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Latinoamérica

10 de abril del 2002

La dimension cultural de la crisis de Corrientes

Rosana Guber

(*) Trabajo realizado en colaboración con Germán Soprano (UnaM)  
"Corrientes es uno de los pueblos que más honor hace a sus orígenes hispánicos, por el acendrado individualismo de sus habitantes, puesto de manifiesto en la defensa constante de sus derechos y libertades, como los antiguos comuneros castellanos; por su conservadurismo casi excluyente, patrimonio no sólo de las clases acomodadas y patricias sino también de los sectores campesinos más humildes, traducido esto muchas veces en relaciones entre aquéllas y éstas de tipo semifeudal, en una economía basada en su mayor parte en la ganadería practicada en grandes estancias; y por su profunda fe religiosa, el respeto reverencial a sus ancestros y el culto de las tradiciones familiares e históricas, que se sintetiza muchas veces en el machazo sapukay, lanzado cuando los sones de un chamamé hacen vibrar las fibras más íntimas del correntino /.../  
En la defensa de este ideal de vida los correntinos invirtieron gran parte de sus energías a lo largo de cuatro siglos de existencia preñados de luchas, ora violentas, ora en el terreno puramente ideológico, pero siempre, de una u otra forma, marcando de manera indeleble el camino por seguir en cada circunstancia, trascendiendo al plano nacional en momentos cruciales de nuestra historia" (Castello1996:620)  
Preguntarse por qué fue "correntina" la crisis institucional que se desató a comienzos de 1999 y concluyó con una nueva intervención federal a la provincia, la número 17, en diciembre de ese año, implica aventurarse por un camino de doble dirección: averiguar qué tuvo de "correntino" esta crisis, y qué estuvo en crisis de "lo correntino" o, como algunos suelen proclamar, de la "correntinidad". Ambas direcciones comparten el supuesto de que existe una matriz básica desde la cual los habitantes del territorio provincial conciben, interpretan y actúan los procesos sociales. Esta matriz presenta una apariencia ciertamente semejante a lo que suele calificarse como "identidad" y "cultura", y por eso vale aquí una aclaración. En vez de apelar a la cultura o la identidad como un equipaje de rasgos inherentes a un pueblo, preferimos por varias razones de tipo teórico, empírico y, también, político, concebirlas como una trama siempre abierta desde donde se significa el mundo y la historia. Lo cultural, entonces, no sería una "superestructura" ni un dominio nítido de la realidad, sino una fuerza constitutiva de las formas de existencia sociales. Así, trataremos de que nuestra aproximación sea lo más dinámica posible, para reconocer aquellos elementos con que los correntinos y los residentes en la provincia trazan su pertenencia en contextos concretos, explican los acontecimientos de los que son contemporáneos, y toman posición en ellos. Aspiramos así a presentar los resultados preliminares de una primera etapa de investigación, en la cual comenzamos a reconstruir esa trama por demás compleja que hace posible significar, particularmente, a las coyunturas novedosas por lo críticas e inesperadas.  
Para ello hemos tenido cuidado en apoyarnos en la perspectiva de diversos actores y de reconocer la diversidad de sus voces. De estas perspectivas resultarán distintas posibles articulaciones entre la crisis y la correntinidad. Y como crisis parece referirse a ruptura y quiebre, y correntinidad a la permanencia de una identidad que supuestamente la hace igual a sí misma, estas articulaciones pondrán en juego distintas combinaciones de sentido de continuidad y discontinuidad con que los correntinos de la Ciudad Capital de Corrientes vivieron los acontecimientos institucionales, políticos y sociales de 1999. Nuestro objetivo será entonces establecer de qué modos estos sucesos se constituyeron en un hito de cambio y permanencia en la subjetividad de los integrantes de la sociedad política y civil de la provincia.  
I. Valores fundantes de la correntinidad  
Los elementos diacríticos con que intelectuales(1) de la academia, las letras, las artes y la política suelen caracterizar al correntino, presentan un notable consenso: la matriz guaranítica, la escasa inmigración ultramarina, el coraje, la cristiandad católica, el patronazgo semi-feudal, el tradicionalismo y el folklore musical y culinario. A través suyo el correntino común y el correntino intelectual, el político y el trabajador, el hombre de campo y el residente de pueblos y ciudades, se concebirían de un modo distintivo al que contrastan con las provincias vecinas—Chaco, Misiones, Entre Ríos y Santa Fe—y con la gran metrópoli, el puerto de Buenos Aires. Estos aspectos habrían resultado de procesos socio-históricos específicos según la aproximación que ensayamos en esta sección, pero habrían mantenido su vigencia y cobrado nuevas significaciones, tal como veremos en las secciones siguientes correspondientes a 1999.  
"Corrientes" es el nombre de una de las "provincias viejas" de la Argentina, pero también de la primera fundación en el actual territorio provincial. Datada en el 3 de abril de 1588 y fundada por Juan Torre de Vera y Aragón(2), el último Adelantado del Río de la Plata. Se asentaron en el nuevo poblado españoles americanos, indígenas guaraníes encomendados, y mestizos procedentes de Asunción, fundada en 1537. Los historiadores destacan el particular sincretismo entre las dos culturas, basado en la "amistad hispano-guaraní". Por ella, los guaraníes ofrecían a sus mujeres engendrando una nutrida progenie mestiza (Vara 1985:26). Sin embargo, la "cooperación" inicial fue dando lugar a la explotación de los aborígenes, provocando repetidas sublevaciones que fueron sucesivamente diezmadas. Lo que las armas no pudieron contener fue la herencia de ese contacto pues  
"las viejas creencias animistas guaraníes persistieron en el corazón de las madres, que eran las que criaban y alimentaban a sus hijos, les enseñaban a hablar y caminar, a temer y a amar. La vida cotidiana de aquellos primitivos ´mancebos de la tierra´ se vio así, inundada por un animismo ancestral y por una multitud de tabúes y vivencias íntimamente conectadas a la naturaleza /…/" (Ibid.:28).  
Los autores de la historia y el carácter correntinos no discuten la presencia guaranítica en la religión, la lengua y las costumbres, sino su sentido. Algunos se refieren a los guaraníes como "el pueblo más importante cultural y económicamente" cuya "lengua fue una de las más usadas por los españoles, llegando con toda su riqueza a nuestros días", "un rasgo de su cultura superior a la de otros pueblos de la región era el gusto por la música, el canto y el baile" y "su gusto por la elocuencia, contribuyendo para ello su rica lengua, pintoresca, expresiva como pocas" (Castello 1996:16-17,19). Para el influyente historiador Mantilla, los guaraníes y los misioneros jesuitas provocaron recurrentes conflictos con el Cabildo de Corrientes por el control de las tierras, el ganado y los indios que caían bajo su 'legítima jurisdicción'" (Mantilla 1928). Para otro historiador, Labougle, "los indios misioneros guaraníes, notoriamente cobardes, no eran capaces de contener a los mamelucos que constantemente atacaban a esos pueblos /.../ Eran dichos indios—y lo fueron siempre—afeminados, de notable bajeza de ánimo, traicioneros, asesinos, perezosos en extremo, y sin la menor idea de lo que es honra" (Labougle1978)(3). Según Pedro Ferré, tras su libertad, para "los naturales de Misiones" "El peso de las cadenas que habían arrastrado por más de dos siglos los había reducido a tal extremo de degradación que cuando se vieron libres de ellas pasaron al exceso de una licencia sin límites. Entregados a la disolución anárquica no perdonaron crimen que no cometiesen: violencias, robos, asesinatos y estupros, he aquí las acciones que han marcado su conducta pública" (Ferré [1827] en Gómez 1929:253-255). Según el historiador Hernán Félix Gómez, la raíz guaranítica anticipa "el régimen de terror y de vergüenza que se abrió en la provincia. La figura del caudillo guaraní afirmada por las hordas semidisciplinadas que le obedecen, es en la tradición popular de la provincia como la encarnación de la perversidad y del latrocinio" (Ibid).  
Esta imagen sobre los orígenes del poblamiento correntino explicaría los aspectos distintivos de la cultura provincial y la división de la provincia en dos subregiones. Hasta principios de siglo XVIII, el hinterland que dominaba la ciudad de Corrientes efectivamente no excedía, al este, los límites de los Esteros del Iberá, y al sur el río Santa Lucía. La historia económica del siglo XVIII y XIX en Corrientes es la de la expansión de la frontera de tierras destinadas a la explotación ganadera; primero hasta las márgenes del río Corrientes, y después de la expulsión de la Compañía de Jesús, hasta el Uruguay. El territorio, entonces, dibujaba un triángulo cuyos lados norte y oeste eran el río Paraná, y cuya hipotenusa se extendía, dependiendo del período, por el río Santa Lucía o el río Corrientes. En esta porción se emplaza lo que diversos autores llaman "el triángulo conservador". Un intelectual señalaba al respecto:  
"El triángulo norte es el más atrasado, feudal, con los componentes más reaccionarios de lo guaranítico... porque ese sentimiento de integración a una comunidad de los guaraníes, también legitima la dominación feudal de los patrones. Las propiedades son grandes, pero no muy productivas. A ese triángulo pertenecen las tierras de los Romero Feris, por ejemplo.  
/.../ [en el triángulo norte] el patrón tiene derecho a tratar como esclavo al peón, tenerlo en una tapera mísera, sin pagarle más que unos pesos, cobrándose el derecho de pernada con las mujeres e hijas de sus dependientes /.../ El peón piensa que así es bien tratado y que le debe lealtad a su patrón. El patrón habla de su peonada como su tropa de hombres que están dispuestos a dejar la vida por él. Cuando hay elecciones, el patrón, ya sea liberal o autonomista, hace la campaña en el pueblo de a caballo con su peonada; con los caballos bien engalanados y llevando banderas coloradas o celestes. Porque los peones gastan la plata que no tienen en los aperos de plata para su caballo o su cinto. Y van con sus pañuelos, bombachas y banderas rojas o celestes, según sean autonomistas o liberales. El patrón también los convoca para las fiestas patronales (San Luis, San Roque...); ahí también, todos bien empilchados, cabalgan como tropa junto al patrón /.../ Los liberales dicen que el color celeste les viene por la Virgen de Itatí... traicionar al partido es traicionar a la virgen...Y, lo mismo hacen los autonomistas con el colorado... del Gauchito Gil /.../  
El triángulo sur es el más moderno. Los campos tienen una producción más diversificada. Hay sociedades anónimas, así que los patrones no son una figura tan importante como en el triángulo norte. Por ejemplo, los terratenientes de Mercedes viven en Barrio Norte en la Capital [Buenos Aires], mandan a sus hijos a estudiar el secundario y la universidad en Buenos Aires... Por eso a Mercedes le dicen la capital de los mayordomos ... Igual, cuando las figuras de los patrones están presentes en el campo también arman su tropa con la peonada. Eso sería igual que en el norte... pero la gente de la costa del Uruguay, de Mercedes, de Curuzú Cuatiá, e incluso de Goya tienen la mirada vuelta hacia el sur, hacia Paraná o Buenos Aires Tienen más en común con los entrerrianos y brasileros que con los correntinos del triángulo norte.  
Ocurre, también, que el triángulo norte y la capital tienen cuatrocientos años de historia y el sur no más de ciento cincuenta".  
Política, patronazgo y estancia aparecen asociados a los dos partidos provinciales más antiguos de la Argentina que, sin embargo, enlazan su existencia en los dos partidos porteños, el Liberal de Bartolomé Mitre, y el Autonomismo de Alsina, devenido en el Roquismo (Balestra y Ossona 1983). La persistencia de estas dos entidades se atribuye, por un lado, a la heredabilidad de lealtades y puestos dentro de las elites, y por el otro, a la consagración de seguidores o clientelas provenientes del campo y la ciudad. "El color" se asigna al recién nacido quien se convierte, así, en nuevo miembro de la familia, del partido, y de la peonada del patrón. La oposición política de celestes y colorados, que durante el siglo XIX tomó ribetes sanguinarios, se convirtió a comienzos del siglo XX en intentos de coalición que culminarían en el Pacto Autonomista-Liberal motorizado por la presión que al nivel provincial ejercían los partidos políticos nacionales: Unión Cívica Radical y Partido Justicialista.  
Esta historia de confrontaciones internas sumada a otros episodios habría derivado en un carácter marcado por el honor, la valentía y el coraje, que suele atribuirse a su participación en la gesta nacional. Su fama de buen soldado, forjada desde las primeras luchas contra los indígenas que asolaban Corrientes (Castello,1996:31; García Enciso 1999, clase 2), y contra los portugueses en sus incursiones sobre las misiones jesuíticas, se habría consolidado en las guerras de la independencia a las que Corrientes habría aportado al Sargento Cabral, de Saladas, quien salvó la vida del máximo prócer de los argentinos, el General José de San Martín, él también un nativo del suelo correntino. A ello sucederían las luchas contra el centralismo porteño de Juan M. de Rosas (especialmente en Pago Largo, 1839) y en la Guerra contra el Paraguay, país que llegó a ocupar el territorio y la capital provinciales por un breve lapso. A este denodado esfuerzo la Nación, emblematizada por Buenos Aires, no habría correspondido, resolviendo diversos asuntos según su conveniencia, pese a la sangre correntina derramada.  
"Aunque la falta de riquezas y las continuas luchas contra los díscolos aborígenes lo llevaron a formarse en un ambiente austero y militar, fue sufrido y perseverante, imponiéndose finalmente al medio hostil que lo rodeaba" (Castello 1996:62).  
"… lo que surge a la vista es que el gobierno central no puso demasiado interés en ayudar a la ciudad de Corrientes, acordándose sólo de ella cuando precisaba sus hombres, muy bien conceptuados, para campañas militares" (Ibid.:45).  
Labougle atribuye el arrojo de los correntinos a su "orgullo", "intemperancia", "excesivo localismo a que les condujo la circunstancia de vivir en frontera de guerra, acostumbrados a la lucha, librados a su propia fuerza, de donde les vino ese sentido caballeresco de la vida, ese culto de la honra, que les hizo preferir por sobre todas las cosas, al solar nativo" (Labougle,1978).  
Templado al calor de la participación de ejércitos locales y nacionales, en gestas concebidas como "patrióticas", el coraje de los correntinos aparece generalmente enmarcado en relaciones jerárquicas bajo la dirección de los jefes(4). En este sentido, el correntino es considerado obediente de la autoridad, sumiso y, también, pacífico, lo cual quedaría ratificado por su espíritu religioso.  
La omnipresente cristiandad de la vida social correntina se atribuye al momento seminal de la fundación de Corrientes, cuando la cruz emplazada por los nuevos pobladores los habría protegido de un ataque indígena. Esta cruz, la de los Milagros, y diversas imágenes de Vírgenes, como la del Rosario, la de las Mercedes, y la de Itatí, merecen especial devoción de capitalinos y provincianos. Sin embargo, como ya vimos en citas anteriores, Cristo tiene en Corrientes otros mediadores, "santos paganos" o "populares" como el Gauchito Antonio Gil y la Degolladita, figuras de humildes muertos en situaciones violentas y arbitrarias, inocentes o solidarios con los pobres. Además, "San Son", dador de la fuerza, Santa Librada, de los prófugos de la justicia, el Pombero, San La Muerte y los embrujos o "payé" para obtener diversos beneficios, complementan un panorama específico y complejo de creencias donde, nuevamente, lo popular y lo oficial se funden en una intensa devoción.  
Esta devoción permea la cotidianeidad del campo y la ciudad, a través de promesas y ofrendas, magia y padrinazgos, peregrinaciones y oficios. Y pese a que la jerarquía católica de la diócesis correntina ha luchado a veces denodadamente, contra sus contra-imágenes, finalmente debió aceptarlas atribuyéndolas a la matriz guaranítica subyacente en la provincia.  
Herencia guaranítica, semi-feudalismo y conservadorismo afectan a elites y a clases populares por igual, debido a que Corrientes es una provincia de criollos, es decir, sin inmigrantes.  
"El peón rural no estaba habituado a una disciplina laboral estable. Sólo la radicación de colonos extranjeros podría sentar las bases de semejante expansión económica. Los primeros planes de colonización se realizaron en 1853. Se procuró traer familias de agricultores franceses para establecer centros agrícolas en las costas de los ríos Paraná y Uruguay. Los primeros contingentes arribaron en los primeros meses de 1855. Pero los planes de colonización no tuvieron éxito. Sin el suficiente apoyo del Estado, padecieron necesidades. Sin mercados para la colocación de su producción, los colonos no pudieron constituir una clase media agrícola, que era lo pretendido por la nueva elite liberal" (Balestra y Ossona 1983:20).  
Este factor presenta, ora como causa, ora como un hecho, uno de los aspectos que distinguen de manera más concluyente a Corrientes de sus vecinas. El Chaco, p.e., es una provincia nueva que ingresó a la historia nacional recién a fines del siglo XIX, con la derrota de los aborígenes; a cambio, esta fue una provincia colonizada por pequeños productores gringos. Es habitual leer en los análisis de la idiosincracia correntina su contraposición al ethos chaqueño: estancia vs. pequeña producción; paternalismo estanciero vs. autodeterminación y auto-organización del colono; conservadorismo vs. progresismo; tradicionalismo vs. modernidad; criollo vs. gringo; catolicismo monolítico vs. pluralismo religioso. Un informante de clase media explicaba algunas cuestiones económicas en estos términos:  
"En el triángulo norte como en el sur no hay cooperativas. Esto es muy diferente si comparamos la situación con el Chaco y Misiones. Esa ausencia puede atribuirse a dos factores. Por un lado, debido a los latifundios. Pero también faltó el espíritu solidario, asociativo de los extranjeros, de los gringos. Eso sí se dio en Chaco y Misiones".  
En suma, los elementos diacríticos de la correntinidad más recurrentes son el origen hispano-guaranítico, el feudalismo y la sumisión, el coraje y la antigüedad, el criollismo y el catolicismo. Su invocación es habitual en el sentido común de los correntinos pero es reelaborada como una doctrina por parte de los intelectuales correntinos incluyendo a políticos, historiadores, escritores y periodistas, quienes recurren a ella para dar cuenta del devenir social, político y económico de la provincia. Sin embargo, los hechos de 1999 no se le acomodaron fácilmente. En las próximas secciones nos detendremos en esta conflictiva articulación, previo algunas aclaraciones.  
II. Desencadenante y polarización Algunas precisiones metodológicas.  
La crisis de 1999 es, según algunos, la continuación de un proceso de quiebra del sistema político que data, al menos, desde la intervención anterior—la número 16—de 1992-1993. Sin embargo, para muchos informantes los hechos iniciados con la protesta de los alumnos del Colegio Nacional en diciembre de 1998, y con el comienzo del ciclo lectivo de 1999, significaron una polarización del espectro político provincial en torno a la quiebra de las arcas provinciales y municipales. Esta polarización, que habría venido a reorganizar la intervención federal en diciembre de 1999, tenía por protagonistas, de un lado, a la mayoría de las fuerzas políticas y amplios sectores de la sociedad civil nucleada en organizaciones, particularmente los gremios, y por el otro, a Raúl "Tato" Romero Feris y su Partido Nuevo (PANU). Cuando realizamos nuestro trabajo de campo, en la primera mitad del 2000, esta dualidad se leía en distintas claves, y sólo a veces se invocaban los rasgos diacríticos de la "correntinidad", cuyo signo variaba según los sectores sociales y políticos, y también según el contexto. Esto es: los actores explicaban la "crisis" de 1999 en términos que les eran familiares pero sólo algunos atribuían los "eternos males" de la provincia a las "características esenciales" de los correntinos.  
Desde nuestra perspectiva analítica, examinaremos estas explicaciones frecuentemente expuestas en meros relatos de lo ocurrido, como parámetros de interpretación, más que como criterios fundados en una realidad primordial. Así, la articulación entre rasgos de la correntinidad e interpretaciones de la crisis es más estratégica y situacional que natural e inherente, y por lo tanto depende más de su plausibilidad social—lo que la gente cree que es factible—que de su ocurrencia fáctica.  
Si quienes produjeron esta plausibilidad del pasado y los criterios de interpretación son actores sociales concretos en determinados contextos, conviene aclarar que nuestro material es parcial, en tanto pudimos acceder sólo limitada y preliminarmente a los sectores del "Nuevismo". En vez, contamos con abundante material de los sectores disidentes que se pronunciaron en marchas, manifestaciones, peregrinaciones, y en los campamentos de la Plaza 25 de Mayo y las tomas del Puente General Belgrano. Las razones para este desarrollo desigual residen en que el trabajo de campo se realizó bajo la intervención federal, y particularmente cuando el interventor Ramón Mestre evaluaba la reestructuracion del estado correntino y, sobre todo, su numeroso plantel. En este sentido, presentarse como miembro de un equipo de investigación de la Universidad Nacional del Nordeste, fue una ventaja y también un obstáculo; de todos los sectores, la Universidad como institución y también sus docentes personal y alumnos podían ser visualizados como los menos comprometidos con el régimen caído pero, por la misma razón, podían ser identificados con los sectores que apoyaban la intervención en contra del ex-intendente y "hombre fuerte" de la provincia. La polarización de este tipo de coyuntura facilitó este clima de sospechas que, sin embargo, empezó a sortearse con el progreso de la investigación y la permanencia de los investigadores en el campo. Pero este proceso es largo y demandará una profundización que, recién ahora, estaríamos en condiciones de abordar, aún bajo el clima enrarecido de la intervención, las elecciones pendientes, y la "limpieza" del aparato estatal. De todos modos, presentamos a continuación lo que creemos fue el eje de nuestra primera aproximación a "los factores intervinientes en la crisis del estado correntino" dejando para instancias ulteriores otras cuestiones que también fueron relevadas pero que merecen mayor trabajo y más datos(5).  
III. Continuidades y discontinuidades del "Nuevismo" correntino.  
Que en una provincia calificada como tradicionalista, políticamente conservadora, fundada en antiguas genealogías familiares que se reproducen a través del patrimonio y la política, haya surgido un partido cuyo nombre apela a una identidad "nueva" como escisión de uno de los dos partidos "viejos" provinciales, el autonomismo, fruto de la decisión de uno de los miembros de su familia rectora, "los Romero Feris", no deja de resultar un tanto paradójico. Y lo es más aún si se tiene en cuenta que esta escisión se habría nutrido de bases y dirigentes de los demás partidos, incluyendo al Liberal y al Justicialista. Sólo este traslado de fuerzas, variablemente leído como "traición" o como "lealtad", explica que para las elecciones municipales de 1997, en la sede política y económica del "triángulo conservador", casi el 70 % de los habitantes haya optado por una alternativa nueva, esto es, fuera de la oferta tradicional, y cuyo leit motif no parecía demasiado comprometido con acuerdos ideológicos sino con la ruptura de la continuidad política provincial. Su imagen se fundaba, más bien, en cierta forma de acción política basada en la relación no mediada entre la dirigencia y la población, y en la resolución inmediata de sus necesidades, ya fueran materiales—vivienda, materiales, abrigo, comida—, de ingresos—la obtención de una jubilación, un puesto en la administración pública—o de deudas—el "arreglo" impositivo, el pago de patentes, etc. En ese elevado porcentaje de votantes, que superaba con creces al que obtuvo el Pacto Autonomista-Liberal en 1992, habían participado los más humildes pero también sectores nada desdeñables de las "clases medias", comprendiendo en el sentido nativo del término a docentes, trabajadores estatales, profesionales, comerciantes, etc.(6).  
La perplejidad primera resulta, entonces, en el supuesto de que el fenómeno de Tato Romero Feris y el Nuevismo gozó de cierto consenso desde el cual se construyó como una ruptura de los actores y el sistema político correntino. Y, repitámoslo, ese consenso, que no es sinónimo de acuerdo ni de aprobación, provenía de los humildes, pero también de los sectores medios, de los intelectuales posicionados como "analistas" de la crisis, y de los miembros más activos del sistema político.  
Con respecto a lo que se atribuye como clásica clientela del PANU, la valoración de Raúl Romero Feris circula en torno a la devoción y entrega por los humildes, la distribución de recursos materiales y de puestos en el Estado. Pero el hecho emblemático de la práctica política de Tato es su cooperación ante las inundaciones de 1997 que asolaron distintas áreas de la provincia. La imagen del máximo dirigente accediendo a los sitios más castigados "embarrándose" con los damnificados, permea los discursos tanto de simpatizantes como de antagonistas, y persiste hasta la actualidad.  
Ello condice con la perspectiva crítica de quienes se encuadran en los sectores medios. Por ejemplo, un matrimonio de comerciantes condenaba moralmente a Tato por corrupto, autoritario y clientelista, todas éstas categorías supuestamente ajenas a los valores y prácticas de la clase media, y más próximas a la imagen que estos sectores detentan sobre el accionar político de las clases populares ("A la gente marginal de los barrios y los que traen del interior los arreglan con chapas, remedios o $200 de un [plan] Trabajar. Pensá, si le dan $400 a una familia pobre, les alcanza un montón, pensá en lo que ellos comen"). Sin embargo, en sus comentarios se evidenciaba la admiración por la habilidad de Tato y sus seguidores de presionar y negociar por sus intereses, trabajar incansablemente por los pobres en una atención personalizada tendiente a resolver sus problemas. Al antiburocratismo se sumaba la valoración del juego político.  
Así, Camilo(7), el hombre de este matrimonio, había organizado una asociación civil sin fines de lucro, que requiere de auspiciantes que publiciten sus actividades. El Estado municipal podía realizar un aporte indispensable, pero él se resistía a demandar su auxilio por sus cuestionamientos al régimen. En un principio, entonces, pretendió mantener su independencia económica para asegurar su libre determinación en asuntos políticos. Sin embargo, esta autonomía cesó cuando el gobierno—"la gente de Tato"—descubrió una deuda impositiva de la asociación.  
"Entonces fui a hablar con un funcionario de Tato y le conté lo que pasaba. Me dijo que iba a hablar con Tato. Después me citó nuevamente y me dijo que todo estaba arreglado, que me daban publicidad por $25 mil. Así que puse en orden las cuentas de la asociación, las mías, y la de la familia y amigos. Porque como no te dan plata, lo que tenés que hacer es juntar impuestos o lo que debas y así lo liquidás. Eso es lo bueno que tiene Tato, que sabe negociar".  
Contrariamente al supuesto de que los sectores medios no forman parte de las redes clientelares debido a su autonomía económica, social y política, los vínculos siquiera circunstanciales de este matrimonio con funcionarios del régimen nuevista sugieren una integración sui géneris a dichas redes, distinta de la que opera con los trabajadores estatales, los pobres urbanos y rurales, los empresarios contratistas y proveedores del Estado.  
Esta perspectiva difiere sólo en parte de la lectura de un intelectual de la "correntinidad" que, también, intentaba explicar el fenómeno del Nuevismo como una ruptura. En su opinión, la creación del Partido Nuevo y la Plaza de la Dignidad constituyen dos manifestaciones privilegiadas de la "crisis de representatividad" por la que atraviesa la sociedad correntina. Según él, cuando Tato decidió romper con el Pacto, y particularmente con el Partido Autonomista, no sólo obedecía a sus ambiciones personalistas sino también a la percepción de la debilidad interna y la falta de cohesión de la clase política correntina, por un lado, y a la demanda de amplios sectores de la sociedad correntina de una renovación de la dirigencia política. Y si bien la "renovación nuevista" también manifestaba importantes continuidades con el estilo tradicional de la política en Corrientes, no podía dejar de reconocer que Tato surgía en un espacio que otros actores políticos habían labrado con el tiempo.  
Ese espacio corría en dos direcciones paralelas y complementarias: por un lado, hacia la clientela política, el objeto de dádivas y servicios; por el otro, hacia la acción política misma, esto es, hacia el sector de los políticos. Su red clientelar le proveía no sólo una extensa base al nuevo partido sino de dirigentes que no hubieran ascendido en el sistema tradicional de reclutamiento principalmente familiar o de los círculos de allegados a la elite política. En el sistema político "genealógico" provincial, el PANU promovía hacia la alta política a sectores "plebeyos" postergados fuera y dentro de los partidos establecidos. El caso paradigmático es el del asistente de Tato, apodado como el "Vasco" Schaerer, a quien se le endilga un pasado gangsteril y prácticas delictivas en torno a la política, al desfalco bancario y a la presión sobre adversarios de Tato. Algunos lugareños reconstruían su historia como la de un forastero o "advenedizo" que se habría afincado en San Luis del Palmar, tierra natal de los Romero Feris, empezando como empleado en la mueblería de su tío. Después fue chapista, vendedor de quiniela, "No tenía un mango, era un seco". Pero el surgimiento político del Vasco se atribuye a las reuniones que Tato realizaba en su cabaña Caá-Cupé. En una de esas reuniones, en las que solía invitar a gran cantidad de lugareños, organizar partidos de voley, hacer asados, Tato dio a entender que incrementaría su carrera política.  
"Y el Vasco estaba como uno más del montón ahí. Y entonces cuando estaban preparando las cosas para el sonido y demás, él [el Vasco] se ofrece para ser de locutor. Tato ni sabía de la existencia de Vasco. Entonces cuando él agarra la posta y empieza, bueno: 'Y acá va a hablar el fulano', le llenó de alabanzas, como que era EL hombre, el salvador el que iba a hablar. Tato queda impresionado por esa presentación y empieza a preguntar quién es. Le dan los datos, y cuando organiza su primer reunión política, que hace acá en el teatro, pide que lo ubiquen al Vasco y que él sea el organizador, el maestro de ceremonias. Y ahí comienza el Vasco.  
Tato, el "hombre fuerte", el "intendente de la provincia", como algunos lo llamaban laudativa, y otros irónicamente, "pateaba el tablero" de un sistema de consenso, donde sólo tenían lugar los partidos reconocidos que formaban parte de dicho consenso, fundamentalmente el Pacto Liberal- Autonomista y el Justicialismo. Tato aparecía, entonces, como un individuo cuyo poder político se asentaba en su contacto directo con las masas, asistido por sus hombres de confianza y sin la mediación de aparato partidario. En su construcción de la propia imagen, Tato aparecía cortando los lazos con cualquier representación de continuidad política que invocara a otros actores políticos provinciales. No casualmente, sus apelaciones históricas se dirigían a personalidades fundacionales y no comprometidas, en los inicios de sus carreras políticas, con los poderes establecidos, como cuando, ya preso, proclamó que daría un paso al costado de su candidatura, como Eva Perón, si con ello se aplacaban los ánimos en la provincia. En estos mismos términos sus discursos apuntaban a interpretar su caída y posterior reclusión, como un acto de injusticia cometido por los poderosos contra los justicieros populares y el pueblo.  
Esta misma ruptura era confirmada con la lectura opositora de su gestión de "despilfarro" y "clientelismo" irresponsable, y de propaganda desvergonzada y personalista, como un Hitler o un Mussolini, o como uno de los hombres fuertes argentinos que intentaron avasallar la autonomía de Corrientes: Perón y Juan Manuel de Rosas. Esta encarnación, suponían sus detractores, estaba avalada por el "pase" de peronistas a las filas del Nuevismo, y por el modo de "hacer política" apelando a la acción directa de sus seguidores. La "patota" y el atropello de los laderos de Tato, hombres presentados por la prensa y los correntinos opositores como de turbio pasado y dudosa fortuna, pero "leales" a muerte de su jefe, no hacía más que nutrir el imaginario populista con que los argentinos, y también los correntinos, vivieron la polarización entre el omnímodo y ensoberbecido poder popular, y las buenas maneras de la "democracia" liberal.  
En suma, Tato encarna, para propios y extraños, la figura de la renovación de actores y modalidad política, basada en el antiburocratismo, el personalismo, y el desafío al sistema político supuestamente más tradicional y conservador del país. Sin embargo, esa misma renovación está pautada por una interpretación que reúne al "hombre fuerte" en la política y en el campo, al "patrón de estancia", y a la inmoralidad como instrumento de la política para alcanzar el estado y servirse de él para fines nobles o deleznables. Tato encarna, entonces, un mestizaje controversial entre Nuevismo y Conservadorismo provincial.  
IV. Sumisos o Autoconvocados?  
Como vimos en la primera sección, los correntinos suelen recurrir a un esquema de interpretación sobre sus males afirmando que son sumisos a la autoridad y la arbitrariedad del patrón. Juzgan esa "pasividad" como "típica del pueblo correntino", en supuesto contraste con el "carácter político" de las provincias vecinas, particularmente del Chaco donde, mientras hacíamos nuestra investigación, los empleados estatales de la ciudad capital, Resistencia, "salen a reclamar con sólo un mes de atraso de sueldos", y los desocupados se movilizan demandando fuentes de trabajo y asistencia social del Estado. Los "poriajhú" correntinos, en cambio, reaccionaban cuando ya se les debían tres sueldos y el aguinaldo. De todos modos, esa reacción en pleno "triángulo conservador" asombraba a sus mismos participantes, quienes no terminaban de maravillarse ante ese "pueblo" manifestándose en la calle contra sus gobernantes y sus arbitrariedades. Y, sin embargo, esta nueva ruptura, ahora de la sumisión, no dejaba de presentar continuidades con los rasgos atribuídos a la correntinidad, sólo que su interpretación podía ser diversa, pues podía encuadrarse lisa y llanamente en aquel marco interpretativo de la "correntinidad", o en una épica popular cuya lógica devenía de la práctica. Estos sentidos se fueron construyendo en discursos y, fundamentalmente, en hechos que nosotros recibimos a través de narraciones orales y escritas, dado que la investigación no fue contemporánea a las protestas de 1999.  
Estos sentidos, entonces, fueron producidos por la confluencia de actores sociales politizados, la emergencia de un nuevo actor político social, y la lógica de una práctica del tiempo y el espacio en la que todos participaban en alguna medida. Sectores movilizados, "autoconvocados", la "Plaza del Aguante" primero, y "de la Dignidad" después, y el Puente General Belgrano, fueron los agentes y los lugares donde se recreó la "correntinidad" de la crisis de 1999, esto es, donde se re-articularon distintos elementos, algunos conocidos como la matriz guaranítica, el coraje, la devoción católica, y el tradicionalismo folklórico, y otros nuevos. En las páginas siguientes no pretendemos reconstruir los eventos e hitos de la crisis tal como sucedieron en la ciudad de Corrientes, sino dar cuenta de la novedosa lógica con que estos correntinos participantes recreaban su matriz tradicional.  
Aníbal, docente de aproximadamente 30 años, fue empleado público y participó desde el comienzo en las protestas. Su recuerdo sobre la génesis de la ocupación de la Plaza 25 de Mayo es significativa porque recupera aspectos que serían relevantes tanto en la construcción de la protesta como experiencia colectiva de los correntinos, hayan o no participado directamente de ella, como del surgimiento de nuevas identidades socio- políticas:  
"Durante el mes de mayo [1999] se discutía en la legislatura provincial hacerle juicio a Braillard Poccard. ATE llamó a una protesta en la Plaza 25 de Mayo y asistieron unas 300 personas. Decidieron quedarse en calle Salta entre Quintana y [25 de] Mayo, interrumpiendo el tránsito, y para demostrarle a los legisladores que estaban a favor del juicio a Braillard Poccard. Al caer la noche quedaron sólo unas 38 personas. Hicieron una asamblea y votaron 22 a favor de una moción por quedarse en estado de vigilia allí mismo. Al día siguiente los trabajadores de la salud instalaron allí una carpa con médicos, como protesta y para dar auxilio a los manifestantes.  
El 7 de junio se realizó una marcha donde, se calcula, participaron unos 17 mil correntinos. Se cortó el puente General Belgrano por un breve tiempo. Volvimos a la plaza, donde había sólo unas pocas carpas de los manifestantes que iniciaron la protesta en mayo. Esa movilización, allí mismo, decidió sumarse a la plaza. A la mañana siguiente estaba toda la plaza casi cubierta de carpas improvisadas. Llegó a haber hasta 216 carpas. Fueron instalando sus carpas los sindicatos docentes, el SITRAJ [Trabajadores Judiciales] y un montón de representantes o delegados de las escuelas de la ciudad y el interior. También sumaron sus carpas artistas, e incluso había gente particular que levantaba su carpa junto a la familia. Como no todos tenían carpas propias, algunas veces se armaban carpas mixtas. Por ejemplo, nuestra carpa era de un colegio de adultos en el que estaba trabajando, también participaba el director del colegio de la carpa; pero se sumaron maestras y profesores de otros establecimientos donde trabajaba [Aníbal]. Algunas carpas eran sólo de nylon negro y lonas atadas y superpuestas. Eran muy precarias. Se llovían, se pudrían y se rasgaban con el viento. Pasando los meses comenzaron a levantarse casillas de madera. Algunos, incluso, hicimos un pozo y compramos una casilla de madera; cuando terminó el conflicto la donamos a un comedor escolar. Fue un invierno muy cruento, así que pasamos mucho frío en la plaza.  
Hubo que organizar la comida de todos. Todo el mundo no cobraba desde hacía cuatro meses. No había dinero. Comenzaron los pedidos de alimentos a la comunidad a través de los medios de comunicación y el aviso de boca en boca. Inmediatamente comenzó a llegar gente a la plaza con mercadería. Alguno traía un paquete de yerba, otros bolsas de arroz, verduras. Gente humilde y también comerciantes. Todos colaboraban de buena gana. Un viejito traía siempre bolsas de pan; era español, anarquista, decía, y venía a solidarizarse con su pan y unos volantes caseros con textos que escribía incitando a la lucha. Se organizaron almacenes de la plaza en la Escuela Sarmiento [frente a la Plaza, por calle Buenos Aires]. Ahí se concentraban todos los alimentos que donaba toda la comunidad. Se confeccionó un listado de carpas que había en la plaza, porque había que elegir un responsable por carpa y determinar qué número de personas había en cada una. Entonces, se entregaba una credencial por carpa para que pudieran ir al almacén general a buscar los alimentos que necesitaran. Así, cada carpa o grupo de carpas armaba una olla popular para que comieran sus integrantes. Pero muchas veces se confraternizaba con las carpas vecinas y se decidía cocinar juntos. Los sindicatos tenían grandes ollas o paelleras para cocinar; a veces se comía la vez que tal carpa estaba haciendo arroz con pollo y se armaba unas colas grandes para comer ahí. Nunca hubo conflicto por la comida o el manejo del almacén. En la plaza también comían indigentes, familias pobres que venían de los barrios sabiendo que ahí se comía, ex-empleados del plan POSOCO y TRABAJAR, chicos de la calle y hasta perros. Todos tenían su plato de comida.  
Cuando se hacían marchas y durante la toma del puente, chicos y perros se venían con los manifestantes. Algunos pusieron unos carteles al cuello de los perros que decían: 'Perro autoconvocado ¡Basta de huesos pelados!'. Cuando se levantó la plaza en diciembre [de 1999] quedaron rondando familias de pobres que hasta el día de hoy viven en las casillas y carpas de los autoconvocados; y hubo que relocalizar a los perros en casa de familia.  
Las primeras noches, los dos primeros meses, casi no se podía dormir en la plaza, porque las conversaciones seguían casi hasta la madrugada; también las guitarreadas. Fueron siete meses en los que la vida de la gente cambió completamente. Dormí en la plaza cuatro meses seguidos; mis hijos y mi esposa dormían conmigo sólo cuando se quedaban a dormir en la carpa. Eso nos creó no pocos conflictos de pareja. En la plaza hubo romances, noviazgos y hasta divorcios y nuevas parejas. Mujeres que dejaron a su marido por un autoconvocado. Había un montón de chicos pequeños, hijos de los autoconvocados, que estaban todo el día dando vueltas por la plaza. Los chicos del Colegio Nacional se ofrecieron para cuidarlos y entretenerlos. Así que a las dos de la tarde se los llevaban y regresaban a las seis de la tarde.  
Los más aguerridos y luchadores autoconvocados eran las maestras. Muchos artistas vinieron a presentarse a la plaza. Se contaba con equipos electrógeneos propios, porque en algunas oportunidades se cortaron las luces.  
Los baños funcionaban en la sede del PJ [Salta entre 25 de Mayo y C. Pellegrini], y había un baño de mujeres en la Escuela Sarmiento [Buenos Aires entre Quintana y 25 de Mayo]. En la sede del PJ también funcionaba, durante las 24 horas, una cocina que servía cocido y chipá cuerito para todo el mundo. Esta cocina fue importante cuando empezó a escasear el alimento en la plaza.  
A lo largo del día pasaban unas 15 ó 20 mil personas por la plaza.  
Los empleados públicos no hacían huelga, sino retención de tareas; es decir, fichaban en sus lugares de trabajo y luego se iban para la plaza. En una oportunidad hubo problemas con el director de Rentas que no permitía la entrada a los empleados a fichar la salida. Terminaron echándole la puerta abajo y ficharon la salida.  
En la plaza se llegaron a editar varios pequeños periódicos: "Aguante", "El aguante al rojo vivo" y otro más ... Incluso una revista de humor gráfico. El primero era escrito por el psiquiatra e historiador Alfredo Vara; el segundo por una agrupación de izquierda que formó el "Movimiento de Autoconvocados 7 de Junio". Pero muchas personas escribían algo y lo llevaban para distribuirlo. Volantes, denuncias, poemas o cualquier otra cosa. Muchos empleados públicos se dedicaron a rastrear documentación en sus lugares de trabajo que demostrara fraudes o situaciones irregulares del régimen. El material se llevaba a la plaza, se fotocopiaba, generalmente en algún ministerio, y se socializaba la información para multiplicar las denuncias. A veces no se sabía de donde venía la información.  
Hubo momentos de mucha tensión en la plaza. Por ejemplo cuando una manifestación nuevista ocupó la legislatura y una esquina de la plaza [la de Quintana y Salta] para impedir el acceso a los legisladores que impulsaban el juicio político a Braillard y a Tato. La policía consiguió que ingresen los legisladores y estableció una cadena humana que separaba a los nuevistas de los autoconvocados. Se insultaban y hasta se arrojaron piedras. Hubo una sesión escandalosa en la legislatura en la que los nuevistas insultaron a los legisladores, les tiraron huevos y basura en la sala de sesiones. Las punteras de Tato eran las más agresivas. Prefiero que me agarren 18 patoteros a una de esas mujeres. Finalmente, un día de mucha tensión corrimos a piedrazos a los nuevistas de la esquina. Hubo tiros pero ningún herido. Había gente armada en los dos lados.  
Los políticos opositores a Tato estaban todos los días en la plaza, aunque no se quedaban a dormir. Pero cuando se formó el gobierno de coalición desaparecieron.  
La formación del gobierno de coalición dividió al movimiento de autoconvocados. El movimiento ya venía dividido por la presencia de los sindicatos. Pero cuando surgió el nuevo gobierno hubo gente de la plaza que decidió que había que esperar, darle tiempo, y se fueron de la plaza. Algunos porque eran liberales, autonomistas o peronistas. Otros, aunque tenían expectativas en el gobierno de coalición, decidieron que había que controlarlo desde la plaza. Finalmente, otros, desconfiábamos del nuevo gobierno y sólo confiábamos en la fuerza del movimiento de autoconvocados para imponer sus reivindicaciones a quien fuera. No se hizo sentir la ausencia numérica de algunos que abandonaron la plaza, allá por principios de agosto; pero sí se sintió que el movimiento perdía fuerza, confianza. Además, no hay que olvidar que en la toma del puente de fines de julio la gendarmería reprimió y terminó hiriendo gravemente a varias personas /.../  
Otro hecho difícil que se vivió en la plaza fue la muerte de Gustavo Gómez. Fue velado en una carpa de la plaza. Fue muy duro y triste. Un asesinato, porque el padre de Gustavo es un dirigente rural, que el viernes anterior a la muerte de Gustavo denunció por radio, junto con su hijo, que el gobierno de Tato había arreglado la venta de tierras del fisco (unas 150 mil Has. o más) a los tres hermanos Romero Feris, Leconte y Martínez Llano. Dos días después, Gustavo apareció muerto. Desde entonces, todos los martes se hace una marcha por la justicia. Ahora es muy poca gente, pero cuando estaba la plaza todos los autoconvocados se sumaban".  
Esta larga cita tiene la virtud de mostrar los andariveles por donde cobraba sentido la experiencia, en este caso, una experiencia por demás novedosa que incluyó a diversos sectores no habituados ni involucrados directamente en el "quehacer político", sí sus beneficiarios o víctimas. Por ello no debe buscarse aquí un relato exhaustivo de "la Plaza" ni de las formas de protesta, ni tampoco un caso "representativo" de la memoria de aquellos días. Congruentemente con los fines de este capítulo sobre "la correntinidad de la crisis" y "la crisis de la correntinidad", examinaremos con cierto detalle dos aspectos: la homologación de la Plaza con la categoría socio-política de los "autoconvocados" y con el espíritu de communitas correntino.  
En primer lugar, Aníbal se refiere, frecuentemente en primera persona del plural, a la categoría de "autoconvocados" como abarcando al cuerpo principal de quienes se constituyeron en la Plaza. Esta "autoconvocatoria" emerge, sin ser dicha, en el modo en que los manifestantes fueron ocupando un territorio céntrico y central de la ciudad capital provincial. Flanqueada por los poderes públicos, fundamentalmente por el Poder Ejecutivo Provincial y Municipal, la Legislatura con sus diputados y senadores, y la Policía Provincial, además de la Universidad del Nordeste, a la que se agregaban algunos edificios de instituciones educativas connotadas como el Colegio Nacional, la Plaza con denominación de fecha patria encarna la centralidad política, jurídica y coactiva de la provincia y la ciudad, y la evocación de sus lazos con la Nación Argentina.  
En este marco, y aunque de noche, ante los ojos de sus edificaciones circundantes, la Plaza se poblaba en forma espontánea por los distintos sectores que manifestaban su protesta o que pretendían apoyar a esos mismos manifestantes, como los médicos. Esa espontaneidad se ponía en evidencia en la disposición y surgimiento de las carpas, al modo en que los pobres sin tierra ni vivienda ocupan sorpresivamente y por la noche terrenos vacantes de los cuales pueden ser expulsados por pertenecer al estado o a un propietario ausentista, y también en el tipo de materiales con que se radicaba la ocupación. Igual que "la carpa docente" instalada frente al Congreso de la Nación Argentina en 1997, los ocupantes de la Plaza correntina se radicaban en un espacio público de fuertes connotaciones políticas y de extrema proximidad a los poderes públicos; asimismo, la ocupación se realizaba a través de una vivienda temporaria y extremadamente precaria, la "carpa" o "tienda de campaña", tan distinta de la sólida vivienda urbana donde muchos ocupantes residían. En este sentido, las tiendas correntinas se diferenciaban de la carpa porteña por sus materiales más rústicos rememorando en algunos casos al rancho rural que evocaba una correntinidad de tierra adentro alimentada por las comidas y músicas típicas de la tierra provincial.  
Esta instalación "de la noche a la mañana" era protagonizada por grupos de asociación heterogénea: miembros troncales o disidentes de algunos sindicatos, miembros de una institución (p.ej., una escuela), personas relacionadas con algún elemento en común, como la jubilación, sobre la cual edificaban la identidad de la carpa, o simplemente unidades domésticas relocalizadas de sus casas particulares. La denominación de "autoconvocados" empezó a propagarse para designar a un grupo de gente diversa unida por un espacio y por una misma actitud de protesta. Pero es conveniente saber quiénes eran en realidad con el fin de establecer qué sectores decidieron efectivamente sentirse representados sólo por sí mismos, ante esta coyuntura crítica.  
Los "autoconvocados" comprendían, en su abrumadora mayoría, a los docentes y tutores que son, en el lenguaje burocrático y cotidiano de Corrientes, los padres de los alumnos, de una escuela o colegio particular, que podía ser un establecimientos de gestión estatal o privada religiosa. Pero también se definían como autoconvocados los jubilados, los trabajadores estatales del Instituto de Obra Social de Corrientes (IOSCOR), del Instituto de la Vivienda de Corrientes (INVICO) y profesionales médicos, abogados, etc. Los autoconvocados eran quienes no se identificaban con una dirección sindical o política y decidían participar en el movimiento social por propia iniciativa o libre determinación, en pos de un objetivo determinado, el cobro de los haberes atrasados o el reclamo de juicio político a los representantes del régimen nuevista, y esto tanto por motivos ideológicos como por ser víctimas personales de los funcionarios del régimen del PANU. Apelando a un criterio de clasificación un tanto extremo y no-nativo, podríamos definirlos como "autoconvocados puros".  
Pero estos autoconvocados podían estar afiliados a un sindicato (docente o estatal, por ejemplo), e incluso reconocerse como adscriptos a un partido político, sin sentirse representados por sus dirigentes, al menos durante la crisis. Al denominarse "autoconvocados" estos individuos y grupos generalmente asociados a listas sindicales opositoras a las dirigencias establecidas, como algunos afiliados a los gremios docentes y estatales, denunciaban la inercia, burocratización y hasta complicidad de sus respectivas conducciones con el régimen. De igual forma, entre los jubilados que participaron del movimiento de protesta hubo quienes, al calor de las luchas, crearon un grupo o asociación de "jubilados autoconvocados" con el fin de disputarle la dirección al Centro de Jubilados por su actitud prescindente o de bajo perfil durante toda la crisis. Por otra parte, con el correr de las protestas algunos autoconvocados terminaron incorporándose a grupos más o menos orgánicos—sindicatos o grupos de autoconvocados con orientación política, como Cabildo Abierto—que no se definían sectorialmente sino por su posición ideológica con respecto a cómo debía orientarse la participación popular.  
Por último, participaban en las marchas y asambleas públicas nuevos agrupamientos de "autoconvocados" que no se definían por su común pertenencia a un ámbito laboral (ej. docentes del colegio X) o sector social (ej. jubilados), sino que procuraban destacar una determinada comunidad de ideas y/o coincidencias en las acciones políticas a desarrollar. Así surgieron los autoconvocados de Cabildo Abierto, del Movimiento de Base 17 de Diciembre, de la Coordinadora de Autoconvocados 7 de Junio; todos ellos estaban asociados u orientados por distintas agrupaciones de izquierda que entraban, así, al primer plano de la política de una provincia con escasa presencia pública y política de estos sectores.  
Además de los "autoconvocados" algunas organizaciones sindicales participaron del proceso de protestas y de la Plaza de la Dignidad, como los docentes—SUTECO, AMET, ACDP, MUD—, estatales de ATE, judiciales de SITRAJ. La CTA regional y nacional dio su apoyo efectivo al movimiento a lo largo de todo el año 1999. Las organizaciones de izquierda que se presentaban como tales—Patria Libre/Frente de la Resistencia; MST/Izquierda Unida—se sumaron al proceso bajo dos modalidades. Sus militantes participaban en el movimiento social como trabajadores (docentes, estatales), definiéndose como "autoconvocados", disidentes de la dirección gremial y como orientadores de las luchas sociales en términos políticos e ideológicos. En tales casos, hacían manifiesta su adscripción a sus respectivos partidos políticos, definiendo la primer instancia de lucha como "acciones reivindicativas" en el "frente de masas", y la segunda como labor de "propaganda". Buscando establecer un nivel de organización intermedio entre ambas modalidades, impulsaban a grupos de "autoconvocados" como Cabildo Abierto, una agrupación de base en la cual participaban militantes de distintas organizaciones de izquierda y gente sin previa militancia sindical o política reconocida.  
En suma, la categoría de "autoconvocados" era empleada por actores sociales que no se percibían como comprendidos ni representados por los partidos políticos y las organizaciones sindicales o sectoriales, particularmente por sus dirigencias. Los autoconvocados eran, por definición, actores sociales no institucionalizados, pero lo sorprendente es que en el curso del año la categoría sumó prestigio y legitimidad. Por eso puede suponerse que el rótulo de "autoconvocado" implicaba una falta de representatividad con respecto a las dirigencias, como advertían nuestros informantes, pero también implicaba dos cuestiones más: por un lado, constituía una réplica preventiva ante los patronazgos políticos por los cuales una fuerza o un dirigente obliga a su clientela a manifestarse en su favor. Estos eran "autoconvocados", es decir, "convocados por sí mismos", por su necesidad y conciencia, individual y/o sectorial. Este sentido fue prontamente advertido e invocado por el mismo Tato quien desde la cárcel afirmó que las marchas en su apoyo estaban integradas por "autoconvocados", contrarrestando la extendida presunción de que sus defensores habían sido "llevados", "arrastrados" y "comprados" por comida y vino. Por otro lado, la categoría de "autoconvocado" implicaba una oposición activa y tajante, moralmente adjetivada, entre dirigencia y bases. Esta oposición se pronunciaba con respecto a la corrupción de los jefes y a sus estructuras de jefatura, dirigiendo la atención hacia dos cuestiones: la burocratización de la representatividad y el incumplimiento del contrato laboral y ciudadano.  
Con respecto a la burocratización, los autoconvocados enarbolaban su bandera de inorganicidad igualitaria y solidaria. Este aspecto marcó la memoria que los ocupantes, e incluso otros ajenos, elaboraron de la Plaza y de los acontecimientos de protesta. La "crisis" se construía como una respuesta que, en su decurso, forjaba imaginariamente una sociedad de iguales solidarios en la pobreza que se vertía en episodios tales como los aportes de víveres, abrigo y medicamentos para los ocupantes, o en el préstamo de bienes propios (una lona, frazadas, sillas, mesas, etc.) a otros ocupantes hasta entonces desconocidos. Todo esto sucedía en el corazón de una sociedad reconocidamente jerárquica, regida por apellidos ilustres, y "donde manda el patrón" sobre su peonada sumisa.  
Con respecto a la segunda—incumplimiento del contrato—los autoconvocados llamaban contra la indiferencia evidente en el incumplimiento del contrato laboral—obtener retribución por lo trabajado—lo cual, en este contexto correntino, tomaba una envergadura descomunal ante el mayor empleador de la provincia, el Estado, que era el mismo que debía garantizar la igualdad de sus sujetos, los ciudadanos. Por eso, el incumplimiento de tres meses de sueldo y aguinaldo—la obligación estatal—vulneraba la ciudadanía de los correntinos que lo eran, tanto más, por ser trabajadores en relación de dependencia del Estado provincial y municipal. En este sentido, la ocupación de la "Plaza 25 de Mayo" recibió el nombre de "Plaza del Aguante", primero, y "de la Dignidad" después. El primer término designaba la irrupción de un hecho excepcional, de un estado de confrontación al filo de un desenlace que merecía "aguantar" hasta obtener lo reclamado (aquí el énfasis cae no en el objetivo final sino en las maneras del "aguante"); el segundo, en vez, apelaba a un nuevo orden y a una nueva integración de la persona humana en la ciudadanía que no debía ser vandalizada por el poder.  
Ahora bien. Esta postura que aquí intentamos reconstruir, se expresaba menos en discursos filosóficos y doctrinarios que en narraciones de vida. Esto obedece, en parte, a que en las sociedades democráticas modernas, la política constituye una experiencia extra-cotidiana para la mayor parte de los actores sociales pues, para ellos, la política sólo permea la vida diaria en el "tiempo de la política", p.e., en períodos electorales. Ello contrasta con el sentido que tiene "la política" en los políticos profesionales, para quienes la política es "la vida" y la cotidianeidad, dominando aspectos de las relaciones sociales, su subsistencia económica ("trabajan" de políticos), y también el tiempo del ocio (p.e., en fiestas, comidas, recepciones, encuentros deportivos, etc.).  
En 1999 los sectores de clases medias de Corrientes que se involucraron en el proceso de protesta, particularmente en la Plaza de la Dignidad, vieron transformar su existencia cotidiana, hasta entonces edificada sobre el espacio laboral (reparticiones públicas, establecimientos educativos, hospitales, etc.), el espacio familiar y de amistad, y el ámbito recreativo. Su participación en asambleas y marchas, y en la ocupación de la Plaza 25 de Mayo, se expresó, primero, como una realidad extraordinaria, pero la continuidad temporal y la intensidad relacional y dramática de su decurso produjo una cotidianeidad alternativa, esta vez indisolublemente ligada a la política. La narración de Aníbal expresa claramente esta gradual transformación. Por su parte, una jubilada recordaba que  
"Nos organizábamos para cocinar, para ir a buscar la comida al almacén colectivo en la escuela. Se hacían tortas fritas y chipá cuerito todos los días. Pero a veces había asado y, entonces, se invitaba a la gente de otras carpas amigas. Ahí cocinábamos entre todos. Se festejaban cumpleaños, el día del padre y el día del niño hubo torta para todos los chicos. Hubo guitarreadas y luego vinieron grupos profesionales a dar recitales en solidaridad con la plaza. Bailábamos chamamé mientras los policías y gendarmes nos miraban duros desde la calle. También se hacían locros para todo el mundo".  
Se amanecía, se desayunaba y se almorzaba; se dormía la siesta, se tomaban mate por la tarde, se cenaba y se conversaba; día tras día, durante siete meses, compañeros de trabajo, vecinos de carpa, y desconocidos que pronto eran frecuentados más tiempo que a la propia familia, intercambiaban bienes, servicios y pasión. Los padres y madres de los alumnos de los establecimientos convivían en el calor y en el frío, bajo el mismo techo raído y maltrecho, con los docentes de sus hijos. Las familias de los autoconvocados se conocían cuando visitaban a sus padres, madres, hijos o hermanos que ahora "vivían en la Plaza". Nuevas amistades, nuevas parejas, "oficiales" y "clandestinas" se nutrían de un sentido político que inundaba la vida de la gente. La observación "dejar al marido por un autoconvocado" evoca, al menos, una comparación donde la opción por el amor libre de trinchera y compromiso con una causa política, se contrapone al matrimonio oficial como emblema de lo establecido. Ese sentido político se realizaba desde un espacio privilegiado donde vida cotidiana y política convergían ardientemente.  
De esta cotidianeidad, sin embargo, y como advertía Aníbal, estaban excluídos los políticos, del sector que fueran. La Plaza era un territorio de la sociedad civil, no del sistema político correntino, y en este sentido constituía un portal de confrontación, cuidado y supervisión de lo que se hacía y decidía en los edificios vecinos—la gobernación, la legislatura, etc. Esta posición es clara en las primeras observaciones de Aníbal cuando "se arma la Plaza". Ya transcurrido algún tiempo una jubilada recordaba que  
"Desde la plaza controlábamos todo lo que los políticos hacían. Primero lo que hacía el PANU y después al gobierno de coalición, porque ahí también había chorros y corruptos. Sentados en las carpas mirábamos quiénes entraban y quiénes salían de la legislatura o la gobernación. También ocupábamos las escalinatas [de esos dos edificios públicos], pero dejábamos libre circulación. A veces íbamos al baño o a buscar agua ahí. Pero también a controlar las sesiones de los legisladores para que no hicieran nada a espaldas del pueblo. Los legisladores se resistían a sesionar delante nuestro y prorrogaban las reuniones. Nosotros denunciábamos a gritos, en el recinto de la cámara, a los legisladores peronistas que se pasaban al nuevismo /…/ Esos que fueron elegidos con el voto del pueblo peronista...."  
Otra jubilada recordaba que en plena sesión a un peronista devenido en Nuevista se le cayó la dentadura postiza al piso y alguien le gritó que estaba, por fin, devolviendo el dinero robado al pueblo. "Los legisladores nos tenían miedo", dice. "Cuando Tomasella arregló con el PANU para ser gobernador lo corrimos por la calle a la salida de la legislatura y sólo lo salvó el gordo que está en la puerta".  
Dada la confrontación y desconfianza hacia las dirigencias, sólo dos poderes aparecían como instancias indiscutidas de legitimidad: la nación (no el estado nacional) y la iglesia. Desde los mismos comienzos de la ocupación de la Plaza se instituyó el ritual del izamiento y arreo de la bandera argentina entonando el himno a la bandera. Y dado que la ocupación comenzó en mayo, el ciclo litúrgico anual de la Patria quedaba por delante como una oportunidad para exaltar la justicia de sus demandas de la mano del Cabildo Abierto del 25 de Mayo, la muerte de Juan Manuel Belgrano, la declaración de la Independencia, la muerte del Libertador General nativo de Yapeyú, y la del estadista y docente Domingo Faustino Sarmiento. La celebración de la fecha era fomentada y coordinada por los contingentes de maestros que desplazaban a la Plaza de fecha histórica el habitual escenario de los actos escolares, el patio de escuela. Pero su sentido excedía el formato de estos "hábitus" en sentido bourdieuano, para resignificar en el nuevo contexto a las fechas patrias como clamores de la libertad soberana y la ciudadanía nacional. Una ocupante contaba que en la Plaza "pudo entender el verdadero sentido patriótico" de la oración a la bandera que había aprendido en la escuela primaria.  
Por su parte, el santoral y las fechas de conmemoración de la Iglesia Católica, muchas de ellas feriados provinciales, dieron igual oportunidad para afirmar la tan mentada devoción católica del pueblo correntino. Ello se ratificaba, además de las peregrinaciones, las visitas de imágenes peregrinas a la Plaza, el emplazamiento de pequeños altares en algunas carpas, en la presencia y decidida participación en la protesta de los primeros meses por parte de la máxima jerarquía eclesiástica de la provincia, el arzobispo de Corrientes, Monseñor Castagna, y su activísimo lugarteniente suyo denostado por las huestes del PANU, el cura Scaramellini, además de numerosos párrocos y monjas que conducían los colegios religiosos que participaron desde un principio de la protesta, en las asambleas realizadas en colegios de gestión católica, en las marchas y en la Plaza, donde oficiaban misa y rezaban diariamente el Santo Rosario. Esta presencia tuvo como efecto reforzar la imagen de un pueblo unido por la espiritualidad cristiana que no sólo perseguía el interés material del sueldo atrasado. Además, la cotidiana ritualización terminó por incorporar a muchos que desde su infancia no "practicaban" y a otros que se consideraban "no creyentes" y descubrían un nuevo sentido de la fe. Así, una ocupante contaba cómo había aprendido a rezar durante aquellos días. Este espacio, sin embargo, estaba dominado por la ortodoxia católica, por lo cual otras creencias y prácticas populares como el culto al Gauchito Antonio Gil, a San LaMuerte, etc. no se hicieron visibles o no fueron representadas públicamente. Por último, apelar al sentimiento religioso católico y patriótico se tornó hasta tal punto un instrumento de legitimidad social que durante las protestas sociales contra el ajuste de la intervención federal durante el primer semestre del año 2000, los "autoconvocados de Cabildo Abierto", tendencia con no pocos militantes marxistas, invitaron al arzobispo de Corrientes como orador de apertura en las conmemoraciones de las luchas del año anterior.  
En suma, la Plaza de la Dignidad constituía la dramatización de una sociedad entregada a la confraternidad y la solidaridad de los humildes de bienes y ricos de espíritu. Como las pobres tropas de San Martín antes de cruzar los Andes, como una pueblada de frente al autoritarismo de los poderes establecidos—"el pueblo quiere saber de qué se trata"—, como una silenciosa grey de iguales ante Dios que marcha con devoción y la seguridad de su victoria contra los fariseos, los ocupantes de la Plaza encarnaban diversas secuencias míticas, todas ellas inherentemente poderosas por su poder trágico y evocativo, pero también extremadamente potentes porque en su articulación lograban la convergencia de amplísimos sectores de la sociedad correntina. De este communitas estaban ausentes los políticos, los que no dormían en la Plaza, los que sólo aparecían por conveniencia y según soplaran los vientos de la coyuntura y el arreglo de cúpulas. Ahora bien: así como en el relato de Aníbal y de tantos otros el nuevo cotidiano tomaba la apariencia de la continuidad en la excepcionalidad de la anti-estructura, su vistosidad radicaba precisamente en el riesgo permanente de la ruptura.  
V. El Puente roto  
Las escaramuzas relatadas por Aníbal, las dos jubiladas y tantos otros, que tuvieron lugar en la Plaza, servían para demarcar una frontera que permitía distinguir, por un lado, entre "autoconvocados" y seguidores del PANU, y por el otro, ocupantes de la Plaza y miembros del sistema político establecido. Pero esos intercambios, aún cuando fueran armados, no amenazaban la certeza de la ocupación ni la continuidad de la nueva rutina. La Plaza, en este sentido, era un espacio interno y relativamente cobijado al cual recurrían desde los indigentes habituales y perros hasta los militantes, los trabajadores impagos y quienes no tenían nada que hacer o buscaban compañía pues allí "estaba todo el mundo". La Plaza encarnaba, por esto, una sociedad correntina distinta pero integrada, relativamente previsible—por eso la liturgia y las distintas ritualizaciones (en las comidas, los espectáculos)—y protegida. Pero éste no fue el único espacio urbano donde se desarrolló la protesta durante 1999. Fue, sí, la contracara de otro signado por la exterioridad, la exposición y la ruptura: el magnífico Puente General Belgrano que cruza el Río Paraná uniendo a dos capitales provinciales, Corrientes y Resistencia.  
El Puente no difería de la Plaza por los actores locales: sindicatos, autoconvocados, humildes, población en general, sino precisamente, porque pese a los intentos de los movilizados y de la misma prensa ["La vida en el puente. Asambleas a la mañana y a la tarde, además de la cocción de tortas fritas, fueron las actividades centrales de los autoconvocados y de las distintas organizaciones gremiales y sociales" (El Litoral 14 de diciembre, 2000)], el Puente no podía constituir una nueva cotidianeidad; si se recurría a su interrupción como una medida eficaz, era por resultar en extremo perjudicial al tránsito regional e internacional, y a que se extendía sobre un espacio nacional: un río, una ruta y un límite interprovincial. Quienes custodiarían sus confines ya no dependerían de los poderes provinciales sino nacionales. Danilo, un "autoconvocado" de la Plaza lo expresaba claramente  
"Después vino la toma del puente, la de julio. El primer día del corte fui con mi mujer y mis hijas. Al día siguiente fui sólo y estuve en las asambleas que se hacían cada una hora. Me sumé. Como había muy pocos que querían ir a cubrir el piquete que estaba más cercano al lado chaqueño, porque había que caminar mucho, acepté ir allá.. /…/ En una de las asambleas de los autoconvocados oí decir a uno de los dirigentes de Cabildo Abierto que había que resistir en el puente hasta las últimas consecuencias, y todos los presentes aclamaron la idea. Yo le pregunté qué quería decir con 'hasta las últimas consecuencias'. Se quedaron callados unos segundos, entonces aproveché para decir que estaba a favor de la toma del puente, pero que cuando viniera la gendarmería nos teníamos que ir. /…/. Después la gendarmería avanzó y comenzó la represión".  
Para principios de diciembre, estando en la Plaza, me sumé a una asamblea en la que se discutía si se iba a tomar el puente de nuevo para presionar al gobierno nacional a que mande fondos para la provincia. Yo estaba de acuerdo con un nuevo corte. En julio la ocupación sirvió para que el gobierno nacional entregara 30 millones de los 60 prometidos. El gobierno de coalición no podía negociar sólo con la Nación. No es que el gobierno de coalición fuera deshonesto, pero hacía falta la presión del pueblo en las calles. /…/ si se iba a actuar así había que organizar una estrategia de resistencia, porque en julio, cuando avanzó la gendarmería, todo el mundo corrió a las disparadas /.../ Además había que producir un efecto mediático con la toma del puente, hacer que se conozca en todo el país y afuera. Había que comunicarse con los medios nacionales, instalar una carpa en el puente con computadoras ligadas a internet y hacer una página web. La propuesta fue aceptada.  
No era éste un lugar para mujeres y niños, como sí lo era la Plaza. El Puente era un frente de lucha, el lugar de la épica guerrera, precisamente por su posición liminal—ni aquí ni allá—en el país y en el poder político. Era la medida de "las últimas consecuencias", la última instancia, que ameritaba salir al mundo.  
"Lo extremo" era la razón y, a la vez, la amenaza de la ocupación, y en ese límite se actuaban dramáticamente los rasgos considerados inherentes de "la pueblada" de los "autoconvocados". Por ejemplo, su inorganicidad, lejos de ser un mero rasgo pintoresco, tenía efectos muy concretos en el proceso de la lucha misma. El mismo 10 de diciembre de 1999, cuando asumió Fernando de la Rúa como nuevo Presidente de la Nación Argentina, numerosos sindicatos y, fundamentalmente, los "autoconvocados" partieron encolumnados desde la "Plaza de la Dignidad" decididos a ocupar, una vez más pero en otro contexto político nacional y con otras consecuencias, el estratégico puente. Corría el cuarto día de ocupación cuando, según relata la crónica de El Litoral, el periódico por entonces opositor al PANU, se produjo lo siguiente:  
"El debate más trascendente ocurrió la tarde del 14 de diciembre cuando los manifestantes rechazaron la propuesta que había llegado de Nación, según la cual debían confeccionar un marco de organicidad para el movimiento de autoconvocados que englobe a todos los trabajadores no vinculados a una organización con personería jurídica, en caso de una invitación al diálogo por parte del Ministerio del Interior; pero la gente se negó a firmar el acta de acuerdo en ese sentido, cuyo boceto fue confeccionado por Cabildo Abierto. Alguien dijo: ´Cuando vinimos acá y a la plaza nadie nos pidió que firmáramos nada para ser autoconvocados. Entonces, ahora, si quieren hablar con nosotros que vengan acá, al puente y nos traigan una solución´".  
Y la solución no se hizo esperar, aunque no provino del diálogo; las bases de la protesta devenían rápidamente en contendientes y hasta enemigos. El 16 de diciembre el presidente de la Rúa designó a Ramón Mestre, dirigente radical cordobés y ex–gobernador de su provincia a quien la prensa local calificaba como "un duro administrador con poca cintura política", como interventor de la provincia. Al día siguiente, lejos de que la medida hubiera calmado los ánimos de los manifestantes decididos a desafiar a la autoridad, ahora nacional, con la ratificación de la ocupación del Puente, sobrevino el desastre; la gendarmería reprimió brutalmente con un saldo de dos muertos y numerosos heridos, algunos de extrema gravedad.  
Debido a la magnitud de lo que se convirtió en el desenlace del drama correntino de 1999, las voces de ciertos sectores propagadas a través de ciertos canales, cobraron una saliencia mayor que la de quienes sólo podían comunicar sus pareceres de boca a boca. El periodismo, la jerarquía eclesiástica, algunos analistas, y las agrupaciones de izquierda, podrían ser calificados como intelectuales cuyas palabras alcanzaban extensas audiencias a través de radios, canales de televisión nacionales y provinciales, y los diarios. Allí se entreveraban las crónicas generales con las entrevistas a protagonistas y expertos, y si bien algunos individuos eran reporteados en "el lugar de los hechos", sus versiones quedaban desmembradas en un sinnúmero de impresiones o en el lugar de un cronista de terreno. En vez, las versiones que elaboraron los diarios, los periodistas radiales y televisivos, y la diócesis de Corrientes, e incluso a título individual algunos autores de ensayo y artistas, podían reconocerse con una mayor vertebralidad, sea porque podían atribuirse a instituciones connotadas del panorama provincial y nacional, sea porque su coherencia interna ofrecía una lógica contundente y persuasiva. Veamos sumariamente estas versiones.  
La edición especial de El Litoral del día siguiente a la sangrienta represión, llevaba como titular de tapa la frase atribuída a Monseñor Castagna, "¡Paren, por Cristo!", acompañada de una fotografía que daba cuenta del "desigual combate" librado entre la gendarmería nacional y el "pueblo de Corrientes" sobre la avenida 3 de Abril. La crónica periodística—que detallamos a continuación por su valor narrativo—destacaba el episodio en sus rasgos más anárquicos, pero connotándolo como una "pueblada" asimilable a previas irrupciones populares en otras provincias contra la injusticia y la arbitrariedad de los malos gobernantes. De todos modos el "correntinazo", en esta perspectiva, se montaba en una especificidad local con el fin de anclar el relato de una serie tumultuosa de episodios que difícilmente pudieran domesticarse en un único sentido:  
"Coraje y valentía sin igual demostraron los correntinos que resistieron a la represión, más violenta y cruda que nunca, llevada a cabo por la gendarmería desde esta madrugada para desalojar el puente Gral. Belgrano, coronada por un saldo lamentable de dos jóvenes muertos y más de 50 heridos. Los métodos de los civiles no fueron los más ortodoxos, pero las fuerzas federales dispararon a mansalva con armas de fuego de uso civil, ya que por lo menos diez manifestantes autoconvocados resultaron heridos con balas de calibre 22 /.../ La gente se apostó en la esquina de la calle Chaco y la Avenida 3 de Abril y desde allí rechazó con su arsenal de piedras y gomeras /.../ Las balas provenían—hay que decirlo—de los dos bandos. Algunos piqueteros radicalizados descargaban sus pistolas 9 milímetros y calibre 11,25 hacia la escuadra de uniformados. Varios gendarmes también cayeron heridos /.../ A las 10 de la mañana el enfrentamiento entre gendarmes y civiles ya tenía categoría de levantamiento popular. El correntinazo tantas veces pintado en los muros se había convertido en pura realidad, porque si bien estaban al frente de la batalla los sectores de izquierda como el Frente de la Resistencia, también había jubilados, docentes, colectiveros, desocupados, remiseros y amas de casa. Más de 3000 personas apostadas detrás de muros, autos y árboles para protegerse de la balacera, que era cruzada. Los gases lacrimógenos y vomitivos lograban momentáneos repliegues, pero la gente se reagrupaba y atacaba imitando la estrategia militar de los operativos cerrojo. /…/ la lucha se recrudecía hasta transformarse en una cuestión de honor y orgullo /.../ El diálogo quedó de lado y la gente se armó para defender su derecho a la justicia, a cobrar sus sueldos, a la salud y a la educación de sus hijos. Hubo entre medio algunos activistas y desequilibrados que recurrieron a las armas de fuego. En parte, empañaron la pueblada de muchísimas otras personas que acudieron a la 3 de Abril con la única finalidad de defender su dignidad de trabajadores honestos [...]. Un cordón humano integrado por agentes de la fuerza provincial se colocó, sin armas, entre los dos bandos en pugna. Era tarde, habían muerto dos jóvenes y uno más de alrededor de 18 años agonizaba en el Hospital Vidal /.../ Los saqueos volvieron como a fines de los años 80 /.../ sedientos y sofocados por el calor y los gases lacrimógenos, los manifestantes más radicalizados coparon el supermercado ´Sus compras diarias´ ubicado frente a la estación de servicio Shell que está en la bajada del puente; de donde retiraron gaseosas, bebidas alcohólicas, cigarrillos. Fue durante 15 minutos. Un grupo de manifestantes intentaba parar a los saqueadores diciendo que esta acción arruinaba la lucha. Otros locales también sufrieron agresiones /.../ Los habitantes más humildes del barrio Arazatí y otros más cercanos, en su mayoría desocupados, tomaron como suyo el desafío y no abandonaron el lugar /.../ El resto de la ciudad, salvo la Plaza 25 de Mayo y sus alrededores, mostraba su rostro totalmente normal. En la peatonal el movimiento era incesante /.../ Era casi como si nada estuviera pasando" (El Litoral 17 de diciembre, 1999).  
Coraje por el honor y la dignidad habría sido el rasgo saliente de esta pueblada correntina, pese a la presencia de la izquierda, los desequilibrados, los saqueadores (como en 1989), y hasta la impávida rutina del resto de la ciudad que no acusaba recibo de la pueblada de sus coterráneos.  
La Iglesia se pronunciaba, ahora, como lo había hecho durante buena parte del año, en especial hasta la destitución del intendente Raúl Romero Feris, por la reconciliación. Monseñor Castagna llamaba a detener los enfrentamientos invocando a las máximas, y a esa altura, únicas autoridades celestiales y genealógicas que podían reconocerse como legítimas: "¡Qué el Señor intervenga con su inspiración y ternura de Padre! ¡Qué María de Itatí calme tantos dolores y los abrevie con su presencia de Madre de Corrientes!" (El Litoral 17 de diciembre, 1999). Desde esta invocación, los correntinos recibían una atención especial a través de una figura católica de nacimiento y residencia correntina, la Virgen de Itatí. Pero su alejamiento del campo de la protesta, particularmente con el ascenso del gobierno de coalición, quedó sin explicar para la mayoría de los movilizados, como advertía Aníbal también sobre los políticos.  
Los intelectuales que se pronunciaron en aquel tiempo sobre lo sucedido también exaltaban la especificidad de esta "república aparte". Para bien y para mal, Corrientes había sido presa del aislamiento y el tradicionalismo (Andrés Salas), o había reaccionado desatando la fuerza de su matriz guaranítica (Bosquín Ortega), o iniciaba una Revolución Cultural que emulaba a la Revolución de los Comuneros de 1764, inscribiendo las protestas de 1999 en una larga tradición democrática y libertaria, procurando la defensa de los intereses locales y su autodeterminación frente la autoridad colonial (González Azcoaga).  
Por su parte, los partidos y agrupaciones de izquierda, que ocuparon un sitio relevante en algunos hitos del conflicto y, particularmente, durante el corte del Puente, buscaron imponer una significación "revolucionaria" o "potencialmente revolucionaria" a los acontecimientos. Para ellos el corte del Puente y la resistencia a la represión debía ser leída en la misma clave del "Cordobazo" de 1969 o, incluso, del nativo "Correntinazo" del mismo año cuando el estudiante Cabral fuera asesinado.  
Por su parte, los "autoconvocados" ejemplificados aquí por Aníbal, las dos jubiladas y por Danilo, conceptualizaban lo ocurrido en términos individuales y de sus relaciones familiares y de amistad, y a veces como miembros de sectores castigados por la crisis. Para ellos Plaza y Puente también habían sido una pueblada, una sucesión de hechos inéditos en la pacífica y previsible vida correntina, pero este sentido épico se asociaba más a la experiencia política personal y colectiva de los autoconvocados, que a una historia de tradiciones esenciales que sólo puntualmente venían a nutrir los relatos, tal como la pueblada del 25 de mayo que se ocuparon de instruir los numerosos docentes ocupando la Plaza.  
La ruptura se había producido, y desde su misma ocurrencia todos, viejos (autoconvocados, sindicatos, políticos locales, partidarios del intendente depuesto, la Iglesia y los intelectuales) y nuevos protagonistas (principalmente la intervención y por ella el flamante gobierno nacional), deberían forjar el sentido de los acontecimientos, para reposicionarse en la nueva coyuntura y ante un futuro incierto. Qué habían significado la Plaza y el Puente en la vida de la gente, y en la vida política provincial, fue el interrogante que desde entonces comenzaría a ser respondido, una y otra vez, a la luz de los nuevos acontecimientos.  
VI. El sentido (correntino) de los hechos  
Hemos comenzado este capítulo sobre la dimensión cultural de la crisis del Estado de la Provincia de Corrientes preguntándonos por su especificidad provincial. Y hemos anunciado que trataríamos de introducirnos en los modos en que los sucesos de la crisis se constituyeron en hitos de cambio y permanencia en la subjetividad de la sociedad política y civil que participara en ella. Para ello dimos prioridad a las narraciones de los ocupantes de la Plaza y de los protagonistas de los episodios del Puente General Belgrano, aunque también revisamos algunas referencias al sentido del Nuevismo en esta vieja provincia. Todos estos relatos no narran el pasado tal cual fue sino que contribuyen a la construcción del sentido que el pasado cobró en el presente de la investigación.  
En la era de la caída de los "grandes relatos" o perspectivas teóricas unificadoras sobre el mundo, la historia y la política, es difícil sostener fundadamente que los sentidos sean inherentes a los hechos. Con respecto al caso específico que hemos analizado aquí, esto es, los episodios que desencadenó la crisis financiera del Estado de la provincia y la ciudad de Corrientes, la pregunta inicial puede reformularse. Preguntar "qué tuvo de correntino esta crisis" es, por lo pronto, escindir los dos componentes de la expresión "crisis correntina"; así, la coyuntura económica y política de un estado provincial y municipal, no conlleva su adjetivación como "correntina", lo cual implica una desnaturalización de dicha crisis como inherente de esa provincia. Ello no obsta para reconocer los alcances jurisdiccionales de la cesación de pagos a los empleados públicos, pero advierte contra una supuesta esencia nacida de esa jurisdicción. No sólo Corrientes afronta una profunda crisis en este sentido. Des-naturalizar lo correntino es, en todo caso, interrogarse sobre su supuesta esencia provincial, cultural o política. En suma, entendemos que las articulaciones entre la crisis financiera de un estado de jurisdicción subnacional, y sus implicancias políticas, económicas y culturales, a menudo invocadas como sus explicaciones, son construcciones de agentes sociales concretos, y no conceptualizaciones que emergen o impregnan a las realidades empíricas. A la vez, esos agentes son diversos porque su inscripción en la historia, la sociedad y el estado varían necesariamente. Y hasta la apelación a la identidad inmanente, a la cultura compartida, a eso que suele designarse como "correntinidad", es el resultado de prácticas, imágenes, decisiones, discursos.  
La mirada analítica de los cientistas sociales puede alcanzar conclusiones más iluminadoras si construye a las apelaciones identitarias como objetos de investigación, en vez de cómo presupuestos o puntos de partida. Pero la mirada de los agentes desde la lógica de su práctica, tal como la definiera Pierre Bourdieu, es necesariamente distinta, pues se vale de construcciones como "cultura", "política", "tradicionalismo", "raíz guaraní" y tantas otras, como razones de su práctica cotidiana, como cualidades dadas, como puntos de partida de su estar en el mundo. En este plano, el "tradicionalismo" cobra existencia real en tanto es invocado por agentes concretos como razón de sus males; pero como categoría nativa, ese tradicionalismo debe ser indagado bajo la lupa del analista. Cuando ambas miradas se fusionan no sólo los procesos sociales pierden riqueza y especificidad; además, quedan sin expresión, sin construcción lógica y persuasiva, algunas interpretaciones. En efecto, como la mirada desde la lógica de la práctica no es una sino múltiple, algunas perspectivas, interpretaciones o enfoques priman sobre otros, como sucede con las versiones de los profesionales de la política que priman sobre las de quienes se asomaron a la política como cotidianeidad desde la Plaza; o como los intelectuales locales cuyas voces son más "escuchadas", "respetadas", "tenidas en cuenta" que las caracterizaciones de los autoconvocados.  
Caben aquí dos aclaraciones: la primera es que los relatos no producen la realidad, sino interpretaciones sobre ella; pero estas interpretaciones son cruciales a la hora de tomar decisiones y, más aún, cuando se trata de coyunturas críticas o de situaciones inesperadas. La segunda aclaración es que las versiones no están constituídas por cuerpos puros de doctrina y formas de pensamiento aislados entre sí; antes bien, se comunican, relacionan, y toman prestados fragmentos para incorporarlos a la propia lógica. Así, lo que un grupo toma como "experiencia" puede pasar a integrar la conceptualización que otros sectores elaboran de la experiencia colectiva. Generalmente, esos "préstamos" recorren las líneas del capital cultural, del prestigio, de la "expertise", del poder.  
Llegamos, entonces, al punto en que nos toca a nosotros examinar el sentido que cobraron las dos paradojas apuntadas en estas páginas: la ruptura con el sistema político provincial, que proponían los seguidores de Tato Romero Feris con un Partido Nuevo, y la ruptura con los modelos de la correntinidad que habían introducido los "autoconvocados" en su protagonismo político. La mayor parte de este capítulo se detuvo en las concepciones que, viejas o nuevas, emergían de la práctica de gente común, sin pretender abarcar con ello a todos los correntinos, ni siquiera a todos los empleados públicos o a todos los capitalinos. Al respecto, cabe destacar una primera impresión, que debiera indagarse, como sugerimos luego, en una etapa ulterior de la investigación: el sentido de ruptura fue propuesto más por los protagonistas directos del conflicto que por sus analistas quienes, en general, intentaron encuadrar esta experiencia ciertamente novedosa en tradiciones interpretativas de más larga data. Esa ruptura parece incontestable: no sólo los autoconvocados sino probablemente todos los correntinos recordarán a la Plaza de la Dignidad y el corte (corte! interrupción! brecha!) del Puente de julio y diciembre de 1999 como hitos que, según el caso, marcaron sus vidas para siempre: como los familiares de Francisco Escobar y Mauro Ojeda, muertos en el Puente en un enfrentamiento con fuerzas nacionales; o el padre de Gustavo Gómez, muerto en circunstancias oscuras pero atribuídas a fuerzas locales, y velado en la Plaza; o, menos trágicamente, las mujeres que ahora cocinaban en las carpas y no en sus casas; los hombres que participaban en los piquetes del Puente, y todos aquellos que cambiaron—siquiera transitoriamente—a la esposa o al marido "por un autoconvocado". Sin embargo, que los sucesos del '99 sean parte de un camino sin retorno o de un recorrido cíclico del cual ya se conoce el final, depende tanto del devenir político y económico que imprima la Intervención Federal, el gobierno nacional y los partidos políticos nacionales y provinciales al manejo de la cosa pública—orden de las cuentas, del estado financiero, "racionalización" del aparato estatal—como del posicionamiento y el sentido que los distintos sectores ostenten, disputen e impongan a los eventos pasados,. sintetizados en la palabra "crisis".  
En este informe hemos intentado presentar algunos aspectos de estas distintas vertientes, evitando extraponer interpretaciones de unos a otros actores, y evitando también tomar como "naturales" e "históricas" lo que son construcciones socio-culturales del presente. Pero para conocer los fundamentos de sus respectivas lógicas y suponer los márgenes por la legitimidad y plausibilidad, debemos profundizar en las lógicas de la práctica que subyacen a los modos en que cada sector sintetizó su experiencia y se constituyó como actor significativo de la crisis. Para ello creemos necesario emprender un reconocimiento genuino y empíricamente fundado de cómo, en términos nativos, cada sector da sentido a la correntinidad y sus signos diacríticos; para esto es imprescindible realizar un estudio empírico minucioso y desagregado de los posicionamientos de algunos de los sectores implicados, incluso en veredas antagónicas. Ello redundaría un conocimiento menos prejuiciado, más dinámico y complejo, siquiera de algunos de los protagonistas más mencionados en la crisis y poco comprendidos por los estudios sociales en Corrientes. Según entendemos, vale la pena aprovechar esta primera etapa de trabajo para profundizar en la idea de que todos los sectores, tanto de la Plaza como del Nuevismo (y quizás los presuntos "indiferentes" de la peatonal Junín) expresaron fuertes orientaciones al cambio y también a la continuidad, amparándose en ciertos valores desde los cuales una transformación del sistema político correntino podría ser factible o pensable.  
En este punto sugerimos que una perspectiva antropológica develaría el misterio que subyace al supuesto acuerdo entre los sectores populares, las elites políticas y los intelectuales locales, para la supervivencia de la "correntinidad" como figura explicativa del proceso provincial. Proponemos pues estudiar  
1) el sistema de creencias y prácticas políticas de los sectores populares caracterizados como "la clientela del PANU", que se encarnan, además, en creencias y prácticas de otro tipo—religiosa, laboral, social;  
2) el sistema de creencias y prácticas políticas de la elite local, anclado en la relación entre familia, política y patrimonio ejemplarizada por un grupo familiar de la dirigencia partidaria correntina;  
3) la lógica de construcción y utilización de la "correntinidad" por parte de los intelectuales locales como causa y efecto de las especificidades provinciales y subprovinciales.  


 

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Notas  
1- Incluímos en esta categoría simplemente a quienes aparecen ante la sociedad como ocupando el lugar de analistas y conceptualizadores del devenir provincial y nacional. Su voz y sus interpretaciones son tenidas especialmente en cuenta por integrantes de los campos educativo, político y periodístico, y generalmente encuentran vías de acceso fácil al público a través de libros pero, sobre todo, de los diarios locales, con cuyas orientaciones ideológicas y políticas pueden diferir incluso fuertemente. De todos modos, estos intelectuales logran preservar una imagen que trasunte la autonomía de sus ideas y la originalidad de sus perspectivas.  
2- "De acuerdo con el Acta de Fundación [cuyo original se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla] queda claro que don Juan de Torres de Vera y Aragón dio a la ciudad el nombre de Vera; creemos que lo hizo, como era común en los españoles, con la intención de perpetuar su apellido en su obra. La primera adición de San Juan hecha al nombre de Vera, se remonta al período comprendido entre los años 1625 y 1630, siendo el documento más antiguo que lo contiene, de los que quedan de aquella época y donde la fecha se lee con claridad en el acta capitular del 30 de mayo de 1633. Aunque hay otra, en la cual está hecha la anteposición de San Juan, del mes de diciembre del mil seiscientos – el día y el año no se leen – que figura antes que la otra en la recopilación de las Actas Capitulares de Corrientes llevada a cabo por la Academia Nacional de Historia. Aunque Hernán F. Gómez cita un documento del 20 de diciembre de 1598 en el que consta la designación de Jacome Antonio como teniente de gobernador en la ciudad de San Juan de Vera en las Corrientes, hecha por el gobernador de estas provincias Hernando Arias de Saavedra. Consideramos que este aditamento se hizo en homenaje del santo del fundador, como también era práctica corriente en la época. Transcurrido el tiempo y sin que mediara una solución oficial, el uso popular le agregó el nombre del lugar, las Siete Corrientes, alargándose la denominación de la ciudad a San Juan de Vera de las Siete Corrientes. Pero con el tiempo esta larga denominación se acortó, aunque en lugar de volver al nombre primitivo comenzó a llamarse Corrientes a la ciudad, imponiéndose definitivamente éste" (Castello,1996:32-33).  
3- O, refiriéndose a los relatos de los jesuitas sobre la participación de los guaraníes en la batalla de Mbororé (1641): "[...] dando rienda suelta en sus relatos a imaginarios actos de heroísmo, atribuyendo a los afeminados guaraníes comportarse como valerosos guerreros [...]" (Labougle,1978).  
4- Un manifestante de 1999 que demandaba el cobro de sus haberes, decía: "El problema del correntino es que está acostumbrado a aceptar cualquier cosa del patrón. Acá, cualquier chipacereo que te vas a preguntar algo te dice: "¡Eh! Patrón..." o "Jefe"... En Corrientes si andás bien vestido – y con traje ni te digo... – y con la mirada alta y hacia el frente, te dejan pasar en cualquier lado. Nadie te va a preguntar nada, porque quien anda así por la vida se supone que es alguien ¿no? En cambio, si andás preguntando si podés pasar, no te dejan ir a ningún lado. El correntino le tiene miedo a la autoridad. Está acostumbrado a obedecer. En cambio, los chaqueños son luchadores y protestan. Son descendientes de inmigrantes que llegaron acá sin nada, que tuvieron que salir adelante solos, que creen en el progreso...".  
5- Se incluye aquí parte del trabajo de campo realizado en San Luis del Palmar, algunos de cuyos aspectos hemos incorporado a este informe en lo relativo a la movilización política del '99, y también un trabajo de campo sobre la historiografía provincial de la que sólo hemos incluído imágenes generales para elaborar los rasgos diacríticos de la correntinidad, e interpretaciones sobre los sucesos de las movilizaciones de protesta.  
6- En unos casos para el conjunto de la sociedad, la adscripción socioprofesional del actor es prueba suficiente de la pertenencia a la "clase media". Un abogado o un contador, no importa su nivel de ingresos, ni si ejerce su profesión por cuenta propia o en relación de dependencia como trabajador asalariado, evidencian suu condición social a partir de un determinado capital cultural deducido del nivel de escolarización. En igual situación se encuentran los docentes (maestros y profesores), de condición socioeconómica asalariada y niveles de ingresos bajos y medios (entre $300 y $1000). Los comerciantes, por su parte, no demuestran por lo general niveles de escolarización elevada, pero por ser una actividad sin relación de dependencia se la asocia a la "clase media", independientemente de la ganancia que puedan percibir. Por último, los trabajadores estatales, tradicionalmente se han considerado en Argentina parte de la "clase media", y aún hoy persisten en definirse como tales, dado el tipo de actividad "intelectual" que desempeñan, y debido a que sus contrataciones gozan de ciertas prerrogativas asociadas al Estado de Bienestar, tales como el empleo en planta permanente (por tiempo indefinido), vacaciones, servicios sociales, etc. Por otra parte, debemos observar que el trabajo de campo llevado a cabo en la ciudad de Corrientes confirmó una tendencia casi universal: la mayoría se consideraba a sí mismo parte de la "clase media". Y si un individuo se autoabscribía a la categoría de "pobre" o "trabajador", lo hacía sólo bajo ciertas circunstancias, por ejemplo, para demandar un empleo, ser beneficiario de un programa social o un subsidio.  
7- Todos los nombres de nuestros informantes orales fueron modificados para preservar su integridad.  


 

Trabajo enviado por Luis, de Autoconvocados de Corrientes, el 11/12/2001