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PANORAMA POLITICO
ENSUEÑOS
Por J. M. Pasquini Durán
En el estado actual de necesidades, la derecha local quisiera tener un Silvio
Berlusconi, el exitoso empresario de la política italiana, mientras la
izquierda envidia a Brasil por Lula, el recurrente candidato del Partido de
los Trabajadores (PT). Un extremo y el otro del abanico partidario nacional
fantasean con que algunos de sus prototipos podrían ser tan funcionales
como aquéllos, pero apenas repasan nombres, al margen de los valores
individuales que cada quien les otorgue, aparecen las patas cortas del ensueño.
Los fantasiosos de un lado mencionan dos nombres. Uno es el de Ricardo López
Murphy, el sudoroso pero fallido ministro que se dejó humillar por Fernando
de la Rúa aceptando viajar por la mañana a un encuentro internacional
en Chile como miembro reconfirmado del gabinete y al regresar a la noche había
perdido el conchabo oficial. El otro es el debutante Mauricio Macri, joven pero
ya rentista, una profesión que suscita algunos recelos en la Argentina
de estos tiempos. En la otra vereda, también hay un par de cartas: Elisa
Carrió, pertinaz anunciadora de inminentes partos de la historia, y Luis
Zamora, un político que de tan independiente suele transmitir la sensación
de abrumadora soledad. En materia de sustitutos, según comentan los frecuentadores
de la intimidad oficialista, los que más le preocupan al presidente Eduardo
Duhalde son los gobernadores de su palo, tanto que a veces teme que alguno de
ellos quiera apresurar los tiempos, excitado por la presunta facilidad del trámite
debido al acoso múltiple de problemas y demandas sin solución
que se apilan a diario ante las puertas de la Casa Rosada.
A propósito, los moradores de la sede nacional del Gobierno sostienen
que el grosor de los muros los aísla de los bochinches externos, como
si estuvieran en una campana al vacío. No vaya a resultar que los ataques
súbitos de sordera y de indiferencia que suelen afectar a los gobernantes,
en lugar de ser la consecuencia de una predisposición natural a decir
una cosa y hacer otra termine siendo una cuestión de arquitectura antigua.
¿Será por la aislación que los gobernantes son los últimos
en enterarse de la desafección popular, aunque los ciudadanos la expongan
con gritos y ruidos de cacerolas? Alfonsín antes de las elecciones de
1987, Menem antes de las de 1997, De la Rúa antes del 20 de diciembre
último, ¿no la vieron venir o no pudieron evitar la rodada? En el entorno
duhaldista están dispuestos a creer que la gobernabilidad está
afianzándose y que la fatiga de la protesta civil terminará agotándola
a lo sumo en un par de meses. Más aún: el Presidente anunció
que el próximo 9 de julio, dentro de cuatro meses, los argentinos celebrarán,
con la efemérides, la alborada de la resurrección. Una perspectiva
de semejante optimismo aparece extraña para quienes miran lo que pasa
cada día y todavía más para los que han decidido apropiarse
de sus propios destinos, no sólo individuales sino además colectivos,
en esa fenomenal experiencia, aún en pleno rodamiento, del asambleísmo
vecinal, de los caceroleos, de la solidaridad piquetera y de todos los que han
puesto en pie la dignidad de la condición humana.
Por lo general, los hombres del poder que se ocupan de los procesos económicos
suelen dejar de lado los fenómenos de la conciencia social, tan poco
predecibles hasta para los mejores analistas. Viene al caso una reflexión
de Stefano Zamagni, profesor de Economía en la Universidad de Bolonia,
que reprodujo Criterio en su última edición: "La ciencia
económica moderna tuvo su parte de responsabilidad en la legitimación
de ciertas formas de neocolonialismo, ciertas prácticas de explotación
y en nuevas formas de pobreza. Hoy se trata de evitar la consumación
de nuevos delitos: que el estudio de la economía termine destruyendo
la esperanza en un cambio posible de la organización económica".
Quizás a esto se refería J. M. Keynes cuando escribió que
"los economistas no son los guardianes de la civilización, sino
de la posibilidad de la civilización" (Con respectoa profecías
no escuchadas: El caso dramático de la Argentina, marzo 2002). Repasando
opiniones como ésta, singular pero de ningún modo única
en el exterior o en el país, no hay más remedio que confrontar
los vaticinios optimistas del gobierno con su creciente disposición a
conformar los requisitos que exigen los expertos del Fondo Monetario Internacional
(FMI), y la conclusión surge inevitable: la experiencia indica que ambos
elementos son incompatibles. El FMI es responsable directo de legitimar esas
prácticas neocoloniales, de explotación y de pobreza masivas que
mencionaba Zamagni y nada indica que haya modificado su tendencia a "la
consumación de nuevos delitos". Por cierto, como se dice, "la
culpa no es del chancho..."
Cómo será el formidable poder de la economía transnacionalizada
que sus lobbistas no son expertos en la materia sino políticos elegidos
en las urnas. Esta semana, tres gobernadores (Salta, Neuquén y Santa
Cruz) llegaron a la Rosada y al Congreso para defender los intereses de las
petroleras exportadoras, oponiéndose a la aplicación de la retención
del 20 por ciento dispuesta por el Poder Ejecutivo nacional. El trío
aseguró que una medida semejante afectaría la economía
de esas provincias, porque disminuiría las inversiones de las compañías
privadas y las regalías que cobran los tesoros que ellos controlan. Escuchándolos,
vuelve la memoria todavía fresca de Cutral–Có, Tartagal, General
Mosconi, y otras localidades de esas provincias, cuyas poblaciones fueron condenadas
a la miseria sin destino por el cierre de fuentes de trabajo controladas por
esas mismas empresas que para tales gobernantes son benefactoras. En la misma
remembranza aparece la oración que pronunció monseñor Estanislao
Karlic, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en el último
día de los Reyes Magos: "Hemos pecado mucho, robado mucho, mentido
mucho. Que Dios tenga piedad de nosotros y nos ayude a cambiar" (06/01/02).
Los ciudadanos más indignados traducen la piadosa aspiración en
una consigna tan contundente como esquemática: "Que se vayan todos
y que no quede ninguno".
A la vista de episodios como los que se relatan en estos días, la tentación
de compartir la exigencia es muy grande, aun a sabiendas de que la antipolítica
es un concepto reaccionario, que hay políticos decentes en nuevas y viejas
agrupaciones, algunos acorralados en sus corporaciones partidarias, y que no
hay futuro mejor sin renovación política ancha y honda. En Italia,
el proceso judicial de "manos limpias" contra la corrupción
se llevó puesto un sistema de gobierno de cinco partidos y acusó
en tribunales a más de dos mil empresarios y políticos, varios
centenares condenados, dando lugar a la formación de dos nuevas coaliciones,
una de centroderecha liderada por Berlusconi y otra de centroizquierda con la
hegemonía del ex partido comunista, en la que se reciclaron dirigentes
secundarios y militantes de los partidos desmembrados. El mismo Berlusconi,
actual primer ministro, enriqueció en el negocio de la televisión
y el entretenimiento porque fue favorecido por privatizaciones realizadas en
ese clima de corruptelas anterior a las "manos limpias". Ese es el
hombre con el que sueña la derecha argentina. La coalición del
Olivo, la de centroizquierda, perdió las elecciones porque se enredó
en la "tercera vía", según dicen la vía más
rápida para llegar de la izquierda a la derecha.
Como se ve, ningún recorrido es lineal y directo, mucho menos los relevos,
aunque "se vayan todos" o casi, son siempre lo que uno imagina en
pleno terremoto. No hay otra, sin embargo, que intentar el cambio, lo que en
buen romance aquí significa cuestionar a fondo al bipartidismo tradicional,
como lo intentó el Frente Grande en su momento, aunque luego sus líderes
cedieron al deseo de llegar cuanto antes a la "cultura del poder",
y así les fue. El Pacto de Olivos que firmaron Menem y Alfonsín,
continuado hoy en la alianza de gobierno con Duhalde, no es otra cosa queel
intento de supervivencia del bipartidismo exhausto. ¿Hay fuerza suficiente en
la ciudadanía para modificar el paisaje hasta ese punto? Así lo
cree el investigador francés en ciencias sociales Jean-Ives Calvez, asiduo
visitante del país, que salió a responder un artículo que
publicó Le Monde en París, en enero pasado, bajo el título
"La Argentina ya no existe". Calvez asegura lo contrario: "Es
obvio que la Argentina aún existe, en muchas de esas personas sencillas
y en la numerosa clase media que la caracterizaba. Se necesita, además,
que el barco esté bien piloteado en estos momentos de duros reajustes.
Tal vez resten aún, en estos días, períodos de anarquía
y de ingobernabilidad, como dicen los argentinos. El país se recuperará,
en todo caso, desde abajo, desde el fondo del pozo" (En Criterio, ibíd.
cit.). Este optimismo difiere del oficial justamente en donde coloca la chance
de recuperación, "desde abajo", en lugar de pensar que es asunto
de muñeca de los gobernantes.
El mundo mira hacia Argentina, con angustia, con temor, con curiosidad y ya
es tiempo de que los naciones miren al mundo más allá de las opiniones
del FMI o de la Casa Blanca. De no hacerlo así, jamás quedará
en claro que el mundo sigue rotando en el mismo sistema solar pero nunca permanece
igual. El de hoy ya no es el mismo que el de los ochenta conservadores de Reagan
y Thatcher, la década perdida de América latina, tampoco el de
la "tercera vía" de la socialdemocracia europea ni el de los
redentores carismáticos. Tal vez sea el tiempo de las sociedades en acción
y a los políticos tradicionales les cuesta imaginar los términos
de esa nueva relación, así como en su momento la cultura machista
comenzó a hacer agua ante el empuje de las exigencias legítimas
de las mujeres. No es una circunstancia fácil para nadie, pero no hay
sinos fatales de los que nadie podrá escapar. Si mañana Estados
Unidos pide que Argentina le dé pruebas de amor, votando contra Cuba
o enviando tropas a Colombia o, lo que es peor, trasladando a territorio nacional
la aventura guerrera con la que Bush quiere ocultar sus propios problemas domésticos,
¿que harán los mismos que hoy se inclinan ante la voluntad del FMI? La
buena mundialización significa que ninguna nación o pueblo puede
diseñar el futuro sin tomar en cuenta a los demás, pero eso no
implica subordinarse al más fuerte en nombre de la propia debilidad.
La humanidad hoy sería peor si las mujeres, una tradicional minoría
en las relaciones de poder, se hubieran rendido a la tradición en lugar
de soñar y construir otro horizonte. Desde abajo, desde el fondo del
pozo.