El riesgo Lula y la Colombina
Frei Betto Servicio Informativo "alai-amlatina"
Brasil es un país de alto riesgo para quien vive en él. Basta
verificar los índices de violencia (40 mil asesinatos por año);
los edificios cerrados como penitenciarias de lujo; el poder paralelo del narcotráfico;
el número de secuestros y matanzas; la pobreza y la miseria que llegan
a 53 millones de personas.
Quien está afuera -y solo en los Estados Unidos son cerca de 700 mil
brasileños- únicamente ve el riesgo cuando piensa en regresar
al país. Excepto los especuladores internacionales, que no cambian lo
seguro (la sangría de dólares que el Brasil derrama en sus bolsillos)
por lo dudoso (la política económica de un eventual gobierno de
Lula).
Si Lula fuera electo, los especuladores van a sentirse como los viciosos del
juego cuando se cerró el Casino de Urca, en abril de 1946. Guardada la
ruleta, ya no podían arriesgar su dinero. En el caso de los especuladores,
el verbo correcto es multiplicar. Pues en el Casino de la Especulación,
la ruleta es alterada. Quien apuesta mucho nunca pierde. Aunque el propio casino
quiebre.
Al señor Geraldo, mi vecino en Belo Horizonte, le gustaba jugar en el
casino de Pampulha, hoy transformado en museo de arte. Apostaba algo y casi
siempre ganaba. Años después, cuestionado por Macedo, jugador
que siempre perdía, el Sr. Geraldo le contó el secreto de su aparente
suerte: era amigo del croupier y, en común acuerdo con él, hacía
grandes apuestas para atraer a otros jugadores. Quien apostaba poco, como el
Macedo, raramente ganaba. Sin embargo el Sr. Geraldo era recompensado por desinhibir
a los afortunados y dar ganancias a la casa.
En el casino global, los perdedores blufean. La WorldCom, dueña de Embratel,
registraba gastos como facturación. Es lo que hace el gobierno de Fernando
Henríquez Cardoso(FHC): registra como inversiones los empréstitos
que toma de afuera. Eso explica el hecho de que, desde mayo, Brasil deba, por
cada R$100 producidos, R$56 a los acreedores internos y externos. Hoy, la deuda
líquida total del sector público es de R$708,4 mil millones, y
corresponde a 56% del PIB. Es la relación más negativa deuda-PIB
de la historia del país (y, dígase de paso, que esos ocho años
de gobierno de FHC son el período en el que Brasil creció menos,
desde la proclamación de la República).
En la huerta de los especuladores, Lula funciona como un espantapájaros.
Allá en Arizona el pequeño inversionista escucha decir que la
economía de Brasil va a empeorar si Lula fuera electo. Trata de vender
barato sus papeles a los especuladores quienes, más tarde, los venderán
caro en el mercado.
Si el juego económico no es suficiente para revertir el índice
de aprobación a la candidatura de Lula, se recurre a las emboscadas éticas,
ahora inclusive con la participación de la Policía Federal: denuncias
infundadas, archivos inventados, especulaciones fantasiosas. Durante la campaña
de 1994, tomé un taxi cuyo conductor declaró que no votaría
por un candidato que aparentaba ser defensor de los trabajadores pero que vivía
en una mansión en Morumbi, el barrio más elegante de San Paulo.
Le desafié a que me llevara hasta allá. En caso de que quedara
confirmado lo que él decía, yo pagaría el valor de la carrera
multiplicado por cinco. Caso contrario, él no me cobraría nada.
Evidentemente, no apostó.
El riesgo no está en que Lula gane, está en que Brasil continúe
rehén de la subida de los intereses, y ahora, del dólar; más
endeudado que borracho cuñado del dueño de cantina; con sus índices
sociales cada vez más deteriorados. No había Lula en Argentina,
la mejor alumna del FMI, condenada a la depresión. Si la situación
del país va mal, la culpa es de quien gobernó en los últimos
años. Si no hay un cambio, en breve seremos una Colombina, mezcla de
Colombia con Argentina.
Hasta octubre, todavía hay tiempo para que todos sepan que Lula robó
la Copa Jules Rimet, mató a Dana de Teffé, escondió a Elias
Maluco, disparó a la prefectura de Río y tiene una fortuna en
paraísos fiscales. Así quedarán todos con mucho miedo de
ser felices.