4 de septiembre del 2002
¿A quién sirve la verdad, a quién la mentira?
Heinz Dieterich Steffan
Mi artículo, Venezuela, un gobierno sin Estado (16.8.), ha suscitado
una pequeña discusión internacional sobre la funcionalidad de
la verdad pública dentro de un proceso revolucionario. La preocupación
de algunos amigos bolivarianos es que tal análisis podría serle
útil a los adversarios del proceso, particularmente a Washington y la
oligarquía nacional.
Me ha "asaltado la siguiente inquietud ", escribe un físico cubano. "El
artículo lo leen los amigos, pero también los enemigos. ¿No estaremos,
en alguna medida, armando a los últimos con esos argumentos?"
El poeta venezolano Juan Ramón Guzmán discutió el artículo
en el seno del Círculo Bolivariano al cual pertenece y dice que "concluimos
que es descarnado y desalentador (puesto que las grandes decisiones de rectificación
no reposan en nuestras manos). Uno de los compañeros introdujo esta apreciación,
más allá de reconocer que todo lo que dices es verdad: ¿por qué
nos dejas desnudos en medio de la fiesta? El compañero plantea que el
enemigo valiéndose de tu artículo nos buscaría el lado
más blando para asestarnos más fuerte el garrotazo... Al margen
de cualquier cosa, yo sostengo que ellos nos tienen precisados en todo."
Desde el otro "lado" del debate comenta un intelectual de Casa de Las Américas
en La Habana: "Creo que tocaste el asunto más esencial dentro de ese
país: un gobierno sin Estado. O, lo que es lo mismo, un programa revolucionario
antagónico con las instituciones de su Estado."
Desde Argentina, un líder del Movimiento por la Democracia Participativa
(MDP) comenta que el artículo "cayó como una bomba" en los grupos
de solidaridad con Venezuela, pero opina que el análisis es correcto.
Y un profesor de economía política y miembro del Partido de los
Trabajadores en Brasil, razona que, " Si la actual institucionalidad es incapaz
de defender los intereses populares, entonces tenemos que admitir que una buena
parte del proyecto bolivariano no podía funcionar porque la reforma institucional
es el inicio de la revolución bolivariana, según el propio Chávez".
La discusión sobre el carácter progresista o reaccionario de una
información o un análisis publicado es, por supuesto, tan antigua
como la política. Desde el momento en que aparece lo político
en la sociedad ---es decir, el aspecto del poder--- toda actividad social se
convierte a priori (inevitablemente) en política, es decir, en un asunto
de poder. Dado que el poder político no puede existir en forma independiente,
sino sólo vinculado a una praxis o un proyecto social, nunca puede ser
neutral.
De este hecho constitutivo se derivan tres axiomas importantes para la praxis
comunicativa: 1. el reconocimiento de la imposibilidad de no comunicarse, porque
aún el silencio comunica un mensaje; 2. el reconocimiento de que toda
comunicación, sea verdadera o falsa, afecta la correlación de
fuerzas existente entre el emisor y el receptor; esa afectación puede
calificarse de progresista o reaccionaria, tomando en cuenta el tercer axioma,
que 3. reconoce que toda comunicación tiene ipso facto, un carácter
ético o no-ético.
El problema de saber, si la propia praxis comunicativa sirve objetivamente a
las fuerzas democráticas, progresistas y éticas, como el Movimiento
Bolivariano que encabeza el presidente Hugo Chávez, o a las fuerzas antidemocráticas,
reaccionarias y antiéticas de la oligarquía venezolana y Washington,
no puede resolverse con la filosofía temprana de Ludwig Wittgenstein,
de que toda proposición compleja puede desagregarse en proposiciones
sencillas y que, por lo tanto, "todo lo que se puede decir, se puede decir claramente";
porque la forma o didáctica del mensaje es de vital importancia dentro
de determinados contextos, como, por ejemplo, en la diplomacia, la psicoterapia
y la enseñanza.
La respuesta al problema radica más bien, en dos enunciados; uno pronunciado
por el filósofo Theodor W. Adorno y otro por el revolucionario Vladimir
Ilich Lenin. El enunciado de Adorno se produjo en un debate sobre los procesos
de Moscú. Stalin había escenificado esos procesos entre 1936 y
1938, para liquidar físicamente a la vieja guardia de la Revolución
y del Partido bolchevique. Durante y después de los procesos, la polémica
del movimiento obrero y de la intelectualidad internacional giraba en torno
a la pregunta, si la crítica a esa purga no beneficiaba al capitalismo
y, por lo tanto, atentaba contra la revolución. (El asesinato de Trotsky
en México fue parte de esta problemática.)
Adorno, fiel a su habitual estilo dialéctico, aceptaba tácticamente
la tesis de los stalinistas, de que la crítica ---objetivamente, la verdad---
perjudicaba a la revolución soviética, para después, lanzar
una pregunta o antítesis incisiva: ¿Si la verdad beneficia a los capitalistas,
a quién beneficia la mentira?
Es ahí, donde Lenin entra en la escena. La verdad es concreta decía
el genio ruso, referiéndose al hecho de que la verdad de un fenómeno
es objetiva, pero relacional; es decir, que existe en función de la configuración
real de este fenómeno. Por lo tanto, el juicio sobre si un determinado
texto sirve a la revolución o la contrarrevolución, no puede tener
una respuesta general, sino sólo circunstancial, o sea, conforme al contexto
objetivo del fenómeno.
A estos elementos básicos para cualquier juicio en la materia hay que
sumar un elemento pragmático particular de gran importancia. Pareciera
que la preocupación bolivariana sobre el carácter público
de "un gobierno sin Estado" resultase de una dramática subestimación
de los enemigos del proceso. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense
dispone de un acervo informático muy superior al de cualquier analista
particular; tiene la experiencia de cientos de golpes de Estado y desestabilizaciones
que Washington ha hecho a lo largo de su historia y cuenta con miles de analistas
pagados, colaboradores e infiltrados, para elaborar sus propias conclusiones
y estratagemas. Ante este caudal de recursos parece un tanto exagerada la idea,
de que requieren del análisis de un intelectual independiente en México
para saber, dónde están los puntos débiles del proceso
y cuándo y en qué forma tienen que atacarlos.
Desde hace tres años existe una marcada diferencia entre la interpretación
del proceso bolivariano dentro de Venezuela y fuera. El abismo entre ambas interpretaciones
no se ha podido cerrar, hecho por el cual los estudios externos son, por lo
general, rechazados por los compañeros venezolanos como "pesimistas".
Analistas de fuera, por ejemplo, de Argentina, Cuba, Chile, Centroamérica
y México, en cambio, suelen calificar el discurso venezolano como "triunfalista"
y carente de realismo.
Hay varios factores que explicarían este fenómeno, pero uno de
los fundamentales es la idea, muy divulgada en el país de Bolívar,
de que el proceso bolivariano es novedoso en América Latina y que, por
lo tanto, las lecciones históricas de la Patria Grande, por ejemplo la
destrucción de la Unidad Popular en Chile, son inaplicables son inaplicables
a su propia situación.
Esta pretensión de singularidad es, por supuesto, una falacia. Bajo los
conceptos de coronelismo, populismo o caudillismo han sido discutidos los innumerables
intentos de sectores patrióticos militares para modernizar sus países,
desde los intentos argentinos del General Perón a los brasileños
del Coronel Prestes y General Vargas, hasta los peruanos del General Velasco
Alvarado y los panameños del General Torrijos. Fuera de América
Latina el fenómeno fue analizado por Marx hace 150 años con relación
a Francia, como "Bonapartismo"; en los años setenta reapareció
como "la revolución de los claveles" en Portugal, y en Medio Oriente
existen todavía una serie de Estados que tienen esa génesis, entre
ellos Libia.
"Quedarse desnudo en medio de la fiesta", puede ser embarazoso o divertido.
Depende de la fiesta. Porque, como decía Lenin: La verdad es concreta.
30.8.2002