Argentina, un modelo de protectorado para el siglo XXI
Antonio Maira
Cádiz rebelde
Ha sido la noticia de estos días. Uno de los asesores principales de las instituciones financieras acreedoras de Argentina, Rudi Dornbusch, ha hecho una "propuesta salvadora" para resolver la crisis del país latinoamericano. Y como es usual en los expertos económicos de la oligarquía ultraliberal la ha hecho mezclando insolencia y desdén.
Tal propuesta va mucho más allá de una fórmula general de actuación o de un conjunto de medidas económicas que permitan, a juicio de Rudi, la salida de la enorme crisis argentina. El economista del Massachusetts Institute of Technology (MIT), asesor prestigioso de instituciones internacionales, aconsejó nada menos que la intervención económica externa de la economía argentina. Dicho con toda claridad: el país tiene que renunciar, durante un plazo de 5 años al menos, a su soberanía monetaria, fiscal y tributaria. La política buena, los políticos estúpidos
Rotundo como la sabiduría, Dornbusch, que en los tiempos de gloria neoliberal en Argentina fue avalista de Cavallo -el principal gestor económico del prolongado desastre argentino: director del Banco Central durante el régimen militar genocida, superministro económico con Menem durante la privatización salvaje, padre de la paridad, y otra vez gran gurú del proyecto ultraliberal con De la Rúa- y más tarde de aquél López Murphy que a mediados del 2001 estuvo a punto de provocar una revuelta social con el anuncio de un severísimo plan de ajuste, comienza por afirmar que Argentina está quebrada económica, política y socialmente. Quebrada sin alternativas. Hasta ahí ninguna novedad.
Del proceso y las responsabilidades implicadas en esa quiebra Rudi no dice absolutamente nada. Sin duda porque para él los dogmas neoliberales que regularon la "larga marcha" hacia ese desastre están fuera de toda discusión, es obligatorio recurrir a ellos una y otra vez aunque eso sea como darle vueltas a la rueda del infortunio.
De modo que la causa de tan salvaje crisis -la evidencia apunta al empecinamiento con el que aplicaban las recetas de instituciones internacionales como el FMI y de economistas como el propio Dornbusch- en opinión de este experto que lava las manos de todos los gestores externos del desastre, no tiene nada que ver con la política económica desarrollada durante los últimos 25 años, sino tal sólo con la necedad de los dirigentes argentinos: "Tienen gente como De la Rúa que es incompetente, Duhalde que no es respetado en el exterior. Tienen a Menem con pizza y champán, a Alfonsín, que es un chiste...". El caos de la disputa de la renta
La situación -según Rudi- tiene la específica cualidad del caos a partir del 19 de diciembre.
Se caracteriza, en primer lugar, por una disputa feroz en torno a la distribución de la renta, "una ruinosa batalla distributiva" que a nuestro asesor de grandes inversionistas y prestamistas internacionales, le parece de todo punto inaceptable. La algarada popular por el reparto de una renta que se ha concentrado escandalosamente en las últimas décadas en una reducidísima franja de privilegiados, es intolerable. El griterío de los marginados es improcedente -además de dañino- incluso en un país con el 40% de la población, al menos , bajo los límites de la pobreza.
Lo que irrita profundamente a Dornbusch -según se deduce de su interpretación desdeñosa de la realidad argentina - es el conflicto abierto. Conduce a la ruina. Lo ideal, según parece, es que continúe sin protesta social alguna, sin resistencia popular, ese proceso económico que ha generado y genera pobreza a un ritmo vertiginoso. Nada debe alterar la distribución "natural" de la renta que es la que determina el sistema económico de libre empresa con ausencia de regulaciones sociales y económicas.
Así que el intento de los sectores populares para incidir en los mecanismos de distribución de la renta es el primer elemento del caos. El evangelio neoliberal dice que la dignidad del hambre está en el silencio. La epidemia local de corrupción
Además de pelearse encarnizadamente, "todos piensan, con razón, que todos son corruptos" por lo que no es posible ningún pacto social.
Dornbusch tampoco incluye en esa generalizada corrupción la de los agentes exteriores de una crisis vinculada a la privatización fraudulenta de la empresa pública argentina, al ciclo de la deuda externa, a toda clase de operaciones especulativas, a maniobras de ingeniería financiera, a la fuga de capitales y, en general, a un proceso de desindustrialización y de transferencia de capitales hacia el exterior con la mediación de la oligarquía financiera internacional y la de la propia Argentina.
El segundo elemento del caos es pues la total ausencia de confianza mutua entre los distintos sectores sociales. Las razones de esa falta de confianza tampoco tiene que ver con la promoción de un sistema económico que hace progresivamente imposible la vida de la mayoría, sino con la aparición y extensión de una epidemia de corrupción. No es el modelo neoliberal sino un virus local el responsable de una situación a la que el economista del MIT puede hacerle, con razón, un tremendo diagnóstico: "la producción económica argentina, sus créditos e instituciones han sido destrozadas".
Es casi perfecto el modelo ideológico con el que los expertos ultraliberales analizan el proceso argentino después del desastre. En primer lugar argentinizan las responsabilidades; en segundo lugar, y dentro de esas fronteras nacionales, las generalizan en un totus revolutum. La conclusión podría formularse así: "los argentinos son los únicos responsables y, sobre todo, son responsables todos los argentinos". Lo son los 17 millones de pobres que malviven o mueren en la miseria y los varios millones más aterrorizados por un proceso de empobrecimiento que los engulle sin remedio, en la misma medida que las oligarquías han multiplicado sus capitales en los últimos años.
La Argentina del caos, de la anarquía, de la disputa feroz de la renta y del recelo mutuo, necesita intervención exterior. Eso dicen los expertos. Las contradicciones aparentes del Tío Sam
En coincidencia casi absoluta con los gurús neoliberales, el gobierno de los EEUU ha reiterado en las últimas semanas el mismo desdén y la misma ecuación para la culpa. "Se metieron solos en la crisis y tendrán que salir solos de ella" ha dicho Paul O'Neill, secretario del Tesoro. También lo han dicho, con otras palabras, los representantes del FMI, que exigen un plan económico "sostenible" para reiniciar las negociaciones con el gobierno. Llevando la exculpación del sistema neoliberal al extremo y también el desdén por la capacidad política del pueblo argentino, el Wall Street Journal, calificaba a Argentina de "república bananera" .
Al mismo tiempo que se formulaba ese desapego final -ante un desastre cocinado con recetas neoliberales- y en franca contradicción con él, el director de la CIA expresaba su preocupación por la desestabilización del país. Según George Tenet, Argentina, Venezuela y Colombia, en mayor grado que otras naciones, le dan a América Latina la característica de "zona volátil" que reclama medidas de los EEUU. Son "desafíos latentes o en crecimiento para los intereses estadounidenses", puntualiza el funcionario responsable de llamar la atención sobre los problemas que afectan a la seguridad o a los negocios del Imperio.
La contradicción parece señalar dos etapas en la política de Washington. En primer lugar trataría de mantenerse formalmente al margen, abandonando a sus aliados locales de los últimos veinte años, con la seguridad de que la crisis va a profundizarse. El proceso confirmaría el "caos" y la incapacidad de autogobierno. En segundo lugar, EEUU apoyaría una salida autoritaria con una gestión "imparcial" como la que propone Dornbusch. Un árbitro para 37 millones de habitantes
La propuesta de intervención exterior que hace nuestro experto es coherente con esa estrategia en dos etapas. Porque tal intervención sólo sería posible después del fracaso del gobierno Duhalde, incapaz -como representante de la clase política que ha gestionado, capítulo a capítulo, momento a momento, el desastre, y que se ha lucrado escandalosamente con el mismo- de concebir una solución de ruptura, y con escasa fuerza para imponer a una sociedad sublevada un plan de ajuste que satisfaga la "sostenibilidad" exigida por el FMI.
Dornbusch maneja con un tremendo descaro la imagen de ecuanimidad, de solución neutral, de trabajo técnico imparcial, en los mecanismos que propone para salir de ese caos fraticida de todos contra todos con el que describe la situación en Argentina.
Tres grupos o agentes técnicos extranjeros manejarán la política monetaria, los gastos públicos y las reformas fiscales. "No pertenecerán a la ONU, tampoco al FMI ni a los Estados Unidos". Hombres buenos, almas generosas, que decidirán enormes transferencias de riqueza.
Un comité de banqueros se encargará de la emisión de dinero. Otro agente vigilará la reforma fiscal y controlará las transferencias a las provincias. Otro más se encargará de autorizar y controlar el gasto público. Gestores internacionales "independientes" dirigirán también un nuevo ciclo de privatizaciones masivas que incluirán los puertos y las aduanas, y de desregulación económica. La misma medicina de los últimos veinticinco años.
El FMI y los inversores financieros no solo decidirán cuál va a ser la ayuda sino también cómo será controlada. Decidirán también cuáles son los bancos que deben ser apoyados, es decir, el futuro del sistema bancario argentino. Como en un país derrotado
El proyecto compara la propuesta de intervención para Argentina con la que los aliados realizaron en Austria después de la segunda guerra mundial. Dos países derrotados al fin y al cabo, uno por sus enemigos, el otro por sus mejores amigos.
Rudi conoce perfectamente, y oculta, las enormes transferencias de renta -de las clases más desposeídas a la oligarquía empresarial y financiera, interna y externa- que supone la devaluación y también el plan de ajuste. Varios millones de personas están condenadas a engrosar las masas empobrecidas. Los expertos neutrales como los que propone Dornbusch postulan una caída del peso hasta una relación con el dólar de 3 a 1, incluso hasta una relación de 4 a 1. Eso supondría un descenso de la renta per cápita desde los 8000 dólares anteriores al derrumbe hasta unos 2.500. En esas condiciones de ajuste automático, los salarios bajarían a los niveles de las maquiladoras mexicanas o centroamericanas y los restos del patrimonio nacional argentino alcanzarían precios de auténtica ganga para los inversionistas extranjeros. Nada neutrales las consecuencias de las recetas de los expertos economistas neoliberales. Tan poco neutrales como han sido los resultados de los últimos veinticinco años de aplicación del modelo en Argentina.
No hay salida posible que no pase por ese "protectorado" con el que se abrirían nuevos modelos de dependencia para el siglo XXI . "La solución para un país que tiene quebradas las instituciones a un nivel extremo es la intervención económica".
La quiebra de las instituciones va a "legitimar", a partir de ahora, la intervención económica o militar de la comunidad internacional es decir de los Estados Unidos.