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POLICIAS Y AGENCIAS DE SEGURIDAD DEDICADOS A MATAR ADOLESCENTES
La larga vida del escuadrón de la muerte
Por Cristian Alarcón
Página/12 accedió en exclusiva al adelanto de un informe en el
que por primera vez aparece reflejada la relación entre el "escuadrón
de la muerte" de Don Torcuato y el negocio de la seguridad privada en la
zona norte del Gran Buenos Aires, donde la limpieza social continúa.
Se trata de una investigación realizada por un equipo de la Procuración
General de la Suprema Corte bonaerense que señala los puntos oscuros
de siete muertes de menores. Ni las denuncias de la Corte ni las de Human Rights
Watch y Amnistía Internacional han frenado la sistemática eliminación
de menores. Y en el informe publicado aquí aparece un nuevo caso, demasiado
parecido a los anteriores: a Leandro "El Mono" García, un chico
de 16 años, lo eliminaron el 30 de enero.
Al adolescente le dieron tres balazos cuando aspiraba pegamento en un descampado
de la villa Bayres de Don Torcuato. Era vecino de varios de los muertos ya conocidos
y los policías que lo "bajaron" son los mismos que asesinaron
en agosto a Juan "Duende" Salto, quien había avisado a la Justicia
que estaba condenado a muerte. Un testigo del crimen de García ya declaró:
dijo que le pusieron la remera en la cabeza para que no viera, que García
pidió por favor que no lo mataran porque lo esperaban su mamá
y sus nueve hermanitos, pero que enseguida sonaron los disparos de la bonaerense,
eternos en las villas donde la matanza se impone de la mano de los negocios
que da la seguridad de los que más tienen.
La existencia de un escuadrón dedicado a ajusticiar adolescentes ladrones
en la zona norte surge como una de las primeras conclusiones del trabajo de
la Procuración. Se lee en cada caso lo que una altísima fuente
de la Corte llamó ante este diario un "modus operandi producto de
la actividad ilegal de policías y agencias de seguridad que cobran a
los vecinos de barrios de clase media y countries" para preservar el orden
y alejar ladrones. En una primera etapa –el informe es parcial– fueron investigados
siete casos. Seis de ellos fueron siendo hilados por la investigación
de Página/12 a partir del crimen de los chicos de Bancalari Gastón
"Monito" Galván, de 14, y Miguel "Piti" Burgos, de
16, fusilados el 24 de abril de 11 y 7 tiros. Los investigadores marcaron en
un mapa las muertes de estos menores: son siete puntos de colores en un triángulo
perfecto formado por la Panamericana, al oeste; la avenida Belgrano al este
y la Avenida Libertador San Martín al sur. En uno de los vértices
marcaron el barrio Los Dados, donde funciona la sede de la agencia de seguridad
Tres Ases, manejada por el personaje más popular para los vecinos inseguros
y más temido por los adolescentes: el sargento Hugo Alberto Cáceres,
alias "El Hugo Beto". El, en sí mismo, sería el vértice
del escuadrón y es el hombre más mencionado en el informe que
este lunes tendrá en sus manos el ministro Luis Genoud y el gobernador
Felipe Solá.
Los muchachos de siempre
Galván y Burgos eran parte de un grupo que solía robar en la zona
para la compra de pegamento para "la bolsita" con la que pasaban los
días "colgados" en las esquinas del barrio. Fueron "levantados"
por un patrullero de la comisaría 3ª de Don Torcuato la tarde del 23
de abril cuando habían ido a comprar una lata a una ferretería
de la ruta 202. Habían estado decenas de veces presos y habían
denunciado a los hombres del grupo de calle de la Crítica –como se conoce
a la 3ª– por torturas y apremios. Los encontraron al día siguiente a
orillas del Puente Negro en José León Suárez. Tenían
las manos y los pies atados. Al Monito, el de 14, le habían colocado
una bolsa de nylon en la cabeza cuando ya estaba muerto: un inequívoco
signo de la Bonaerense y su clásico método de tortura, el submarino
seco. "El Monito y el Piti no son los primeros. Ya bajaron a varios y mandaron
a decir que nos cuidemos porque somos los próximos", le dijeron
a este cronista los chicos que lloraban a sus amigos en el cementerio de Boulogne.
Luego la búsqueda de este diario dio en los pasillos de las villas con
los muertos que antecedían a "los pibes de labolsita": Guillermo
"Nuni" Ríos, Fabián Blanco, David Vera Pintos. Y luego
con el posterior, Juan "El Duende" Salto, asesinado en agosto.
En cada caso de la lista (ver nota aparte) los nombres de los policías
se van alternando. Cáceres por ejemplo es el que participó de
los supuestos enfrentamientos con Ríos y con Blanco. Los investigadores
lograron determinar que en el caso de Ríos "no hubo enfrentamiento".
Aquel 11 de mayo Cáceres estaba acompañado de Marcelo Anselmo
Puyo, sargento 1º del Comando Patrullas Tigre. En la muerte de Blanco otra vez
el protagonista es Cáceres, acompañado en esa oportunidad por
el agente Horacio Gallardo, del Comando Patrullas Tigre. Los pesquisas destacan
en su reporte que el homicidio, ocurrido el 1º de noviembre del 2000, se empezó
a investigar tres meses más tarde. Con Juan Salto, muerto en agosto del
2001, ya no aparece el propio Cáceres: los que lo matan son el sargento
1º Juan Esquivel y el cabo 1º Enrique Chacón, los dos del Comando Patrullas
Tigre. Una de las primeras dudas que los investigadores confiaron a este cronista
cuando iniciaron la revisión de las causas fue que no encajaba en la
hipótesis de una eliminación sistemática el hecho de que
en algunos homicidios los matadores resultaban ser no de la comisaría
3ª, sino del Comando, y que por lo tanto esa diferencia podía derrumbar
la idea de la existencia de un escuadrón. "Lamentablemente ustedes
tenían razón", fue lo primero que una altísima fuente
de la Procuración le dijo a Página/12 cuando le confió
el informe.
Perros de la calle
Sucede que esa diferencia parece no ser tal en la zona del "triángulo
de la muerte" monitoreado por Cáceres y Compañía.
Y también "lamentablemente" la sospecha sobre la persistencia
del sistema de eliminación la da un nuevo posible fusilamiento: el de
Leandro García, el 30 de enero pasado, un chico que vivía a cuatro
cuadras de las casas de Monito y Piti. Sus asesinos fueron el sargento Esquivel
y el cabo Chacón. La casualidad no es sólo esa. Los pesquisas
señalan en el documento con énfasis que como médico de
policía la autopsia la realiza el doctor Eugenio Aranda, y el fiscal
que llega al sitio es Rodríguez de la UFI 3 de Tigre: "todos los
mismos del caso Salto". Es más que llamativo el rol de los fiscales
que llegan al lugar de los presuntos enfrentamientos. En ninguno de los homicidios
se ordenó realizar el dermotest para determinar si en realidad los chicos
dispararon contra los policías o no. "La relación entre los
miembros de la agencia de seguridad de Cáceres –con testaferros–, el
Comando Patrullas de Tigre y la comisaría 3ª de Don Torcuato queda clara
a través de la relación de amistad y sociedad entre Cáceres
y Anselmo Puyo", sostiene la abogada Andrea Sajnovski, de Correpi, representante
de los familiares de las víctimas. Sajnovski adelantó a Página/12
que dos testigos dispuestos a declarar "saben que el escuadrón,
como una práctica metódica, cuando detenía, golpeaba o
asesinaba chicos les tomaba fotos para llevar una especie de archivo propio".
Tres Ases: ese es el nombre de la agencia que funciona en el propio domicilio
de Cáceres, un sitio lleno de aparatos de comunicación que monitorea,
como si se tratara de una comisaría privada, el recorrido de alrededor
de diez móviles de color blanco que usan, como si fueran patrulleros
del Estado, una baliza azul en el techo. En el informe de la Procuración,
se resalta el testimonio de un periodista de la zona, cuyo informante es un
ex jefe de la Brigada de San Fernando, que cuenta "el manejo interno de
Cáceres". "El suboficial es querido por la propia fuerza y
por los vecinos –’policía modelo que nos libera de los chorros’ (sic)-,
actitud que justificaría casos de gatillo fácil", se lee
en el documento. Allí se explica que desde el año ‘93 Cáceres
comenzó a trabajar en "el triángulo" y que "para
empezar, en el sector más pobre, comenzaron con la matanza de perros
envenenados y luego apareció la venta de servicios de seguridad".
En el esquema del negocio sería central la figura de "una vecina
de nombre Irma, puntera política del partido de (Luis)Patti", que
es quien "sale a cobrar" la cuota de seguridad a los vecinos. Entre
las anécdotas que abonan la fama de Cáceres se repite en el barrio
la de un ladrón apresado hace cinco años a quien "estando
en el piso le pasaban por encima el patrullero y la gente del lugar aplaudía".
La relación entre "Hugo Beto" y el negocio de la seguridad
privada quedó expuesta también en una causa que el fiscal Héctor
Scebba le inició a Cáceres el 28 de diciembre último, en
una casualidad increíble. Cáceres no fue imputado por el crimen
de Monito y Piti: casualmente dos días antes del crimen pidió
licencia médica por depresión, según el ex comisario de
la 3ª, Doldan, informó en su momento a este diario. Ocho meses después,
el día de los inocentes, cuando Scebba constataba una declaración
de la causa Galván-Burgos en un frigorífico de Campo de Mayo,
el fiscal descubrió a un vigilador privado que ostentaba un arma ilegal.
Cáceres se hizo presente en el lugar y se hizo cargo de la situación
de quien sería en realidad su empleado. Scceba lo detuvo entonces por
portación ilegal de arma durante dos días. Desde el 28 que el
sargento dejó de revistar como agente de la Bonaerense porque a raíz
de ese delito menor pasó a disponibilidad preventiva y es sujeto de un
sumario, según ratificó a Página/12 una fuente de Asuntos
Internos de la Bonaerense. Aún así, una fuente de las fiscalías
de San Martín consideró que el poder del Hugo Beto no se esfuma
por más denuncias que pesen sobre su figura. "El parece ser el capo
pero por sobre su figura hay alguien más poderoso", dijo. Es en
ese sentido que los investigadores de la Procuración destacan, aunque
aclaran que aún no hay pruebas directas de ello, que entre los las personas
que apoyan al "Hugo Beto" "hay varios ex militares", uno
de ellos un ex cabo 1º de la Armada, integrante de uno de los grupos de tareas
de la ESMA, dueño de una remisería de la zona, cuyo "padrino
sería (Jorge) "El Tigre" Acosta, capo del grupo operativo del
campo de concentración por el que pasaron miles de personas durante la
dictadura.