¿QUIEN
SE OPONE A LA PAZ EN COLOMBIA?
Teresa
Sagrado (Grupo Colombia Sodepau Valencia)
Hace tres años que se iniciaron
estos diálogos en una zona de despeje de 42.000 Km cuadrados en el sur de Colombia
(Cagúan) despertando la esperanza de una posible salida negociada a los conflictos
que atenazan a este país desde hace más de 4 décadas. Durante los primeros años
se mantuvieron diversas reuniones entre los interlocutores de ambas partes para
elaborar un "Agenda Común para el Cambio" cuyo encabezamiento rezaba: Se buscará
una solución política al grave conflicto social y armado que conduzca hacia
una nueva Colombia, por medio de las transformaciones políticas, económicas
y sociales
que permitan consensos para la construcción de un nuevo Estado fundamentado
en la Justicia Social...." y aseguraba: " En la medida en que se avance en la
negociación, se producirán hechos de paz....".
Sin embargo, a pesar
de la buena voluntad expresada sobre el papel, la realidad es que no se han
conseguido avances significativos en ninguno de los 12 puntos de la agenda original;
muy al contrario, en este tiempo se ha observado un empeoramiento de las condiciones
de vida y de seguridad de los/as colombianos/as y una precarización de las oportunidades
de futuro tanto individuales como colectivas en todo el país.
La criminalización
de las protestas sociales que surgen como respuesta a la imposición de las políticas
neoliberales, la contrareforma agraria, la privatización de los recursos naturales
y de los servicios sociales, la injusta distribución de las riquezas nacionales,
la eliminación de la oposición política, la falta de garantías judiciales y
procesales, la destrucción del tejido social, la
permisividad manifiesta ante la actividad de los grupos paramilitares, la corrupción
institucional y el abuso de poder, son algunos de los hechos que demuestran
que hace falta algo más que buenas palabras para lograr un cambio sustancial
en las raíces del conflicto.
A lo largo de estos
años, se ha podido observar como la cifra de homicidios aumentaba de forma imparable
(más de 30.000 al año) así como las denuncias por torturas y por desapariciones
forzadas, la mayoría de las cuales se cometen al margen del conflicto armado
(85% de las víctimas son civiles inermes), lo que debería hacernos reflexionar
sobre donde se encuentra el verdadero problema en Colombia, en vez de centrar
el drama colombiano en la existencia de grupos insurgentes.
El siempre delicado
estado de los diálogos de paz entre Gobierno y FARC-EP; y la inexistencia de
diálogo con otras fuerzas insurgentes del país o con la sociedad civil (que
no se siente representada por el Gobierno), es fruto de la falta de voluntad
real de hacer cambios profundos, lo que conllevaría la eliminación de los privilegios
de las élites, una participación real de la
población en la conducción del país y la liberación de la injerencia estadounidense
en los asuntos del estado colombiano, mientras que la situación de rompimiento
en el momento actual bien podría circunscribirse en la escala de "efectos colaterales
del 11 de septiembre", ya que a raíz de estos acontecimientos se han aprobado
cerca de 50 millones de dólares para reforzar a las unidades antisecuestro Gaula
y para aumentar el seguimiento y trabajo de inteligencia sobre los grupos guerrilleros,
así como el planteamiento de utilizar, ya de forma abierta, a las unidades antinarcótico
y la financiación del Plan Colombia para la lucha contrainsurgente amparados
por la "doctrina de defensa" que actualmente esta en vigor en las leyes estadounidenses
y
por la nueva estrategia de lucha mundial antiterrorista.
Las cartas están
echadas y el día 20 de Enero termina el plazo dado por el presidente Pastrana
para la continuación del proceso. El Gobierno pide a las FARC-EP que acepten
la medidas de control en la zona periférica del Cagúan y se establezcan plazos
concretos de discusión sobre el secuestro de personas, los ataques contra la
población civil y la destrucción de infraestructuras, manifestando su voluntad
de continuar con los diálogos si la insurgercia demuestra un "cambio de actitud".
Las FARC-EP, por su parte, insisten en que ellos no se han levantado de la mesa
de negociación y piden al Gobierno que cesen lo sobrevuelos sobre las zona de
despeje, que se eliminen los retenes militares y paramilitares que cercan la
zona y que impiden el paso a cuidadanos extranjeros y población colombiana,
así como una aclaración oficial sobre el calificativo de
"grupo terrorista" con que los ha definido el gobierno de los EEUU. En ese mismo
comunicado reiteran su voluntad de continuar los diálogos aceptando la ayuda
de personalidades y organismos internacionales para salvar el proceso.
No parecen exigencias
muy difíciles de alcanzar si se compara con la ardua tarea de dotar de contenido
los puntos de la Agenda Común para el Cambio, por lo que quizás sea éste el
verdadero motivo de la ruptura, no llegar nunca al verdadero ojo del huracán,
ya que estos cambios, de lograrse, supondrían un verdadero revulsivo para otros
países de la región Andina y del resto del mundo y frustrarían los planes de
EEUU para la zona, frenando su carrera hacia su hegemonía mundial.
A pesar de todo
ello, abogamos por una salida negociada como la solución más sensata al conflicto
armado y social que vive Colombia desde hace más de 40 años, haciendo hincapié
en que, mientras duran las conversaciones, se debe dar máxima prioridad a la
salvaguardia de los derechos humanos y al cumplimiento de las recomendaciones
que en esa materia ha elaborado Naciones Unidas, sobretodo en lo que respecta
al desmantelamiento de los grupos paramilitares, la depuración de las Fuerzas
Armadas y a la necesidad de una justicia efectiva que elimine la impunidad;
y aceptando que es necesario realizar profundas reformas estructurales que sirvan
de base para construir un país nuevo, basado en la justicia social y en el respecto
por los derechos humanos, sociales, políticos, económicos y medioambientales
de todos los/as colombianos
http://www.sodepaz.org/colombia