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Latinoamérica

18 de marzo del 2002
Los proyectos opuestos (II)

Guillermo Almeyra
La Jornada

Como dijimos en el artículo anterior, en Argentina existen tres proyectos fundamentales: 1) el del actual presidente Eduardo Duhalde, 2) el colonialista, del capital financiero internacional con sus agentes locales, como el ex ministro de Economía López Murphy, y 3) el proyecto, ni siquiera esbozado pero implícito en las movilizaciones sociales, de los sectores que giran en torno de las asambleas populares, los piqueteros y la Central de los Trabajadores de Argentina.
El primero de ellos consiste en ser el mero administrador de la crisis y se somete a las instrucciones de los órganos del poder estadunidense, como el Fondo Monetario Internacional que, para acelerar ese disciplinamiento, promete apoyos que jamás concreta. Una versión más humana y totalmente desdibujada de ese mismo proyecto la ofrece, por ejemplo, la diputada Elisa Carrió, partidaria de un "capitalismo honesto" y cuya total falta de ideas políticas, de propuestas concretas y de definiciones sea frente a los grandes problemas (deuda externa, empresas estratégicas, etc.), sea frente a las movilizaciones populares o la posibilidad de elecciones, se evidenció escandalosamente en la reciente entrevista concedida a La Jornada.
En cuanto al plan de Rudiger (Rudi) Dornbush, consejero del capital financiero, no puede ser más elocuente: quiere imponer al país comisionados internacionales que controlen su política fiscal, sus finanzas, su política monetaria y la recaudación impositiva. Presupone pues echar a Duhalde y acabar con la independencia del país. Quedan las aspiraciones de las organizaciones de masas, minoritarias y no coordinadas entre sí, que son la base de la resistencia organizada.
Aunque las asambleas barriales tienden a aumentar en número y a abarcar también ciudades del interior, su importancia histórica deriva de su existencia misma, no de su capacidad de movilización, que es reducida, ni de su claridad y homogeneidad política, que es todavía escasa. Lo importante es que decenas de miles de personas, de diversas edades, sexo, condición social, procedencia política, nivel cultural, se reúnen, se escuchan, socializan experiencias, deliberan, resuelven, reconquistan el espacio público y hacen política en un país donde por mucho tiempo la idea de política ha sido sinónimo de delegación del poder de decidir a quienes tenían como objetivo el reparto del poder, a espaldas de sus mandatarios y en las instituciones estatales. Lo importante es que un vasto sector, sobre todo de la clase media, pero no sólo, ha decidido deliberar y decidir directamente, por medio de la autorganización, y encarar problemas mediante la autogestión.
Pero las asambleas no son organismos representativos ni de doble poder, porque cada participante sólo se representa a sí mismo y no hay delegados, salvo para la asamblea interbarrial del día domingo. Tampoco pueden discutir y resolver cómo tomar medidas que vayan en la dirección, por ejemplo, de la estatización de la banca o de las empresas esenciales para la independencia y la recuperación económica del país. Además, las asambleas no discuten cómo debe ser el gobierno que remplazará al actual si, como piden, éste cayese y se convocase a elecciones, ni cómo debe ser el Estado que estatice las empresas mencionadas sin entregarlas a los corruptos que todos repudian.
Por consiguiente, aunque cuentan con la simpatía de capas mucho más vastas que las que asisten a ellas y a los cacerolazos y manifestaciones, no tienen capacidad de organización porque no establecen lazos, por ejemplo, con los trabajadores organizados de los hospitales, de los servicios escolares, del aparato financiero, para ejercer allí elementos de poder popular y de control, bases para coordinar la autorganización en el territorio (las asambleas) con la autorganización en el funcionamiento de la economía. Además, existe siempre el peligro de que agentes de demagogos derechistas aprovechen el repudio a los políticos (que aparece ante la mayoría en las asambleas como asco a la política) para impulsar una de las soluciones de los desesperados: la búsqueda de un salvador, de un caudillo. O que las intervenciones descabelladas de los grupos sectarios de izquierda que hablan de revolución y trasladan sus luchas, de modo sordo, a las asambleas, acaben por hartar a mucha gente honesta y que está haciendo sus primeras armas en política y no sabe cómo enfrentar a un grupo organizado.
El proyecto antimperialista y de base anticapitalista que está flotando en el aire en las asambleas necesita, por lo tanto, una actitud responsable de la izquierda (cosa difícil en lo inmediato) y un salto ideológico y organizativo de las asambleas mismas. Si resolviese esas carencias, aunque siguiese siendo minoritario podría tener mucho mayor poder de convicción y de arrastre y, en cierto momento, aparecer claramente como la alternativa al colonialismo.