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Latinoamérica

30 de agosto del 2002

Según un agente de la CIA, los militares y funcionarios uruguayos eran unos paranoicos a los que no se podía convencer de que no era deseable una tercera guerra mundial

Equipo Nizkor

Uno de los archivos referidos al Cono Sur desclasificados este mes por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, refiere a las opiniones de Juan Carlos Blanco, el ministro de Relaciones Exteriores durante los años más oscuros de la dictadura uruguaya (1973-76). Blanco está siendo juzgado por la desaparición de la maestra Elena Quinteros, ocurrida en Montevideo en 1976. Quinteros había intentado asilarse en la Embajada de Venezuela, de donde fue sacada en andas por efectivos militares. Esa intervención en territorio extranjero determinó la ruptura de relaciones entre ambos países hasta el retorno de la democracia a Uruguay en 1985.
Testimonios y documentos indican que ante el reclamo de Venezuela de que se le entregara a la joven, se realizó un cónclave cívico-militar en el que participaron altas jerarquías de la cancillería y los mandos militares para decidir el curso de acción. En dicha reunión se decidió deslindar responsabilidades sobre lo sucedido, lo que derivó en la desaparición y presunta ejecución de Elena Quinteros. Por tal motivo, éste año se ha denunciado a Blanco ante la justicia, circunstancia que ha sido posible debido a que la Ley de Impunidad de 1986 impide juzgar solamente a los militares y los policías que delinquieron durante la dictadura, no así a los civiles. A ello debe sumársele el hecho de que el delito de "desaparición forzada" sigue cometiéndose en estos momentos, al no haber pruebas del fallecimiento de Quinteros (como lo ha insinuado Blanco en su defensa).
El documento dado a conocer hoy por el diario "La República" de Montevideo, es un informe secreto dirigido al "Señor K", Henry Kissinger, por el agente Harry W. Shlaudeman, en el que se califica al entonces Canciller de la dictadura uruguaya (y luego, en 1985, Senador por el Partido Colorado) como "uno de los más brillantes y normalmente confiables miembros del grupo." A pesar de ello, Shlaudeman no puede evitar dejar en evidencia la tendencia hacia la paranoia del funcionario de la dictadura, quien se creía condenado a muerte por la "subversión marxista." El autor del documento fechado el 3 de agosto de 1976, es un funcionario de la CIA que operó en Nicaragua, Brasil y Chile, e integraba el equipo de analistas del Departamento de Estado.
Bajo el título de "La Tercera Guerra Mundial en Sudamérica", Shlaudeman hace aportes para la elaboración de la estrategia a utilizar por Estado Unidos con las dictaduras del Cono Sur, las que se consideraban en guerra con el comunismo internacional. El informe explica también por qué Estados Unidos debía intervenir para evitar que se formara un bloque regional de derecha que podría resultar inconveniente a sus intereses. El asesor de Kissinger opinaba que las dictaduras se sentían asediadas por "el marxismo internacional y sus exponentes terroristas" y por "la hostilidad de las democracias industriales desconocedoras de la situación que sufren," y entendía que por eso habían comenzado a coordinar su represión regional.
"Ahora coordinan actividades de inteligencia muy de cerca, operan en territorios de otros países con el fin de perseguir y atrapar a los 'subversivos' y establecieron la 'Operación Cóndor' para encontrar y matar a los terroristas del 'Comité de Coordinación Revolucionaria' en sus propios países y en Europa." Más adelante, con una liviandad que pone los pelos de punta, Shlaudeman agrega: "Brasil está cooperando con unas pocas operaciones de asesinato." El hombre de Kissinger explica que "Esta cerrada mentalidad al borde de la paranoia es quizás el resultado natural de las convulsiones de años recientes por las cuales las sociedades de Chile, Uruguay y Argentina han sido gravemente sacudidas, atacadas por la extrema izquierda. Pero los líderes militares, a pesar de la casi completa eliminación de la izquierda marxista en Chile y Uruguay, junto con el acelerado progreso del mismo objetivo en la Argentina, insisten que la amenaza todavía persiste y que la guerra debe seguir. El resultado de esta mentalidad, internamente, es la magnificación del aislamiento de las instituciones militares del sector civil, achicando, en consecuencia, el rango de las opciones políticas y económicas."
Shlaudeman obviamente considera un exceso paranoide el convencimiento del canciller Juan Carlos Blanco de estar combatiendo en una "Tercera Guerra Mundial," y anota que de todas maneras, "Esto es algo complicado de sugerir a un hombre como Blanco, quien cree -probablemente en lo cierto- que él y su familia han sido marcados. Uno no puede hacer más que admirar su valentía personal." Los 26 años de total impunidad que viene gozando Blanco dan un rotundo mentís a esa presunta "marcación," y -en cambio- hablan más de mezquindad y cobardía que de valentía.
El analista de Kissinger, también señalaba entonces su preocupación por la amplia definición de "subversión" que aplicaban los militares de la región, la que podía incluir a cualquier opositor a los planes de gobierno, como en efecto sucedió con el líder en el exilio del Partido Nacional, el Senador Wilson Ferreira, un hombre de centro derecha. Decía Shlaudeman: "La preocupación es el doble cuando existe la chance de persecución por la policía extranjera, actuando ésta sobre información indirecta, desconocida. Numerosos refugiados uruguayos fueron asesinados en Argentina, y existen divulgadas acusaciones de que la policía argentina está haciendo un favor a sus colegas uruguayos."
El agente de la CIA veía claro que "es importante para su ego, sus salarios, sus presupuestos, creer en una Tercera Guerra Mundial," y en un tono abiertamente paternalista, proponía que "cuando Argentina se estabilice, podemos tratar de convencerlos de que ya han ganado." Finalmente, el informe detallaba un plan para diferenciar las situaciones de cada país, y evitar así que se consolidara un eventual bloque "militar nacionalista" en la zona, aunque consideraba "convenientes" los niveles de coordinación de información y acción que las dictaduras realizaban. "Al tiempo, quizás podamos convencerlos de que una Tercera Guerra Mundial es indeseable", concluía el indiscreto Shlaudeman.
COMCOSUR