23 de agosto del 2002
La Lucha Electoral en Bolivia
Rolando Ramírez
Las recientes elecciones generales en Bolivia encierran una enseñanza
fundamental que es necesario asimilar.
La revolución de 1952, actuada por el pueblo boliviano pero usufructuada
por la burguesía, no liquidó la opresión imperialista ni
liquidó por completo la semifeudalidad. Y al no resolver ni lo uno ni
lo otro, no resolvió tampoco el problema nacional, heredado de la Independencia.
Con la aplicación del modelo neoliberal, la situación del pueblo
boliviano ha empeorado en todos los aspectos. A esto se agrega el hecho de que
el imperialismo norteamericano ha impuesto por intermedio de las clases dominantes
nativas un programa de erradicación de la hoja de coca. Precisamente
la aplicación de este programa ha provocado la resistencia del campesinado
cocalero particularmente, pero también de otros sectores de las clases
trabajadoras.
Las elecciones del 30 de junio han dado como resultado un notorio descenso del
caudal electoral de los partidos de las clases dominantes. Incluso el vencedor
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el partido más orgánico
de la burguesía intermediaria del imperialismo, alcanzó un magro
22 por ciento que lo obligó a buscar una "concertación nacional"
que resultó en una flaca alianza con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
y otros partidos de escasa representación parlamentaria. Por su parte,
el Movimiento Al Socialismo (MAS) obtuvo el segundo lugar con una votación
porcentualmente menor apenas en dos puntos con respecto al ganador MNR. Este
porcentaje obtenido por el MAS, sorprendente para muchos, es el resultado de
la creciente lucha del pueblo boliviano contra sus opresores internos y externos;
es el índice de una temperatura más o menos elevada de las masas,
y especialmente del campesinado indígena.
Por otro lado, hay que anotar que no deja de ser expresivo que el Movimiento
Indígena Pachacuti (MIP), conformado por los sectores políticamente
más atrasados de los pueblos originarios, haya alcanzado el 6 por ciento
de la votación. Con su socialismo andino en oposición al socialismo
científico y su lucha étnica en oposición a la lucha de
clases, el MIP representa el pasadismo pequeñoburgués de quienes
con estéril nostalgia pretenden reconstruir con algunos aderezos el Collasuyo.
Por su manifiesto anticomunismo, el contingente más beligerante de este
movimiento puede convertirse en determinadas circunstancias en reserva de la
reacción.
En Bolivia la idea del sindicato-partido está más o menos extendida.
Un conocido dirigente del MAS, por ejemplo, sostiene que el partido no es necesario,
que el sindicato reemplaza al partido, que la lucha por el Poder es tarea de
los sindicatos. Esta posición, semejante a la del sindicalismo soreliano,
no reconoce los límites del sindicato como organización ni los
límites del sindicalismo como movimiento, y, así, al sobreestimar
el espontaneismo en contra del papel de la conciencia socialista, lo que hace
finalmente es convertir la lucha por el poder en una mera frase.
Precisamente el MAS aparece como un intento de reemplazar el partido con el
sindicato. Y justamente en el intento empieza a mostrar los límites del
sindicalismo. En efecto, el MAS tiene un programa de reivindicaciones inmediatas
pero no un programa de cambio del sistema; lo que quiere decir que no tiene
una estrategia de Poder. Evo Morales, su líder, ha declarado una y otra
vez que pasarán "de las protestas a las propuestas" y que lucharán
por "resolver pacíficamente los problemas". Incluso, el MAS propuso en
su momento una "concertación nacional", "estabilizar la economía"
y "conseguir la paz social" como puntos de negociación con los partidos
burgueses. Todas estas sinceras declaraciones revelan una fisonomía reformista
y una disposición al compromiso con sectores de la burguesía.
De hecho, el MAS es básicamente un frente de sindicatos campesinos cuya
dirigencia no distingue entre vieja democracia y nueva democracia, entre democracia
burguesa y democracia socialista. Por eso lucha contra el modelo neoliberal
pero no contra el sistema mismo. Y por eso su lucha es electorera y no electoral.
Desde luego, en sus filas existen algunos elementos revolucionarios, de cuya
capacidad o insolvencia depende el porvenir de la lucha de las masas del MAS.
Pero si este frente de sindicatos ha logrado el apoyo electoral de vastos sectores
de las clases trabajadoras, es entre otras cosas porque las organizaciones marxistas
realizan una actividad deficitaria, limitándose a un trabajo artesanal
sin perspectivas, porque adolecen de un plan estratégico de construcción
de los tres instrumentos; porque, específicamente, no comprenden el papel
de la lucha electoral como parte de la preparación de la revolución.
Por eso, si el sindicalismo aparece hoy con talante de agrupación política,
es porque las organizaciones marxistas no cumplen con talento sus deberes. Este
incumplimiento no sólo explica en gran medida el protagonismo del sindicalismo,
sino que incluso lo justifica hasta cierto punto.
En el ¿Qué Hacer? Lenin sustentó la relación entre
la espontaneidad y la conciencia socialista, la diferencia de principio entre
la política tradeunionista y la política socialista, entre los
métodos artesanales y los métodos revolucionarios de trabajo.
Y en Enfermedad Infantil demostró el papel de la lucha legal y
específicamente de la lucha parlamentaria en la preparación de
la revolución.
Estas cuestiones están pues esclarecidas hace decenas de años.
Pero el cretinismo espontaneista de unos y el cretinismo artesanal de otros
gravitan todavía negativamente en el movimiento popular boliviano. Del
mismo modo como gravitan el cretinismo abstencionista de unos y el cretinismo
parlamentario de otros. Y, bien se sabe que si prosternarse ante el espontaneismo
es una posición burguesa, aplicar métodos artesanales de trabajo
es echar raíces en el sistema. Y que si no utilizar la lucha parlamentaria
es una enfermedad infantil, utilizarla con meros fines de oposición es
una enfermedad senil.
En el mundo actual, no puede haber revolución sin un partido revolucionario.
Esta es una verdad indiscutible; una verdad que debe ser comprendida por todos
los que realmente quieren cambiar el sistema social vigente. La época
de las explosiones populares espontáneas con posibilidades de conquistar
el Poder periclitó con la Comuna de París. Así pues, desde
hace más de un siglo las condiciones de la lucha de clases exige que
la revolución cuente con la acción dirigente de un partido. No
de cualquier tipo, desde luego, sino precisamente de un partido de nuevo tipo;
de un partido con un plan estratégico; de un partido que sepa combinar
la lucha legal con la lucha ilegal, la lucha por las reivindicaciones inmediatas
con la lucha por el programa de la revolución, la táctica con
la estrategia. Justamente esta verdad es la que demostró Lenin con la
praxis irrecusable de una revolución victoriosa.
De hecho, la lucha legal no es la vía de la revolución. Pero "la
participación en las elecciones parlamentarias y la lucha en la tribuna
parlamentaria es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario,
precisamente para educar a los elementos atrasados de su clase, precisamente
para despertar e ilustrar a la masa aldeana analfabeta, ignorante y embrutecida"
(Lenin). Por eso, el comunismo asiste "a las elecciones con meros fines de agitación
y propaganda clasistas"; y, por eso, "los parlamentarios comunistas no parlamentan.
El parlamento es para ellos únicamente una tribuna de agitación
y de crítica" (Mariátegui)). Así pues, para el comunismo
la lucha electoral y la lucha parlamentaria no son más que una forma
de crear opinión pública y acumular fuerzas; un método
especial que sirve para medir la temperatura de las masas; una parte del trabajo
de preparación de la revolución y nada más.
Como ha quedado dicho, para llevar al triunfo la revolución es una necesidad
fundamental que el proletariado cuente con un partido de nuevo tipo. Pero, evidentemente,
es necesario también un frente que una a las cuatro clases oprimidas
en la lucha común contra el enemigo común. Precisamente la construcción
de este frente es tarea del partido del proletariado. En Bolivia, este frente
puede construirse sobre la base de organizaciones de masas y de organizaciones
partidarias; de organizaciones de masas con capacidad de lucha contra el enemigo
común y de organizaciones partidarias con una estrategia de Poder. Por
consiguiente, este frente no puede ser en ningún caso sino un frente
de nuevo tipo; esto es, un frente para el cambio del sistema y no para un simple
cambio de gobierno.
Lenin señala con toda razón que el problema fundamental de la
revolución es la cuestión del Poder. Y la cuestión del
Poder no es un problema que se resuelve pacíficamente. De hecho, la revolución
implica la violencia del pueblo contra violencia de las clases dominantes. Es
decir, implica necesariamente la guerra del pueblo, la conquista violenta del
Poder. Por eso, José Carlos Mariátegui señala que "el Poder
se conquista a través de la violencia" y que "se conserva el Poder sólo
a través de la dictadura". Esta sencilla verdad ha sido largamente confirmada
por la historia de todas las revoluciones.
Así pues, el pueblo no debe hacerse ilusiones con relación a la
lucha legal (parlamentaria, municipal), sencillamente porque "los cauces legales
no pueden contener una acción revolucionaria" (Mariátegui). Estos
cauces tienen su límite, ya señalados más arriba. En realidad,
el verdadero cauce de la revolución es la acción directa de las
clases oprimidas, la acción histórica independiente de las masas.
Es esta acción, precisamente, la que contiene la necesidad y la posibilidad
real de la revolución.
En conclusión, la contienda electoral del 30 de junio en Bolivia encierra
esta enseñanza fundamental: para llevar al triunfo la revolución,
se necesita doctrina (partido), programa (frente unido) y fusiles (ejército).
Sólo con esta triple arma el pueblo de cualquier país puede desguazar
el Estado de las clases dominantes y establecer el suyo propio. Que no tendrá
que ser ya un Estado stricto sensu, sino un Estado-Comuna, un semi-Estado,
un Estado en extinción.