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Latinoamérica

13 de marzo del 2002

Artigas y el Mercosur

José Steinsleger
La Jornada

Abordo de un tren obsequiado por la reina Victoria, el general Julio A. Roca emprendió su último recorrido por la pampa (1879). La importación masiva del fusil Remington, con alcance de mil metros, había ejecutado el milagro. En la pampa ya no quedaban indios alzados. El "progreso" se repartió sus territorios.
Desparramadas por la inmensa geografía, las líneas férreas dibujaron la nueva cartografía nacional. Los trenes, extensión terrestre de la flota naval inglesa, llegaban y partían del puerto de Buenos Aires, transportando cifras récord de carne, trigo y cereales. El mapa del ferrocarril aisló a las Provincias Unidas de América del Sur. La región fue balcanizada.
Convertida en carnicería y panadería de Su Majestad británica, la Argentina se abrió a la "civilización". Y Buenos Aires fue sinónimo de Argentina. Los gobiernos de Roca (1880-86 y 1898- 1904) plasmaron las iniciativas de Inglaterra: el "protectorado inglés" de Carlos María de Alvear (1815); el enclave de Bernardino Rivadavia, agente financiero del Baring Brothers (1821); la "República del Río de la Plata" soñada por Bartolomé Mitre (1852) y el exterminio del Paraguay, pionero del industrialismo, durante la primera guerra imperialista moderna financiada por el Banco de Londres (1865-70).
Los historiadores y sociólogos criollos, que en Harvard, Princeton y Yale cursan sus doctorados leyendo Time y Selecciones del Reader's Digest, preguntan: ¿por qué Argentina y Uruguay no fueron potencias económicas como Australia y Nueva Zelanda, de economía y población similar? ¿Motivos de "idiosincrasia"? ¿Fascinación por los caudillos de ibérica impronta? ¿Problemas de "sicología social", como acaba de insinuarlo el economista Tomás Raichman?
Toda opinión de "los que saben" será bienvenida con tal de ignorar que las oligarquías del Río de la Plata no surgieron de burguesías nacionales como las que realizaron las grandes revoluciones de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Se trata de negar el imperialismo, ese invento del marxismo, difundiendo clichés que justifiquen el dinámico proceso académico de mentalización neocolonial.
Los genios se niegan a entender que oligarquías como la rioplatense, fanáticamente conservadoras, practicaron un liberalismo económico intransigente para quedarse con las rentas de los puertos y aduanas, empobreciendo a los pueblos "del interior". Tal es el meollo de las actuales presiones del FMI sobre el gobierno argentino: la reformulación de su relación económica con las provincias, abandonándolas a su suerte. El Estado-nación ha muerto. ¿Okey?
Artigas dijo: "La independencia que propugnamos para los pueblos no es una independencia nacional; por consecuencia ella no debe conducirnos a separar a ningún pueblo de la gran masa que debe ser la Patria Americana, ni a mezclar diferencia alguna en los intereses generales de la revolución" (artículo cuarto del proyecto presentado al gobierno de Buenos Aires, abril de 1814). Obviamente, el ideal artiguista fue el primero en ser aniquilado.
Sin embargo, una mirada al mapa del Protectorado de Artigas (1813-1820) muestra como un todo los territorios de Uruguay, el estado brasileño de Rio Grande do Sul y las provincias argentinas de Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba. ¿Qué otra cosa dibuja el mapa del Mercosur, torpedeado por el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA)?
Las exigencias del FMI son claras: ocúpense de la ciudad de Buenos Aires, tan culta, liberal y elegante, con su prosperidad excluyente. Obsesión renovada que consentiría, cuando mucho, en aceptar un nacionalismo oligárquico, que a punto de cumplir 200 años sigue mostrándose hostil a los factores integradores que vislumbró José Artigas (1764-1850) durante las guerras de la independencia.
Estados Unidos exige un continente a su medida. Por el norte, el Plan Puebla-Panamá. Por el sur, el Plan Colombia, que generosamente incluye Patagonia y Amazonia. Si estos planes se imponen, serán pecado mortal y motivo de invasión militar las iniciativas proteccionistas destinadas a frenar el consumo de alimentos transgénicos o la difusión del filme número 13 mil 457 de Arnold Schwarzenegger, salvador del "mundo libre".
Hay que ser "modernos" y adoptar el dólar, pues Estados Unidos, pobrecito, no puede cambiar pesos mexicanos o argentinos en China, ni bolívares o quetzales en Chechenia y Malasia. Que ningún Estado imponga tributo a quienes han tenido ganancias exorbitantes con su comercio, sus seguros y sus intereses. Y que la democracia sea dirigida por los discípulos de Alejandro Vegh Villegas, aquel ministro de Economía del gobierno uruguayo de Juan María Bordaberry (1971-76), quien dijo: "No, señores... No soy pro-yanqui. Simplemente, soy yanqui".
De Seattle a Génova, de Porto Alegre a Monterrey, el espíritu integracionista y modernizador de Artigas coincide con el clamor de la globalización incluyente. Ante el ALCA, umbral de la anexión de nuestros países al Imperio neoesclavizador, el nacionalismo unificador artiguista resulta, sin duda, estremecedoramente vigente.