Algunos saqueos, muchos rumores y la complejidad de la crisis social
Por Eduardo Gudynas y Alberto Hein (*)
Globalización América Latina - CLAES (Uruguay)
/SURMEDIA
Pocos días atrás Uruguay volvió a centrar la atención
de América Latina y el mundo: en una vertiginosa sucesión de hechos
se decretó un feriado bancario bajo el contexto de una grave crisis económica,
tuvieron lugar algunos saqueos en los barrios más pobres de Montevideo,
a los que siguió una amplificación por medios de prensa y analistas,
a ritmo de vértigo el Parlamento aprobó una ley que intervino
los depósitos en la banca estatal, y como postre, el país recibió
una mega-ayuda del FMI, bancos internacionales y los Estados Unidos.
Entre todos estos acontecimientos, los disturbios que tuvieron lugar en la ciudad
merecen ser analizados con detenimiento. La escena, tan temida en Uruguay, de
saqueos en tiendas y supermercados, con corridas de gente y policías,
pareció concretarse finalmente. Hoy, días después de vividos
aquellos hechos, está claro que los incidentes fueron puntuales y acotados,
pero no es menos cierto que de alguna manera certifican muchos cambios profundos
en la sociedad uruguaya. En esta nota nos interesa analizar, en especial, algunas
lecciones que parecen asomarse para quienes trabajamos con sectores populares
y estamos interesados en cambios sustantivos hacia una nueva sociedad.
Saqueos y rumores
Los saqueos ocurrieron el pasado jueves 1 de agosto, especialmente en barrios
empobrecidos y marginales de Montevideo. Grupos de vecinos, con la presencia
de muchos jóvenes y niños, tomaron por asalto al menos 13 pequeños
comercios barriales; otros tantos fueron frustrados por la policía. En
muchos casos fue una pelea de "pobres contra pobres", ya que los comercios saqueados
eran pequeñas tiendas en esos mismos barrios, donde los dueños
son unos vecinos más. En general los atacantes se apoderaban de víveres,
aunque no faltaron aquellos que aprovecharon para otro tipo de hurtos.
La escena tan temida en Uruguay -los saqueos a comercios- finalmente hacía
su aparición. Era un hecho que nunca había ocurrido en el país.
Pero se sabía muy bien de qué se trataba ya que una y otra vez
los uruguayos observaron situaciones similares en la televisión argentina.
Frente a esos hechos, el gobierno y los partidos políticos (incluida
buena parte de la izquierda) repetían que éramos distintos: la
crisis uruguaya era distinta, la clase política era distinta, y el pueblo
distinto. Pero en pocas horas esa idea de la "diferencia" en un sentido positivo
quedó fuertemente herida entre muchos uruguayos. Era la consecuencia
de una acentuación de la crisis, la eclosión de niveles de pobreza
que no han dejado de crecer en los últimos años, y de altos niveles
de desempleo e informalidad.
La gravedad de la crisis económica durante el mes de julio, y en especial
el feriado bancario, golpearon fuertemente varias de las opciones de los grupos
más empobrecidos para enfrentar sus problemas. En esos días, los
trabajadores informales en las calles redujeron sus ingresos, la capacidad de
los comedores populares estaba superada, y hasta la caída de la generación
de basura en los hogares redujo la posibilidad de los hurgadores de lograr desechos
para vender o restos de comida para aprovechar. En esa situación de extrema
gravedad, las tensiones en los barrios más pobres eran evidentes.
Al día siguiente, viernes 2 de agosto, se sucedieron rumores sobre más
saqueos y alzamientos populares, y con el paso de las horas en algunos barrios
se vivía un cierto miedo colectivo, los comercios cerraban y la gente
estaba nerviosa. Los rumores se sucedían por toda la ciudad, y en muchos
casos fueron propalados por la propia policía sugiriendo a los comerciantes
que cerraran sus puertas con alusiones a "hordas" de gente que venía
desde los barrios más pobres. A pesar de que las estaciones de radio
informaban sobre la ausencia de disturbios, mucha gente desoía esas noticias,
y se repetían los cuentos sobre pretendidos ataques a populares tiendas
del centro de la ciudad. Al otro día queda en claro que nada de eso sucedió
y durante toda la jornada del viernes 2 de agosto no hubo ningún incidente.
Diferentes impactos
Los hechos sucedidos en esos días requieren una mirada rigurosa, no sólo
sobre los acontecimientos en sí mismos, sino sobre sus implicaciones
para cualquier salida colectiva. En primer lugar parece indispensable subrayar
la necesidad de un manejo más serio de la información. La ola
de rumores del viernes 2 de agosto desembocó en informes de prensa donde
se anunciaban alzamientos populares en Montevideo, y desde las tiendas ideológicas
más diversas: por un lado el corresponsal uruguayo de la CNN afirmaba
que en ese día continuaban los saqueos; por otro lado, un comunicado
de ALAI también sostenía que "por segundo día consecutivo
continúan produciéndose saqueos en los barrios marginales de Montevideo"
agregando que se ve a "cientos de desplazados arrasando con pequeños
comercios y secuestrando camiones con alimentos." Estos ejemplos se repiten
en otros medios.
Dejemos de lado comentar el nivel de rigurosidad que mostraron esos medios en
cuanto verificar las noticias que emiten, y cuáles serían los
"cientos" de desplazados que vieron esos corresponsales. Avancemos en algunas
reflexiones en un plano conceptual. Desde unas tiendas la imagen del saqueo
sirve al menos para invocar al miedo, y la necesidad de controles policíacos
y represión (una alusión que tristemente se vivió en un
noticiero de la TV montevideana), mientras deja en segundo plano el drama social
en los barrios más pobres. La pobreza y el hambre que allí se
viven quedan detrás de la idea de saqueos, violencia y necesidad de seguridad.
Desde otras tiendas, se alude a alzamientos populares como supuesto surgimiento
de movimientos sociales que luchan contra la injusticia. En su imagen más
exagerada, serían los primeros síntomas de una reacción
social contra el neoliberalismo. Unos apelan a esas imágenes para pedir
mas ajustes económicos y políticos, y otros añoran el cambio
radical.
Contexto complejo y contradictorio
La situación real es bastante más complicada. Eso viene quedando
en claro por los análisis que se han sucedido en los últimos días.
Por ejemplo, Raúl
Zibechi en Brecha, advierte acertadamente que en la
"vida social no existe, ni puede existir, algún fenómeno que no
tenga algún grado de organización", y si bien el concepto tradicional
de organización remite a instancias formales y visibles, también
existen otras de tipo "informal, inestable y escasamente visible", que son justamente
las que se observan en los sectores más empobrecidos. La investigación
de Zibechi no arrojó evidencias certeras de incitaciones partidarias
(de derecha o izquierda), de donde se plantea la posibilidad que "los habitantes
de las zonas marginalizadas hayan actuado por iniciativa propia".
En nuestra propia experiencia, desde CLAES como su institución madre,
el Centro Franciscano, por largos años se han mantenido diferentes vínculos
con líderes vecinales en muchas de las zonas afectadas por esos disturbios,
quienes apuntan en el mismo sentido de la complejidad y la contradicción.
Es importante comenzar por reconocer que en esos barrios se viven cotidianamente
situaciones de violencia. El arrebato y el pequeño hurto, sea por parte
de una persona aislada o una pandilla, son moneda corriente. La gente convive
con ello y sabe como adaptarse y defenderse, y en algunos casos a su vez aíslan
a las personas más complicados. Por esa razón, las imágenes
de los saqueos del jueves 1 de agosto no asombraron a los vecinos en esos barrios,
pero causaron un enorme impacto en el resto de los montevideanos. Es que buena
parte de la población vive de espaldas a esa realidad de la pobreza extrema,
muchos nunca han caminado por las calles de los asentamientos y estigmatizan
a todos sus habitantes como potencialmente peligrosos. Muchos sienten miedo
y desconfianza. Esa lejanía con la marginalidad se palpa incluso en varios
"analistas" universitarios que una y otra vez repiten la necesidad de políticas
sociales, ciertamente con la mejor intención, pero que tras sus discursos
parecen insinuar que nunca se adentraron en los barrios marginales.
Las imágenes del jueves 1 de agosto hacen imposible distanciarse de la
pobreza y dejan una profunda huella: buena parte de la población por
fin ha comprendido que miles de uruguayos viven en una situación de miseria
que obstinadamente negaron durante años al amparo del mito de la equidad
social; y por otro lado, son testigos de que ya no son inmunes a los cataclismos
sociales y al derrumbe del Estado incapaz de lograr mínimos niveles de
cobertura social.
Por otro lado también es necesario reconocer las dificultades para aprehender
la naturaleza contradictoria que se vive en esos barrios: a la vez hay muestras
de solidaridad como de violencia, inclusión como exclusión, complejas
redes de coordinación como desarticulación acentuada, y así
sucesivamente. Las visiones reduccionistas que intentan ver allí un caldo
de cultivo de delincuentes u holgazanes son tan falsas, como ingenuos son aquellos
que insisten en calificarlos a todos como movimientos sociales de una nueva
izquierda reaccionando contra el neoliberalismo.
La reacción gubernamental es un ejemplo de las dificultades para entender
esta nueva complejidad y por ello se cae en lugares comunes. El ministro del
Interior, Guillermo Stirling, sostuvo que existían grupos organizados
que atacaron el "estilo de vida" uruguayo, pero hasta ahora no ha provisto ninguna
prueba sobre cómo unas pocas pandillas, donde la mayoría visible
eran jóvenes, pueden desestabilizar a todo un país. Su teoría
más reciente acusa a grupos "anarquistas", y tampoco ha aportado pruebas
sobre ella.
La verdadera génesis de los saqueos del jueves 1 se complica más
cuando la coalición de izquierda y la central sindical reconocen que
son incapaces de rápidas y amplias convocatorias. Más recientemente,
la izquierda ha aludido que en la génesis de los disturbios participaron
intermediarios en el comercio informal, grupos de extrema derecha, y hasta personas
cercanas a uno de los partidos de gobierno. Actualmente existe alguna evidencia
que en los rumores del viernes 2 de agosto, participó la propia policía
en una nueva mezcla de miedo a supuestas bandas, como a cierta incompetencia
en montar operativos de seguridad pública.
Más allá de intentar una investigación sobre quienes promovieron
los disturbios (si es que eso ocurrió) o los rumores (lo que seguramente
aconteció), es evidente que las condiciones estaban dadas para que unos
pocos intentaran saqueos y para que muchos otros se asustaran.
Justamente ese susto es un hecho tan llamativo como los propios saqueos. La
reacción de la gente el viernes 2 de agosto, fue impactante. A pesar
de los desmentidos de varios medios de comunicación, fueron muchos los
que no creyeron en ellos, y repetían una y otra vez como ciertos los
dichos sobre hordas que saqueaban comercios. No es una cuestión menor,
y refleja el cansancio generalizado con una prensa mediocre, de la que casi
todos desconfían, especialmente por sus vínculos con el poder,
y que poco a poco se va erosionando. Una vez más el gobierno parece entender
poco de esta situación, y unos días después clausuró
una radio comunitaria acusándola de incitar saqueos. Sin embargo la señal
ha sido clara: en momentos de tensión, buena parte de los montevideanos
no confían en los medios de comunicación tradicionales.
Lecciones para movimientos alternativos
Los hechos sucedidos en Montevideo han generado los más dispares análisis
y resulta en ejemplos como los que relatamos arriba, así como otros comentarios
que se han sucedido en la prensa tradicional y alternativa. La posición
de actores conservadores, como CNN o medios similares, es bien conocida; pero
es más delicada la situación desde tiendas progresistas.
En varios casos, colegas y amigos están tan cansados del actual estado
de cosas que corren presurosos detrás de las reacciones populares, buscando
en ellas el germen de cambios mayores. Otras veces se confunden; se ilusionan
con las críticas que algunos hacen a la globalización o los organismos
internacionales, creyendo que ellas por sí solas significan una renuncia
a los credos neoliberales. Frente a situaciones como estas podríamos
preguntarnos qué señales nos brindan hechos como los que acaban
de suceder en Montevideo.
Las reacciones populares por sí mismas pueden tener varios significados;
en algunos casos pueden alumbrar procesos de cambios, pero en otros pueden ser
reaccionarias y hay incluso situaciones que son intentos de superar la agonía
de la pobreza. Justamente la crisis argentina sirve de lección para ser
más precavidos (¿recuerdan los comentarios de diciembre de 2001 que en
Buenos Aires anunciaban la caída del neoliberalismo por un nuevo protagonismo
popular?). En el caso uruguayo, los saqueos del jueves 1 de agosto no parecen
corresponderse por ahora con el surgimiento de un nuevo actor político
organizado, ni con la acción promovida desde partidos políticos
ya constituidos. Por ahora es difícil adjudicarle una intencionalidad
política, pero las condiciones de inestabilidad y tensión apagada
que se viven en el país pueden permitir que se tomen nuevos caminos.
Incluso, esos hechos sociales puede ser que no sean una reacción contra
las estrategias neoliberales, sino una consecuencia de ellas, y en especial
una consecuencia del derrumbe de las redes mínimas de protección
que mantenía el Estado. Sin duda que esa sería una triste situación,
pero no podemos descartarla.
En estos momentos se observa que si bien las manifestaciones vecinales se multiplican,
son también muy locales y están muy focalizadas, lo que expresa
una cierta debilidad política. Esos agrupamientos por un lado muestran
una fortaleza y diversidad envidiables; en el caso montevideano en los últimos
días se han multiplicado puntos de atención, especialmente con
comida, que son mantenidos por los propios vecinos, sin apoyo ministerial, municipal
o empresarial. Pero por otro lado, estas expresiones vecinales tienen dificultades
de articular redes políticas (no en un sentido partidario, sino en uno
más amplio) y en discutir temas de fondo sobre las estrategias de desarrollo
del país. Es el caso de un grupo de vecinos que tiene como meta principal
mantener viva una olla popular, pero ya no logra debatir apropiadamente la circunstancia
económica nacional que determina la existencia de esa olla. Esta limitación
a su vez explica las dificultades para organizar redes más amplias con
otros grupos en condiciones similares en otros puntos de la ciudad, como con
otras instituciones que trabajan en cuestiones diferentes, aunque complementarias.
Un hecho similar golpea a las ONG y asociaciones barriales uruguayas, ya que
deben dar más y más respuestas puntuales a demandas urgentes,
tales como constituir un merendero o brindar ropa de abrigo. Esas instituciones
y los líderes locales viven la vorágine de la demanda constante
que impide fortalecer otros aspectos en las redes ciudadanas y elaborar colectivamente
propuestas alternativas. En muchos casos ni siquiera hay tiempo para ello. Por
lo tanto, el debate y la construcción política se encuentran muy
golpeados, a veces debilitados.
Desde los espacios de la política tradicional poco puede esperarse. Algunos
pocos guardan la esperanza que sus gobiernos, frente a la crisis que se generaliza
en América Latina, den un vuelco hacia una nueva actitud y nuevos planes
de gobierno --no ha faltado quienes escuchan ilusionados al presidente Lagos
de Chile criticando a la globalización, ilusionados en un vuelco a la
izquierda en su gobierno; otros esperan que los cuestionamientos de varios países
andinos a los organismos internacionales significa que los presidentes Toledo
o Noboa renunciarán a sus modelos economicistas. Nosotros somos muy escépticos:
a pesar de esos dichos, si se examina con atención la situación
en esos países y las acciones concretas de esos gobiernos, es claro que
no se anuncian cambios progresistas y todos mantienen estrategias muy conservadoras.
Otro tanto sucede en Uruguay: el cambio en el equipo económico no significa
ninguna modificación en la esencia del programa económico del
país, mientras varios analistas de la propia izquierda reconocen en privado
el empantanamiento de la búsqueda de alternativas.
Justamente por estas cuestiones, los saqueos del jueves 1 de agosto tienen mucho
de consecuencia de la exclusión en lugar de reacción a esa condición;
en algunos aspectos son una consecuencia de la imposición de un orden
neoliberal antes que un síntoma de transformación. Por cierto
que en tanto acción social a su vez produce nuevos efectos y escenarios,
y por eso se podrían abrir algunas puertas de cambio en el futuro.
Tareas pendientes
Frente a este escenario tan complejo no está demás recordar donde
nos encontramos nosotros mismos --quisiéramos un mayor protagonismo popular
y acciones de mayor envergadura que puedan detener estos ajustes económicos
y volcar las decisiones hacia un nueva economía y una nueva política.
Siguen vigentes las denuncias sobre las nefastas consecuencias de aplicar recetas
neoliberales en nuestros países - sobre estos y otros temas CLAES y muchas
otras ONGs ha tenido una larga actuación. Ni tampoco estaría de
más aceptar que, a estas alturas, casi todo el mundo está de acuerdo
en que el FMI es una institución que genera más problemas que
los que resuelve.
Pero bajo estas condiciones, esas denuncias ya no son suficientes. El alumbrar
un nuevo camino de alternativas requiere unos cuantos componentes más
que la denuncia y la crítica. Es esencial un análisis más
riguroso de estas nuevas manifestaciones sociales, sopesando desapasionadamente
sus aspectos positivos y negativos, y fortalezas y debilidades. Esos análisis
críticos son cada vez más necesarios para entender los empantanamientos
en los que está quedando la reacción ciudadana, y no deberían
ser tomados por la izquierda anquilosada como una traición. En el mismo
sentido, son indispensables nuevas formas de relacionamiento e inserción
con los grupos marginalizados, los que vienen elaborando sus propias redes de
interacción con códigos e intereses en muchos casos distintos
a los que conocemos. Es todavía más necesario elaborar estrategias
alternativas más concretas, con mejores fundamentaciones de su posibilidad,
que sean muy bien debatidas y explicadas, e incluso llevarlas a la práctica
allí donde sea posible para ampararnos en la fuerza del ejemplo.
La actual crisis y el descalabro generado por las duras políticas de
sesgo economicista hacen muy palpables sus limitaciones, y por esa razón
nuestro esfuerzo no sólo sigue vigente, sino que ahora es mas urgente.
(*) Eduardo Gudynas es investigador en CLAES; Alberto Hein integra CLAES,
es además responsable de un refugio del "Plan Invierno" de apoyo a personas
en situación de calle, ejecutado por el Centro Franciscano de Uruguay,
y es redactor responsable de "Factor S", la revista de los sin techo.
Se publica por gentileza de los autores