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Latinoamérica

27 de marzo del 2002

De libertades, beneméritos y comandantes

José Steinsleger
La Jornada

En la tarde del 18 de agosto de 1805, ante el Monte Sacro y su maestro y tutor, Simón Rodríguez, un joven de 22 años exclamó: "¡Juro delante de usted! Juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la patria que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español".
Trágico fue el destino corrido por Bolívar y todos los libertadores que forjaron la independencia de los pueblos de América Latina. En la persona de ellos parece que se hubiera cumplido la vieja sentencia romana: "La roca Tarpeya queda cerca del Capitolio". Esto es, a la victoria suele seguir la derrota y la ignominia viene pisándole los talones a la gloria.
Prevalece, hasta nuestros días, lo heroico y lo mitológico sobre lo rigurosamente histórico y verídico. Gran parte de los intelectuales latinoamericanos aún se dejan llevar por la visión idealista y heroica de escritores como Thomas Carlyle y Ralph W. Emerson. De donde resulta que nuestra historia es algo así como la biografía de generales y personajes sin pueblo.
La trayectoria de Bolívar inclusive fue incomprendida por una izquierda dogmática y colonizada que la conoció a través de la sucinta biografía de Carlos Marx, escrita con fuentes viciadas para la Nueva Enciclopedia Americana (1858). "Sería algo así -observó el historiador Francisco Pividal Padrón- como que nosotros los cubanos encomendáramos la biografía del Che a un escritor que no tuviera otras fuentes que las obras publicadas en Miami contra la revolución cubana..." (transcripciones de Radio Cadena Caracol, Bogotá, 20/02/83).
El olvido, negación y tergiversación de la historia emancipadora de América Latina dista de ser casual o sujeto a las "diferencias de opinión". No se trata de "opiniones". Las opiniones que niegan el legado emancipador de nuestros próceres es una política que responde a los renovados intentos de destrucción y vaciamiento de la conciencia nacional de nuestros pueblos.
Cuando la culta Europa se enteró del fusilamiento de Maximiliano, también manifestó sus "opiniones". Haciéndoles frente, la Primera Internacional de Trabajadores expidió en Ginebra una declaración en defensa de Benito Juárez y de México: "...¿Por qué se llama asesinos a los mexicanos? ¡Ah!, es que existe el derecho de los monarcas, que admitimos odiosamente, y el derecho de los pueblos, que tenemos la cobardía de no proclamar" (14 de julio de 1867).
Con tono similar, el joven George Clemenceau contesta desde Nueva York a una dama de París: "¿Por qué diablos lamentarse (por la suerte) de Maximiliano y Carlota? ¡Dios mío! Sí, yo sé que esa gente es encantadora... hace cinco o seis mil años que son así. Tienen la receta de todas las virtudes y el secreto de todas las gracias... (pero) entre nosotros y esa gente hay una guerra a muerte. Han matado con torturas de toda clase a millones de los nuestros y me parece que nosotros no hemos matado ni a dos docenas de ellos" (06/09/1867).
Un día después de la expedición de la carta de Clemenceau, Benito Juárez entró en la ciudad de México y dijo: "Hemos alcanzado el mayor bien que podemos desear al ver consumada por segunda vez la independencia nacional... entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".
La puesta en cuestión de asuntos polémicos exige, cuando menos, la capacidad de ponderar. En sentido matemático, el verbo ponderar atribuye "un peso a un elemento de un conjunto con el fin de obtener la medida ponderada". La ponderación permite determinar el peso de las cosas, examinar con cuidado el asunto, contrapesar, equilibrar. La ponderación también puede confundirse con la exageración, llevar algo más allá de sus límites.
Los ideales de nuestros patriotas trascendieron límites nacionales, ya que tenían un espíritu continental. Sin embargo, antes de convertir sus natalicios y fallecimientos en feriado nacional, sus enemigos les enrostraron cuanto adjetivo encontraban en sus diccionarios: dictador, caudillo, tirano, usurpador...
Algunos pocos con mucho poder así prefieren llamarle al presidente de Cuba, Fidel Castro. Pero otros prefieren darle el trato de Comandante, tal como Libertador se le dice a Bolívar y Benemérito a Juárez.
¿Se puede evitar esto? ¡Quién sabe! El refrán "voz del pueblo, voz del cielo" (vox populi, vox dei) alude a un modo de ponderación y expresa que cuando todos convienen en un parecer hay prueba de su certidumbre.
Distingamos las voces: si ponderar puede emplearse en buen sentido, exagerar siempre se emplea en mala parte. La ponderación encarece. La exageración adultera. Quienes ponderan, analizan y elogian. Pero quienes exageran sistemáticamente incurren en odio y fanatismo. Acciones que, en lugar de ponderar, indican la necesidad de tratamiento siquiátrico urgente.