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29 de abril del 2002
La (difícil) alternativa
Guillermo Almeyra
La Jornada
El gobierno de Duhalde acaba de ceder una vez más a las exigencias
del FMI (que ha declarado, por su parte, que no le dará nada a cambio).
Se reducirá el apoyo a las provincias, lo cual impedirá a éstas
pagar sueldos y salarios, proveedores y obras públicas, deprimiendo aún
más el mercado interno y aumentando, por lo tanto, la desocupación
y la pobreza (con todas sus secuelas). Se buscará salvar los bancos (extranjeros),
a costa de los ahorradores expoliados. Se prepararán las condiciones
para una dolarización futura ante el derrumbe de la economía.
Se tomarán, en suma, todas las medidas que aumentan la dependencia y
la crisis y que dan un golpe de muerte al Mercosur (y por lo tanto preparan
el camino al ALCA).
Todo eso ha sido presentado como la única medida posible.
Pero hay una alternativa: 1) obligar a los bancos a que traigan capital fresco
de sus casas matrices, y si no lo hacen, estatizarlos, pagando a éstas
una indemnización que corresponda a la situación de quiebra de
sus filiales; 2) crear un sistema financiero estatal apoyado sobre los haberes
inmobiliarios y los ahorros argentinos; 3) financiar la creación de empleos
para los desocupados, para así generar ingresos, y fomentar la industria
nacional que emplee desocupados, utilizando para ambas cosas lo que se deja
de pagar en concepto de deuda externa y reduciendo el costo de las importaciones
de insumos, know how, royalties, maquinarias, mediante el trueque con China
y Brasil, principalmente, pero también con quien acepte precios políticos
fijados de común acuerdo para participar en la reconstrucción
argentina; 4) estatizar -pagándolas en bonos a 25 años, con interés
módico- las empresas de los sectores vitales para la economía
del país (electricidad, luz, gas, petróleo, correo, agua) y practicar
precios de fomento de la actividad industrial; 5) ayudar a la autoconstrucción
de viviendas, para estimular la industria de la construcción, hoy paralizada,
dando los materiales y la ayuda técnica necesarios; 6) crear un instituto
estatal para las exportaciones, para estimularlas, dados los bajos costos argentinos
y la calidad de la mano de obra, y para cobrar de inmediato las divisas resultantes;
7) aprovechar la capacidad cultural y la creatividad de los trabajadores para
reducir insumos agrícolas o industriales o desarrollar nuevos productos
con menos procesos de elaboración o menos materias primas; 8) fomentar
la capacidad técnica, poniendo a trabajar junto a los productores a los
estudiantes de los ramos respectivos; 9) llamar a los técnicos argentinos
regados por el mundo a aportar su conocimiento y su trabajo y experiencia; 10)
hacer accionistas a los trabajadores, y al pueblo en general, de las empresas
y servicios estratégicos.
Por supuesto, para aplicar estas pocas medidas (u otras semejantes) se necesita
"que se vayan todos" los corruptos, un cambio radical del aparato de Estado,
acabar con la cleptocracia, nombrar técnicos y no agentes de los poderosos,
controlarlos y poder revocarlos. Se necesita que la democracia y la política
se practiquen directamente, desde abajo, para determinar una selección
de cuadros opuesta a la actual. Se necesita privilegiar la educación,
la investigación, la democratización de los sindicatos y de los
organismos administrativos y purgar la policía y la justicia.
Es posible no pagar la deuda externa, primero porque es imposible pagarla, y
segundo porque las represalias del FMI y del capital financiero no pueden empeorar
la actual situación, pues Argentina no tiene ya crédito y debe
contar consigo misma. Un gesto radical desencadenaría en toda América
un enorme apoyo popular y tendencias a la imitación. Ciertamente que
el imperio reaccionaría, tratando de aplicar las propuestas de Rudiger
Dornbush, de comisariar el país y de acabar con sus soberanía.
Pero es mejor confiar en la resistencia que conducir día a día
a la sumisión total y la recolonización.
Hay que contar con los efectos políticos y morales de las medidas radicales
y, al mismo tiempo, con el desarrollo de la crisis financiera y económica
en Estados Unidos, así como con la esperanza de los capitalistas europeos
de no perder todo (como en Rusia en 1917) y con su conciencia de que Estados
Unidos busca desplazarlos del mercado argentino (que seguirá siendo siempre
importante a escala regional y de todo el Mercosur). La crisis argentina arrastra
a Brasil hacia la derecha, por consiguiente es indispensable también
presentar planes comunes al pueblo brasileño, contra la ofensiva conjunta
del capital financiero internacional, de la oligarquía argentina y de
los grandes capitalistas de Brasil. No vivimos una época para los conservadores,
los timoratos, los serviles, los sometidos. Es el momento de osar y experimentar
lo que jamás se hizo: una política anticapitalista no verbal sino
real, apoyada en la reanimación de la esperanza y de la movilización
de los trabajadores y oprimidos de Argentina.
galmeyra@jornada.com.mx