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2 de marzo del 2002
La tortuga Manuelita
Osvaldo Bayer
Página 12
El almirante Stella se entrevista con el empresario Macri; el general
Brinzoni –jefe del Estado Mayor del Ejército– se entrevista con el banquero
Werthein; el sangriento espantapájaros subcomisario Patti, advierte sobre
el fin de la democracia; una revista de militares vuelve al lenguaje del '76;
en Mar del Plata, en un ex campo de concentración de la marina de guerra
funciona un parque de diversiones para niños con pago de entrada, en
manos de un empresario. Allí, donde se representa La tortuga Manuelita,
en el mismo lugar donde los niños aplauden y ríen, fueron torturados
bárbaramente por la marina, el ejército y la policía, jóvenes
de ambos sexos. Argentina 2002.
Un país deshecho, que se cae a pedazos. Los asesinos uniformados de Mar
del Plata –torturadores, secuestradores, asesinos– están todos libres
gracias a la Obediencia Debida y Punto Final de los radicales y el franeleo
sonriente de los peronistas. El punto final de la burla a todo sentimiento de
dignidad: hoy, la marina de guerra cobra alquiler para que el empresario del
parque de diversiones prosiga su negocio. El almirante Stella se calla la boca,
pero dialoga con el empresario Macri, por "una Argentina mejor". En realidad
en ninguna parte del mundo encontramos esta mezcla de realismo mágico
con hipocresía negociada y cinismo privatizado con Cuit.
Allí está. Junto al faro de Mar del Plata. Ese faro que creció
tanto en la imaginación de los niños marplatenses que veían
cercanos a buques piratas que eran barquichuelos de pesca de napolitanos. Allí,
junto al faro, se extienden terrenos que pertenecen al Estado y a la municipalidad.
El Estado asignó su uso a la Armada y ésta instaló la Escuela
de Suboficiales de Infantería de Marina. Y a partir de 1976 ese territorio
va a quedar manchado para siempre. Allí instalan los marinos de guerra
el centro clandestino de detención, donde se torturó, y se asesinó
a los que ellos consideraban "enemigos del orden y de la patria". El señor
Macri podría preguntarle al almirante Stella qué ocurrió
en la noche previa al golpe cuando camiones del ejército llevaron a obreras
del pescado hasta la plaza de armas de ese campo de concentración donde
fueron humilladas hasta el hartazgo por los uniformados de la Patria.
Así empezaba el negocio. Porque toda represión es un negocio,
siempre se trata de favorecer los intereses de los que están en las sombras
y siempre guardan contacto con los comandantes de turno. Porque en Mar del Plata
se persiguió preferentemente a los obreros del pescado y a sus abogados
laboralistas que estaban en contra de los intereses de ciertas empresas y de
la dirección oficial de los sindicatos oficiales. Lo que ocurrió
en ese campo de concentración de la Armada supera toda la imaginación
de la maldad y la degeneración. Todo quedó aclarado en las investigaciones
que se hicieron posteriormente de los organismos de derechos humanos y de la
Conadep. Los dos testigos más valiosos fueron precisamente el suboficial
Grunblat y el aspirante Oscar H. Pérez, de la marina, testigos actuantes
de esa vergüenza argentina. En 1984, el Concejo Deliberante marplatense,
avergonzado de tener ese lugar que había sido testigo del horror, solicita
el traslado de esa Escuela de la Marina de Guerra por ser esa una zona de turismo
de preferencia. Pero en ese tiempo alfonsinista, la Marina ni se dio por aludida
y menos el Ministerio de Defensa. No, de todo eran dueños los marinos
de guerra que ni permitían a los civiles caminar por las inmediaciones.
Esas playas fueron frecuentadas, por supuesto, por el ejemplo, por el asesino
Astiz.
A fines del '90, trasladan a Puerto Belgrano a la Escuela de Suboficiales, pero
la marina sigue ocupando el predio. Y nueve años después, la marina
de guerra "globaliza" ese terreno que no le pertenece. Lo alquila a la empresa
privada Tutudjian. Esta instalará un parque de diversiones con juegos
y shows para grandes y chicos. Justo en la parte donde los organismos de derechos
humanos han denunciado que se encuentran enterrados los cuerpo de jóvenes
asesinados; allí, todos los días se representa el show de La tortuga
Manuelita, para grandes y chicos. Los argentinos somos perfectos, cuando hacemos
las cosas las hacemos con todos los detalles. La maldad nos supera, no podemos
con ella. Justo allí está la construcción subterránea
que mandó hacer Massera a sus acólitos, el lugar de las torturas
y las míseras celdas. Es como si los alemanes habilitaran los campos
de concentración para bailar en Carnaval o jugar al fútbol. Pero
no nos salgamos de nuestras fronteras, nos basta y sobra con nuestras valentías.
Existe un documento que realmente conmueve. Las organizaciones de derechos humanos
de Mar del Plata le escribieron una carta al empresario Tutudjian, que utiliza
ese terreno para el comercio de la diversión. Le dicen que él
pertenece al pueblo armenio, quien sufrió una de las peores masacres
de la historia humana en manos de los turcos. Le dicen que él no permitiría
nunca que un terreno donde se produjo parte de la tragedia armenia se utilizara
con fines comerciales o de diversión. Que por eso le pedían que
desistiera de ese comercio justamente en ese terreno de campo clandestino de
detención. Pero Tutudjian se hizo el desentendido. Las bondades de su
empresa se difunden en folletos que son repartidos en la Casa de la Cultura
marplatense por niñas sexi, al mejor método globalizado: más
venta, mejor para él. Pese a los cadáveres y la tétrica
historia.
Se inició entonces la lucha legal para que la Justicia desaloje a la
empresa de diversiones. Todo está ahora en el Tribunal de Casación,
que es el mismo tribunal que paralizó todo "el juicio por la verdad"
de Bahía Blanca. Buen ejemplo para la Corte Suprema. Aquí, el
camino judicial es muy largo, salvo para algunos. Pero las organizaciones de
la ética siguen luchando. Es una lucha por la dignidad contra la burocracia
de los intereses creados, la burocracia uniformada, la burocracia del sistema
de comités, patotas y punteros.
Nos quedan los rostros de todos esos abogados que fueron asesinados en Mar del
Plata. En "La noche de las corbatas". Eran abogados que no se vendían
por nada, ni a las empresas ni a los sindicatos gobernados por los "gordos"
de aquellos tiempos. Por eso había que eliminarlos. He visto el rostro
de esos abogados: jóvenes, sonrientes, entre ellos una mujer, embarazada,
a quien también la bestia no dejó con vida. Como una prueba nada
más que humana miro el rostro de los represores: el del coronel Alberto
Pedro Barda, jefe de Agrupación de Artillería de Defensa Aérea
601, tiene la cara propia del verdugo, con un tinte de desprecio en sus labios
y una mirada torva del cobarde que se refugia en la fuerza de su posición,
o la del general Arrillaga, quien, por su pose y su gesto facial da toda la
característica del nacido para discriminar, torturar, asesinar. El peor
de los verdugos de la dictadura en Mar del Plata fue ascendido por Alfonsín
para demostrar sus cualidades en la represión del cuartel de La Tablada.
Un hecho abominable, una cobarde coartada para meterse todos en la misma olla:
genocidas y demócratas, civiles y militares. Es muy posible que alguna
vez los veamos a Arrillaga y Barda con sus nietos concurrir al Parque del Faro,
allí, y sentarse para ver el show de La tortuga Manuelita, encima del
lugar donde se practicaron las bestiales torturas a quienes defendían
a los perseguidos. Los dos se van a sentir satisfechos. Como cuando Brinzoni
recibió al banquero Werthein y el almirante Stella se abrazó con
el empresario Macri. Y después todos, sonrientes, recibieron el apretón
de manos del subcomisario Patti, vestido con breeches.