29 de agosto del 2002
Acuerdo con el FMI
Capitalismo de amigotes
María Urruzola, Brecha
Una de las acusaciones más sugestivas que pesan sobre el Fondo Monetario
Internacional es su política de secreto. Los acuerdos con los países
no se dan a conocer o, en caso de ser publicados, a veces lo son después
de haber sido "limpiados" de informaciones importantes, como algunos criterios
de medición del éxito de un programa o de su suspensión,
o los plazos reales.
De la misma forma se mueven los gobiernos concernidos por la firma de cartas
de intención, lo que es peor aun porque ocultan información a
la ciudadanía en nombre de la cual actúan y que sufrirá
los acuerdos realizados. Violan así, esos gobiernos, uno de los derechos
humanos básicos establecidos en prácticamente todas las constituciones:
el derecho a la información. El ya famosísimo Joseph Stiglitz,
premio Nobel de Economía 2001, ex asesor de Bill Clinton y ex economista
jefe del Banco Mundial y su vicepresidente hasta 2000 -al que renunció
empujado por sus discrepancias con el Tesoro estadounidense- escribió
que "en el estilo de acción del FMI, los ciudadanos (un fastidio, porque
demasiado a menudo se resisten a apoyar los acuerdos y más a compartir
las percepciones sobre lo que es una buena política económica)
no sólo fueron marginados de las discusiones de los acuerdos, sino que
ni siquiera fueron informados sobre su contenido. (...) En algunas ocasiones
me encontré con directores ejecutivos (como se llama a los representantes
que las naciones nombran conjuntamente para el FMI y el Banco Mundial) que no
sabían nada".
El asunto viene a cuento porque desde el mediodía del miércoles
21 hasta las 16 horas de ayer jueves, casi al cierre de esta edición,
BRECHA protagonizó un involuntario "sainete teléfonico" en pos
de la versión oficial de la carta de intención firmada por Uruguay,
que resultó no estar publicada formalmente en absolutamente ningún
sitio web: ni en el del FMI, ni en el de Presidencia de la República,
ni en el del BCU. En el Banco Central manifestaron sorpresa, en la oficina del
FMI en Montevideo -ubicada en el propio BCU- también, aunque en una segunda
conversación (ayer) con el propio representante del FMI, el suizo-chileno
Andreas Bauer, adujeron "complicaciones técnicas" para explicar el retraso
en la publicación, mientras que en la Secretaría del ministro
de Economía el miércoles contestaron que Alejandro Atchugarry
acababa de dar la orden de publicación y el jueves informaron que la
autorización al FMI había sido firmada el miércoles 14
y que "en breves minutos" la carta sería publicada en la página
web del BCU.
Parece de mínima responsabilidad que los actores sociales -entre los
cuales la prensa- no pierdan de vista esa tendencia al "secretismo" del FMI
y el antecedente de la reciente actuación del gobierno uruguayo en el
caso del Banco Comercial, sobre el cual la ciudadanía se desayunó
bien tarde de que la capitalización de los socios privados era en realidad
un préstamo al gobierno, recuperable en diez años; es decir que
se mintió oficialmente. La suspicacia no está de más cuando
los acuerdos con el FMI penden de realidades que varían semana a semana
o mes a mes -el realizado en junio murió antes de ser implementado-,
y cuando toda carta de intención conlleva de oficio la elástica
frase de que "el gobierno permanece preparado, en consulta con el Fondo, para
tomar cualquier medida adicional necesaria para asegurar el éxito del
programa".
(Siendo las 15.01 del jueves, la página web del BCU no registra novedades,
y siendo las 15.10 tampoco el anexo Uruguay de la página del FMI.)
Sobre la necesidad de un acuerdo con el FMI se pueden tener muchas opiniones,
pero algunas francamente no, salvo que el objetivo sea tomarle el pelo a la
ciudadanía. Que el jefe de la Asesoría Macroeconómica del
Ministerio de Economía, Isaac Alfie (uno de los negociadores con el Fondo
y sospechoso de tráfico de influencias por haber retirado sus ahorros
antes del feriado bancario) diga, para desmentir que hubiese intenciones políticas
por parte del FMI, que esos "funcionarios, encabezados por Aninat, tuvieron
una actitud profesional, como siempre" y sentencie "son técnicos" como
gran explicación, movería a risa si no fuese por las lágrimas
que dicho acuerdo le costará al país todo, en particular a los
más débiles.
Esos "profesionales", meros técnicos, no supieron intuir la crisis de
México de 1994, tampoco la del sudeste asiático de 1997 (poco
antes el FMI había pronosticado un fuerte crecimiento), ni menos la de
Rusia, en 1998, la de Brasil en 1999, y ni que hablar de la de Argentina, amiga
"carnal" de Estados Unidos, hace tan sólo unos meses. Y se supone que
ésa es justamente su función: prever, en base al análisis
de la situación macroeconómica de cada país. Resulta que
se trata de gente que sabe de recetas ideológicas y de números
pero no de economía, que concierne a seres humanos en actividad, con
sus tripas y sus sueños.
"¿Qué podía hacer yo para concretar el sueño de un mundo
sin pobreza? Sabía que la tarea era ardua, pero jamás imaginé
que uno de los mayores obstáculos que afrontan los países en desarrollo
se debía a seres humanos y estaba justo al otro lado de la calle, en
mi institución 'hermana', el FMI", escribió Stiglitz. "Al FMI
la falta de conocimientos detallados (sobre cada realidad) le parece poco importante,
puesto que tiende a adoptar el mismo enfoque ante cualquier circunstancia",
agregó, lamentándose que los funcionarios del FMI no tengan prácticamente
formación sobre temas de desarrollo, capítulo esencial para los
países que necesitan de su ayuda. "Profesionales", en el sentido que
establece el diccionario, no hay duda que los funcionarios del Fondo lo son:
"actividad permanente que sirve de medio de vida". Pero eso no es sinónimo
de sapiencia, ni de eficiencia, ni de creatividad. "Al FMI no le interesa especialmente
escuchar las ideas de sus 'países clientes' sobre asuntos tales como
estrategias de desarrollo o austeridad fiscal. Con demasiada frecuencia el enfoque
del Fondo hacia los países en desarrollo es similar al de un mandatario
colonial", agregaba Stiglitz.
Los burócratas internacionales ("símbolos sin rostro del orden
económico mundial"), egresados de las mejores universidades de los países
desarrollados y a menudo oriundos de esos países o hijos dilectos de
las burguesías periféricas, responden en general a sus intereses
personales, en el sentido de preservar un puesto que les permite vivir estupendamente
en las principales capitales -enviando a sus hijos a las grandes universidades-
y no lo arriesgarían jamás por defender el libre albedrío
de los pobres del mundo. Por eso responden a las teorías de quien les
paga el sueldo: el Tesoro estadounidense. Como reveló en Le Monde diplomatique
Isabelle Grunberg, ex economista senior del pnud, "durante y después
de la crisis asiática de 1997, el Departamento del Tesoro norteamericano
saboteó en varias oportunidades las propuestas de creación de
un Fondo Monetario regional para Asia, financiado por Japón, que habría
facilitado la recuperación del continente. Los directores ejecutivos
(representantes de los estados) en el FMI reconocen sin dificultad que sus decisiones
sobre préstamos siguen al pie de la letra las recomendaciones de Washington".
Es que los Stiglitz, o los Ravi Kanbur -hindú, profesor de economía
y de asuntos internacionales que también renunció en 2000 al Banco
Mundial después de que su informe anual sobre el desarrollo cuestionara
que el crecimiento por sí solo redujera la pobreza o la desigualdad y
fuera vetado bajo presión de Washington- son la excepción por
su valentía intelectual.
"Los ministros de Hacienda y los gobernadores de los bancos centrales suelen
estar muy vinculados con la comunidad financiera; provienen de empresas financieras
y, después de su etapa en el gobierno, allí regresan. Estas personas
ven naturalmente el mundo a través de los ojos de la comunidad financiera"
(Stiglitz).
Cualquier similitud con el caso del ex ministro de Economía uruguayo
Alberto Bensión es pura realidad, que prueba que el equivocado es el
prosecretario de la Presiencia Leonardo Costa (véase la última
edición de BRECHA): el ministro no traicionó, porque siguió
fiel a su comunidad original, la bancaria y financiera.
(Siendo las 16 horas la carta de intención aparece en el sitio web del
Banco Central -11 páginas, con ausencia de una parte importante: el "Technical
Memorandum of Understanding"-. La firman Julio de Brun -presidente del Banco
Central- y Atchugarry. Y está sólo en inglés.)
El otro argumento que no es de recibo, porque es falaz, fue el esgrimido por
el senador quincista Alberto Brause, para quien el acuerdo no debe asombrar
porque son las condiciones que cualquier banco impondría a "una empresa
en dificultades que necesita una ayuda adicional". El FMI no es un banco cualquiera.
No es privado, su objetivo no es el lucro, funciona con el dinero de los ciudadanos
del mundo y su nacimiento se debe al convencimiento internacional de que los
mercados, justamente, necesitan "ayudas exteriores" que los mantengan dentro
de cierta banda de flotación "socialmente necesaria" e impidan "ajustes
disfuncionales". El FMI no debería estar para cuidar los intereses de
los prestamistas privados, al menos si uno se guía por su declaración
de principios e incluso por declaraciones de sus jerarcas. El 26 de noviembre
pasado, Anne Krueger, número dos del Fondo e integrante de la administración
Bush, anunció que el FMI estaba estudiando un nuevo mecanismo que permitiese
a los países en dificultad financiera suspender los pagos de la deuda
por un período considerable. El FMI podría obligar, en ciertos
casos y para evitar el estallido de una crisis, a algunos acreedores privados
a renunciar a parte de sus pretensiones. La verdad es que entre 1982 y 2002,
México, Bolivia, Perú, Ecuador, Brasil y Argentina interrumpieron
el pago de la deuda externa por períodos más o menos cortos, y
el fantasma de la moratoria colectiva quita el sueño a más de
un burócrata internacional, menos por la plata que por el ejemplo. Aunque
según Krueger el nuevo mecanismo necesitaría una discusión
que no llevaría menos de tres años, su enunciado público
indica que el Fondo está viviendo una andanada de cuestionamientos mundiales
producto de sus enormes errores y que necesita refundarse una nueva legitimidad,
lo que está bastante alejado del razonamiento simplista de Alberto Brause.
Tal vez el senador debiera leer el informe Meltzer, realizado a pedido del Congreso
estadounidense y publicado en marzo de 2000, en el que se recomienda no reformar
el accionar del FMI y el Banco Mundial sino acotar drásticamente sus
cometidos, y por ende, reducir sus efectivos.
(Siendo las 18 horas del jueves, la página web del FMI sigue sin novedades,
y la del BCU continúa sin incluir el "Technical Memorandum of Understanding".
¿Por qué será?)