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26 de marzo del 2002
Venezuela entre la reforma y la revolución.
Federico Vazquez
Un nuevo rumbo
El segundo día de febrero de 1999 asumió la presidencia de la
República de Venezuela Hugo Chávez. Así comenzó
a cristalizarse un proceso político que tuvo su origen en la rebelión
militar que esta misma persona encabezara siete años antes.
Chávez juró como primer mandatario sobre una Constitución
a la que llamó "moribunda" y, el mismo día de asunción,
ordenó -mediante un decreto- la convocatoria a un referéndum popular
que abriría las puertas a la reforma constitucional. En agosto de ese
mismo año se iniciaron las sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente
y en diciembre un nuevo referéndum aprobó por abrumadora mayoría
la nueva Constitución. El proceso es veloz y radical. En menos de un
año Venezuela destruye el equilibrio político de los últimos
50 años, elige como presidente a un militar que se alzó contra
un gobierno civil y refunda la república sobre ideales contrarios a la
hegemonía política e ideológica que en las últimas
décadas se impuso en el continente.
Al intentar comprender este proceso -o parte de él- desde una lectura
de la nueva Constitución debemos tener conciencia de los límites
que nos impone acercarnos a una realidad dinámica desde una fuente "fría",
que materializa al mismo tiempo hechos, ideas e intenciones futuras. Una Constitución
(como toda ley) explica bien el debería ser ocultando muchas veces una
realidad más compleja. No expone, por lo tanto, lo que ocurre en el presente
social de un país, mas bien nos presenta un reflejo de los pensamientos
y las metas de su dirigencia en un momento dado de la historia. Esto último
es lo que intentamos descubrir al analizar la Ley venezolana. Un compendio de
ideas y proyectos -algunos de carácter más general, otros más
concretos- sobre los cuales la mayoría de la sociedad se ha puesto de
acuerdo. Guarda el valor de permitirnos conocer los pilares ideológicos
de un proceso en pleno desarrollo y transformación. Aunque también,
en menor medida, algunos de los primeros logros de la llamada Revolución
Bolivariana.
Réquiem para el neoliberalismo
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela es pretensiosa.
Además de los consabidos artículos sobre derechos políticos
y civiles comunes a la mayoría de los sistemas jurídicos y la
regulación de aspectos básicos de la organización estatal,
esta Carta Magna intenta establecer algunas pautas generales sobre el régimen
económico que tendrá el país, la participación activa
de Estado en la economía, la consulta popular vinculante y la participación
directa de los ciudadanos. Así como también reafirmar derechos
sociales, educativos, culturales y los concernientes a los pueblos indígenas.
No es una mera reforma de algunos artículos de una Constitución
aún decimonónica, tanto en su origen como en su función
y espíritu. Tiene, por el contrario, la fuerza de estar inaugurando un
nuevo período histórico, se trata -sostienen sus propios hacedores-
de una refundación de la nación.
La última parte de la década del 80 y la del 90 en su totalidad
tuvieron en Latinoamérica la impronta inconfundible del contagio neoliberal.
Así como los setenta estuvieron marcados por la propagación de
dictaduras militares y la violencia estatal, en los últimos años
hemos sido testigos de como los sucesivos gobiernos constitucionales del continente
llevaron a cabo reformas estructurales tendientes a transferir riqueza a los
sectores mas privilegiados y quitarle al Estado sus funciones sociales y redistributivas.
Venezuela no escapó a ese destino común. Si bien algunos sectores
estratégicos de su economía local -como el petróleo- siguieron
en manos estatales, importantes empresas nacionales fueron rematadas y entregadas
a capitales privados. Un caso paradigmático es el de VIASA. Venezolana
Internacional de Aviación, S.A., línea aérea de bandera,
que, al igual que nuestra Aerolíneas Argentinas, fue privatizada, vaciada
y fundida tras ser adquirida por la española Iberia. Si el neoliberalismo
no dejó al Estado totalmente mutilado, fue en parte por una diferencia
en los tiempos de reacción de la sociedad venezolana respecto a, por
ejemplo, la argentina. Tomemos 1989, año cargado de simbolismo. En el
plano internacional, el mundo atestigua el hundimiento del primer proyecto mundial
alternativo al capitalismo y, consecuentemente, se desata la ola neoliberal
también a escala planetaria. En sintonía con este proceso, en
Argentina la clase dominante logra finalmente unificar su proyecto económico
y social con el sistema democrático ante una sociedad infantilmente permisiva.
En Venezuela, por el contrario, sectores populares urbanos de Caracas producen
un estallido social que le marcará un ritmo mas lento y oscilante al
desguace estatal y la implementación del neoliberalismo. Y en 1992, la
rebelión militar de Chávez junto a parte de la joven oficialidad
inció un proyecto disidente que -aunque derrotado militarmente- adquirió
una rápida adhesión.
Una muestra de las grandes metas -en términos muy generales- que el proceso
revolucionario viene a cumplir queda explicitada en el artículo 299:
"El régimen socioeconómico de la República Bolivariana
de Venezuela se fundamenta en los principios de justicia social, democratización,
eficiencia, libre competencia, protección del medio ambiente, productividad
y solidaridad, a los fines de asegurar el desarrollo humano integral y una existencia
digna y provechosa para la colectividad. El Estado conjuntamente con la iniciativa
privada promoverá el desarrollo armónico de la economía
nacional, elevar el nivel de vida de la población y fortalecer la soberanía
del país, garantizando la seguridad jurídica, solidez, dinamismo,
sustentabilidad, permanencia y equidad del crecimiento de la economía,
para garantizar una justa redistribución de la riqueza mediante una planificación
estratégica democrática participativa y de consulta abierta".
Quedan expuestos así los alcances y los limites que hasta ahora tiene
el proceso político y social venezolano. Una síntesis de las intenciones
que nos muestra el artículo se podrían resumir en el convencimiento
de recorrer un camino inverso al de la lógica neoliberal del libre mercado.
Este país caribeño es el primero del continente que logra construir
un programa estratégico económico y social por fuera de las recetas
que los organismos internacionales y EEUU idearon para Latinoamérica.
El Estado presente en la economía en su función de planificador
y la meta de conseguir una "justa distribución del ingreso" son los pilares
conceptuales que reemplazan a los preceptos del "consenso de Washington".
Con los artículos 302 y 303, Venezuela conserva para el Estado la actividad
petrolera, al mantener bajo su propiedad a la empresa encargada de desarrollar
esa industria, PDVSA (Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima).
Reservándose la posibilidad de incorporar capital privado a partir de
los negocios que ésta pueda realizar, pero siempre guardando para el
Estado nacional la totalidad de sus acciones.
Si bien esto no implica ningún tipo de nacionalización, ya que
desde 1976 el Estado se apropió de este recurso, la reafirmación
constitucional de ello en un marco regional de privatizaciones de las empresas
estatales nos advierte sobre la dirección que el proceso está
tomando. En momentos de gran retroceso, la defensa de lo ya logrado se acerca
bastante a una conquista. En este sentido, preservar para el conjunto de la
sociedad los beneficios derivados de la venta de crudo es también preservar
una herramienta fundamental para la capitalización del país, el
desarrollo industrial y tecnológico y sumamente provechoso para lograr
equilibrio fiscal. El gobierno parece consciente por otra parte del peligro
que encierra refugiarse en este privilegio que ubica a Venezuela entre los mayores
productores mundiales de un recurso caro y no renovable. La explotación
desde comienzos de siglo de grandes yacimientos petrolíferos construyó
una economía históricamente dependiente de las remesas de exportación.
Como consecuencia de esto el país carece hoy de una industria importante
y el campo entrega producciones pobrísimas con relación a su potencial.
Atendiendo a esta realidad el gobierno ha creado un Fondo de Estabilización
Macroeconómica que administra parte de las ganancias de petroleras y
las distribuye a otros sectores productivos y sociales.
En este mismo capítulo de la Constitución se realza el interés
de la nación por el desarrollo agrícola. Teniendo como fin el
autoabastecimiento alimentario, el Estado se compromete a ayudar a los pequeños
y medianos productores agrícolas, pecuarios y pesqueros.
"El régimen latifundista es contrario al interés social" se lee
en el artículo 307. Este inicio de reforma agraria (que ya cuenta con
una ley específica sobre la materia) promueve el aumento de la producción
agrícola al ponerse en actividad tierras de carácter especulativo
ante la posibilidad de confiscación y al mismo tiempo crea el marco para
la distribución de tierras entre los campesinos y pequeños productores.
Finalmente, en los últimos apartados del capítulo el Estado se
compromete a proteger y promover la pequeña y mediana industria, particularmente
las cooperativas, las empresas familiares y demás asociaciones de propiedad
colectiva así como también las artesanías e industrias
populares típicas del país.
Sin lugar a dudas, durante mucho tiempo la economía seguirá moviéndose
al ritmo de las subas y bajas del precio internacional del petróleo,
pero el país cuenta con una población cercana a los 24 millones
de habitantes de los cuales más del 70% vive aún en la pobreza
y encuentra su sustento en la economía informal. Si la transformación
social logra incorporar a esa masa de excluidos no solo habrá hecho justicia,
también fortalecerá las condiciones para un desarrollo autónomo
sustentable.
Democracia: gobierno el pueblo.
Además de los avances en materia económica y social la reforma
constitucional incorpora una legislación tendiente a democratizar el
funcionamiento de los órganos estatales otorgando importantes mecanismos
de poder y control a la sociedad civil. La sección referida a los derechos
políticos nos dice: "Todos los ciudadanos y ciudadanas tienen el derecho
de participar libremente en los asuntos públicos, directamente o por
medio de sus representantes elegidos o elegidas". Aunque parezca banal, esta
afirmación constituye un avance democrático con relación
a constituciones como la nuestra en la que en su artículo 22 subraya
que "El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes
y autoridades..." Según esta enunciación solo por la negativa
la sociedad tiene derecho a participar políticamente y entiende, en última
instancia, a la representación como una concesión antes que como
un derecho que debe ejercerse activamente. Finalmente nuestra Constitución
de 1994 cierra el artículo afirmando que "Toda fuerza armada o reunión
de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de
éste, comete el delito de sedición" Podrá decirse que el
articulado guarda la intención de anular la validez de alzamientos militares
o antidemocráticos, pero no deja de sorprender que con esa definición
sea posible también definir a la protesta social -que no es otra cosa
que el pueblo peticionando- como un acto de sedición.
Muy por el contrario la Constitución Venezolana, además de garantizar
la participación activa de la ciudadanía deslegitima la utilización
de la represión como mecanismo casi "natural" de los gobiernos para frenar
protestas populares: "Se prohibe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas
en el control de manifestaciones pacíficas". Es decir, el Estado reconoce
como válida a la manifestación popular, pero además autolimita
sus facultades represivas.
La Constitución bolivariana establece las pautas para la realización
de referendos populares sobre temas de trascendencia, los cuales pueden ser
convocados por los órganos gubernamentales -como el poder legislativo
o el presidente- así como por pedido de al menos el 10% de los electores
inscriptos. En este caso podemos ver como esta normativa ya es parte de la realidad
política del país. En Venezuela ya sea sometido a la consulta
popular la propia Constitución -tanto para impulsar su reforma como para
aprobarla definitivamente una vez terminado el proceso constituyente- así
como también un referéndum sobre democracia sindical que tuvo
un resultado adverso para el gobierno que había sido el convocante. Una
vez más se hace necesaria la comparación:
La reforma de la Constitución Argentina de 1994 incorpora de manera muy
similar este derecho, pero después de siete años de sancionada,
la norma no ha sido aún reglamentada por los legisladores.
Este mecanismo de consulta popular fue reiteradamente criticado por promover
una democracia plebiscitaria, sujeta a los "humores" sociales del momento o,
lo que es más grave, al capricho demagógico de un "líder
carismático" como algunos ven al actual mandatario venezolano. En parte
estos temores son hijos de los miedos que algunos sectores económicos
y políticos guardan con respecto a la participación ciudadana
cotidiana y la decisión popular sobre políticas puntuales. De
cualquier forma, que este mecanismo democrático no se convierta en un
simple instrumento más de las estructuras estatales y partidarias para
legitimar políticas previamente dictaminadas y sea en cambio un profundizador
de la democracia y la participación popular tendrá que ver con
el uso y apropiación que de él hagan los ciudadanos. La brevedad
del proceso no nos permite aún echar más luz sobre este punto.
Lo que no parece posibilitar dobles lecturas es el artículo 72: "Todos
los cargos y magistraturas de elección popular son revocables." Siempre
cuando haya transcurrido la mitad del mandato y lo dictamine un número
no inferior de votantes a los que le otorgaron el cargo, el representante (sea
cual sea su posición en la estructura gubernamental) deberá abandonarlo.
Este artículo es un importante respaldo a las demandas de las sociedades
actuales en materia de transparencia y obedecimiento de los mandatos con que
los representantes acceden a un lugar de poder. El control efectivo y cotidiano
sobre el poder político deja de estar en los mismos órganos estatales
y de gobierno y retorna al pueblo. No es otra cosa que un traspaso de poder
a la ciudadanía, un fortalecimiento del poder popular. Se borra, además,
el extendido concepto de que la actividad política viene de la mano de
la inmunidad judicial y social que, rápidamente, se convierte en impunidad
para delinquir y para traicionar el mandato popular. Estas reformas son quizás
el más importante aporte que esté haciendo Venezuela: el ejercicio
de la soberanía no se limita a elegir representantes, la participación
es múltiple y permanente. Y sobrepasa en mucho a las tradicionales estructuras
políticas. Tal es así que a tres años de iniciado el gobierno
revolucionario no existe aún una construcción política
centralizada que dirija el proceso de transformación. La legitimidad
del "chavismo" se encuentra tanto en los partidos que componen la coalición,
como en los círculos bolivarianos -que se han formado en todo el país-,
la movilización popular civil, la oficialidad militar o los llamados
a consultas electorales.
"Un mundo donde quepan todos los mundos"
Al igual que muchos países americanos, Venezuela es una sociedad cultural
y étnicamente diversa. La población de las grandes ciudades, con
su componente europeo y mestizo, oculta demasiado la existencia de importantes
comunidades aborígenes que se resisten aun hoy a disolver sus identidades
en aras de una falsa integración, que reiteradamente implicó negación
del propio origen. La Constitución venezolana intenta reparar, al menos
en parte, los atropellos que los indígenas sufrieron en los últimos
500 años. Desde el preámbulo mismo se les otorga un reconocimiento
histórico cuando se subraya "el heroísmo y sacrificio de nuestros
antepasados aborígenes.." Al mismo tiempo, la pluriculturalidad de la
sociedad es defendida en el artículo 9 que incorpora a los idiomas indígenas
como lenguas oficiales y necesariamente respetadas en toda la República.
Pero más concretamente todo el capitulo octavo está dedicado a
la consagración de los derechos que las Nación le reconoce a los
pueblos originarios. El Estado se compromete a respetar la organización
social, política y económica de las comunidades, además
de sus religiones, practicas medicinales y demás costumbres. En el mismo
artículo ordena al Poder Ejecutivo demarcar y garantizar, junto a los
pueblos involucrados, los derechos de propiedad colectiva de sus tierras. Estas
pasan a ser inalienables e inembargables. También limita la explotación
de los recursos naturales que se encuentren dentro de sus territorios y privilegia
estos espacios para el desarrollo de las actividades económicas y sociales
basadas en la reciprocidad y el intercambio. Se respeta el derecho a recibir
una educación propia en la cual se imparta el conocimiento de los idiomas
y tradiciones indígenas. La Constitución atiende además
un problema importante y actual de las comunidades indias: la creciente presión
de laboratorios y centros de desarrollo de fármacos de los países
centrales para conseguir la apropiación de conocimientos y saberes medicinales
y biológicos que aún se encuentran en posesión de los pueblos
indígenas. Por esto la Constitución "protege la propiedad intelectual
colectiva de los conocimientos, tecnologías e innovaciones de los pueblos
indígenas. Toda actividad relacionada con los recursos genéticos...perseguirán
beneficios colectivos".
Por último se les otorga una representación especial dentro de
la Asamblea Nacional. Las comunidades indígenas de Venezuela tienen el
derecho de elegir tres diputadas o diputados que los representaran como un grupo
social reconocido dentro del conjunto del pueblo. Se trata de lograr una unión
que no nazca de imposición ni atropellos. Y no podría ser de otra
manera en tanto Venezuela es un país que intenta a su vez ser escuchado
y respetado dentro de un mundo que en los últimos años marchó
a grandes pasos hacia la unipolaridad y la anexión política, cultural
y económica.
Este nuevo escenario mundial adquirió fuerza en la última década
dejando poco margen de acción a los países periféricos
y dependientes en la definición de sus políticas exteriores. Las
voces de los países subdesarrollados fueron apagándose hasta no
quedar mas que unos pocos susurros aislados de lo que en algún momento
fueron impresionantes cajas de resonancia donde tenían cabida los reclamos
históricos del tercer mundo. Nucleamientos como los países no-alineados,
los distintos diálogos sur- sur u organismos como la OPEP se silenciaron
o simplemente desaparecieron, en concordancia con la consolidación de
un poder imperial que además se presentaba ahora como resultado del consenso
mas que de la fuerza. Y este es otro terreno de lucha de la nueva Revolución,
quizá el más delicado. Esto también es parte del texto
constitucional, en su artículo 152 defiende el derecho que todos los
pueblos tienen a la "libre determinación y no-intervención en
sus asuntos internos, solución pacífica de los conflictos internacionales,
cooperación, respeto de los derechos humanos y solidaridad entre los
pueblos en la lucha por su emancipación y el bienestar de la humanidad".
Y promueve la acción del Estado para contribuir en la integración
política y económica con los países de Latinoamérica,
retomando el viejo ideal de Simón Bolívar. Una unidad que no puede
ser solo arancelaria, sino principalmente política y estratégica.
El propio presidente lo explica en un reciente reportaje: "No se trata de hablar
solo de economía, que es muy importante. Pero el tema que nos interesa
es sobre todo el modelo político. Porque sino parece que estamos hablando
de un gran supermercado. Eso no nos va a llevar nunca a la integración".
Se trata entonces de defender el derecho de marchar por otro camino, ante un
mundo mucho más hostil que el que se encontraron otras revoluciones.
Como lograr equilibrio entre ser consecuentes con las propias convicciones y
reconocer la estrechez hoy existente en los organismos internacionales para
tolerar discursos alternativos es un dilema que el gobierno venezolano todavía
se está respondiendo. La genuflexión por parte de una inmensidad
de países frente a un puñado de potencias tiene su correlato diplomático
y no parece tarea sencilla recobrar autonomía en un mundo que se ha acostumbrado
a tener una sola verdad. Esto, sumado a la escasa consolidación que aún
tiene el régimen de Chávez, hace que sus palabras en la ONU días
después del ataque del 11 de septiembre suenen todavía más
audaces: "Nosotros desde Venezuela creemos que hay que revisar el mundo, completo.
Con una gran lupa, una poderosísima lupa, porque el mundo ha venido muy
mal; el mundo ha venido dando tumbos, de errores en errores. Terminó
la segunda Guerra Mundial y nació Naciones Unidas, para bregar por la
paz, para evitar nuevos horrores. No se han evitado nuevos horrores. Cayó
el muro de Berlín, cayó la Unión Soviética a fines
del siglo XX y se levantaron voces diciendo: se acabó la historia, llegamos
al fin del camino, llegamos a la era final, tecnotrónica de la aldea
global, de la mundialización, del Nuevo Orden Mundial, es el triunfo
de un modelo, es el triunfo de una filosofía porque cayó la otra
derribada. Y eso es mentira ¿Quién puede cantar victoria hoy en este
mundo cuajado y cruzado por la miseria, por el llanto, por el dolor y por la
muerte? ¿Cuál es la victoria de cuál modelo?"
El nacimiento de los procesos históricos suele tener una cara oculta,
latente, de difícil percepción para sus contemporáneos,
y otra, más visible, en la que estallan los sucesos que le dan el color
a la nueva etapa: la revolución bolivariana se perfila como uno de esos
hechos anticipatorios de un futuro posible.
Federico Vazquez
mail: fgv@fibertel.com.ar
Buenos Aires, Argentina.