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LA RESPUESTA DE LOS VECINOS DE MERLO A LA VIOLENCIA
"No vamos a tener miedo"
La tradicional estructura política del Conurbano cruje con laaparición de las asambleas populares. Algunos intendentes reaccionaron con violencia, pero los vecinos se unen para resistir
Por Martín Piqué
La frase se repite una y otra vez en los paredones de Merlo: "Los gorilas
quieren destruir la Argentina". Las pintadas, en letras azules y blancas,
se suceden a lo largo de la avenida Yrigoyen, que bordea un enorme barrio privado
que se llama Los Pingüinos. Detrás del muro apenas alcanzan a verse
residencias de varios pisos. Enfrente, se mezclan viviendas humildes con pizzerías,
estaciones de servicio e improvisados negocios de venta de comida. El paisaje
de Merlo no difiere mucho del resto del Conurbano. La pobreza convive con custodiados
enclaves de prosperidad. Y la miseria avanza sobre sectores que en otros tiempos
se consideraban parte de eso que algunos llaman "clase media". En
ese territorio, desde hace dos meses, apareció un inédito fenómeno
social y político.
En varias localidades de la zona están surgiendo asambleas barriales
impulsadas por vecinos, comerciantes y jóvenes. Al igual que en Capital,
los participantes organizan comisiones y cuestionan las prácticas de
los partidos políticos; en especial, las del PJ, que gobierna la mayoría
de los municipios. Pero los asambleístas del Conurbano no tienen la misma
suerte que sus pares porteños: reciben intimidaciones, son espiados por
funcionarios municipales y, en algunos casos, hasta reciben agresiones físicas.
Los hechos demuestran que la estructura partidaria del justicialismo no acepta
dócilmente la irrupción de los caceroleros.
"Los vecinos no vamos a tener miedo. La gente cada vez va a venir más
a las asambleas", dice Gladys Quinteros (38), vecina del barrio Parque
San Martín, uno de los más pobres del partido. Gladys es una de
las organizadoras de la asamblea barrial de Merlo, y sufrió en carne
propia la agresión de unos doscientos barrabravas ligados al intendente
Raúl Othacehé. El viernes 22 de febrero tuvo que correr para sortear
los palos, piedras y cadenazos. Jorge Valet no tuvo tanta suerte. Fue golpeado
y los médicos del Hospital de General Rodríguez –los de Merlo
no quisieron atenderlo, dicen que por temor– le diagnosticaron "desplazamiento
de masa encefálica". "Eran el doble de personas –cuenta Valet
a Página/12–. Y cuando se me vinieron encima, en medio del pánico,
sólo pensé en los chicos." Gladys y Jorge participaron del
acto en repudio a la agresión en la plaza central de Merlo que se realizó
el viernes pasado, al que asistieron delegados de casi todas las asambleas barriales
de Capital y provincia. "Ahora sí sentimos respaldo", cuenta
Gladys, todavía feliz.
"Esta gran asamblea es el primer paso para lograr la democratización
de Merlo –se esperanza Pablo Soler, comerciante y miembro de la asamblea barrial
de Padua–. Merlo es como la Catamarca de los Saadi en la época de María
Soledad." Según los vecinos, lo que sucede en Merlo es el ejemplo
más extremo de cómo entiende la política un sector del
PJ bonaerense. "Los que fueron a la Plaza del Sí estaban amenazados.
El que no subía a los micros se quedaba sin el Plan Trabajar", cuenta
Graciela, desocupada del humilde barrio Los Aromos, y dice que varios de sus
vecinos se sumaron a la movilización por temor a perder el plan laboral.
"En mi barrio, una mujer administra los planes. Y, para justificarlos,
tiene a tres personas trabajando en su casa."
Pero la reacción del PJ ante el crecimiento de las asambleas no es sólo
la violencia directa. En muchos casos, como en Ituzaingó, donde funcionan
con regularidad dos asambleas –una en el lado norte, otra en el lado sur-, el
recurso es la intimidación y el espionaje. En este distrito gobierna
Alberto Descalzo, del PJ, que llegó a la intendencia a través
de la agrupación 7 de Mayo luego de que Duhalde ordenara dividir en tres
el viejo y enorme municipio de Morón. En este caso, las presiones de
los funcionarios obligaron a los caceroleros del lado norte a cambiar su lugar
de reunión. Pero el amedrentamiento sigue. "Cuando comenzaron las
asambleas, en el Concejo Deliberante empezó a reunirse un grupo de gente
que no participa. Están ahí, vigilando. Tienen registro de todo
lo que pasa", denuncia Ana Galmés, concejal del ARI. Como política
en ejercicio, Galmés también sufrió la prédica antipolítica
que circula en lasasambleas. De todas formas, el PJ local no llegó a
apelar a la agresión física contra los asambleístas, aunque
sí amenazó a un grupo de trabajadores municipales afiliados a
ATE.
En ese clima indefinido, entre la agresión y la amenaza, las asambleas
del Oeste siguen funcionando. En los primeros días de enero sólo
existían en los lugares céntricos, ahora se extienden por los
barrios y las más numerosas tratan de organizarse más, para vincularse
con la comunidad. Se trata de las de Haedo, Morón, Castelar, Padua, Ituzaingó
y Moreno, que se reúnen entre sí a través de comisiones
de enlace que asisten a la asamblea interbarrial del Oeste, que funciona todos
los jueves a las 20, en la plaza de Morón, frente a la municipalidad.
Comienzan a armarse comisiones de salud, educación, organización
y difusión. Y en algunos casos, Ituzaingó y Haedo son sólo
un ejemplo, realizan acciones concretas, como una encuesta sobre la pobreza
y la desocupación, en el primer caso, y la colaboración con el
Hospital Posadas, en el otro.