3 de septiembre del 2002
Expedientes cuidadosamente perdidos
Samuel Blixen
Brecha
Para impedir un avance en la investigación de los crímenes
de la dictadura, el gobierno de Jorge Batlle recurre al método del extravío:
el extravío del pedido de informes sobre la desaparición de Elena
Quinteros; y el "extravío" de buscar un testimonio que desmienta las
revelaciones sobre las ejecuciones masivas de prisioneros trasladados desde
Argentina.
¿Qué mejor que María Claudia Iruretagoyena, la nuera
del poeta Juan Gelman, haya sido restituida a Argentina, para ser asesinada,
después de haber sido trasladada a Uruguay a los solos efectos de robarle
el niño que llevaba en el vientre?
¿Qué mejor que los prisioneros uruguayos en Argentina, que permanecen
desaparecidos, hayan sido arrojados al mar, desde un avión, en lugar
de morir asesinados en alguna prisión clandestina de la zona de Villa
Dolores? Las dos hipótesis, manejadas por los integrantes de la Comisión
para la Paz, permitirían mantener dos flagrantes mentiras, funcionales
al "estado del alma" que pretende instalar el presidente Jorge Batlle: que en
Uruguay no hubo ejecuciones de prisioneros y que el terrorismo de Estado en
Uruguay sólo cobró una treintena de desaparecidos, víctimas
de la impericia de los torturadores.
Ese panorama, que permitiría a la Comisión para la Paz "cerrar
la herida abierta" de las violaciones a los derechos humanos, y clausurar el
tema pendiente desde la aprobación de la "ley de caducidad" con un mínimo
costo para los militares involucrados, se vio radicalmente alterado con las
revelaciones de Eduardo Alfredo Ruffo, el agente de la side argentina que operó
en 1976 en el centro clandestino Automotores Orletti, bajo las órdenes
de Aníbal Gordon. Ruffo, cuya firma luce al pie del documento de alquiler
del garaje de la calle Venancio Flores, en el barrio La Floresta, de Buenos
Aires, participó en las acciones represivas realizadas por los militares
uruguayos que usaron Orletti como base de operaciones y en los interrogatorios
a que fueron sometidos los prisioneros uruguayos.
Convertido en vocero de los ex represores argentinos de Orletti, una "mano de
obra desocupada" que se mantiene cohesionada, Ruffo recientemente comenzó
a filtrar, mediante un curioso mecanismo de intermediarios, información
relativa a las andanzas de los militares uruguayos en Argentina. Sus revelaciones,
que parecen estar orientadas, en uno de sus objetivos, a desembarazarse de culpas
ajenas, aportaron las pistas concretas para la ubicación de la nieta
de Juan Gelman, nacida en cautiverio en el Hospital Militar de Montevideo, y
de Simón Riquelo, hijo de Sara Méndez.
Los datos que Ruffo aportó a Gelman también permitieron establecer
la identidad de aquellos militares uruguayos que trasladaron a su nuera, María
Claudia, desde Orletti hasta los calabozos de bulevar Artigas y Palmar, y la
de quienes, después de robarle a su hija recién nacida, decidieron
su muerte. Los detalles de la investigación particular que desarrolló
Juan Gelman a partir de las pistas aportadas por Ruffo están registrados
en dos expedientes judiciales, uno radicado en el Juzgado Nacional en lo Criminal
número 7, a cargo del juez argentino Jorge Urso, y otro en Uruguay, en
el Juzgado Penal de Segundo Turno, a cargo del juez Gustavo Mirabal, donde el
poeta argentino solicitó citar como testigo al presidente Jorge Batlle,
quien, según confesión al senador Rafel Michelini, sabe quién
mató a María Claudia Iruretagoyena de Gelman.
Más recientemente, Ruffo aportó detalles sobre el episodio conocido
como "el segundo traslado", que abrió una nueva instancia de investigación
sobre el "destino final" de más de una docena de prisioneros uruguayos,
todos pertenecientes al Partido por la Victoria del Pueblo (pvp), que fueron
vistos por última vez en Orletti, a fines de setiembre de 1976. Una primera
tanda de prisioneros del pvp capturados en junio y julio de 1976 fue trasladada
a Uruguay a los efectos de presentarlos ante la televisión y la prensa
extranjera como guerrilleros detenidos en Uruguay que invadían el territorio
para iniciar una "ofensiva militar".
La pretensión de los mandos militares y del entonces canciller Juan Carlos
Blanco de impedir que el Congreso de Estados Unidos aprobara la suspensión
de la ayuda estadounidense por la continua violación de los derechos
humanos, llevó a montar la parodia de la "invasión". Aunque el
show para documentar una supuesta agresión guerrillera no alteró
la decisión del Congreso estadounidense, la difusión de los nombres
de los detenidos aseguró su supervivencia. Esa circunstancia fue explotada
por los militares como una "prueba" de que los comandos que operaron en Buenos
Aires "rescataron" a los prisioneros uruguayos de manos de los "asesinos argentinos".
De hecho, se sugería que los prisioneros de la segunda ola de detenciones
registrada en agosto y setiembre de aquel año, todos desaparecidos, habían
sido eliminados por los secuaces de Aníbal Gordon.
Para desembarazarse de esas acusaciones, Eduardo Ruffo reveló que hubo
un segundo traslado masivo de prisioneros desde Orletti hacia Montevideo y que
esos prisioneros fueron ultimados en Uruguay. Esas revelaciones generaron el
nerviosismo entre el puñado de militares uruguayos que operaron en Buenos
Aires, y descolocó a los miembros de la Comisión para la Paz,
que hasta ahora se desentendía de las desapariciones de uruguayos en
Argentina. Los indicios de que los prisioneros de Argentina fueron trasladados
a Uruguay y ultimados en territorio nacional alteran el esquema sustentado por
la comisión, de que las Fuerzas Armadas no desplegaron una políticia
de ejecución sistemática de prisioneros. Tal esquema ya hacía
agua con el episodio de María Claudia, en el que las pruebas indican
no sólo que fue asesinada en Uruguay por uruguayos sino que además
fue trasladada clandestinamente a los solos efectos de robarle a su hija.
Dispuestos a acotar las desapariciones a los 30 casos de muertes en tortura
que supuestamente serán "aclarados", los miembros de la comisión
viajaron a Buenos Aires para "investigar" la veracidad de aquellas novedades
puestas en circulación por Ruffo. En las entrevistas que mantuvieron
con ex prisioneros de algunos centros clandestinos de detención, con
miembros de organismos de derechos humanos, con antropólogos y funcionarios
judiciales, los integrantes de la Comisión para la Paz desplegaron un
curioso método de trabajo: según algunos militares uruguayos,
Eduardo Ruffo miente (y, al parecer, miente para obtener dinero de algunos periodistas,
a los que vende información falsa para costear sus necesidades de droga,
tal es la versión que manejaron los miembros de la comisión);
y para probar la mentira la comisión buscó contacto en Buenos
Aires con otros miembros de la antigua banda de Gordon, cuyos testimonios pudieran
anular las afirmaciones sobre "el segundo traslado", que Roger Rodríguez
consignó en varias crónicas publicadas en La República.
La comisión pretendía además confirmar la versión,
también de fuentes militares uruguayas, según la cual María
Claudia fue regresada a Argentina a comienzos de enero de 1977, después
de dar a luz, y que fue allí, a manos de los represores argentinos, que
desapareció definitivamente.
En sus dificultades para obtener un testimonio "diferente" de los lugartenientes
de Gordon, los integrantes de la comisión comentaron la posibilidad de
conectarse con Miguel Ángel Furci, otro agente que operó en Orletti,
antiguo amigo de Ruffo y que, según su propia confesión, recibió
de manos de José Gavazzo a Mariana Zaffaroni, "al pie de la escalerilla
del avión" que trasladaba a los uruguayos hacia Montevideo, entre ellos
los padres de la niña, Jorge Zaffaroni y María Emilia Islas; llegaron
incluso a manejar la posibilidad de pedir a Mariana que intercediera ante Furci,
el hombre que la secuestró y la crió. Furci podría, a la
vez, confirmar la otra hipótesis de la comisión, aquella según
la cual si hubo un segundo traslado, los prisioneros uruguayos habrían
sido lanzados al mar desde el avión, para lo que es necesario que demuestre
que el avión era el único dc3 que permitía abrir una puerta
en pleno vuelo. Tales son los esfuerzos que despliega la comisión para
superar un "punto muerto" al completar dos años de actuaciones.
Postérguese y olvídese
Si no fuera por el descalabro económico, excluyente de cualquier otro
tema, el presidente Jorge Batlle estaría seriamente cuestionado por el
doble discurso de su política sobre derechos humanos. Mientras se aguarda
un pronunciamiento del magistrado que entiende en la causa de desaparición
y asesinato de María Claudia Iruretagoyena de Gelman, causa en la que
el propio presidente deberá ser interrogado sobre su conocimiento de
la identidad de los responsables, se supo que en algún vericueto burocrático
el Poder Ejecutivo ha paralizado, una vez más, el proceso penal contra
el excanciller Juan Carlos Blanco, por su responsabilidad en la desaparición
de la maestra Elena Quinteros.
La causa había sufrido insólitas "demoras" desde que los senadores
del Frente Amplio habían radicado en 1990 una denuncia penal en el juzgado
de primer turno, después que el Senado, por mayoría, eximió
de responsabilidad al ex canciller, quien en 1976 había aceptado la decisión
del Consejo de Seguridad Nacional (Cosena) de no entregar a Elena Quinteros
al gobierno de Venezuela, decisión que selló su destino. En la
primera mitad de la década del noventa la indagatoria no prosperó
porque inexplicablemente el entonces juez actuante no lograba encontrar el expediente
de la cancillería que probaba la complicidad de Blanco en la desaparición
de la maestra.
La jueza María del Rosario Berro, que asumió en 1995 la titularidad
del juzgado, tampoco pudo encontrar el expediente durante más de cinco
años. Cuando la madre de Elena, Tota Quinteros, interpuso un recurso
de amparo, se supo que el expediente siempre había estado en los anaqueles
del juzgado. Pero fue necesario presentar otro escrito para que el caso de Juan
Carlos Blanco prosperara. En conocimiento de todos los antecedentes y después
que el excanciller declarara ante la magistrada, la fiscal solicitó el
procesamiento por el delito de coautoría de privación de libertad,
delito que se sigue cometiendo día a día en tanto Elena sigue
desaparecida.
Enfrentados a la disyuntiva del procesamiento, habida cuenta de que el ex canciller,
por no haber sido militar ni policía, no está en condiciones de
acogerse a la ley de caducidad, los abogados de Blanco sugirieron la posibilidad
de trocar la privación de libertad por complicidad en homicidio, una
maniobra que permitiría invocar la prescripción del delito. Suspendiendo
un pronunciamiento, la jueza Berro resolvió solicitar a la Comisión
para la Paz que remitiera toda la información que tuviera sobre el caso.
El 27 de junio partió la comunicación del juzgado, pero como admitieron
a una delegación del pit-cnt, hasta el jueves 22 de agosto los miembros
de la Comisión para la Paz no habían recibido la solicitud. Se
presume que el Poder Ejecutivo incurrió en un nuevo "extravío"
para evitar una alteración del statu quo en materia de derechos humanos.