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28 de abril del 2002
Argentina: La revuelta de los maltratados
Naomi Klein
The Guardian Weekly
En el mismo día en el que el presidente argentino Eduardo Duhalde se enfrascaba en otra negociación estéril más con el Fondo Monetario Internacional, un grupo de vecinos de Buenos Aires atravesaba una negociación de distinto tipo. Un día soleado de febrero intentaban salvarse del desalojo. Los residentes en Ayacucho 335 se hicieron fuertes en sus casas, a escasas manzanas del Congreso Nacional. En la fachada de cemento una pintada decía: "FMI, vete al infierno". Puede parecer extraño que una institución tan decididamente macro como el FMI pueda estar implicada en una cuestión tan micro como el desalojo de Ayacucho. Pero en un país en el que la mitad de la población ha caído bajo el umbral de la pobreza es difícil encontrar algún sector de la sociedad cuyo destino no penda de algún modo de las decisiones tomadas por el prestamista internacional. Bibliotecarios, maestros y otros empleados públicos, que han venido siendo pagados en monedas provinciales apresuradamente emitidas, dejarán de ser pagados del todo si las Provincias aceptan detener las emisiones monetarias tal como reclama el FMI. Y si se amplían los recortes del sector público, en lo que el FMI también insiste, los trabajadores desempleados (cerca del 30 % de la población) estarán aún más cerca del hambre que ha llevado a miles de personas a asaltar los supermercados.
Si no se encuentra una solución al estado de emergencia sanitaria, recientemente declarado, con toda seguridad afectará a una anciana que encontré en los alrededores de Buenos Aires. En un gesto de desesperación se levantó la blusa y me enseñó la herida abierta y los tubos colgando de una operación quirúrgica de estómago que su médico no podía suturar por falta de suministros.
Puede parecer grosero hablar sobre tales cosas. Se supone que el análisis económico trata sobre la vinculación al dólar y los peligros de la "estanflación" (no sobre niños que pierden sus casas o ancianas con heridas abiertas). Sin embargo, leyendo los imprudentes consejos que se lanzan al gobierno argentino desde fuera de sus fronteras, quizá un poco de personalización es lo procedente.
El consenso internacional supone que el FMI no debería considerar la crisis de Argentina como un obstáculo a futuras austeridades sino como una oportunidad: se argumenta que el país esta tan desesperado por dinero que hará cualquier cosa que quiera el FMI. " Es durante una crisis cuando hay que actuar, es cuando el Congreso es más receptivo" explica Winston Frisch, presidente de la filial brasileña de Dresdner Bank AG.
La sugerencia más draconiana procede de Rocardo Cabellero y Rudiger Dornbusch, un par de economistas del Massachussets Institute of Technology que escriben en el Financial Times. "Es hora de radicalizarse" dicen. Argentina "debe ceder temporalmente su soberanía en todas las materias financieras". La economía del país debería ser controlada por "agentes extranjeros", incluyendo "un consejo de experimentados banqueros centrales extranjeros".
En una nación todavía traumatizada por la desaparición de 30.000 personas durante la dictadura militar de los años 1976 a 1983, sólo un "agente extranjero" puede tener la desvergüenza de decir, como hace el equipo del MIT, que "alguien tiene que regir el país con puño de hierro". Así, parece que la represión es una condición previa para salvar el país, lo que, de acuerdo con Cabellero y Dornbusch, supone forzar la apertura de los mercados, introducir más recortes del gasto y, por supuesto, "una masiva campaña de privatización".
Sólo hay un inconveniente: Argentina ya lo ha hecho casi todo. Como alumno modelo del FMI durante los 90, forzó la apertura de la economía. En lo que se refiere al supuestamente incontrolado gasto público argentino, un tercio va al servicio de la deuda externa y otro a pensiones que ya han sido privatizadas. El tercio restante (parte del cual va a servicios sanitarios, educación y asistencia social) ha caído muy por debajo del crecimiento de la población, y esta es la razón por la que llegan por barco de España donativos de alimentos y medicinas.
Respecto a las "masivas privatizaciones", Argentina ha rematado tan concienzudamente tantos de sus servicios, de los trenes a los teléfonos, que los únicos ejemplos de nuevos activos que Cabellero y Dornbusch puedan estar pensando en privatizar son las oficinas de puertos y aduanas del país. No es de extrañar que tantos de los que cantaban las alabanzas de Argentina se apresuren a acusar exclusivamente del colapso económico a la avaricia y la corrupción nacional. "Si un país piensa que va a conseguir ayuda de los Estados Unidos y está robando dinero, simplemente no va a conseguirla", apuntó Bush en México el mes pasado. Argentina "va a tener que dar algunas llamadas de atención".
La población argentina, que durante meses ha estado en abierta revuelta contra sus élites política, financiera y judicial, difícilmente necesita recibir lecciones sobre la necesidad del buen gobierno. En las últimas elecciones federales, hubo más votos nulos que por cualquier político individualizado. El candidato más escrito en la papeleta para anular el voto fue un personaje de dibujos animados llamado Clemente, elegido porque, como no tiene manos, no puede robar. Simplemente, es difícil de creer que el FMI sea quien vaya a limpiar la cultura argentina de soborno e impunidad, especialmente si una de las condiciones a las que el prestamista subordina la concesión de nuevos fondos es que los Tribunales argentinos dejen de juzgar a los banqueros que sacaron ilegalmente su dinero del país, agravando drásticamente la crisis. En la medida en que la destrucción del país se presenta como una patología exclusivamente nacional, los focos se mantienen convenientemente fuera del FMI.
En la narrativa familiar de un país empobrecido que mendiga un "rescate" del mundo se oculta un desarrollo crucial: aquí mucha gente tiene escaso interés en el dinero del FMI, especialmente cuando ha quedado claro lo mucho que costará. Por el contrario, están ocupados construyendo nuevos contrapoderes políticos tanto a su propia clase política como al FMI. Decenas de miles de residentes se han organizado en reuniones vecinales. Hablan de crear un "congreso ciudadano" que reclame transparencia y responsabilidad de los políticos. El presidente, que ni siquiera fue elegido, esta tan atemorizado por esta fuerza política creciente que ha dicho que las asambleas (en español en el original, N. del T.), como se les llama, son antidemocráticas.
Hay motivos para prestar atención a todo esto. Las asambleas (en español en el original, N. del T.) también hablan de como hacer arrancar las industrias locales y renacionalizar activos. Incluso podrían ir más allá. Argentina, como el durante décadas obediente alumno al que sus profesores del FMI le han fallado miserablemente, no debería mendigar créditos, debería reclamar reparaciones. El FMI ha tenido su oportunidad para gobernar Argentina. Ahora es el turno del pueblo.
(traducción: Ángel Díaz Méndez)