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Latinoamérica

17 de marzo del 2002

Veintiséis años, rubio y medio retacón
Uruguay: Sara Méndez encuentra a Simón

Samuel Blixen

El senador Rafael Michelini no maneja el oficio de los espías: había acordado el encuentro en esa confitería del microcentro de Buenos Aires y a modo de identificación sugirió llevar un ejemplar de Clarín debajo del brazo. Tuvo un momento de pánico cuando comprobó que la mitad de los parroquianos entraban en el local con un ejemplar de Clarín. Pero el hombre que lo esperaba, esa mañana, miércoles 27 de febrero, era el único que no estaba acompañado, bebía solitario un café y miraba atentamente hacia la puerta. Se sentó y se presentó. Extendió su pasaporte diplomático para dar seguridad de que era quien decía ser, un senador de la República, líder de un pequeño partido político de Uruguay.
-Una vez que conozco a un senador, tiene que ser de un partido pequeño -bromeó el hombre, y la broma facilitó la exposición de Michelini, un largo rodeo que comenzó con la detención de su hermana Elisa en Montevideo, a comienzos de los años setenta; el asesinato de su padre, Zelmar, en mayo de 1976; y la detención de otra hermana, Margarita, el 13 de julio de 1976, en Buenos Aires. Detalló minuciosamente la forma cómo la hija de Margarita, una beba de meses, fue confiada a un vecino cuando el malón entró en su apartamento de la calle French, y pudo ser restituida. Y finalmente llegó al punto que le interesaba: "Tengo que pedirle una ayuda humanitaria".
En una investigación para la revista Posdata, el periodista Roger Rodríguez había obtenido, a comienzos del año pasado, una entrevista con uno de los miembros de la "banda de Gordon", el equipo de agentes de la Side y el Batallón 601 argentinos que operó en Automotores Orletti y que junto con los equipos uruguayos del Servicio de Inteligencia de Defensa (Sid) y del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas (ocoa), desplazados a Buenos Aires en el marco del Plan Cóndor, son responsables de un centenar largo de desapariciones de exiliados uruguayos.
De esa entrevista, Rodríguez obtuvo indicios sobre una clínica bonaerense, ubicada en el barrio de Belgrano, donde habría sido abandonado, en julio de 1976, Simón Riquelo, el hijo de Sara Méndez. El dato, manejado en la redacción de Posdata, llegó a manos de Sara y también de Rafael Michelini, porque la historia de Simón comparte personajes con la historia de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz.
En mayo de 2001 la Comisión para la Paz estaba enterada del dato, pero en todo caso, en Buenos Aires, Rafael Michelini aportó al asesor presidencial Carlos Ramela todos los detalles: el lugar donde supuestamente había sido abandonado Simón era la Clínica Norte, de modo que no sería difícil rastrear la pista.
En julio último Michelini obtuvo una confirmación independiente del dato, cuando logró indirectamente, por una cadena de amigos y conocidos, acceder a un represor argentino, que puede o no ser el mismo que conectó el periodista Rodríguez. Entre julio y setiembre de 2001 Michelini avanzó lentamente en la averiguación del paradero de Simón. Le fue sugerido que quizás el niño abandonado había sido depositado en una comisaría policial, exactamente como había ocurrido con otro niño de casi dos años de edad, Ernesto Anzalone, hijo de Pablo Anzalone y Rita Vázquez, que permanecía al cuidado de su tía, Laura Anzalone, desde que sus padres habían sido detenidos. Cuando ese mismo lunes 13 de julio de 1976 Laura Anzalone fue apresada por José Gavazzo, Manuel Cordero, José Arab y otros oficiales uruguayos, en su domicilio en Buenos Aires, el niño fue abandonado en un hospital y derivado a una comisaría. Puesto a disposición de un juez fue entregado, un mes más tarde, a una médica que se disponía a adoptarlo. La abuela de Ernesto, decidida a encontrarlo, finalmente logró horadar las negativas oficiales y en la comisaría admitieron la existencia del niño y derivaron a la abuela hacia el juez.
Así fue rescatado Ernesto, y Michelini supuso que quizás con Simón había ocurrido otro tanto. Obtuvo una lista del personal policial de la zona donde estaba ubicada la Clínica Norte y asimismo obtuvo una lista de los niños abandonado aquel día, en aquella zona. En diciembre de 2001 Michelini pudo comparar nombres, cruzar datos entre las dos listas, pero los resultados no eran concluyentes. Finalmente redujo la lista de las posibles familias adoptivas a cuatro apellidos. Faltaba todavía obtener las direcciones y los teléfonos correspondientes. A mediados de febrero Rafael Michelini hizo el primer contacto, acordó la primera entrevista y se embarcó para Buenos Aires. Cuando entró a la confitería no sospechaba que la búsqueda de Simón había terminado.
El hombre escuchó atentamente el relato del senador uruguayo, toda la historia de la incansable búsqueda de Sara Méndez, todas las alternativas de la tragedia, todas las bajezas de las promesas incumplidas, todos los escollos levantados por la impunidad, todos los dolores de los callejones sin salida. Cuando se hizo el silencio y era evidente que le correspondía hablar a él, dudó, inició una frase, se detuvo, inició otra, volvió a callarse y finalmente dijo:
-Sí, recuerdo muy bien aquella noche del 13 de julio de 1976, era la noche más fría de aquel invierno.
Sara Méndez había logrado dormir a su bebé. Conversaba con su compañera, Asilú Maceiro, y esperaba el regreso de Mauricio Gatti, su compañero. Las noticias de toda la jornada, y la falta de ciertas noticias, hacían de aquella noche del 13 de julio, además de fría, cargada de premoniciones. Los oficiales uruguayos y los agentes argentinos entraron como una tromba en la casa de la calle Azurduy 3163; habían pasado ya las once de la noche.
Sara reclamó por Simón, y un uruguayo le preguntó si lo reconocía. "No", dijo Sara. "Soy el mayor Gavazzo. No te preocupes por tu hijo. Esta guerra no es contra los niños." Sara se resistió, protestó, reclamó, pero finalmente fue trasladada hasta el centro clandestino Automotores Orletti.
Simón había quedado en la casa, repleta de agentes que la revisaban y la desvalijaban. Ellos sabían, en el momento del allanamiento, que había un bebé, y habían dispuesto qué hacer. Poco después de la medianoche, Simón fue conducido, en su moisés, a la Clínica Norte del barrio Belgrano, donde fue abandonado. Desde la clínica llamaron a la comisaría respectiva.
Uno de los funcionarios policiales que esa madrugada iba a hacerse cargo de una de las guardias, recibió una llamada telefónica en su domicilio. Había tratado de combatir el frío con una ducha bien caliente. Al enterarse de la existencia del bebé abandonado, que iba a ser trasladado desde la clínica hasta la comisaría, sugirió, por teléfono, que se diera cuenta inmediatamente del hecho al juez. "Comunicáselo por escrito. Por las dudas", agregó.
Ubicar al juez fue más difícil de lo que creía. Ya en la comisaría, el funcionario optó por despachar un radiograma, de modo que la existencia de aquel niño quedara debidamente registrada. En las primeras horas de la mañana del 14 de julio, el niño, en su moisés, fue derivado a una casa-cuna. El policía recién pudo comentar el episodio con su esposa al concluir la guardia, a la medianoche. "En la casa-cuna hace mucho frío", apuntó su mujer, y así nació la idea de hacerse cargo del niño abandonado. A los pocos días el juez accedió al pedido y otorgó una tenencia provisoria, que al año se transformó en una adopción definitiva. El matrimonio nunca le dijo a aquel niño que era adoptado.
Rafael Michelini escuchó la historia, comprendió que muy posiblemente estaba sobre la pista correcta y sugirió algunas ideas para avanzar en la identificación. El hombre le respondió: "Si usted me dijera que aquella noche hubo dos niños abandonados en la Clínica Norte, bueno, dudaría, pero hubo uno solo, aquí no hay dudas". Michelini pudo percibir cómo su interlocutor, en aquel bar, iba asumiendo, con entereza, los cambios radicales que debían enfrentar él y su familia.
Se despidieron; el hombre debía convocar a su familia para discutir la nueva realidad; Michelini regresaba a Montevideo para darle la noticia a Sara Méndez. El domingo 3 de marzo, al regreso de sus vacaciones, el joven de 25 años encontró a toda su familia reunida. Ese día recibió el doble impacto: saber que era adoptado y que, muy posiblemente, fuera el hijo robado a una ex prisionera política que desde entonces lo venía buscando incansablemente. Esa noche prefirió pasarla con su novia, pero a la semana siguiente, cuando su familia accedió a recibir, en pleno, al senador Michelini, ya había tomado la decisión: había rastreado en Internet su propia historia y la de Sara, y estaba dispuesto acceder a una extracción de sangre para confirmar su verdadera identidad.
Michelini regresó a Montevideo y hace exactamente una semana, el viernes 8, se trasladó a Buenos Aires para acompañar al joven al hospital Durán, la institucion que guarda las muestras sanguíneas de los familiares de desaparecidos, y cuyos exámenes de histocompatibilidad son los únicos aceptados por el Ministerio de Justicia para confirmar identidades a partir de estudios de ADN. Al finalizar la tarde, el joven ya había cumplido el requisito, y aunque pasarían por lo menos siete días antes de conocerse los resultados, él ya estaba íntimamente convencido de que era Simón. Junto con su novia y con el senador uruguayo, salieron del Durán y fueron a un bar. "En esta historia hay dos víctimas: Sara y yo", comentó. Michelini comprendió el momento especial que se vivía y sugirió: "¿Por qué no hablás con Sara?". "¿Por qué no?", respondió él, y Michelini marcó en su celular el número del celular de Sara.
A caer la tarde del viernes 8, Sara salía de los estudios de Canal 5; había concurrido a un programa dedicado al Día Internacional de la Mujer. Estaba bajando el cordón de la vereda, entre dos autos estacionados, intentando cruzar bulevar Artigas, cuando sonó el teléfono. "Mucho gusto", dijo, creyendo que hablaba con el padre adoptivo, pero inmediatamente comprendió que, por primera en 26 años, oía la voz de su hijo Simón. Se apoyó en el capot de uno de los autos estacionados y en medio del ruido ensordecedor del tránsito mantuvo una larga y cálida conversación. Desde el otro lado de la comunicación, el joven intentaba sobreponerse a la tensión y trataba de ser natural, asumiendo el momento que vivía Sara. "Tuve una infancia feliz, soy feliz y quisiera integrarte a mi felicidad", le dijo.
Sara viajó el martes 12 a Buenos Aires, y al día siguiente por la tarde vio y tocó a su hijo. No era fácil, por cierto, aunque durante 26 años imaginó infinidad de veces los detalles de ese momento que nunca llegaba. En sus múltiples versiones recreadas no visualizó el ramo de flores con que la esperaba aquel joven, rubio y medio retacón, como su padre Mauricio.
Se llenaba un vacío. Comenzaba otra historia.