Primera corneta del nuevo militarismo
Por Raúl A. Wiener
Aunque sólo fuera por su vocación de musicólogo, el ministro
de defensa debería tener siempre muy presente el dicho de que la justicia
militar es a la justicia, lo que la música militar es a la música.
Pero no. Por lo visto el poder no sólo le ha hecho perder la memoria
y el gusto auditivo, sino que le han borrado el sentido del ridículo
que puede ser en ciertas ocasiones muy necesario. El otro día nomás,
para insistir en que las filmaciones sobre abusos que se cometen durante el
entrenamiento de reclutas se refieren a deleznables casos aislados, afirmó
que seguramente el oficial a cargo había visto la película Rambo.
Chistoso ministro que no sabe la afición por ese personaje y los métodos
de la Escuela de las Américas –que sirven para formar "hombres"-,
que existe entre nuestros uniformes. No sólo vieron la película
y la estudiaron, sino que en el secreto de su corazón está llegar
a dirigir un montón de Rambos, físicamente invencibles y racionalmente
inexistentes. ¿De dónde cree el cultivado señor Loret de Mola
que salen los soldados violados, flagelados, desertados que aparecen en distintas
partes del país, a cada rato?.
Pero: ¿qué es lo que en definitiva alienta al oficial –incluidos los
de tres y cuatro estrellas- a sentirse capaces de demandar del personal a su
cargo resistencias al dolor muy por encima de lo normal, aceptar vejámenes
ruines y callar sus sufrimientos?. Evidentemente, esto viene del sentimiento
de casta, de considerarse un mundo aparte, donde las leyes y los derechos regulares
no rigen. Justamente la crisis del militarismo de los 90, con su brutal demostración
de cuánta corrupción y vergüenzas pueden esconderse debajo
de los secretos militares, el principio jerárquico y la estupidez aquella
de que las órdenes no se discuten, abría la posibilidad de cambiar
los términos de relación entre la sociedad y sus fuerzas armadas,
y al interior de esas mismas instituciones.
Ministros como Rospigliosi, Costa y Loret de Mola, han llegado para bloquear
este proceso. Partiendo del concepto de que por su sola presencia los policías
y militares procedentes de la época de la dictadura y de una larga tradición
de autoritarismo y corrupción, se convertían en otra cosa, y que
el papel de la autoridad era sacar la cara por ellos para ganarse su confianza,
han concluido como meros reflejos invertidos de los hombres del viejo régimen,
en vez de generales y almirantes que suscriben cartas de sujeción al
asesor y al presidente, ministros de la democracia que se subordinan al intento
de reconstitución del militarismo tradicional. Civiles por las puras,
formados en el campo de los derechos humanos, musicólogos y otras cualidades
que deberían haberlo hecho sensibles a lo que el país esperaba
de ellos; pero allí los tienen inventando complots terroristas cada vez
que el gobierno pasa por dificultades, proponiendo leyes contra las movilizaciones
y sus autores intelectuales, condecorando a probables ejecutores o cómplices
de fusilamientos de rendidos, en pleno proceso judicial para esclarecer los
hechos.
El principio es que estas instituciones estaban de los más bien hasta
que unos feos mafiosos se auparon al caballo montesinista y malearon las cosas.
Extraído el tumor se acaba el mal. O si se quiere, después de
Hermoza y Villanueva, debería ser posible para Toledo conseguirse su
propio general victorioso en medio de tantas derrotas. La tarea de reorganizar,
moralizar y democratizar las fuerzas armadas, eran una de las claves decisivas
de lo que se suponía una transición democrática. Pero,
si el general Ledesma bajo Paniagua se propuso detener la investigación
contra la corrupción porque "ya era suficiente"; payasito Waisman
disparó como loco en todas las direcciones y lo arrastraron a avalar
actos corruptos mientras pretendía limpiar las instituciones; Loret de
Mola ha imaginado que puede llegar a ser el Chapulín colorado de los
uniformados que ya no quieren ser convocados para responder por responsabilidades.
Obviamente en los cuarteles se deben reír de las pretensiones de don
Aurelio y de su tonito de sargento que saca a patadas, se hace en los jueces,
decide quién marcha en el desfile, etc. Pero les sirve. Tal vez de acá
a unos años, sino antes, nos demos cuenta de los múltiples significados
que está adquiriendo esta actitud lamentable. Es probable que aquí
nomás aparezca el conflicto cuando se informe los resultados de la Comisión
de la Verdad. Pero el mayor peligro va a estar cuando se profundice la crisis
y hayan sectores que reclamen nuevamente una alternativa de fuerza y pregunten
dónde hallar un general. En estos meses erráticos pudimos borrar
esa amenaza de nuestra historia futura. Pero Toledo y Loret de Mola no llegaron
para cambiar las cosas. El ministro toca la corneta del nuevo militarismo peruano.