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6 de marzo del 2002
Los datos del problema
Guillermo Almeyra
Revista Koeyu Latinoamericano
Lo que sucede en Argentina no es sino el espejo de lo que puede suceder,
con otros ritmos, en otros países. El Financial Times, por ejemplo, dice
que Japón está a cuatro años de convertirse en otra Argentina.
Y el coctel explosivo formado por la sobrevaloración del peso, el pago
de servicios de la deuda superiores al flujo de las inversiones extranjeras,
la dependencia de las importaciones, el aumento constante de la desocupación
y de la miseria que reduce la masa impositiva y aumenta la tensión social,
la destrucción de la industria nacional media y pequeña, principal
fuente de trabajo, el carácter usurario del sistema bancario, la corrupción
oficial y la crisis y el descrédito de los organismos de mediación,
comenzando por los partidos, se presenta también en otros países
"emergentes", y la política imperialista de Estados Unidos y de los organismos
internacionales al servicio de éste hacen el resto.
Conviene pues aprender de lo que pasa en Argentina, porque de te fabula narratur.
Además, Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI) buscan
poner de rodillas a Argentina para destruir el Mercosur, golpear a Brasil e
imponer el ALCA. Hay un uso criminal de la crisis para realizar una política
internacional que no excluye a ningún país: ni a los latinoamericanos
ni a los competidores europeos de Estados Unidos, que son los principales inversionistas
en el Cono Sur. La propuesta formulada en el FMI, de inaugurar la posibilidad
de quiebra de un país con el caso argentino, y del economista del MIT
Rudiger Dornbusch -publicada el 1º de marzo por El Cronista, de Buenos Aires-,
de nombrar por cinco años comisionados generales para Argentina que controlen
la política fiscal, la emisión monetaria y la administración
de los impuestos, tal como hicieron los aliados en el caso de Austria después
de la Segunda Guerra Mundial, hace volver al siglo XIX, con la ocupación
del puerto de Veracruz o del de Caracas, y plantea un importante precedente
ante el cual ningún país soberano puede quedar callado.
El fondo de la maniobra que se está intentando es hundir cada vez más
al país para llevar a la dolarización de su moneda, como en Panamá,
El Salvador o Ecuador, pero en la magnitud de la economía argentina.
La soberanía de todos los países está pues en peligro.
Frente a esto, el gobierno de Eduardo Duhalde es estrábico y mira con
un ojo hacia el FMI y con el otro a la crisis política y social. Su intento
de juntar el agua y el aceite es patético, y las grandes empresas, al
igual que la banca extranjera, lo consideran un peligro, mientras la mitad de
la población, según las encuestas, exige que se vaya aunque no
proponga a nadie llenar el vacío.
Por su parte, las asambleas populares y los piquetes, que algunos borrachos
de ultraizquierdismo llaman sin más a gobernar, siguen siendo heterogéneos
y minoritarios. Ellos mueven en todo el territorio nacional algunos centenares
de miles de personas, lo cual es muy importante, pero es poco en un país
de 36 millones de habitantes. Sobre todo, plantean sólo objetivos generales
(no pagar la deuda, la estatización de la banca y de las empresas fundamentales,
acabar con la corrupción), que son muy justos, pero deben ir acompañados
-para ser algo más que una expresión de deseos- por medidas y
propuestas concretas que lleven a su realización. Y, en primer lugar,
por la unidad en torno de algunos objetivos programáticos fundamentales
entre quienes buscan mantener la independencia nacional y reconstruir el país
sobre bases todavía capitalistas, y los que luchan en cambio por una
alternativa socialista.
Además, es fundamental romper la visión puramente local y nacionalista,
de modo de ligar las movilizaciones en Argentina con las bolivianas, las paraguayas,
el proceso brasileño, el ecuatoriano, aunque sólo fuere en las
declaraciones, los llamados, la elaboración de un programa común
de liberación antimperialista. Si no se desarrollan planes concretos
para los problemas concretos, por barrio, por región, por provincia,
y no se organiza su aplicación directa por las fuerzas que buscan autorganizarse
y dar una respuesta propia a la crisis, queda el camino abierto a los que buscan
una solución reaccionaria. Hay millones de personas cuya cabeza todavía
hay que ganar, que hasta ahora sólo se han movilizado muy parcialmente
y cuyo apoyo deberían buscar y organizar los que no se resignan a ser
esclavos de Washington para que no los canalicen otros. Los banqueros y las
empresas, como ha admitido el propio ministro de Defensa, se están reuniendo
con altos jefes militares y en la revista Tiempo militar han aparecido llamados
a la dictadura. Duhalde podría caer por la derecha o ser utilizado para
imponer el "orden" de los banqueros y del FMI.
Una vez más, lo esencial es unir fuerzas en lo que es común, abandonar
delirios ideológicos y sectarismos, construir y difundir un programa
creíble y trocar la actual crisis de dominación en un proyecto
de transformación social del país.