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4 de marzo del 2002
Operación Triunfo: lo último
en reality show
El hermano mayor del Big Brother
La Jornada
JUAN AGULLO
Ahora que en México se va a estrenar el Big Brother, lo que arrasa en
Europa es Operación Triunfo. En realidad se trata del mismo producto,
aunque perfeccionado: 16 jóvenes se encierran voluntariamente en una
casa infestada de cámaras para tomar clases de canto y baile. El o la
ganadora representará a España en el próximo concurso de
Eurovisión. Las cifras son de escándalo: el programa en cuestión
no sólo llegó a eclipsar en una ocasión la intervención
televisada del presidente Aznar, sino que, en su última emisión,
alcanzó picos de audiencia de un 74.7%.Y no es todo: una poderosa empresa
de medios de comunicación acaba de crear un canal de televisión
temático, y unas 70 televisoras en el mundo están interesadas
en emitir algo parecido
VIERNES 15 DE FEBRERO DE 2002. José Luis Rodríguez Zapatero, oponente
socialista del presidente del gobierno español, José María
Aznar, da un mitin en la localidad andaluza de Armilla (14 mil 778 habitantes).
La pequeñez del pueblito en cuestión (cercano a Granada), se ve
compensada por la inusitada grandeza de su proyección nacional: Rodríguez
Zapatero sabe muy bien lo que hace y dónde lo hace. No en vano hace apenas
tres días que Rosa,una de las armillenses más populares del momento,
se ha erigido en vencedora de Operación Triunfo: todo un fenómeno
televisivo que hace furor en el país que, en estos momentos, ostenta
la presidencia rotatoria de la Unión Europea.
Armilla está rendido a Rosa. Hay carteles por todas partes. En casi todos
pueden leerse frases de apoyo a su vecina más famosa. Si alguien que
no supiera de lo que se trata se dejara caer por esa localidad granadina, pensaría
que se acercan las elecciones municipales o, peor aún, que los armillenses
han perdido el juicio. Para muestra, un botón: en el escaparate de la
pastelería del pueblo -la misma en la que Rosa compraba hasta hace unos
meses sus dulces- hay una torta en su honor que causa furor. Evidentemente es
de fresa, o sea, del único color con el que ahí se ven ya las
cosas.
Mensajes implícitos
El caso de Armilla no es único. El concurso televisivo Operación
Triunfo ha propiciado una especie de locura colectiva sin precedentes. Los records
batidos por el Big Brother hace apenas un par de años han quedado hechos
añicos. La gente ya ni se acuerda del programa pionero en la combinación
de realismo y espectáculo. El concurso musical por antonomasia ha roto
esquemas y barreras. De hecho, a los españoles, las cuitas de un karaoke
televisado les han interesado mucho más que lo que su propio Presidente
tuviera que comunicarles o que lo que Xavier Sardá -hasta ahora líder
indiscutible en audiencias televisivas- pudiera proponerles cada noche en un
ejercicio de mal gusto difícilmente superable.
El programa consiste en que ocho muchachas y ocho muchachos se encierran en
una casa llamada "La Academia". En vez de comer, bañarse, dormir e incluso
hacer el amor, como ocurría en Big Brother, toman clases de canto, baile
y dicción inglesa. Cada semana, tras ser evaluados por varios jurados,
incluido el del público desde sus hogares, uno es eliminado.
Quien más, quien menos, ha ganado algo con tan sencillo formato. Para
empezar, las compañías de celulares (encargadas de canalizar las
votaciones del público). Para continuar, las disqueras (que han pagado
cifras millonarias por hacerse con los derechos de formación de los jóvenes
concursantes y futuras estrellas de la canción). Por último, aunque
ahí no termina la lista, los anunciantes, las llamadas revistas del corazón
y hasta los jugadores de la selección española de fútbol,
quienes, en vísperas de un partido preparatorio para el mundial de Corea
y Japón, no dudaron ni un momento en fotografiarse (y hasta en cantar
una cursilada llamada Mi música es tu gol) con aquellos que se han convertido
en indiscutibles símbolos construidos del éxito.
Según los entendidos en la materia, en eso radica precisamente el secreto
del programa. En construir el éxito y en hacerlo, además, públicamente.
La diferencia con el Big Brother es que se trata de algo positivo por definición.
En este caso, el chiste ya no radica tanto en que el público participe
para eliminar al concursante más antipático, como en que evalúe
los esfuerzos del más capaz. No se expulsa pues, sino que se encumbra.
Primer y peligroso mensaje implícito: en última instancia son
los consumidores quienes, democráticamente, definen el éxito.
La pirámide pues, se invierte, aunque sólo sea durante un par
de horas. Así, en un país en el que la abstención electoral
fue en 2000 de un 29.4%, un concurso de televisión puede enorgullecerse
de tener un absentismo algo menor (25.3%).
En España, el desempleo es el más elevado de Europa Occidental
(12.96%); la precariedad laboral también y la pobreza -según la
ONG Caritas- ronda el en absoluto desdeñable 20%. Quizás precisamente
por eso nadie quiere quedarse fuera de este surrealista sueño colectivo.
El fútbol ?la otra gran pasión nacional? guste o no y pese a que
televisivamente hablando siga siendo un negocio millonario1,es excluyente casi
por definición. Para empezar porque es el gran administrador de identidades
regionales contrapuestas en un país que define su patriotismo a partir
de una pluralidad poco armónica (el problema vasco, de hecho, es sólo
la punta de un enorme iceberg). En segundo lugar porque el universo femenino
suele quedar fuera de algo netamente masculino. Por último, porque la
participación popular resulta excesivamente indirecta.
Operación Triunfo, sin embargo, resuelve todas esas contradicciones:
todos son nuestros y en nuestra mano está reconocerles su esfuerzo. La
lógica es muy sencilla. Básicamente se trata de definir quién,
de entre miles de desconocidos2, representará a España en el hasta
ahora devaluado festival de Eurovisión3. Al principio son muchos y al
final, sólo quedarán tres. A los interesados se les ve cantar
en las galas semanales, pero también ?si se tienen la paciencia y el
morbo necesarios y desde luego el Canal Operación Triunfo4? luchar por
ser los mejores: aprender a cantar, a lidiar con una fama tan repentina como
absurda, pero sobre todo a administrar con impecable corrección política
las inevitables envidias que puedan surgir entre los concursantes. Segundo mensaje
peligroso: la concordia social es posible y hasta deseable. Las estructuras
siempre pueden ser vencidas por el esfuerzo y desde luego, por la aceptación
de las reglas de juego que nos son impuestas.
En suma, aunque pueda parecer que no hay oportunidades, éstas existen.
Ejemplo perfecto: David Bustamante. Se trata del concursante que quedó
clasificado por el público en tercer lugar pero, sin duda, de uno de
los que mejor se supo vender a propios y a extraños. Antes de participar
en Operación Triunfo trabajaba como obrero de la construcción
en su Cantabria natal (al norte de España). Ahora, una envidiable carrera
musical le espera: las disqueras se pelean por encauzar su carrera y prácticamente
no hay mujer adolescente (e incluso no tan adolescente) que no sueñe
con pasar una noche con él. Es la encarnación viva del éxito,
de un destino reescrito, en definitiva, del American Dream pasado por el filtro
europeo.
Pan y circo
Estos programas masivos pueden ser utilizados políticamente: son el pan
y circo de siempre. Obviamente, las declaraciones del catedrático de
comunicación Ramón Gubernal semanario Cambio 16 suenan medio cacofónicas
en un país que se ha rendido a los angelicales guiños de Operación
Triunfo. Hace semanas que nadie habla de otra cosa en centros de trabajo, vecindades,
bares y cualquier lugar de socialización digno de tal nombre. Hasta periódicos
serios con índices altos de lectura como El País o El Mundo le
han dedicado sesudos editoriales y extensos artículos al programa en
cuestión que, de paso, han servido para duplicar la atención que
se le suele conceder a la televisión en los medios escritos. La radio
no le va a la zaga: comunicaciones en vivo con las ruedas de prensa que dan
los vencedores, entrevistas a los familiares de los afortunados concursantes
y toda suerte de referencias constantes a Operación Triunfo.
Incluso, en televisión los canales rivales han pretendido subirse al
carro del éxito emitiendo imágenes que no estaban autorizadas
a emitir. Sin duda, las indemnizaciones que se verán obligadas a pagar
a Televisión Española (TVE, dependiente del Estado y propietaria
última de los derechos), jamás podrán equipararse a los
ingresos obtenidos por vulnerar la legalidad. De hecho, el gran debate nacional
gira en estos momentos en torno a quién será el afortunado ?de
los tres vencedores finales? en acudir al festival de Eurovisión que,
este año, se celebrará en Tallin (Estonia). Se decidirá
durante la gala del próximo 4 de marzo y aunque, obviamente, la última
palabra la tendrá el público, la polémica está servida.
Las reglas, de hecho, han sido cambiadas y ya no podrá acudir cualquiera
de los tres con cualquier canción sino con un abanico de las que ?en
opinión de una cohorte de especialistas en la materia? más se
adaptan a sus condiciones individuales.
Sobra decir que ante un estado de cosas como el que se describe, la gran frustración
nacional sería que España no fuera capaz de imponerse este año
en el festival de Eurovisión. El desempleo, la precariedad laboral, la
falta de oportunidades y no digamos ya, la pobreza, poco importan. El fin del
conflicto vasco, tampoco; la definición de la identidad colectiva, menos
aún; y las cuestiones derivadas de la migración, simplemente,
parecen no existir. La clave, de hecho, está en los supuestos valores
que conlleva este programa: "Trabajo, superación, compañerismo
y amistad", según el gobernante Partido Popular. "Disciplina y sacrificio",
según el opositor Partido Socialista. "Cultura del esfuerzo", según
una Izquierda Unida (ex comunista) que al menos reconoce de la forma más
discreta y superficial posible que Operación Triunfo "[...] también
refleja la falta de oportunidades".
Tercera lección: tal y como están las cosas, no se puede pretender
nadar a contracorriente. El mercadeo ha demostrado hasta dónde pueden
llegar sus tentáculos y, por surrealista que pueda parecer, resultaría
suicida levantar la voz contra esperpentos televisados como éste. La
intelectualidad española, por ejemplo -cada vez más sometida a
los designios de la mano oculta del mercado-, ha tendido a callar salvo en muy
contadas excepciones. Lo más saludable -al margen del silencio- parece
ser lo que hacen los representantes políticos: arrimar el ascua a la
sardina de cada quién, es decir, ver las cosas a través del cristal
desde el que siempre se han visto. En suma, no defraudar a la porción
de mercado a la que se representa, sin contravenir así el control social
hecho programa de televisión. 1984 fue dejado atrás hace tiempo
pero sus secuelas siguen siendo notorias en puertas del siglo XXI.
Lo peor es que hay cuerda para rato y no sólo en España. Las interesadas
en emitir programas de formato parecido son televisoras de una setentena de
países de tres continentes distintos (México, aún no).
Y, por si fuera poco, las propias televisoras públicas europeas están
planteando redefinir el festival de Eurovisión a partir del modelo español.
Mientras tanto, hace apenas unos días, Javier González Ferrari
-director general de TVE- reconocía ante los medios de comunicación
que a Operación Triunfo "le quedan, al menos, un par de años".
Evidentemente un par de años de generar unos beneficios exponenciales
que ni sus propios mentores hubieran podido imaginar ni en la mejor de sus expectativas.
Un par de años durante los cuales, los espectadores españoles,
continuarán siendo sometidos a un discreto pero eficaz ejercicio de socialización
en el orden establecido. Quizás no haya mucho pan, pero el circo sobra.
Por último, ¿a qué fue el opositor Rodríguez Zapatero a
la localidad granadina de Armilla? No precisamente a hablar de sus preferencias
musicales, sino, aprovechando el tirón de Operación Triunfo, a
inaugurar en España un debate que en la vecina Francia ya se ha convertido
en tema estrella de la campaña electoral que allá ocurre: una
inseguridad ciudadana que quizás no es mucho mayor que hace unos pocos
años (en todo caso, ridícula, si la comparamos con América
Latina), pero sí muy rentable políticamente hablando. Incluso
para una izquierda que ya pide lo que nunca antes se había atrevido a
pedir: mayores dotaciones policiales, y calla lo que tampoco nunca se había
atrevido a callar: políticas sociales más amplias y comprometidas.
Rodríguez Zapatero trata, por ende, de urdir su propia operación
triunfo: la misma que ansía que, prácticamente a cualquier precio,
le termine por llevar a La Moncloa (el equivalente español de Los Pinos).
¿Le ayudará Rosa a conseguir sus propósitos?
Notas
1. Hasta ahora, el record absoluto de audiencia televisiva en España
lo tenía la final de la Liga europea de Campeones de 2001 entre el Valencia
CF y el Bayern de Munich.
2. Tras el éxito de la primera entrega de Operación Triunfo, 150
mil personas están tratando de concursar en la segunda edición
que comenzará a celebrarse el año que viene.
3. Eurovisión es un festival musical anual organizado por las televisoras
públicas europeas. Cada país presenta a un cantante más
o menos desconocido; los televidentes de cada país votan por el concursante
que más les haya gustado ?exceptuando el de su propio país? y
al final, el país ganador es el encargado de organizar la siguiente edición.
4. Canal Operación Triunfo (COT) es un canal temático de televisión
por satélite creado recientemente por Canal Satélite Digital,
una de las principales empresas españolas de televisión privada.
Durante la gala, en la que fueron escogidos los ganadores de Operación
Triunfo, el COT acaparó un 30% de la audiencia vía satélite
(la oferta es de una sesentena de canales).