3 de agosto del 2002
Colombia: El irónico adiós de Pastrana
Alpher Rojas Carvajal
Rebelión
El gobierno que concluye será recordado con repudio por los colombianos
no tanto por haber convertido en insignias visibles de su gestión la
mediocridad y la corrupción, sino también por haber superado la
incapacidad de otros que en la historia reciente transitaron con más
pena que gloria por el solio presidencial de Bolívar. Porque lo evidente
es que el grisáceo principito que saltó de un noticiero de televisión
a la primera magistratura de la nación, por lo menos no sabía
nada, pero no lo sabía, mientras que otros "estadistas", cargados de
pedigree político malgastaron en ventanillas siniestras, en estatutos
de seguridad y en modelos neoliberales, las esperanzas de un pueblo que en la
ingenuidad de su sufrimiento llegó a creer en la posibilidad de invertir
las relaciones de poder vigentes en beneficio de la reconstrucción democrática
del país. Desde una perspectiva meramente ética, podría
considerarse que los desastres anteriores no hubieran sido posibles de superar.
Pero Pastrana fue más allá y trasteó a los colombianos
del festival de la esperanza al pantano de la incertidumbre. La alebrestada
godorrea que hace cuatro años creía haber tocado el cielo con
la mano de la tecnocracia neoliberal para acceder a los estadios de la "modernización",
muy pronto empezó a leer en los dislates morales de la Alianza para
el cambio la sombría asociación de los corruptos, un "gobierno
de negociantes" como valerosamente lo denunció la senadora Piedad Córdoba.
Ni siquiera el calculado impacto publicitario -o efecto Alka Seltzer- del proceso
de paz, ni las estratagemas de la diplomacia, lograron disipar las evidencias
de un proyecto de fraternidad gremial destinado a fortalecer la acumulación
de las oportunidades, la malversación de los dineros públicos
y su entrega deshonrosa al FMI.
Muy tarde empezó a darse cuenta el país que el poder de Pastrana
no estaba localizado sólo en el aparato del Estado, sino en otros escenarios
que funcionaban fuera de él, por debajo de él, ahí a su
lado, de una manera mucho más minuciosa y cotidiana, que había
conformado una parainstitucionalidad, una red de complicidades entre el poder
político, el mundo financiero nacional y las corporaciones multinacionales,
a través de la cual nutrió la codicia omnívora de los contratistas
amigos en el Plan Colombia y el FOREC, por ejemplo. Así, emergieron los
negociados de Dragacol, Chambacú, los de los bancos Andino y del Pacífico
y decenas de pústulas que gangrenaron el tesoro nacional, para no hablar
de las incursiones torticeras de su secretario privado el "runcho" Hernández,
del jefe de seguridad presidencial y de otras "yerbas del pantano" que en sus
propias barbas hicieron su agosto.
Si solo fuera eso, vaya y venga, como se dice coloquialmente. Pero este gobierno
entrega el país con el 53 por ciento de la tierra en manos del 1.8 de
los propietarios, y una fuerte concentración en el mercado de capitales,
según un estudio oficial divulgado por la Contraloría General
de la República. Allí se indica que el país retrocedió
10 años en concentración de riqueza y que enfrenta un desolador
panorama de aumento de la pobreza y de indigencia. La exclusión social
es tal que hay más de 3.5 millones de niños sin escolaridad, y
el analfabetismo llega al ocho por ciento de la población mayor de 15
años. Así mismo, el 59.8 por ciento de la población -calculada
en 46 millones de habitantes- se encuentra por debajo de la línea de
pobreza, y el 23.4 por debajo del punto de indigencia, lo que significa que
unos 11 millones de colombianos no perciben ingresos de alguna índole,
o viven con menos de un dólar al día. Igualmente, según
el informe, el 82.6 por ciento de la población rural está por
debajo de la línea de pobreza, y la indigencia en ese sector bordea el
40 por ciento, a lo cual se agrega que aproximadamente dos millones de personas
-de los cuales un 47 por ciento son mujeres y niños- han sido desplazadas
por el conflicto armado interno.
Y al pensar en los millones de colombianos marginados y burlados por el pastranismo
no puede eludirse la frase que estos días recordaba un intelectual europeo
puesta en boca de Vito Corleone por Francis F. Coppola a la hora de explicar,
en la película El Padrino, los ajustes de cuentas a sus víctimas
o allegados: 'No es nada personal. Son sólo negocios'. En otro país
con menos vicios y más ética pública, el expresidente Pastrana
no podría irse a vivir tranquilamente a la lujosa mansión que
ya adquirió en Madrid, España, sino que sería sujeto de
judicialización pública y entregado, por ejemplo, a la Corte Penal
Internacional.
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