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Latinoamérica

26 de enero del 2002
Argentina bajo el cerco

Adolfo Gilly
La Jornada

La quiebra del sistema financiero, de la economía y del ejercicio del poder estatal en Argentina es casi un experimento de laboratorio de alcances globales: el llamado "modelo neoliberal", aplicado en condiciones químicamente puras como allí sucedió, no conduce al Primer Mundo sino a una tragedia nacional.
Este efecto-demostración universal de los acontecimientos argentinos difícilmente podrá ser negado o eludido. El hechizo está roto. Ya no se trata de que no se puede imaginar ni pensar un camino diferente, porque está excluida toda alternativa nacional en los marcos de la nueva economía global. Se trata, por el contrario, de que las recetas de esa nueva economía y de su guardián, el FMI, llevan a este desastre que los hechos demuestran. Es entonces indispensable pensar ese otro camino.
En otros términos: las prescripciones y programas del Consenso de Washington y del FMI en sus tres grandes vertientes -privatización a ultranza de los bienes de la nación, desregulación a ultranza y desmantelamiento de hecho y de derecho de la legislación social, apertura comercial y financiera a ultranza y retiro del Estado frente al capital internacional-, aplicadas hasta el fin en un país moderno y con un alto grado de desarrollo de las relaciones sociales capitalistas, han llevado a Argentina, la tercera economía de América Latina, con sus 37 millones de habitantes, a una situación de quiebra y parálisis sin precedentes.
Para que este efecto-demostración fuera posible y visible no bastaba la quiebra de la economía. Hacía falta la reacción de los argentinos, con la cual no contaban los patrocinadores del modelo. Es bueno recordar que esta movilización no comenzó por la devolución de los ahorros confiscados, demanda tan legítima como las de aquellos a quienes han despojado de su trabajo o del valor de su salario. Comenzó cuando, para sostener su política, Fernando de la Rúa quiso imponer el estado de sitio.
El primer estallido popular fue contra este intento in extremis de establecer una dictadura -que no otra cosa son el estado de sitio y la suspensión de las garantías constitucionales- para apuntalar las drásticas medidas de salvamento de las finanzas nacionales e internacionales. Ese estallido, con el cual no contaban gobierno y finanzas, frustró sus proyectos. Costó, sin embargo, por lo menos 30 muertos de ese pueblo.
El gobierno y los bancos tienen encerrados los dineros de los ahorristas en un corralito. Los argentinos tienen encerrado al gobierno en otro corral, el de las movilizaciones y las protestas. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, el FMI y la Unión Europea quieren a su vez tender un cerco sanitario en torno a la nación argentina, su pueblo y su rebeldía. Empiezan a temer, en la quiebra de la legitimidad de su "modelo", el contagio del efecto demostración sobre otros países también estrangulados.
Horst Köhler, director general del FMI, por conducto de Le Monde advierte ahora a los argentinos que para su situación "no hay salida sin sufrimiento" y que "el camino hacia el crecimiento no pasa por el populismo". Reconoce que el FMI "habría debido estar más atento a las derivas de la política de Menem" (a la cual, más bien, brindó su asesoría y su apoyo). Pero, agrega, "la ruptura de la situación económica y social es la última etapa de una declinación comenzada hace decenios y que toca al conjunto de la sociedad. (...) Las raíces del mal están en Argentina y si los argentinos no se unen para ayudarse a sí mismos, el FMI no puede hacerlo en lugar de ellos". Con las políticas de los decenios pasados que llevaron a esta situación, el FMI, por supuesto, nunca tuvo nada que ver: si el cinismo fuera una virtud, estos altos funcionarios tendrían ganado el cielo.
Los 15 gobiernos de la Unión Europea no se quedaron atrás. En una declaración conjunta desde Bruselas hicieron saber al gobierno argentino, según el periódico Página/12 del 23 de enero, que el sector financiero "no debería soportar una parte disparatada de los costos de la devaluación"; que la mayor parte de la carga negativa por los problemas de la deuda externa argentina "ha recaído sobre los acreedores domésticos privados, incluidas las sucursales y filiales de bancos exteriores"; que "asegurar la sostenibilidad del servicio de la deuda es la máxima prioridad"; y, sobre todo, que "es muy importante que el programa se adhiera a los principios de la economía de mercado y evite la discriminación contra los inversores y acreedores extranjeros".
"Pocas veces se manifestó de esta forma abierta el poderoso lobby europeo para defender los intereses de sus empresas en un país en crisis", comenta Página/12.
Si entiendo bien, la conjunción de ambas declaraciones admonitorias y discretamente amenazadoras quiere decir que los poderes financieros de Estados Unidos y Europa, junto con sus respectivos gobiernos, están tendiendo un cerco sanitario sobre Argentina, su economía y su política. Temen un contagio político y social en América Latina de las movilizaciones de las multitudes urbanas argentinas.
Esas multitudes están mostrando que no aceptan pasivamente que la quiebra del modelo caiga sobre sus espaldas. Están mostrando también su total desconfianza a una elite política deslegitimada y en pánico. Este es el otro ingrediente de la tragedia. No se alcanzó a construir en Argentina (ni en otros países) en contraposición a las políticas neoliberales, un programa político, económico y social de ruptura con ese sistema. No se trata de buscar culpables. Conviene más bien pensar por qué eso no sucedió, pese a que no faltaron en cada país y en el mundo críticos inteligentes y activos.
Una cualidad del neoliberalismo (es decir, de la forma específica que toma la existencia y la dominación del capital en la globalización) es que se presenta como la única racionalidad económica y social posible y pensable. Todas las clases dirigentes y elites del mundo capitalista terminaron por asumir esa ineluctabilidad. Todas, en Davos, en la Unión Europea, en el Consenso de Washington, en las grandes universidades, lo asumieron como un dogma. Incluso partidos y políticos contrarios a los gobiernos portadores de esas políticas adaptaron la suya a buscar modificaciones o remiendos dentro del sistema mismo, en el doble supuesto de que el entorno internacional iba a castigar y aplastar cualquier tentativa de ruptura; y de que, al mismo tiempo, se sentían obligados a plantear a sus partidarios y a su país propuestas viables dentro del sistema dominante, no aventuras utópicas condenadas al fracaso.
En otros términos, el hechizo consistía en no dejar espacio para pensar una ruptura en términos de la política práctica de todos los días. La secuela de este bloqueo del pensamiento, también en términos de política y no sólo de movimiento social, ha sido un bloqueo práctico de la posibilidad de organizar sobre programas y políticas opuestas; un bloqueo mental de los partidos y sus representantes condenados a buscar "enmiendas" y "consensos" en lugar de construir una legítima oposición alternativa, y, en el momento en que la crisis estalla, la ausencia de un polo alternativo, construido antes en la realidad y con legitimidad ante el pueblo ganada en la oposición global al sistema depredador y a sus trampas y rejuegos.
La rebelión de las ciudades argentinas ha roto ese hechizo. Esta quiebra de un sistema que destruye los ahorros, los empleos y los salarios y preserva la banca internacional y sus socios locales ha mostrado en los hechos que es indispensable cuestión de supervivencia nacional pensar, proponer y construir en la vida práctica de nuestros países y sociedades una salida próxima a la repetición de la catástrofe argentina.
Para pensar y preparar cambios radicales dentro de un mundo aún regido por el capital -esa "radicalización" que dijo temer el director del FMI-, hay que pensar al mismo tiempo más lejos que el horizonte del capital. Mientras buscamos la salida inmediata a la crisis presente, y para poder hacerlo en libertad, hay que volver a pensar y construir el proyecto y el programa de la sociedad de los libres y los iguales que desde hace dos siglos se llama socialismo.
Si ese es el horizonte necesario para romper el cerco en el pensamiento, existe un horizonte pensable más cercano para romper el cerco en la realidad. Sus posibilidades ya se probaron otras veces contra amenazas equivalentes (por ejemplo, en el México del general Lázaro Cárdenas). Funcionaron contra pronósticos agoreros y amenazas externas. Algunas de sus líneas son: preservar los bienes nacionales y los bienes comunes; cortar la ola de privatizaciones; permitir la quiebra de las instituciones bancarias fraudulentas e incautar sus bienes y propiedades en el territorio nacional (que no son sólo los edificios de sus sucursales, por supuesto) para responder ante sus acreedores; proteger a los habitantes del país antes que a los capitales; proteger la producción nacional y el empleo; preservar los bienes de los pueblos y de los pobres; proteger el salario, la salud y la educación antes que el servicio de la deuda externa; buscar y defender los acuerdos regionales (el Mercosur, por ejemplo); en una palabra, pintar la propia raya en la política y en el territorio.
En una crisis de la comunidad nacional como vive Argentina y como pueden llegar a vivirla otros países del continente, es irracional exigir, como lo hace la Unión Europea, que "el programa se adhiera a los principios de la economía de mercado". Es el momento en que el Estado está obligado a hacerse presente y a actuar como instrumento de esa comunidad, no para salvar a los bancos sino para sacarla del abismo en que la han sumido las políticas y los políticos del capital financiero. Esto no es "estatismo" ni "populismo" ni abolición del mercado. Después de la tragedia de los argentinos, es la política racional y sensata para que todos podamos romper con hechos el cerco interno y externo de las finanzas, de sus instituciones y de sus gobiernos.
En algo tiene razón el director alemán del FMI: "las raíces del mal se encuentran en Argentina y si los argentinos no se unen para ayudarse a sí mismos, el FMI no puede hacerlo en lugar de ellos". Es cierto. Pero el objetivo de esa unión tendrá que ser adueñarse de su administración estatal, refundar sus instituciones, recuperar el territorio, el suelo, el subsuelo y los bienes nacionales fraudulentamente vendidos o hipotecados al capital financiero (petróleo, gas, energía, telecomunicaciones, aviación, ferrocarriles, bancos, flota mercante, puertos...), retomar la soberanía económica y política; es decir, dotar a la comunidad y a su Estado de los instrumentos indispensables para una política nacional dentro de la cual tengan sentido los sacrificios y los esfuerzos de esa comunidad para salir del desastre. Desde una posición así, que es la única posición de fuerza posible de los débiles, se puede romper el cerco de la infamia y renegociar con el FMI, si es que éste razona y teme, como debería temer, los efectos del contagio de la violenta rebeldía del país de los argentinos sobre la crisis en que su sistema global podría sumirse.


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