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Latinoamérica

6 de agosto del 2002

Con una pequeña ayuda de mis amigos
Estado libre asociado

Samuel Blixen
Brecha

"De ninguna manera puedo permitir que caiga mi amigo Jorge", dijo George W Bush en el momento de autorizar un préstamo puente del Departamento del Tesoro por 800 millones de dólares.
El presidente de Estados Unidos seguramente maneja información privilegiada, pero nada hacía sospechar, el martes 30 por la tarde, que el presidente Jorge Batlle estuviera perdiendo el equilibrio en su sillón presidencial. El presidente Bush debería explicar el alcance de sus alusiones. Y si Jorge Batlle, el "amigo Jorge", tiene un mínimo de dignidad, debería aclarar a sus gobernados si efectivamente estaba a punto de caer, caer de dónde, caer cómo, caer por qué. Y debería informar qué condiciones impone su "amigo George" para otorgar tal préstamo, porque seguramente la letra chica del contrato explica el sorpresivo sarpullido de "solidaridad" que aquejó a Bush.
El presidente Batlle debería explicar qué cosas prometieron Ariel Davrieux e Isaac Alfie en esos cinco días en Washington en que golpeaban puertas sin éxito, mientras el dinero, aquí, se escurría de los bancos y las reservas del Central se agotaban hasta que sobrevino el feriado bancario. Alfie era uno de los testigos más calificados de esa crítica situación y su calidad de asesor directo del ex ministro de Economía no lo inhibió de retirar una gran parte del dinero propio que tenía colocado en una institución bancaria privada.
El secretario del Tesoro se permitió, hace unos días, criticar "esas políticas que permiten que el dinero que otorgan los organismos multilaterales se fuguen de los bancos", pero el presidente Batlle, a diferencia de sus colegas argentino y brasileño, prefirió ignorar la alusión (que calzaba al dedo con la situación uruguaya) y no se dio por enterado, con lo que evitaba la molestia de tener que pedir rectificaciones y reclamar excusas, como hizo Fernando Henrique Cardoso. Sin embargo, esa política que critica el secretario del Tesoro fue impuesta por el Fondo Monetario Internacional (fmi). Fue el fmi el que condicionó el préstamo de blindaje al sistema bancario a que no se impusieran mecanismos de seguros a los bancos y a que se devolvieran puntualmente los depósitos aun cuando no se detuviera la corrida. Fue el fmi el que obligó al rescate estatal de los bancos vaciados. Fue el fmi el que condicionó los préstamos a una reprivatización de las instituciones en no más de seis meses. Fue el fmi el que exigió una reestructura del sistema financiero una vez que se superara la crisis. Y fue el fmi el que impuso la libre flotación del dólar, la aprobación a tapas cerradas del ajuste fiscal y las políticas recesivas del proyecto de rendición de cuentas.
El relato que algunas "fuentes confiables" aportan sobre las gestiones de Davrieux y Alfie en Washington es patético: el jueves 25 de julio los dos "negociadores", a poco de llegar, ya hacían las valijas para el retorno, aplastados por la dureza e intransigencia del fmi. Entonces, en el "último minuto", a escala hollywoodense, recibieron una llamada del Departamento del Tesoro y una declaración de amor del presidente del país más poderoso del mundo hacia el débil mandatario del país más chico de la región financieramente más castigada del mundo: "No puedo dejar caer al amigo Jorge".
El suspense que anticipa el happy end es revelador de un "corralito" ideológico. No hay que ser muy perspicaz para comprender que desde hace un tiempo -desde que los "agentes económicos" exhiben histeria, las calificadoras de riesgo se vuelven volubles, y las bolsas caprichosas como quinceañeras- el fmi y el Departamento del Tesoro están jugando al "bueno y el malo" mientras los pueblos de la región se hunden cada vez más en la pobreza y en la desesperación.
Si las reservas del Banco Central se agotaron fue porque buenos y malos impusieron la condición de que el Estado debía respaldar los depósitos y aguantar, solo, la corrida. Si el ministro Bensión fue obligado a utilizar fondos de Rentas Generales para asistir al Banco Comercial es porque lo dispusieron en Washington. Si el gobierno resolvió "gestionar" los bancos fundidos para reprivatizarlos es porque alguien lo sugirió en los oídos de los "lobbystas" vernáculos a 30.000 dólares mensuales.
Esta política implantada con escasísimo margen de autonomía se comió las reservas, disparó el dólar e hizo crecer el aparato de la banca estatal. Llevó al país al borde de la bancarrota, y fue entonces cuando el "amigo George" entró en escena, mientras su ministro de Economía decía que todo lo que se había hecho estaba mal. El gobierno rectifica, como corresponde: liquida bancos, asume carteras deudoras e impulsa una reestructura del sistema. Claro: una vez que las pirañas accionaron sus mandíbulas (comiéndose los buenos clientes de los bancos débiles), descubrimos que la plaza financiera no es lo que era, que habrá que achicar, y si desde 1985 hasta la semana anterior estuvimos poniendo dinero a lo bobo para preservar su estabilidad, ahora habrá que admitir que gastamos al cuete.
La banca extranjera hizo su propia selección nacional de la especie; ahora le toca a la banca oficial porque, dice el razonamiento de los colonizados mentales, "el fmi no acep- ta que el Estado controle el 90 por ciento de la actividad". Habrá que liquidar los bancos gestionados y aquellos de gestión mixta en los que los socios privados no capitalicen, salvo, claro está, el Comercial, porque si bien el Crédit Suisse, el Dresdner y el JP (pronúnciese "Gi Pi") Morgan hoy no están dispuestos a capitalizar, quizás lo hagan en el futuro; aunque no se explica bien por qué, parece que es necesario que exista un Banco República privado. Para que todo este paquete funcionara, era necesario crear el suspense adecuado.
Pero el esquema, como el amor, necesita de dos. Hace meses que la línea económica del gobierno está cotidianamente dictada por el fmi y el Departamento del Tesoro. El presidente Batlle ha cumplido punto por punto lo que le han reclamado, pero no ha llorado ante la visión de escolares comiendo pasto. Ha aceptado sumisamente desplegar una receta que se sabía de antemano que estaba destinada al fracaso y que incrementaba la deuda externa a extremos en que sería imposible pagar siquiera los intereses, pero no ha tenido un gesto de sensibilidad ante el empobrecimiento, la desocupación y la carestía.
Premeditadamente, con la aprobación de nuestros gobernantes y el respaldo de una coalición parlamentaria de brazos enyesados, nos han traído a este callejón sin salida. La deuda externa y las reservas del país consumidas en una estrategia de defensa del sistema bancario que se desplomó como la línea Maginot; un sistema financiero que, como acaba de afirmar Tabaré Vázquez, "está corrompido hasta sus raíces". Se ha fracasado incluso en el rescate de ese sistema corrupto con una generosa indolencia ante las estafas, una incapacidad total para el control pero una determinación inquebrantable para aumentar tarifas y aplicar ajustes. Ahora sabemos que para el "amigo George" la docilidad de la Presidencia de la República vale 800 millones de dólares.
¿Qué nos queda en esta tierra arrasada por el modelo neoliberal? Nos quedan, además de algunos cuantos vendepatrias que se han enriquecido escandalosamente, las empresas estatales. El "amigo George" va a querer cobrarse con ute, con Antel, con ancap. Si tendió ese puente de 800 millones es porque ya tiene en el bolsillo la garantía de nuestros activos. Dentro de un tiempito nos dirán que estamos obligados a honrar "nuestros" compromisos; serán los mismos que en la última campaña electoral pronosticaron que el Frente Amplio llevaría el país a la bancarrota y que nos tranquilizaron sobre nuestras deudas en dólares porque aseguraron que el Partido Colorado no devaluaría.
Para cuando "honremos" los compromisos de los que no nos informaron vendiendo las joyas de la abuela seremos, explícita o implícitamente, como Puerto Rico, un "Estado libre asociado", al fin y al cabo una de las opciones que le queda a este tapón que deja de ser nación.