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25 de abril del 2002
Recrudece la crisis argentina
Anton Borja, Martín Aguirre 
  
  
  Los autores argumentan que la crisis económica y social que sufre 
  Argentina no sólo no se ha terminado, sino que ha aumentado en las últimas 
  semanas. Sería necesaria la adopción de una batería de 
  medidas para poder mirar con cierta esperanza al futuro de este país 
  americano 
  Como se sabe, con la llegada de Duhalde a inicios del 2002, se devaluó 
  el peso rompiendo la paridad «un peso, un dolar» y se realizó la moratoria 
  de la deuda pública con el FMI, de 140 mil millones de dólares. 
  El FMI, si bien no reaccionó frontalmente ante esta suspensión 
  de pagos de la deuda, en el fondo reitera su estrategia, expresando su advertencia 
  de que cualquier tipo de ayuda futura que se le solicite, está condicionada 
  a la previa aplicación de un plan económico «razonable, serio 
  y sustentable», el cual, advierte, no estará exento de «sacrificios». 
  
  Si bien las dos «medidas» antes enumeradas podían indicar algún 
  cambio de rumbo, a la hora de enfocar las medidas concretas, el gobierno ha 
  seguido los pasos y la trayectoria marcada por el FMI, beneficiando a grupos 
  económicos muy determinados. El caso del «corralito» es claro. Este, 
  consiste en una serie de restricciones para disponer libremente de los fondos 
  que se puedan tener como ahorro o que ingresan al sistema bancario como es el 
  caso de salarios o giros comerciales. Pues bien, los ahorradores tenían 
  40 mil millones de dólares en el momento de la llegada de Duhalde, y 
  se les pesifican dichos ahorros a 1,4 pesos por dólar, por lo que se 
  convierte dicho monto en 57.000 millones de pesos (y que además continúan 
  sin ser de libre disposición para sus titulares). Como en el mercado 
  libre el dólar se estableció muy por arriba de ese 1,4, en aquel 
  momento dicho monto tenía un valor de 80.000 millones de pesos. Por lo 
  tanto, los ahorradores han perdido 23.000 millones de pesos con la pesificación 
  así dispuesta. En el caso de los deudores (básicamente las grandes 
  empresas) que tenían deudas con bancos por un valor de 47.000 millones 
  de dólares, con la pesificación siguiendo la misma lógica 
  pero en dirección inversa a los ahorradores dejaron de pagar 19.000 
  millones de pesos. Además, el Estado va a apoyar a los Bancos para favorecer 
  el pago de las deudas, transfiriéndoles 14.000 millones de dólares 
  (debido a la diferencia existente en el cambio peso-dólar). La resolución 
  del gobierno, por tanto, fue una gran transferencia desde los ahorradores y 
  el Estado hacia grandes empresas y bancos con lo cual, de paso, se apuntala 
  un sistema financiero que ha demostrado servir para muchos fines, menos a impulsar 
  la tarea productiva. 
  El FMI está de acuerdo con la devaluación, que tiene como consecuencia 
  una caída del poder adquisitivo de los salarios y una congelación 
  de las deudas de los grupos económicos, además de las transferencias 
  económicas antes señaladas. Otro hecho relevante fueron los 20 
  puntos clave de política económica anunciados por el Gobierno 
  en el mes de febrero, donde además de mantenerse que los depósitos 
  en dólares se convierten a pesos a 1,40, se tomaron otras medidas de 
  tipo financiero no alterándose, en lo fundamental, la senda seguida hasta 
  entonces. Es cierto que se plantean algunos objetivos sociales, de modo que 
  para empleo habrá una partida de unos 1200 millones de pesos anuales 
  como subsidios para parados, lo que supone una ayuda mensual de 150 pesos (unos 
  70 euros). Pero en estos 20 puntos, llamó poderosamente la atención 
  la casi total ausencia de medidas fundamentales para enfrentarse a la fuerte 
  crisis económica existente: en los primeros meses la caída de 
  la producción industrial ronda el 15,9% (en la construcción fue 
  del 42,8%), y el número de empobrecidos sigue en alza. Al cabo de unos 
  días se aprueban los presupuestos del Estado, y significativamente la 
  recaudación prevista es de 38.000 millones de pesos, contra gastos previstos 
  de 41.000 millones. Esto determina un déficit fiscal diferencia entre 
  lo que se gasta y lo que se recauda de 3.000 millones de pesos. Si bien no 
  figuran partidas para «pagar la deuda», en realidad 6.000 millones del presupuesto 
  son para afrontar servicios de la misma. Para financiar parte de los gastos 
  el gobierno emite nueva deuda pública por un valor de 3.500 millones 
  de pesos, mantiene un recorte del 13% sobre el salario público y rebaja 
  en un 13% las partidas para las provincias. El presupuesto también contemplaba 
  partidas destinadas a paliar la situación social, pero nuevamente, estas 
  son notablemente inferiores a las del servicio de la deuda externa. 
  En esta lógica, el papel del Estado queda reducido casi exclusivamente 
  a la administración del pago de los intereses de la deuda externa, con 
  lo que otros gastos públicos como salarios, jubilaciones, etc. quedan 
  reducidos, lo que impide el relanzamiento significativo del consumo, ampliando 
  la desocupación y la precarización laboral que coexisten con grandes 
  beneficios del sector financiero y ciertos grupos económicos junto con 
  un malestar creciente de las Pymes. El punto de partida de previsión 
  en aquel momento, era una caída del crecimiento de la riqueza PIB del 
  4,9% y una inflación del 15%. De acuerdo por tanto con el FMI, se busca 
  la contracción del consumo, reduciéndose las importaciones y con 
  la devaluación del peso, se busca aumentar las exportaciones, de modo 
  que con el saldo obtenido pueda reiniciarse el pago de los intereses de la deuda 
  pública y también pagar parte de las deudas privadas. Toda esta 
  dinámica económica está produciendo un efecto devastador 
  en el plano social, aumentando la desocupación y subocupación, 
  la pobreza y la marginalidad. En el mes de febrero los despidos crecieron en 
  un 3.200% respecto a igual mes del año anterior, alcanzándose 
  en el primer trimestre del año- la cifra de 170.000. El deterioro de 
  los servicios públicos como salud y educación también es 
  vertiginoso. En una sola Provincia la de Buenos Aires, unas 150 mil niñas 
  y niños que asistían a la escuela, se han dado de baja al inicio 
  de este año escolar (Marzo). Esta impresionante deserción encuentra 
  su causa directa en los recortes presupuestarios, y la consiguiente interrupción 
  de las becas que esta provincia destinaba a cientos de miles de alumnos. 
  La inflación (que posiblemente se ubicaría alrededor del 30% para 
  este año) al no haber signos de reactivación y de actualización 
  salarial, poco a poco va carcomiendo el poder adquisitivo de los asalariados. 
  A lo largo de estos meses, la devaluación del peso, que habría 
  ayudado a reactivar la dinámica productiva si hubiera sido acompañada 
  por otras medidas económicas (apoyo a las Pymes, a la promoción 
  de la productividad, a elevar la calidad del empleo, etc.), en el contexto de 
  las medidas neoliberales imperantes, se ha convertido en un fin en si mismo. 
  En estos tres meses el peso, en relación al dólar, ha oscilado 
  entre los 2,4 y 3,5 pesos por dólar, llegando en un pico a los 4. Ante 
  esta evolución peligrosa del valor del peso, el gobierno se vio obligado 
  a desprenderse de 150 millones de dólares en tan sólo un día 
  de sus exhaustas reservas para tratar de que el dólar no se disparara. 
  Pero frente a esta tímida medida, el FMI reaccionó señalando 
  que el gobierno no debiera intervenir, aún a riesgo de soportar una mayor 
  inflación, y que se debe dejar al libre juego del mercado la relación 
  «peso- dólar». En esta lógica, se mejoraría la balanza 
  comercial, dado que aumentarían las exportaciones, y por tanto, a través 
  de unas retenciones impuestas a los exportadores, destinar parte de los recursos 
  obtenidos a financiar planes sociales muy precarios que no generan empleo y 
  que no impulsan ningún tipo de políticas industriales duraderas. 
  
  El gobierno plantea que el FMI le proporcione rápidamente una ayuda de 
  12.000 millones de dólares para hacer frente a la degradación 
  económico-social, pagar con ellos 8.000 de deuda, y con el resto, ahora 
  sí, destinarlos a objetivos sociales. Es decir se ha pasado de sostener, 
  a principios de enero, que la estrategia de globalización del FMI era 
  errónea y que había que tomar medidas de desarrollo económico 
  endógeno, a impulsar, en abril, el pago de los servicios de la deuda, 
  manteniendo la lógica financiera y dejando de lado la mejora del tejido 
  productivo interno, y aumentando progresivamente el deterioro de los servicios 
  públicos (educación, sanidad) así como el volumen de desempleo 
  y la precarización social. Es cierto que se han tomado algunas medidas 
  sociales, pero de muy baja efectividad, y que son perfectamente compatibles 
  con los intereses y modelo económico planteado por el FMI. Es decir la 
  supeditación a la lógica neoliberal internacional es, casi total. 
  
  En las últimas semanas el FMI ha planteado nuevas medidas de ajuste, 
  que conllevan a una mayor dureza social. En primer lugar, reducción de 
  gasto social que estaba previsto para las Provincias. A las cuales a su vez, 
  les exige mayores recortes, pues según el FMI «sobrarían» (en 
  un marco de 23% de desocupación) unos 348 mil empleos públicos. 
  Junto a esta medida económica, aparece la exigencia por parte del FMI 
  de frenar la investigación contra banqueros que habrían estado 
  implicado en maniobras que perjudicaron a sus clientes. Asimismo, en lo social, 
  el FMI plantea incrementar, aún más, la flexibilidad laboral. 
  Este conjunto de «nuevas» medidas, esta vuelta de tuerca neoliberal, no deja 
  apenas margen de maniobra a una hipotética política propia de 
  gobierno, supeditando todo a conseguir una ansiada ayuda del FMI. Desde una 
  lógica de desarrollo endógeno, Argentina cuenta con potencialidades 
  para así hacerlo, tanto en recursos materiales como humanos. Estos últimos 
  abarcan desde una mano de obra con una alta calificación hasta una masa 
  de 16.000 científicos e investigadores. Pero estas potencialidades no 
  son estáticas. Con una lógica que potenciara el consumo y la reactivación 
  podría constituirse en el punto de partida para un crecimiento económico 
  socialmente sustentable. Por el contrario, en la actual dinámica este 
  potencial humano tiene como camino o bien la desocupación, o bien el 
  trabajo informal (vendedores callejeros...), o bien la emigración al 
  exterior. 
  La «ayuda social» debe ser reemplazada por una estrategia cualitativamente diferente, 
  aquella que ayuda a combatir la pobreza de raíz: la creación de 
  fuentes de trabajo, de las cuales se requiere en cantidad para contrarrestar 
  una desocupación creciente. En esta línea, un plan de viviendas 
  masivo contribuiría a varios objetivos, dada la característica 
  de este sector. Además de la generación de empleo que conllevaría, 
  este sector tiene un efecto multiplicador dado el gran número de industrias 
  relacionados con él y tiene un objetivo social inmediato, como es el 
  de satisfacer la necesidad insatisfecha de una vivienda digna de amplios estratos 
  de la población. Esta generación de empleo, además, debe 
  ir acompañada por una especial atención sobre el poder adquisitivo 
  de los asalariados y las condiciones laborales, contribuyendo a que la irrenunciable 
  redistribución de la riqueza, que se debe encarar, tenga carácter 
  estructural. Los planes sociales que impulsa el gobierno de 150 pesos/mes para 
  cabeza de familia desocupada, no llegan ni a la mitad de los ingresos mínimos 
  para hacer frente a las necesidades básicas de una familia. Por tanto 
  los planes sociales no deben bajar de 380 pesos/mes. 
  Dentro de la imperiosa necesidad de relanzar la actividad productiva, especial 
  atención también debe otorgarse a las Pymes, que suponen más 
  del 90% de las empresas argentinas. El papel del Estado debe promoverlas tanto 
  en forma directa, como por medio de la promoción de la banca privada 
  y cooperativa, con líneas de créditos de bajo tipo de interés, 
  lo que supone realmente una reforma del sistema financiero actual. Los frutos 
  de la reactivación económica deben ser destinados en su totalidad 
  al reforzamiento y modernización tecnológica del tejido productivo. 
  Tanto la deuda externa como los servicios de la misma deben estar sujetas a 
  una moratoria, de al menos cinco años, para posibilitar la reactivación 
  señalada anteriormente. Una reforma fiscal que tienda a elevar el nivel 
  de fiscalidad (del 15% actual a un horizonte cercano al 40%), permitiendo cumplir 
  al Estado con las crecientes exigencias que este debe hacer frente en cuestiones 
  como educación, salud, generación de infraestructuras, etc., y 
  que al mismo tiempo la convierta en socialmente equitativa. 
  Pero esta reforma sólo es posible plantearla sobre la base de que se 
  esté creciendo económicamente, y no en un escenario de recesión 
  como plantea el FMI. La estrategia del FMI, se refuerza «casualmente» con la 
  de Estados Unidos respecto a América Latina. En estos últimos 
  meses los EEUU potencia el ALCA, de corte neoliberal, lo cual debilita el desarrollo 
  del MERCOSUR, que puede constituir un bloque de países integrados (Argentina, 
  Brasil, Paraguay y Uruguay), con una autonomía económica y política 
  suficiente en el actual marco de la globalización. Es evidente que la 
  trayectoria que lleva el gobierno de Duhalde, sigue paralela a la las líneas 
  básicas del FMI lo cual está provocando un mayor deterioro social 
  y económico. La gravedad de la situación argentina, más 
  allá de la crítica al modelo neoliberal existente, requiere la 
  toma de conciencias de los movimientos sociales y organizaciones políticas 
  en exigir medidas urgentes de desarrollo endógeno, como algunas de las 
  señaladas anteriormente, para mejorar la situación económica 
  y social. De lo contrario se recrudecerán las tensiones sociales y se 
  habrá perdido una ocasión más para salir de la crisis, 
  y seguirá la lógica vacilante del gobierno actual, lo que frustrará 
  sustancialmente las esperanzas de la mayoría de la población. 
  
  (*) Profesor de la EHU-UPV y doctorando en la EHU-UPV, respectivamente.  
  
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