiera del Estado de la provincia y la ciudad de Corrientes, la 
  pregunta inicial puede reformularse. Preguntar "qué tuvo de correntino 
  esta crisis" es, por lo pronto, escindir los dos componentes de la expresión 
  "crisis correntina"; así, la coyuntura económica y política de un 
  estado provincial y municipal, no conlleva su adjetivación como "correntina", 
  lo cual implica una desnaturalización de dicha crisis como inherente de esa 
  provincia. Ello no obsta para reconocer los alcances jurisdiccionales de la 
  cesación de pagos a los empleados públicos, pero advierte contra una supuesta 
  esencia nacida de esa jurisdicción. No sólo Corrientes afronta una profunda 
  crisis en este sentido. Des-naturalizar lo correntino es, en todo caso, interrogarse 
  sobre su supuesta esencia provincial, cultural o política. En suma, entendemos 
  que las articulaciones entre la crisis financiera de un estado de jurisdicción 
  subnacional, y sus implicancias políticas, económicas y culturales, a menudo 
  invocadas como sus explicaciones, son construcciones de agentes sociales concretos, 
  y no conceptualizaciones que emergen o impregnan a las realidades empíricas. 
  A la vez, esos agentes son diversos porque su inscripción en la historia, la 
  sociedad y el estado varían necesariamente. Y hasta la apelación a la identidad 
  inmanente, a la cultura compartida, a eso que suele designarse como "correntinidad", 
  es el resultado de prácticas, imágenes, decisiones, discursos.  
  La mirada analítica de los cientistas sociales puede alcanzar conclusiones más 
  iluminadoras si construye a las apelaciones identitarias como objetos de investigación, 
  en vez de cómo presupuestos o puntos de partida. Pero la mirada de los agentes 
  desde la lógica de su práctica, tal como la definiera Pierre Bourdieu, es necesariamente 
  distinta, pues se vale de construcciones como "cultura", "política", 
  "tradicionalismo", "raíz guaraní" y tantas otras, como razones 
  de su práctica cotidiana, como cualidades dadas, como puntos de partida de su 
  estar en el mundo. En este plano, el "tradicionalismo" cobra existencia 
  real en tanto es invocado por agentes concretos como razón de sus males; pero 
  como categoría nativa, ese tradicionalismo debe ser indagado bajo la lupa del 
  analista. Cuando ambas miradas se fusionan no sólo los procesos sociales pierden 
  riqueza y especificidad; además, quedan sin expresión, sin construcción lógica 
  y persuasiva, algunas interpretaciones. En efecto, como la mirada desde la lógica 
  de la práctica no es una sino múltiple, algunas perspectivas, interpretaciones 
  o enfoques priman sobre otros, como sucede con las versiones de los profesionales 
  de la política que priman sobre las de quienes se asomaron a la política como 
  cotidianeidad desde la Plaza; o como los intelectuales locales cuyas voces son 
  más "escuchadas", "respetadas", "tenidas en cuenta" 
  que las caracterizaciones de los autoconvocados.  
  Caben aquí dos aclaraciones: la primera es que los relatos no producen la realidad, 
  sino interpretaciones sobre ella; pero estas interpretaciones son cruciales 
  a la hora de tomar decisiones y, más aún, cuando se trata de coyunturas críticas 
  o de situaciones inesperadas. La segunda aclaración es que las versiones no 
  están constituídas por cuerpos puros de doctrina y formas de pensamiento aislados 
  entre sí; antes bien, se comunican, relacionan, y toman prestados fragmentos 
  para incorporarlos a la propia lógica. Así, lo que un grupo toma como "experiencia" 
  puede pasar a integrar la conceptualización que otros sectores elaboran de la 
  experiencia colectiva. Generalmente, esos "préstamos" recorren las 
  líneas del capital cultural, del prestigio, de la "expertise", del 
  poder.  
  Llegamos, entonces, al punto en que nos toca a nosotros examinar el sentido 
  que cobraron las dos paradojas apuntadas en estas páginas: la ruptura con el 
  sistema político provincial, que proponían los seguidores de Tato Romero Feris 
  con un Partido Nuevo, y la ruptura con los modelos de la correntinidad que habían 
  introducido los "autoconvocados" en su protagonismo político. La mayor 
  parte de este capítulo se detuvo en las concepciones que, viejas o nuevas, emergían 
  de la práctica de gente común, sin pretender abarcar con ello a todos los correntinos, 
  ni siquiera a todos los empleados públicos o a todos los capitalinos. Al respecto, 
  cabe destacar una primera impresión, que debiera indagarse, como sugerimos luego, 
  en una etapa ulterior de la investigación: el sentido de ruptura fue propuesto 
  más por los protagonistas directos del conflicto que por sus analistas quienes, 
  en general, intentaron encuadrar esta experiencia ciertamente novedosa en tradiciones 
  interpretativas de más larga data. Esa ruptura parece incontestable: no sólo 
  los autoconvocados sino probablemente todos los correntinos recordarán a la 
  Plaza de la Dignidad y el corte (corte! interrupción! brecha!) del Puente de 
  julio y diciembre de 1999 como hitos que, según el caso, marcaron sus vidas 
  para siempre: como los familiares de Francisco Escobar y Mauro Ojeda, muertos 
  en el Puente en un enfrentamiento con fuerzas nacionales; o el padre de Gustavo 
  Gómez, muerto en circunstancias oscuras pero atribuídas a fuerzas locales, y 
  velado en la Plaza; o, menos trágicamente, las mujeres que ahora cocinaban en 
  las carpas y no en sus casas; los hombres que participaban en los piquetes del 
  Puente, y todos aquellos que cambiaron—siquiera transitoriamente—a la esposa 
  o al marido "por un autoconvocado". Sin embargo, que los sucesos del 
  '99 sean parte de un camino sin retorno o de un recorrido cíclico del cual ya 
  se conoce el final, depende tanto del devenir político y económico que imprima 
  la Intervención Federal, el gobierno nacional y los partidos políticos nacionales 
  y provinciales al manejo de la cosa pública—orden de las cuentas, del estado 
  financiero, "racionalización" del aparato estatal—como del posicionamiento 
  y el sentido que los distintos sectores ostenten, disputen e impongan a los 
  eventos pasados,. sintetizados en la palabra "crisis".  
  En este informe hemos intentado presentar algunos aspectos de estas distintas 
  vertientes, evitando extraponer interpretaciones de unos a otros actores, y 
  evitando también tomar como "naturales" e "históricas" lo 
  que son construcciones socio-culturales del presente. Pero para conocer los 
  fundamentos de sus respectivas lógicas y suponer los márgenes por la legitimidad 
  y plausibilidad, debemos profundizar en las lógicas de la práctica que subyacen 
  a los modos en que cada sector sintetizó su experiencia y se constituyó como 
  actor significativo de la crisis. Para ello creemos necesario emprender un reconocimiento 
  genuino y empíricamente fundado de cómo, en términos nativos, cada sector da 
  sentido a la correntinidad y sus signos diacríticos; para esto es imprescindible 
  realizar un estudio empírico minucioso y desagregado de los posicionamientos 
  de algunos de los sectores implicados, incluso en veredas antagónicas. Ello 
  redundaría un conocimiento menos prejuiciado, más dinámico y complejo, siquiera 
  de algunos de los protagonistas más mencionados en la crisis y poco comprendidos 
  por los estudios sociales en Corrientes. Según entendemos, vale la pena aprovechar 
  esta primera etapa de trabajo para profundizar en la idea de que todos los sectores, 
  tanto de la Plaza como del Nuevismo (y quizás los presuntos "indiferentes" 
  de la peatonal Junín) expresaron fuertes orientaciones al cambio y también a 
  la continuidad, amparándose en ciertos valores desde los cuales una transformación 
  del sistema político correntino podría ser factible o pensable.  
  En este punto sugerimos que una perspectiva antropológica develaría el misterio 
  que subyace al supuesto acuerdo entre los sectores populares, las elites políticas 
  y los intelectuales locales, para la supervivencia de la "correntinidad" 
  como figura explicativa del proceso provincial. Proponemos pues estudiar  
  1) el sistema de creencias y prácticas políticas de los sectores populares caracterizados 
  como "la clientela del PANU", que se encarnan, además, en creencias 
  y prácticas de otro tipo—religiosa, laboral, social;  
  2) el sistema de creencias y prácticas políticas de la elite local, anclado 
  en la relación entre familia, política y patrimonio ejemplarizada por un grupo 
  familiar de la dirigencia partidaria correntina;  
  3) la lógica de construcción y utilización de la "correntinidad" por 
  parte de los intelectuales locales como causa y efecto de las especificidades 
  provinciales y subprovinciales.  
  
 
  
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  Notas  
  1- Incluímos en esta categoría simplemente a quienes aparecen ante la sociedad 
  como ocupando el lugar de analistas y conceptualizadores del devenir provincial 
  y nacional. Su voz y sus interpretaciones son tenidas especialmente en cuenta 
  por integrantes de los campos educativo, político y periodístico, y generalmente 
  encuentran vías de acceso fácil al público a través de libros pero, sobre todo, 
  de los diarios locales, con cuyas orientaciones ideológicas y políticas pueden 
  diferir incluso fuertemente. De todos modos, estos intelectuales logran preservar 
  una imagen que trasunte la autonomía de sus ideas y la originalidad de sus perspectivas. 
   
  2- "De acuerdo con el Acta de Fundación [cuyo original se encuentra en 
  el Archivo de Indias de Sevilla] queda claro que don Juan de Torres de Vera 
  y Aragón dio a la ciudad el nombre de Vera; creemos que lo hizo, como 
  era común en los españoles, con la intención de perpetuar su apellido en su 
  obra. La primera adición de San Juan hecha al nombre de Vera, 
  se remonta al período comprendido entre los años 1625 y 1630, siendo el documento 
  más antiguo que lo contiene, de los que quedan de aquella época y donde la fecha 
  se lee con claridad en el acta capitular del 30 de mayo de 1633. Aunque hay 
  otra, en la cual está hecha la anteposición de San Juan, del mes de diciembre 
  del mil seiscientos – el día y el año no se leen – que figura antes que la otra 
  en la recopilación de las Actas Capitulares de Corrientes llevada a cabo por 
  la Academia Nacional de Historia. Aunque Hernán F. Gómez cita un documento del 
  20 de diciembre de 1598 en el que consta la designación de Jacome Antonio como 
  teniente de gobernador en la ciudad de San Juan de Vera en las Corrientes, 
  hecha por el gobernador de estas provincias Hernando Arias de Saavedra. Consideramos 
  que este aditamento se hizo en homenaje del santo del fundador, como también 
  era práctica corriente en la época. Transcurrido el tiempo y sin que mediara 
  una solución oficial, el uso popular le agregó el nombre del lugar, las Siete 
  Corrientes, alargándose la denominación de la ciudad a San Juan de Vera 
  de las Siete Corrientes. Pero con el tiempo esta larga denominación se acortó, 
  aunque en lugar de volver al nombre primitivo comenzó a llamarse Corrientes 
  a la ciudad, imponiéndose definitivamente éste" (Castello,1996:32-33). 
   
  3- O, refiriéndose a los relatos de los jesuitas sobre la participación de los 
  guaraníes en la batalla de Mbororé (1641): "[...] dando rienda suelta en 
  sus relatos a imaginarios actos de heroísmo, atribuyendo a los afeminados guaraníes 
  comportarse como valerosos guerreros [...]" (Labougle,1978).  
  4- Un manifestante de 1999 que demandaba el cobro de sus haberes, decía: "El 
  problema del correntino es que está acostumbrado a aceptar cualquier cosa del 
  patrón. Acá, cualquier chipacereo que te vas a preguntar algo te dice: "¡Eh! 
  Patrón..." o "Jefe"... En Corrientes si andás bien vestido – 
  y con traje ni te digo... – y con la mirada alta y hacia el frente, te dejan 
  pasar en cualquier lado. Nadie te va a preguntar nada, porque quien anda así 
  por la vida se supone que es alguien ¿no? En cambio, si andás preguntando si 
  podés pasar, no te dejan ir a ningún lado. El correntino le tiene miedo a la 
  autoridad. Está acostumbrado a obedecer. En cambio, los chaqueños son luchadores 
  y protestan. Son descendientes de inmigrantes que llegaron acá sin nada, que 
  tuvieron que salir adelante solos, que creen en el progreso...".  
  5- Se incluye aquí parte del trabajo de campo realizado en San Luis del Palmar, 
  algunos de cuyos aspectos hemos incorporado a este informe en lo relativo a 
  la movilización política del '99, y también un trabajo de campo sobre la historiografía 
  provincial de la que sólo hemos incluído imágenes generales para elaborar los 
  rasgos diacríticos de la correntinidad, e interpretaciones sobre los sucesos 
  de las movilizaciones de protesta.  
  6- En unos casos para el conjunto de la sociedad, la adscripción socioprofesional 
  del actor es prueba suficiente de la pertenencia a la "clase media". 
  Un abogado o un contador, no importa su nivel de ingresos, ni si ejerce su profesión 
  por cuenta propia o en relación de dependencia como trabajador asalariado, evidencian 
  suu condición social a partir de un determinado capital cultural deducido del 
  nivel de escolarización. En igual situación se encuentran los docentes (maestros 
  y profesores), de condición socioeconómica asalariada y niveles de ingresos 
  bajos y medios (entre $300 y $1000). Los comerciantes, por su parte, no demuestran 
  por lo general niveles de escolarización elevada, pero por ser una actividad 
  sin relación de dependencia se la asocia a la "clase media", independientemente 
  de la ganancia que puedan percibir. Por último, los trabajadores estatales, 
  tradicionalmente se han considerado en Argentina parte de la "clase media", 
  y aún hoy persisten en definirse como tales, dado el tipo de actividad "intelectual" 
  que desempeñan, y debido a que sus contrataciones gozan de ciertas prerrogativas 
  asociadas al Estado de Bienestar, tales como el empleo en planta permanente 
  (por tiempo indefinido), vacaciones, servicios sociales, etc. Por otra parte, 
  debemos observar que el trabajo de campo llevado a cabo en la ciudad de Corrientes 
  confirmó una tendencia casi universal: la mayoría se consideraba a sí mismo 
  parte de la "clase media". Y si un individuo se autoabscribía a la 
  categoría de "pobre" o "trabajador", lo hacía sólo bajo 
  ciertas circunstancias, por ejemplo, para demandar un empleo, ser beneficiario 
  de un programa social o un subsidio.  
  7- Todos los nombres de nuestros informantes orales fueron modificados para 
  preservar su integridad.  
  
 
  
  Trabajo enviado por Luis, de Autoconvocados de Corrientes, el 11/12/2001