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Latinoamérica

¿ Quién está al mando ?

Por Nora Veiras y Diego Schurman

–¿Desde acá vio irse a De la Rúa en el helicóptero?

–No, el 20 de diciembre no estaba, pero ahora voy a ver irse a Duhalde.

El banquero mira por el ventanal de su despacho y la Plaza de Mayo luce impasible. Su pronóstico contrasta sólo con esa apariencia. Adentro de la Casa Rosada se reproducen los rumores sobre la debilidad del presidente Eduardo Duhalde. A escasos doscientos metros, en el Edificio Libertador, oficiales del Ejército reconocen ya sin tapujos que se reúnen con empresarios y políticos para ver qué pasa. Descartan cualquier intentona golpista pero por primera vez en casi veinte años de democracia se vuelven a sentir "consultados".
Esas ya inocultables consultas provocaron la preocupación del Gobierno: el jueves por la noche el secretario privado de Duhalde, José Pampuro, invitó a cenar en el campo de Polo de Palermo al jefe del Ejército, Ricardo Brinzoni, y a su secretario general, Daniel Reimundes. Los uniformados le aseguraron que son "versiones trasnochadas" las que lucubran sobre asonadas castrenses. El enviado de Duhalde les pidió que no se hable más del tema.
Más allá de los deseos del Presidente, el run run tiene alterados a los oficiales y en la trastienda no ocultan su complacencia porque los consideren entre los "garantes del orden". Pampuro conversó durante tres horas con la cúpula militar y les transmitió la "alteración" que envuelve al Ejecutivo por los rumores. Para compartir el abundante asado se sumaron otros dos hombres del riñón duhaldista, el ex diputado Raúl Alvarez Echagüe y el secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Antonio Arcuri. –¿Sabe qué pasa? Acá las instituciones de la democracia se neutralizan entre sí. El Poder Ejecutivo no respeta al Judicial. El Judicial no respeta al Ejecutivo y ninguno respeta al Legislativo. La gente no cree en los políticos. Entonces, ¿qué hace el establishment? Empieza a hablar con las corporaciones: con la Iglesia y con nosotros –analiza un cuadro medio del Ejército que recorre el espinel empresarial-sindical-social con la pasión de un militante.

–¿Y qué esperan de ustedes? –le pregunta Página/12

–No, no se confunda, no vamos a sacar los tanques a la calle. Eso es de otro tiempo. Tampoco somos nosotros los encargados de salir a reprimir el conflicto social. Sí estamos relevando a los gendarmes en las zonas de frontera para que efectivos de esa fuerza de seguridad estén disponibles en caso de que se produzca un estallido.

En la cúpula de la fuerza repiten argumentos semejantes pero por primera vez en meses recuerdan el artículo 32 de la Ley de Seguridad Interior. Los hombres cercanos al secretario general Daniel Manuel Reimundes –el general al que los rumores identificaron conspirando para concretar una alternativa cívico-militar– explican que "en caso de que el Ejecutivo decrete el estado de sitio, el presidente puede disponer que el comandante operacional sea un militar. Eso dice la ley y también dice que tenemos que estar preparados, instruidos y tener equipamiento adecuado. Esa parte no la tenemos. Nosotros tenemos tanques y los tanques no disparan balas de goma. Si sale un tanque a la calle no se va a bancar que le hagan una pintada como a un blindado. Tenemos fusiles, no tenemos bastones. Esa alternativa sería muy grave".
Hace apenas un par de meses parecía impensable escuchar a un militar hacer ese razonamiento aunque se protegiera en un off the record . Para conjurar ese desenlace, los uniformados dicen que con las fuerzas de seguridad será suficiente. A lo sumo se imaginan los tanques custodiando Atucha y otras fuentes de energía. Algunos prevén una agudización de la protesta social traducida en un estallido, otros ni siquiera consideran necesario ese crack para que la debilidad de Duhalde se traduzca en su desplazamiento.

–Esto no funciona. La gente quiere que le devuelvan la plata, el aparato productivo está parado, la desocupación no tiene techo, con unainflación del 10 por ciento 1,6 millones de personas más caerán por debajo de la línea de pobreza, los exportadores no están liquidando las divisas. Los números del presupuesto no son creíbles. El Fondo no va a poner la plata –diagnostica el banquero desde ese despacho donde se controla la imagen del recinto del poder presidencial.

Como si lo hubiera escuchado –quizás sí– el militar pinta un panorama similar. Confiesa que cree que los Estados Unidos ya le bajaron el pulgar al período Duhalde y aclara: "Pero a ellos no les interesamos: neutralizaron el efecto dominó cuando pusieron 15 mil millones de dólares en Brasil, Chile se va a cortar solo firmando el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio) y no incidimos ni en Uruguay. Estados Unidos está con la cabeza en Colombia y punto".

Las coincidencias con el financista también se extienden al futuro de Duhalde: quizás su fuerza sea la debilidad. No ven a un sucesor. Piensan que a lo sumo, si estalla todo, se respetará la vía institucional y "asumirá el senador cordobés Juan Carlos Maqueda hasta que se convoque a elecciones". Maqueda es un hombre del gobernador José Manuel de la Sota a quien los rumores ubican como uno de los fogoneros de la salida anticipada de Duhalde.

"A mí la verdad me gusta la Bullrich", dice un oficial en alusión a la ex ministra de Trabajo de Fernando de la Rúa. Y abunda: "Pasó por todas, algo debe tener: viene de la oligarquía, fue montonera, estuvo con Menem, con Cavallo, con De la Rúa. Eso es bueno, porque los más convencidos son los conversos". A Mauricio Macri, el empresario que acaba de reunirse con el jefe de la Armada, almirante Joaquín Stella, en su camino de lanzamiento político lo mira con recelo por desconfianza hacia el padre. Pero relativizan a favor: "El es un empresario joven". De Ricardo López Murphy, el economista radical que juega de técnico sin historia, dudan porque "es cierto que estuvo poco en el poder pero también que se la pasó asesorando a todos los grandes grupos económicos". Para el oficial no existen opciones hacia el centro o la izquierda y machaca en que "acá hay que hacer un recambio del ochenta por ciento de la dirigencia".
Montados en la crisis social y el descrédito de la dirigencia, los militares se atreven a explayarse sobre la situación política. Más que preparados para tomar el poder aparecen como satisfechos por encontrar algún sentido de existencia. En el Gobierno sólo quieren clausurar la usina de rumores. Los más conspirativos atribuyen a sectores del propio gobierno obsesionados por fortalecerse los que difunden el fantasma de "nosotros o el golpe". La cúpula del Ejército asegura que la historia no se repetirá. Y en el duhaldismo sólo esperan la bendición del Fondo Monetario Internacional para que empresarios y banqueros vuelvan a confiar y se alejen de la tentación del "orden".